Valle de Aosta: postales de vides, castillos y montañas (mayo 2009)



Guarda Italia en su interior, allí donde los Alpes rasgan el cielo con cumbres de más de 4.000 metros, un trocito de esencia francesa: el Valle de Aosta. El Mont Blanc es el Monte Bianco en función de la perspectiva con la que se mire la montaña, pero los pueblos del valle que se abre hacia el este, italiano, no ocultan su nomenclatura de aires galos (Courmayeur, Morgex, Villeneuve… ); no distan tanto los días en los que la casa de Saboya tutelaba las dos caras de la montaña y todos sus territorios.



El valle, visto desde La Salle; el Mont Blanc preside esta estampa en los dias soleados.



Castillo de Sarriod de La Tour, presidiendo un acantilado sobre las aguas del Fiume Dora Baltea.

En Aosta el francés es oficial, pero también se habla cotidianamente el arpitano e incluso esconde una zona lindante con Suiza, Gressoney, con dialectos germánicos de chocante nombre: el titsch y el toitschu. Pero estamos en el siglo XXI y el valle de Aosta, el que actualmente constituye la región más pequeña de Italia (ostenta un carácter de “región autónoma” desde comienzos del siglo XX), emerge como una de las mecas continentales del esquí, con 28 estaciones, y el turismo de montaña que prima la calidad sobre la masificación. Sus cumbres de mas de 4.000 metros, sus mas de 400 lagos, sus 210 glaciales y su riqueza de flora y fauna, con todas las configuraciones posibles de bellas estampas, completan los atractivos medioambientales.



Una perspectiva de los Alpes desde el pueblo de Morgex.

En términos turísticos, considerado sus diferentes AIAT (Azienda di Informazione e Accoglienza Turistica) el valle puede dividirse en once territorios. A saber: Porta della Vallee, Monte Rosa Walser, Monte Rosa, Monte Cervino, Saint-Vincent, Aosta e Dintorni, Gran San Bernardo, Monte Bianco, La Thuile-Petit Saint-Bernard, Grand Paradis y Cogne. En términos humanos, dada las particularidades orográficas de la zona, cada pueblo disfruta de una particular autonomía y Aosta hace las veces de aglutinador. Es el sino de las zonas de montaña, que en Aosta además reúnen multitud de ejemplos encarnados en sus castillos y fortalezas, simbolos de un pasado lleno de trifulcas y enfrentamientos.



Casco urbano y castillo de Aymavilles.



Pura italia: el nuevo modelo de Fiat que se inspira en el 600, ante una franquicia de Tecnocasa de aires rústicos.

Aunque Aosta tiene un pequeño aeropuerto y la intención de las autoridades pasa por potenciarlo, el ferrocarril y sobre todo la autovía son los dos grandes medios de transporte; los dos, además, cruzan el valle de este a oeste y de algun modo lo vertebran. El coche, de hecho, fue nuestra herramienta de locomoción en un viaje de índole laboral. Tras aterrizar en uno de los aeropuertos de Milano, pusimos rumbo a Turin por la autostrada A-4/A-64. En las proximidades de la antigua capital del reino del Piamonte tomamos la A5, la autovía que une Torino con Francia a través del túnel del Mont Blanc y, claro, el valle de Aosta. Nuestro viaje concluía en el hotel Mont Blanc de La Salle, una pequeña localidad a medio camino entre la capital del Valle y la frontera con Francia.



Cartel de la entrada del Hotel Mont Blanc, en La Salle.

Su ubicación a media ladera le aportaba una gran perspectiva sobre el valle al alojamiento, pero el tiempo cambiante nos dejo con las ganas de disfrutar de la estampa nevada del Mont Blanc, visible sin problema en los días soleados. Sobre nuestro hospedaje aquellos días no añadiremos más explicación que la de un lujoso y hermoso lugar en el que desconectar gracias a su sauna o a su magnífica cocina. Dejaremos que aquello del “una imagen vale mas que mil palabras” haga de las suyas.



Vista de la entrada al Hotel Mont Blanc.



Vista del patio interior del Hotel Mont Blanc.



Vista del patio interior del Hotel Mont Blanc (2).



Vista del patio interior del Hotel Mont Blanc (3).



Vista del patio interior del Hotel Mont Blanc (4).



