Luces de mil matices en el Tómbolo de Trafalgar (agosto de 2010)



Pese a que su nombre evoca literarias tragedias navales de índole militar, recuérdese la derrota de la flota hispano-francesa a manos británicas en plena ebullición napoleónica, un traspié gestado en un cúmulo de decisiones erróneas de cuño galo, lo cierto es que la belleza del cabo de Trafalgar y su entorno es incuestionable. Como si la sangre que bañó sus playas y acantilados hubiera realzado sus encantos en una paradójica tragedia de viva luz y agradables brisas. Desde Trafalgar se asiste a una de las puestas de sol más emocionantes de todo el estado español, si bien otras latitudes más insulares han explotado monopolísticamente esta denominación de origen "sunshine". Donde los lugareños ven un perjuicioso agravio comparativo, ha sido un dique que ha evitado la tan temida masificación. Ni Trafalgar ni los cercanos Caños de Meca, ni en general toda la costa gaditana, son tan desconocidos como hace una década, como puede dar fe la cercana urbanización Trafalgar, a un kilómetro y medio, una de tantas concentraciones de residencias (El Palmar, Zahora, los propios Caños,…) pero el flujo de visitantes sigue siendo relativamente menor que en otras latitudes. Eso no impide que cada tarde verano se reúnan decenas de personas en los alrededores del faro para contemplar tan primoroso espectáculo natural en tan privilegiada terraza sobre el océano Atlántico. Además de su faro, levantado en 1860 y anexo a otra construcción de vigilancia originaria nada menos que del siglo IX, Trafalgar tiene una doble vertiente de celebridad a la que añadimos una tercera: sus mencionadas puestas de sol. La primera, histórica; la segunda, menos conocida pero no por ello menos importante, geológica. Vayamos por partes en un somero repaso de las dos.

La historia nos cuenta, y lo narra Benito Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales y lo aborda Arturo Pérez Reverte en su Cabo Trafalgar, que el 21 de octubre de 1805 una flota de 33 navios (15 españoles y el resto franceses) mandados por Pierre Villenevue se enfrentó en las aguas de Trafalgar a la de 27 embarcaciones capitaneada por el mitificado Horatio Nelson. Aunque las cifras engordaron en los días posteriores por el estado calamitoso de muchos heridos y el temporal que se desató tras el combate, 449 británicos perecieron y otros 1241 fueron heridos. En el bando hispano francés la debacle fue total: 3243 muertos (2218 franceses y 1025 españoles) y 2538 heridos. Aunque es un error juzgar los hechos del pasado bajo la óptica de los criterios del presente, lo cierto es que se mire por donde se mire la gestión de Villeneuve fue funesta y mejor hubieran ido las cosas con Federico Gravina al mando. La geología ejemplifica a Trafalgar como un modelo ideal de tómbolo (lengua de arena que une una isla a suelo continental). En su día un simple islote cercano a la costa, los sedimentos transportados por las corrientes marinas y la ayuda del Levante y el Poniente fueron creando un cordón de tierra que unió la insula al resto del continente hasta darle su fisonomía actual, declarado monumento natural en 2001. La acción de los vientos (especialmente el Levante) fomentó un paisaje de dunas tan vivo que incluso el asfalto de la vieja carretera que asciende el promontorio hacia las instalaciones del faro, una vía cerrada al tráfico desde que hace unos años se tomó conciencia de su impacto, camina lentamente hacia su desaparición bajo la arena. Posiblemente lo impida el peregrinar diario de cientos de personas, que acuden a contemplar su atardecer o a sus playas 100% naturales desde las zonas cercanas.

Lo cierto es que algo de mágico tiene Trafalgar, un lugar que enganchó a romanos y musulmanes por los restos arqueológicos encontrados en su entorno. Tal vez esa luz tan mediterránea en pleno Atlántico y esos besos de la brisa en la piel. O tal vez algo más que haya que seguir buscando...

Cabo de Trafalgar. Ubicación geográfica de este tómbolo ejemplar, considerado monumento natural, acuñado por los vientos de levante y poniente [mapas de ViaMichelin]. En su entorno se han encontrado restos de una factoría de pescado de tiempos romanos, misma época en la que se sitúa en su cima un templo dedicado a Juno; y también existió un pequeño asentamiento musulmán. El nombre de Trafalgar derivaría etimológicamente de "Taraf al Ghar", algo así como "cabo de la cueva". De esa cueva no tenemos conocimiento. Trafalgar inspira una concurridísima plaza en Londres.


El cabo de Trafalgar y su faro, vistos a través de la ropa tendida en una terraza en los Caños de Meca.


