El valle del Lozoya: desde Pinilla del Valle hasta Rascafría y El Paular con fonda en Alameda del Valle (marzo 2005; octubre 2007; abril 2009)


Tan cerca, pero tan lejos. Una pequeña contradicción vale para presentar el Valle del Lozoya (o del Paular), una etiqueta muy genérica (incluso se emplea como sustitutivo de “Sierra Norte”) para referirnos a uno de los rincones más hermosos de la Comunidad de Madrid que, hasta hace no mucho, pertenecía a Segovia, como recuerdan muchos de los escudos de sus poblaciones con claras referencias a las tierras que se extienden al otro lado de la Sierra. Tan cerca de la gran capital y su área metropolitana, de la que dista unos 91 kilómetros; pero tan lejos de su desquiciante día a día y su skyline. Árboles y montañas contra bloques de pisos y de oficinas... Aprovechando unos días libres que hay que agradecerle a la festividad de la Semana Santa, y con el peligro que estas vacaciones tienen de poblar cualquier punto de España con su éxodo masivo, buscamos alojamiento en esta zona. Escogimos Alameda del Valle, uno de los pequeños pueblo que emergen entre Rascafría y Lozoya y que cuenta con una variada oferta alojamientos. Así dimos con El Refugio de la Saúca (Travesía de la Huerta, nº3), una antigua edificación rehabilitada. No hablaríamos de una casa rural en sentido estricto, sino más bien de pequeñas casas, hasta cuatro, dentro de otra y con un exterior sugerente: una parilla completa y sus mesas para comer fuera si el tiempo lo permite, bicicletas para pasear… Un alojamiento rural, vamos. En nuestro caso cogimos la conocida como “Sabina”, con dos habitaciones, un cuarto de baño y un pequeño comedor, con chimenea, cocina completamente equipada, sala de estar con equipo de música, TDT, DVD… No faltaba nada. Por poner un pero, los sofás no eran muy cómodos, aunque para dos personas estaba bien. Cuatro, quizá, no disfrutarían tanto. Pero no deja de ser una hipótesis. Nos salió por 315 euros el alquiler entre el miércoles y el sábado y con otros 60 teníamos la nevera completamente llena.

El pueblo es coqueto, fiel a esa identidad común de todos los núcleos de la Sierra Norte; nos sorprendió, eso sí, por la cantidad de servicios que otros no muy lejanos son inexistentes. Hay varios negocios destinados a la restauración con perfiles distintos (El Mirador, Casa Berna, La Taberna del Alamillo, El Colorao... Y en todos ponen tapa), existe una farmacia, dispone de un completo supermercado sin marca concreta en el que el tendero, de acento argentino, se preocupa por el día a día de muchos de sus clientes; hay un taller de artesanía... Incluso cuenta con un estilizado hotel, La Posada, de estilo bauhaus, según degustamos en un artículo del gran Andrés Campos. La cercanía con Rascafría, uno de los dos únicos pueblos que superan el millar de habitantes en la Sierra Norte (el otro es Buitrago del Lozoya) y con un histórico tirón de destino turístico de fin de semana, se nota en estas cosas. Y más allá; paseando por las calles de Alameda distinguimos una parte antigua, con construcciones, por lo general, de piedra que tienen un marcado aspecto de tradicional a primera vista, y otra más moderna, con edificaciones más preparadas y que, en algunos casos, parecen traídas de los mismísimos Alpes. El contraste ni es brusco ni tampoco "cantoso". Alameda, en su conjunto, ronda los dos centenares de habitantes (236, según la web municipal). Y mantiene en un alto porcentaje la dedicación ganadera entre sus gentes. Lo del turismo rural es un añadido que le da vida al pueblo, pero no agobia. Y las posibilidades de actividades para desarrollar en la zona hacen el resto. Sorprende, acostumbrados por otros pueblos que hemos visitado en el pasado, que no exista una plaza de España en la nomenclatura del callejero. Del mismo modo, resulta raro que la Iglesia de Santa Marina, por otra parte muy interesante, esté en las afueras. Aunque bien es cierto que el concepto "afuera" cobra mucha relatividad en estos pueblos tan pequeños.