Vistas del valle desde una de las habitaciones del Hotel Mont Blanc.



Nuestra habitación.



Nuestra habitación (2).



Nuestra habitación (3).



Nuestra habitación (4).



Disfrutando de un exquisito postre, inspirado en el Mont Blanc y relleno de una magnifica crema de castañas, en el restaurante del hotel.

Este pequeño país de las montañas sorprende por su esfuerzo en la producción vinícola, grandes caldos trabajados con mimo y esmero en pequeñas explotaciones arrancadas a la orografía. Las vides son mas habituales en la parte baja del valle, donde las llanuras encuentran mas constancia, pero no son elementos extraños en la parte alta. Conscientes de sus limitaciones para lanzar al mercado añadas de muchísimas botellas, el potencial es la calidad y la exclusividad. Resulta muy atractivo el contraste entre una quebrada zona de verdes viñas con una nevada montaña de mas de 2.000 metros de fondo, escoltando las siluetas de las parras.



El castillo de Aymavilles, visto desde unos viñedos cercanos al casco urbano principal.

Aosta, la capital, 124.000 habitantes oficiales que son alguno más, se asienta en la zona central. De origen romano (fundada en el 25 a. C.), y considerada la Roma de los Alpes por la riqueza de su patrimonio histórico, la ciudad esta bañada por los cursos del Torrenti Buthier y, sobre todo, el Fiume Dora Baltea (Doiree Baltee en francés), el gran curso de todo el valle y en el que desemboca el primero. El centro de Aosta, peatonal, lleno de tiendas e impregnado por ese intangible del estilo italiano (que damos fe que existe) sorprende por la presencia de interesantes monumentos. Entre todos, por su monumentalidad, destaca la majestuosa Puerta Pretoria: el antiguo acceso principal a la ciudad. Se trata de un doble muro, separado por unos 12 metros, que cuenta con tres ojos por los que antiguamente, según su pertenencia a una u otra categoría, pasaban los peatones y los carros. Aun se puede apreciar el hueco donde estaban las rejillas que hacían las veces de cierre. Esta puerta, claro, formaba parte de un recinto amurallado que aun hoy se conserva, aunque en algunos tramos se encuentra disimulada tras las edificaciones. De los restos de su teatro romano, cerrado al público, apenas pudimos esbozar cuatro miradas lejanas a través de unas vallas.



Un paseo por la peatonal Via Sant Anselmo de Aosta.



El Arco de Augusto, con el crucifijo del Santo Rostro en su ojo.

A la entrada del municipio, siguiendo con los recuerdos de Roma, veremos el no menos atrayente Arco de Augusto, construido en el año de la fundación para conmemorar la victoria romana sobre los Salasos. A este arco se le coloco en el siglo XV un valioso crucifijo, el del Santo Rostro (Saint Voult), que hoy se conserva en la catedral; en su lugar puede contemplarse una reproducción. Es obligatoria, asimismo, una visita a la plaza del ayuntamiento, un espectacular edificio de aires neoclásicos en la Plaza de la Republica, y a la cercana y policromada Catedral de San Juan Bautista, concluida en el siglo XIX, semejante a un templo romano y poseedora de un curioso pórtico “incrustado”. Se hace mucho hincapié en la antigüedad del recinto, que ahonda sus raíces en el siglo V. Una antigüedad, sin embargo, que hay que matizar. No muy lejos se encuentran la romanica colegiata de San Orso y su vecina iglesia, que a finales de cada mes de enero reúne e impulsa una festividad de pequeñas esculturas en madera labradas por los habitantes del valle.



El neoclásico ayuntamiento.



Una cabina telefónica.



La Puerta Pretoria. La foto no es muy buena y esta ligeramente movida, pero la bateria nos dio problemas y la falta de recambio nos jugó una mala pasada. Una buena excusa para volver.



El campanario de San Orso. La colegiata, que no pudimos visitar, pasa por ser un tesoro del arte medieval.


Un turista ataca la Grella o copa de la amistad, recipiente de barro con varias bocas, unas seis, en el que se mezclan diferentes licores y trozos de frutas. Se bebe caliente (de hecho se flambea todo) y la costumbre dice que el contenido, bastante fuerte pero ideal para entrar en calor, tiene que ser consumido a rondas. Llega un momento que se desconoce cual agujero te corresponde en esta transalpina queimada.