Maravillosas vistas al atardecer sobre el tómbolo desde La Jaima, uno de los locales más afamados y clásicos de Caños.


Otra vista de Trafalgar, en esa ocasión desde la carretera A-2233 que une Barbate (el pueblo al que pertenece la pedanía de Caños de Meca) y Conil de la Frontera. Estamos en pleno Parque Natural de La Breña y las Marismas de Barbate.


Otra vista de Trafalgar (centro), en esta ocasión desde una de las calas que forman la playa de los Castillejos, playa mixta en cuyos acantilados mucha gente extrae lodos que se untan por todo el cuerpo.


El faro, imponente, desde la arenosa playa de Varadero o Marisucia.


Las Dunas, el concurrido y curioso chiringuito que pone fin a la civilización. Junto a la playa de Marisucia y a unos dos kilómetros del faro, caminando. Hacia el fondo llegaremos a la carretera A-2233. En nuestro camino encontraremos varios establecimientos hosteleros, animadas discotecas nocturnas y negocios de alimentación.


Junto al Chiringuito Las Dunas se corta la carretera. Antes los coches podían avanzar más, pero por una cuestión de protección medioambiental han cerrado al paso esa carretera que sube al faro y que la arena, día a día, cada vez cubre más.




El faro y la vieja carretera que la duna cubre lentamente.


El Monte Meca, con los Caños (debajo, derecha), contemplados desde la playa de Marisucia.


El faro, entre las dunas.


El corazón del tómbolo. La arena que todo lo cubre, entre el levante y el poniente.


Algún hijo de su madre olvidó esta litrona, que ha acabado medio enterrada en una de las dunas llena de esa arena tan fina.


Varios jinetes completan una excursión a caballo en las proximidades del faro de Trafalgar.


Camino del faro por la vieja carretera que sólo usan los operarios del faro y que se construyó sobre la mismísima espina dorsal del tómbolo.


Antigua rotonda hasta la que antes se podía llegar con el vehículo. Restaurada y decorada con un poema de Benito Pérez Galdós dedicado a la batalla de Trafalgar, es parte de un concurrido paseo.


Una vista desde los primeros metros de suave ascensión al faro: la Sierra de Meca, los Caños de Meca, el océano, las dunas, la arena, la vieja carretera, los paseantes,... la vida intensa en el tómbolo.


Atardece de camino al faro de Trafalgar.


Cada vez más cerca. Últimos metros de una subida poco exigente.


El faro, una infraestructura del siglo XIX reformada en 1929.


Los alrededores del faro, acondicionados como zona de paseo y de acceso a las varias playas que tiene en sus proximidades. Varios paneles explicativos nos informan de qué es un tómbolo, cómo se forma o qué paso exáctamente en la Batalla de Trafalgar.


Comienza el espectáculo de la puesta de sol. Decenas de personas acuden al faro, un mirador único. Cuando este espéctaculo inolvidable se acaba, los aplausos estallan espontáneamente.


El faro y sus instalaciones, en otra perspectiva.


Dos turistas conversan y fotografían un sol cada vez más pequeño que se va fundiendo con el horizonte.


A la derecha, restos de la torre de vigilancia árabe. En este punto el cabo se asoma a un acantilado que alberga cierto peligro. Un poco más abajo, una magnífica playa se extiende hasta Zahora.


Un pescador pone a prueba su equilibrio y se aprovecha de unas aguas calmadas exponiéndose un poco más en el acantilado.


Ojo con caerse...


Una joven mira al horizonte en una de las rocas que se asoman desafiantes al acantilado.


El acantilado en cuestión: garantizamos que la leche tiene su miga, en caso de darse.


La playa del Faro, de los Bancos o de la Caldera, peligrosa junto a éste por sus remolinos y corrientes; más segura a medida que nos alejamos.


Restos de la vieja torre de vigilancia árabe, del siglo IX.


Vistas magníficas del cabo de Trafalgar, su faro y los restos de su torre árabe desde la playa de los Bancos.


Puesta de sol en la playa de los Bancos, unos días después de la tomada desde el cabo de Trafalgar.


El cabo de Trafalgar y su conjunto, en una fotografía tomada desde la playa de Zahora.


Las huellas de un veraneante sobre la orilla, en un momento de repliegue del agua.


Dos jóvenes juegan a las palas en la playa de Marisucia ante la atenta mirada de un árbitro canino.


El Océano Atlántico, visto a través de dos pequeñas dunas arenosas en el corazón del tómbolo.


El faro (izquierda), que emerge sobre las dunas, visto desde una posición playera en Marisucia.