Valle del Lozoya, en algunos lares conocido también como Valle del Paular. Ubicación geográfica. el río Lozoya vertebra y articula este prototípico medio natural, de lo mejor conservados, de los más amplios y de los rodeados por montañas más altas de toda la geografía ibérica. [Mapa VíaMichelín]. Nuestro periplo tendrá su capital en Alameda del Valle y desde allí pondremos rumbo hacia la ermita de Santa Ana de Alameda, Pinilla del Valle y su embalse, Oteruelo del Valle y la más célebre y visitada Rascafría, además de su no menos conocido (y visitado) monasterio de El Paular. Las distancias son mínimas. Entre Pinilla y Rascafría, los dos extremos de esta propuesta, no habrá más de 5,5 kilómetros. Un paraíso para los paseos.

La grandeza del valle del Lozoya varía en función de la persona que esté reflexionando al respecto; no nos referimos a que se cuestione su valor, sino que se realzan más unos u otros aspectos de su fisonomía y su idiosincrasia. Respetando la monumentalidad de sus paisajes como un atractivo fijo, en cualquiera de sus pueblos uno tiene la sensación de que está dentro de una auténtica y perfecta definición de valle. Quizá sea por estar rodeados de montañas que frisan los 2.000 metros (muchas los superan) y distinguir perfectamente ese contraste entre las cumbres y las zonas bajas, con sus verdes praderas y sus caminos ascendentes. Desde nuestro punto de vista, y respetando otros, éste es el mejor ejemplo de valle de toda esa barrera orográfica llamada Sierra de Guadarrama y sus consecuentes Monte Carpetanos: es más, de todo el Sistema Central. La climatología también nos ayudó a reforzar esa creencia concentrando en pocos días un abanico amplio de temperaturas y rigores. Días de sol, de lluvia e incluso de nieve; con el cielo completamente despejado y completamente cubierto, en función del día... O de la hora. La variedad cromática del paisaje variaba sutilmente con cada nube que se interponía ante el sol. Y la aparición de la nieve le dio a las cumbres mucho más encanto. Costaba creer, siempre nos pasa, que unos parajes semejantes estén tan cercanos a Madrid. No hay nada como caminar o pedalear por su campos para darse cuenta de lo contrario.

Una opción excelente es la bicicleta, especialmente la de montaña. Las bicis de carretera tienen en la zona otra meca, especialmente por la existencia de puertos de gran renombre, como La Morcuera, Cotos o Navafría/Lozoya; es más, nos encontramos en una zona donde no sólo existe mucha afición, sino que también es fácil encontrar profesionales durante algunos de sus entrenamientos. La presencia de cierto nivel de tráfico, en función de la fecha en la que nos encontremos, seducirá a muchos a decantarse más por la mountain bike. Las posibilidades de la bici de montaña son muchas. Hay rutas muy exigentes físicamente, pero que técnicamente son asumibles. Las hay complejas tanto física como técnicamente. E incluso las hay sencillas, sin apenas desniveles pero desafiantes en belleza a muchas vías verdes. Pensamos, concretamente, en una vía pecuaria recuperada por las instituciones que recorre el valle desde El Cuadrón y que, todo sea dicho, también puede ser un gran recorrido para caminarlo.

Bordea el embalse de la Pinilla, atraviesa prados de pasto comunales (hay ganado suelto y varias puertos que tenemos que cerrar a nuestro paso, además de algún que otro paso canadiense) entre las zonas anegadas por el agua y en las cercanías de la carretera M-604, la artería del valle. De Lozoya llega al pequeño núcleo de Pinilla, de aquí a Alameda del Valle y desde aquí a Rascafría vía Oteruelo del Valle. En Rascafría se puede coger un carril bici/camino asfaltado, paralelo y segregado, que va desde el casco urbano (sale junto al cementerio, en dirección Cotos) hasta el Monasterio de El Paular y el Puente del Perdón sobre el río Lozoya. En total, todo el recorrido tendrá algo más de 12 kilómetros, aunque a "ojímetro". En nuestra permanencia en la zona hicimos parte en bici y parte caminando. Hacia Rascafría, desde Alameda, realizamos un paseo/peregrinación en busca de la Pastelería Feliseda (c/ Corrala 4) donde fabrican los cojonudos: de los mejores pasteles en El país que nunca se acaba y que distribuyen por todos los pueblos de la Sierra; nosotros los descubrimos en Piñúecar. Encontrarla (porque es muy recomendable) no tiene pérdida: según entramos en Rascafría, viniendo por el lado de Lozoya o desde Miraflores (las dos carreteras confluyen a la entrada, en un tramo empedrado), queda a mano derecha.