En cualquier caso, la presencia de restos de origen romano por todo el valle es habitual. Uno de los mejores y más impactantes ejemplos es el llamado Puente de Pondel, en el minúsculo pueblo homónimo (cercano a Aymavilles). Se trata de un antiguo acueducto que, en plena montaña, hace las veces de puente (de ahí su consideración) y salva una profunda garganta de mas de 50 metros de profundidad. Las vistas dan vértigo, pero se olvida fácil con enorme belleza de los tupidos bosques del entorno. Que sea una zona magnífica para el turismo refuerzan el gran nombre de este lugar, muy visitado.



Pont du Pondel.



El minúsculo pueblo de Pondel, visto desde el otro lado del acueducto. Se intuye el enorme abismo que salva.



Otra perspectiva sobre el Pont du Pondel.



El entorno maravilloso del acueducto, punto de partida de varias rutas de senderismo.

El valle, del mismo modo, encandila con sus castillos y presume de contar con la densidad más alta de toda Europa, herencia palpable de tiempos pasados llenos de confrontaciones, clanes y pequeñas escaramuzas. No existe, además, un patrón concreto en su estilo. Cada uno va un poco por libre. En la actualidad, 23 de estos recintos son visitables. El de Saint-Pierre, el de Aymavilles o el de Fénis son tres de los mejores y más hermosos ejemplos de estas construcciones que presiden cerros, acantilados y zonas estratégicas que se recortan con la majestuosidad de los Alpes de fondo. Por cierto, sobre el de Saint-Pierre los lugareños presumen que fue el auténtico inspirador del que imaginó en su dia Walt Disney, y no el considerado alemán de Neuschwanstein. Se basan en que Disney estuvo en el valle de Aosta en su día (parece cierto e incluso nos comentaron de unos supuestos orígenes familiares en la zona; quién sabe) y quedo encantando con sus fortalezas.



Castillo de Saint-Pierre.



Castillo, mas bien mansión bien protegida, de Morgex.



Otra imagen del castillo de Morgex.



Castillo de Fénis, el que más nos gustó.



Entrada principal al Castillo de Fénis.



Castillo de Fénis (2).



Castillo (izda) y casco urbano de Aymavilles.

Otros de los atractivos del valle pueden ser una visita al Monte Bianco (
ya tratada en este blog) o dejarse llevar por su oferta de turismo termal, como la de la afamadísima, e historica, Terme Pré-Saint-Didier y esa posibilidad, más allá de circuitos, de remojarte en una piscina exterior de agua caliente, mientras la niebla cubre las montañas cercanas e incluso una pequeña llovizna hace acto de presencia. Aunque el hotel también tenía unos pequeños baños termales muy currados que nada, o casi, tenían que envidiarle. De Pré-Saint-Didier no podremos olvidar el curioso momento en el comedor (servicio incluido con el precio de la entrada), en el que todo el mundo acudía con su inmaculado y pertinente albornoz blanco para dar buena cuenta de un menú rico en cereales, frutas, infusiones y tisanas. Un lugar bastante propicio, visto lo visto, para limpiar la carbonilla del cuerpo con música new age, chill out o relax de fondo.



Pré-Saint-Didier. Al final de esta calle, a mano derecha, sale el desvio hacia las cercanas termas.



Inicio del Col del Pequeño San Bernardo (2.188 metros), el paso historico natural a Francia, desde Pré-Saint-Didier.



Parrocchia di Santa Maria Assunta, en Morgex.



Parrocchia di Santa Maria Assunta, en Morgex (2).



Detalle de la parroquia de Santa Maria Assunta, en Morgex. Curiosa "gargola" de madera para evacuar agua.



Parrocchia di Santa Maria Assunta, en Morgex, vista desde una calle peatonal cercana.






Parrocchia di Santa Maria Assunta, en Morgex (3).



Espectacular Cristo policromado presidiendo el interior de Santa Maria Assunta casi suspendido en su crucero.



Parrocchia di Santa Maria Assunta, en Morgex (4).



Morgex.



Bonita fachada en un edificio publico de Morgex.



Morgex.



Un parque móvil bastante particular en una calle de Morgex.