Y ya que estamos en Rascafría, como el tiempo está fresco e invita a calentarse la garganta, enfilamos hacia el Porfirio, un bar de esos de siempre en decoración y ambiente, de clientela entrada en años; de gentes que toman sus vinillos y hablan de las cosas de la vida y el campo, ocultan sus calvas en gorras de cuadros, se apoyan en bastones y visten pantalones de pana y portan botas camperas. Nos consta que hay gente a la que este establecimiento no le agrada por el ambiente cargado que mezcla vapores de la inexistente cocina y el humo de los parroquianos. Otros, como su exterior pasa bastante desapercibido, ni saben que existen. En todo caso, como decíamos antes, Rascafría es la segunda población de la Sierra Norte y su oferta, en todos los aspectos, es alta.

Llegando a nuestro destino, escoltados por altas cumbres de más de 2.000 metros en las que aguanta con holgura la nieve hasta bien entrada la primavera. Las montañas de esta peculiar zona del Sistema Central son comunmente aglutinadas en la subdivisión de Montes Carpetanos y se extiende desde el Pico del Nevero (cercano a Peñalara) hasta Somosierra. Una generosa franja de más de medio centenar de kilómetros. Aquí vemos su vertiente este.

Hay que ser honestos y reconocer que en la Sierra de Madrid, a la hora de practicar el senderismo, está todo inventado. La cantidad de libros y guías que recopilan o recogen rutas es enorme. En Internet sucede lo mismo. Nosotros solemos visitar la completísima web Excursiones y Senderismo, que incluye recorridos de todo tipo. En el pasado, con motivo de una ruta de mountain bike que realizamos con principio y final en Miraflores de la Sierra (al otro lado de este valle a través del Puerto de la Morcuera), ya habíamos atravesado parte de los caminos que descienden hasta Alameda del Valle a través de la Majada del Cojo.

En esta ocasión el sentido era el inverso, siguiendo lo establecido en esta ruta (perfectamente señalizada) y con la Ermita de Santa Ana como punto caliente ante la posibilidad de que la climatología, como así fue, nos jugase una mala pasada. Si se pretende realizar de nuevas, el inicio está muy claro. Basta con entrar en el pueblo desde la M-604, seguir todo recto, atravesar dos o tres pasos de peatones elevados, dejar a la izquierda una farmacia y llegar a la plaza de Santa Marina, donde queda el ayuntamient a nuestra izquierda. Enfrente hay un par de casas y dos "escapatorias": a la derecha o a la izquierda. En este segundo lado encontramos un cartel que dice "Ermita de Santa Ana", basta con seguirlo. Por el otro lado, son las cosas que tienen estos pueblos tan pequeños, hubiéramos ido a parar casi al mismo lugar: un prado que, previo paso por unas puertas o barreras, nos lleva a un puente que salva el río Lozoya y, de manera inmediata, nos conduce a una espectacular pradera. Desde ahí, cada vez más intensamente, la pista va ganando altura. Al poco de atravesar un nuevo paso canadiense veremos una cerca a nuestra derecha. A la izquierda nos toparemos con una cruz de piedra, un monumento levantado en 1999 a los vaqueros de la Sierra. Es una referencia para llegar, apenas unos centenares de metros después tras desviarnos de la ruta que traemos, a la ermita de Santa Ana.

Ya sea en bicicleta, practicando el senderismo o por el simple placer de dar una vuelta, el Valle del Lozoya merece una visita. Decíamos antes que su fisonomía le da un aire de valle puro. Una zona fértil, fecunda y con un valor histórico y medioambiental único. Desde la prehistoria el hombre anduvo por sus campos. Y la fauna y la flora tienen aquí un tesoro que, salvo alguna excepción que aún no chirría mucho, está a salvo de especuladores. Se calcula que son 83 las especies de mamíferos que habitan en la Península Ibérica: 39, un 47%, están presentes en este valle, como también 17 de reptiles, 12 de anfibios y una enorme de insectos. De las 245 especies de aves que sobrevuelan los cielos peninsulares, 127 lo hacen en el entorno del Lozoya, nada menos que un 51,8%. El rey es el enorme buitre negro, que no resulta nada extraño de contemplar sobrevolando la zona o, como nos sucedió en primera persona, posado en algún prado junto a los caminos.

Circulando por la carretera M-604, que une la Autovía A-1 (Madrid-Burgos) con el Puerto de Navacerrada a través del Puerto de Cotos (o del Paular) y los accesos a la estación invernal de Valdesquí. Al fondo, majestuosos, los 2.408 metros de Peñalara, la cumbra más alta de la Sierra de Guadarrama.

Casco urbano de Alameda del Valle, pequeño núcleo urbano de 244 habitantes (en 2011) asentado a 1.140 metros sobre el nivel del mar. Madrid capital dista unos 90 kilómetros aproximadamente.

Los alojamientos rurales El Refugio de la Saúca. Edificio e instalaciones. Podéis encontrar más información en esta web o en esta otra. Y unas opiniones de la misma, en TopRural. Nuestra opinión personal no difiere mucho: un lugar completamente recomendable.

La casa en total tiene capacidad para 14 personas, aunque está divivida en cuatro habitantes (La Sabina, el Saúco, El Acebo y El Roble) alquilables por separado. Aunque igual sería mejor decir que cada habitación (realmente una microcasita concentrada equipada con todo) es independiente pero cabe la posibilidad de alquilar la casa en su totalidad...

Espacios comunes en La Saúca, con esa parilla que es una gloria...

Nos vamos de paseo...

Un joven pollino, residente en las cercanías de La Saúca.

Esbeltos chopos frente al Refugio de la Saúca y paralelos al arroyo del mismo nombre, un torrente que desemboca pocos cientos de metros después en el río Lozoya. Este paseo es uno de los más concurridos por los lugareños, un espacio verde dentro de un contexto absolutamente verde y natural.

El impetuoso arroyo de la Saúca. Este torrente protagoniza una asequible ruta de senderismo de la que hemos escuchado maravillas. Que quede constancia.

En ese querido y apreciado paseo "fluvial" no faltan los puentes, realmente pasarelas muy estilizadas, que nos dejan en una zona ajardinada y equipada con bancos y columpios.

El arroyo de la Saúca.

Puerta "tradicional" en una edificación de Alameda del Valle.

Un tractor estacionado delante de una vieja edificación cuya estética sugiere usos ganaderos y agrícolas.

Una chimenea escupe humo en un frío mes de abril donde no faltan las nevadas nocturnas...

... como ésta tomada la noche de aquel día.

Callejeando por Alameda del Valle.

Seguimos paseando erráticos por el pequeño casco urbano de Alameda del Valle. Por si acaso, aquí se pueden consultar unos callejeros.

Una de las calles más hermosas de Alameda del Valle es esta pequeña y estrecha travesía donde la piedra lo domina absolutamente todo. Travesía Taberna.

Un perro, creemos que de la raza Labrador, aguarda con paciencia y fidelidad máxima a que su dueño salga de la farmacia, ubicada en la calle Grande, en la que no puede entrar. Mientras espera observa por el cristal, curioso él.

El Pico Peñalara, nevado, visto desde la céntrica plaza de Santa Marina de Alameda del Valle.

Un perro disfruta de un rato de solecito tumbado ante un coche estacionado en la plaza de Santa Marina.

El edificio del ayuntamiento, que también alberga el centro médico de Alameda del Valle, preside la plaza de Santa Marina. La casa consistorial fue levantada en el siglo XIX y esos colores tan vivos realzan su pórtico inferior.

Una placa de callejero "moderna" en Alameda del Valle: el escudo local, con presencia del mismísimo acueducto, no esconde el pasado segoviano de la zona siglos atrás. Rascafría aparece mencionada en las Ordenanzas del Consejo Real de Castilla.

Una vivienda con solera de camino a la iglesia de Santa Marina, que se intuye detrás de su fachada.

Iglesia parroquial de Santa Marina, templo originalmente construido en el siglo XVI, de planta rectangular y una única nave.

Una cigüeña tutela su prole en el generoso nido que ha instalado en el campanario de Santa Marina.

En los accesos de Santa Marina.

Relieves decorativos de naturaleza floral en el acceso a Santa Marina, una de las particularidades de este templo.

Pequeño cementerio anexo a la iglesia de Santa Marina.

Santa Marina.

La iglesia de Santa Marina, contemplada desde la calle Iglesia y el inicio del antiguo camino, auténtica via verde para caminantes y ciclistas hoy en día, que conduce hasta Rascafría.

Un cotilla muy equino nos observa desde su residencia en las cercanías de la iglesia de Santa Marina.

En la confluencia de las calles Romero y Las Cercas vemos la escultura Homenaje al hombre del campo, una obra de Pilar Cuenca para Alameda del Valle instalada en 1997.

El Homenaje al hombre del campo observa los Montes Carpetanos, los de los célebres y 'excursionistas' picos Nevero y Flecha.

En las proximidades de Alameda del Valle, cerca del cauce del Lozoya y en una especie de gran prado comunal donde pastan vacas y caballos y hay hasta un pequeño área recreativa y un helipuerto, una zona conocida como Las Eras, veremos esta curiosa edificación. Una casa aislada, estrecha... y digna de postal con Peñalara detrás suyo.

Madre e hijo.

Dejamos atrás Alameda del Valle para introducirnos en una ruta histórica, el Camino Viejo de Alameda. Este itinerario protagoniza varias rutas, tanto senderistas como de bicicleta de montaña. Destacamos la circular, con salida y llegada en Alameda, que sube hasta el albergue de la Majada del Cojo, a 1.623 metros sobre el nivel del mar. Los locales llaman a este camino que gana altura entre generosos prados "el de Matatejada".

El río Lozoya, curso fluvial de más de 90 kilómetros que vertebra todo el valle desde su nacimiento en las cercanías de Peñalara y que alimenta alguno de los embalses con más capacidad de la Comunidad de Madrid. Sus aguas han sido elogiadas por su calidad para el consumo humano y más de un 60% del abastecimiento de Madrid depende directamente de su cuenca. Su trayecto, además, ofrece muchísimos puntos de interés tanto en lo paisajístico como en lo histórico. Es un fenómeno que evidentemente no es único en él, pero sí más intenso: el Lozoya alcanza su "particular mayoría de edad" con los deshielos. Al Lozoya, por una herencia de sus vertiginosos primeros kilómetros, y sobre todo en el valle, también le conocen como el Angostura.

El río Lozoya, curso fluvial de más de 90 kilómetros que vertebra todo el valle desde su nacimiento en las cercanías de Peñalara y que alimenta alguno de los embalses con más capacidad de la Comunidad de Madrid. Sus aguas han sido elogiadas por su calidad para el consumo humano y más de un 60% del abastecimiento de Madrid depende directamente de su cuenca. Su trayecto, además, ofrece muchísimos puntos de interés tanto en lo paisajístico como en lo histórico. Es un fenómeno que evidentemente no es único en él, pero sí más intenso: el Lozoya alcanza su "particular mayoría de edad" con los deshielos. Al Lozoya, por una herencia de sus vertiginosos primeros kilómetros, y sobre todo en el valle, también le conocen como el Angostura.

Esta pista, en esencia, y con sus variantes, asciende hasta la ermita de Santa Ana (a unos 3 kiómetros de Alameda del Valle) y la conocida como Majada del Cojo (a unos 11). Una ruta mítica.

Un solitario árbol caducifolio, junto a un pequeño arroyuelo que han improvisado las lluvias y el deshielo junto al camino de Matatejada.

Ganando altura. Poco a poco. Y paralelamente al arroyo de Santa Ana.

Un arroyuelo, el arroyo de Santa Ana, que poco después vierte sus aguas en el río Lozoya ha dejado así esta piedra en su lucha milenaria por hacerse un hueco para pasar...

Un posado con los Monte Carpetanos y un pequeño robledal a nuestras espaldas.

Camino (mas bien pista) de Matatejada.

Contrates en el valle del Lozoya. Estamos a más de 1.000 metros sobre el nivel del mar.

Un acceso a una explotación ganadera en un entorno con más vegetación de matorral típica del monte bajo.

Camino de Matatejada. Paraje conocido como Los Tercios.

Perspectivas sobre Alameda del Valle desde Los Tercios. ¡Cómo bajan por aquí los ciclistas de montaña que vienen desde La Morcuera y toda esa zona de la sierra!

Llegando a un pequeño robledal en las cercanías de la ermita de Santa Ana. Los robles, esos otros inquilinos de las faldas de estas montañas.

Monumento "En Memoria de todos los vaqueros y pastores que pisaron estas sierras", según reza la placa ubicada en el pedestal de esta cruz. Instalado en 1999.Los caminanes y excursionistas han ido apilando piedrecitas a su alrededor dende entonces.

Seguimos por la ruta que, todo "recto", nos llevaría hasta la Majada del Cojo.

Un pilar o fuente para el abrevado del ganado. Zona de vacas.

Los robles comienzan a dar paso a los pinos.

Un pequeño vallecito que se abre ante nosotros. Por esos montes de enfrente circula la carretera que asciende a La Morcuera desde Rascafría.

Media vuelta. Rumbo a Alameda del Valle.

Un arroyo, el de Santa Ana. ¡Qué cargado baja!

Nevados Montes Carpetanos.

El moderno puente que supera las aguas del río Lozoya en las proximidades de Alameda del Valle. Vamos a cambiar las botas por la bicicleta para recorrer el camino histórico que une los pueblos del valle e ignora la M-604. Desde Alameda vamos a poner rumbo a Pinilla del Valle, distante unos 3 kilómetros, algo menos.

Ya sobre la bici. Rumbo a Pinilla del Valle. Un pero, no llevamos casco. Muy mal ejemplo. El casco debe ser una obligación intuitiva. No molesta y llegado el caso salva vidas. Literalmente. Así que no sigan este ejemplo sin casco. ¡Tomen protecciones!

Atravesamos paisajes como éste, escoltados por pequeñas concentraciones de robles.

Una cigüeña vuela por encima de nosotros. A esta especie no le faltan ni sitios para anidar ni sitios para "pescar". Tan cómodas viven que las emigraciones en algunos casos son una quimera y prácticamente residen de forma permanente.

Pedaleando por una zona urbanizada (con edificios de aires modernos) de Pinilla del Valle.

Iglesia parroquial de San Miguel Arcángel, en Pinilla del Valle. El pueblo cuenta con unos 200 habitantes.

En los alrededores de San Miguel Arcángel, un pequeño chalet y un pradito con sus vaquitas. Todo en uno.

Además de esta metáfoma de centro comercial (ya saben, el Parquesur de Leganés), Pinilla del Valle es famosa por unos yacimientos prehistóricos muy interesantes hallados en 1979 en la zona conocida como Los Calveros o Calvero de la Higuera. Entre los restos más destacados (y creciendo), los de Lozoya: cuatro dientes de un homínido de entre dos años y medio y tres años y medio que vivió hace 40.000 años. En septiembre de 2011 se anunció que el yacimiento de Cueva Descubierta iba a ser abierto al público general bajo la pomposa denominación (ay, estos políticos) Valle de los Neandertales. Aquí, una web al proyecto.

San Miguel Arcángel, bajo la atenta escolta de los Montes Carpetanos.

El embalse de Pinilla, inaugurado en 1967 en las aguas del río Lozoya. Una respuesta estatal a la gran sequía del estío de 1964.

Embalse de Pinilla. Este pequeño mar interior del Valle del Lozoya también aprovecha el agua para producir electricidad.

El entorno del embalse de Pinilla. Esa concentración montañosa del centro de la imagen nos recordaba, qué cosas, al extremeño Risco Barbellío de Salvaleón, en Badajoz.

Pedaleando por el entorno del embalse de Pinilla. Los Montes Carpetanos, testigos.

De vuelta a Alameda del Valle. Precioso tramo del cordel de los pueblos del valle.

Nos bajamos de la bicicleta para volver a darle a las botas. Vamos a unir Alameda del Valle y Rascafría a través de esta pista que une los pueblos del valle entre sí al margen de la carretera. Entre Alameda y Oteruelo, un pequeño pueblo que está entre medias, recorremos el camino llamado Calle de los Mojones. Entre Oteruelo y Rascafría ese camino se conoce como Camino del Egido. Es la misma ruta, en esencia.

Un ternerito curioso.

Varios terneros observan con atención a la concurrencia mientras disfrutan de su prado ante la atenta mirada de "mamá vaca".

Nevados Montes Carpetanos y fértiles tierras de labor. Nos movemos en torno a los 1.150 metros de altura.

Oteruelo del Valle, desde 1975 una pedanía dependiente de la cercana Rascafría.

El camino por el que nos movemos.

Fuente en la plaza del Valle de Oteruelo del Valle.

Oteruelo del Valle.

Publicidad a pie de camino.

Los Montes Carpetanos, observados desde el acceso a un pequeño prado privado con la hierba bastante alta y escoltado por esbeltísmos fresnos.

Un descansadero en este camino o Colada del Egido, que une Oteruelo y Rascafría en poco más de un cuarto de hora.

Curiosa bifurcación en el camino del Egido, en las cercanías de Rascafría.

Por el camino del Egido. Muy bien conservado, todo hay que decirlo, desde su última recuperación.

Este cordel del valle suma 14 kilómetros entre el puente del Perdón de Rascafría y la localidad de Lozoya, un kilometraje interesante, con grandes vistas y sin apenas desnivel. Ideal para comenzar ejercitarse, pongamos por caso, y siempre que se haga un ida-vuelta, para afrontar el Camino de Santiago.

Llegamos a Rascafría, el gran pueblo del lugar con sus 2.000 habitantes y sus muchos más visitantes cada fin de semana. Muy animado. Ésta es la carretera (M-611) que sube al puerto de La Morcuera y, tras bajar por la otra vertiente, conecta con el pueblo de Miraflores de la Sierra.

Los cicloturistas, habituales inquilinos de esta población. Este grupito viene de descender La Morcuera.

Empedrado firme en la calle principal de Rascafría, que en este tramo es denominada avenida del Valle.

Rascafría. Avenida del Valle.

Una curiosa veleta con forma de toro. Al fondo, las estilizadas y suavemente redondeadas curvas de los Montes Carpetanos.

Rascafría. Iglesia Parroquial de San Andrés Apóstol. Teniendo sus orígenes en el siglo XV, y siendo cosa de Rodrigo Gil de Hontañón, el templo ha sufrido muchos añadidos y reformas. La torre, sin ir más lejos, fue reconstruida tras sufrir numerosos daños en la Guerra Civil. Las tres campanas actuales (San Andrés, Santa Filomena y Virgen de Loreto son sus nombres) fueron forjadas con restos de un par de accidentes aéreos en las montañas de la zona.

El ayuntamiento de Rascafría, de estilo neomudéjar y antigua escuela municipal (una escuela que segregaba por sexos, por cierto). A su lado, mítico, un frontón. Comparte con las vecinas tierras segovianas la pasión por esta modalidad deportiva. La amorfa plazoleta donde se ubica, la plaza de España, supone la mutación de su calle principal, que pasa de ser la avenida del Valle a la avenida del Paular.

Rascafría. Estamos a unos 1.163 metros sobre el nivel del mar más o menos. Esto ya es la avenida del Paular. Una de las cosas que más sorprende de esta población es que, aunque sí tenga sus urbanizaciones en el extrarradio, no haya sido tomada por los especuladores o los visionarios. No han faltado propuestas, claro, pero se han ido frenando oportunamente incluso en el lejano 1977. Incluso antes de la creación del Parque Nacional Cumbres de Guadarrama, en el que Rascafría se integra, se trató de mover contrarreloj un proyecto de 2005 para construir 1.600 viviendas (casi los habitantes del pueblo, ojo) y un polígono industrial. ¡Cuántas prisas con lo lenta que es la administración en otras cuestiones!

Mítico empedrado de Rascafría.

A la altura del Bar Porfirio, un clásico de Rascafría, un garito de esos de los de toda la vida.

Un viejo árbol.¿Acaso un olmo? Uno de los grande árboles de Rascafría era un viejo olmo cercano a la iglesia de San Miguel. A los chiquillo le contaban que en ese viejo olmo tenía su escondite de día un bandolero al que llamaban Tuerto Pirón. Ese viejo olmo, con más de tres siglos de vida, contrajo la grafiosis en el año 2000.

El arroyo del Artiñuelo atraviesa Rascafría en su búsqueda del Lozoya, donde muere, pero siempre nos deja una sensación de frondosidad inhabitual en un entorno urbano.

Chalets y casas singulares en las urbanizaciones de las afueras de Rascafría de camino al monasterio de El Paular.

En pleno camino por esta ruta desde Rascafría a El Paular, que más que ruta es un paseo, llegamos al llamado Resguardo de la Cañada.

Lo dicho, una rutita muy agradable.

Salto de agua en el río Lozoya.

Este camino, también carril-bici, va paralelo a la carretera que sube hasta el Puerto de Cotos. Caminamos (o pedaleamos) junto a la ribera del Lozoya escoltados por fresnos, olmos y chopos muchos de ellos centenarios.

El río Lozoya, curso fluvial de más de 90 kilómetros que vertebra todo el valle desde su nacimiento en las cercanías de Peñalara y que alimenta alguno de los embalses con más capacidad de la Comunidad de Madrid. Sus aguas han sido elogiadas por su calidad para el consumo humano y más de un 60% del abastecimiento de Madrid depende directamente de su cuenca. Su trayecto, además, ofrece muchísimos puntos de interés tanto en lo paisajístico como en lo histórico. Es un fenómeno que evidentemente no es único en él, pero sí más intenso: el Lozoya alcanza su "particular mayoría de edad" con los deshielos. Al Lozoya, por una herencia de sus vertiginosos primeros kilómetros, y sobre todo en el valle, también le conocen como el Angostura.

Atardece en Santa María de El Paular, icono monumental dentro del valle del Lozoya (le dicen Perla de la Sierra, ahí es nada) y hoy en día, al mismo tiempo, monasterio de clausura tutelado por la orden de los benedictinos desde 1954 y hotel de cuatro estrellas con 44 habitaciones gestionado por la cadena Sheraton. Nos encontramos a unos 1.160 metros sobre el nivel del mar.

El Real Monasterio de Santa María de El Paular fue promovido por Juan I de Castilla en 1390 (aunque soñado por su padre, Enrique II; el primero de la dinastía Trastámara) y finalizado por su nieto Juan II cinco décadas después. El recinto, además del monasterio originalmente cartujo, contaba con un pequeño palacio para la realeza. La Sierra de Guadarrama siempre ha seducido a las familias reales, en cualquiera de sus vertientes (ahí está al otro lado, no muy lejos, La Granja de San Ildefonso), por sus bondades climáticas, paisajísticas y cinegéticas.

Acceso a uno de los claustros de El Paular.

El claustro de las antiguas instalaciones palaciegas; hoy, integrado en un espacio hotelero.

El Paular. El nombre deriva del original "Poblar", según aparece en unos documentos de Juan II de Castilla en los que donaba las instalaciones a los cartujos. Con las desamortizaciones del siglo XIX el recinto caería en el más absoluto de los abandonos. Asaltado y expoliado, la Institución Libre de Enseñanza comenzó a revalorizar el conjunto dentro de su labor divulgadora sobre la Sierra de Guadarrama. En 1943 el Estado adquirió parte de El Paular para montar una universidad de verano, un proyecto cuyas primeras piedras habían sido puestas durante la República. Pero según se cuenta aquí, al general Francisco Franco le impactó tanto el ambiente de Montserrat que quiso importarlo a las cercanías de Madrid y se entregó en usufructo a la orden benedictina en 1948, que comenzó la recuperación y restauración de sus instalaciones. El 1 de mayo de 1958, 119 años después de su "cierre", regresaba como tal la vida monástica a El Paular.

El claustro de la iglesia.


Acceso a la iglesia de Santa María de El Paular. Hermosa portada de estilo renacentista.

Un detalle de la portada renacentista y su "descendimiento".

Enfrente de la portada renacentista, una representación a la comunidad monástica.

Santa María de El Paular. Los cartujos pusieron en marcha aquí (bueno, realmente en un paraje cercano en la otra orilla del próximo río Lozoya) un molino papelero que fue el primero con el que contó el Reino de Castilla. Y en todos lados se destaca como la edición príncipe de El Quijote de Miguel de Cervante fue impresa con producto elaborado en ese viejo molino.

Puente del Perdón, sobre las aguas del río Lozoya y en las proximidades de Santa María de El Paular. El actual puente de piedra es del siglo XVIII pero los orígenes de este paso se remontan a la Edad Media: allá por el siglo XIII existía otro puente al que los temporales y las crecidas del Lozoya le acabaron pasando factura. Su nombre tiene una explicación histórica relacionada con la justicia: en sus cercanías se celebraban juicios y si los presuntos eran considerados inocentes volvían a atravesar este puente, ya que habían sido perdonados. Cruzarlo y no volver era sinónimo de castigo y traslado a otras latitudes presidiarias... Si lo cruzamos hoy en día, lejos de castigos (en todo caso físico si vamos muy rápido) podremos descubrir parajes hermosos como los de las cascadas del Purgatorio (a unos 1.500 metros)... O alcanzar la cima del puerto de la Morcuera.

Un ocaso con tintes rosáceos, morados y rojizos.