Grandes vistas en una agradable visita al conjunto de la Alcazaba de Almería (agosto de 2008)



Un privilegiado otero sobre las aguas del Mediterráneo y las tierras aleñadas, un testigo pétreo del esplendor y la decadencia de la ciudad que crece a sus pies, un faro sobre sus luces y sobre sus sombras, sobre sus grandezas y sobre sus miserias,… estas podrían ser algunas frases con las que presentar una visita al conjunto monumental de la Alcazaba de Almería, una grandiosa obra, maltratada por los devenires históricos desde las conquistas a los terremotos, que no ha comenzado a tener el reconocimiento y la atención turística que se merece una obra con un perímetro de casi kilómetro y medio hasta fechas muy recientes. Visto con perspectiva, peor le fue a la construcción original sobre la que Abderramán III, el que le había dado a Almería la condición de medina (ciudad) mediado el siglo X, edificó el embrión de lo que la historia, con varias remodelaciones por el medio, nos ha legado. Visto con más perspectiva aún, la de las foto aéreas, la alcazaba y sus tres recintos se asemejan a un enorme barco, con su cubierta, su puente de mando y hasta su mascarón de proa, en el Baluarte del Saliente. Desde dentro, algunas perspectivas refuerzan esta bonita y subjetiva percepción.

Hoy en día, sí, un preparadísimo cuerpo de guías y bedeles asesoran y contextualizan la grandeza e importancia de un recinto cuyo valor geoestatégico salta a la vista comprobando in situ su posición. Pero también sigue abierta la desengañante posibilidad de errar para todo aquel visitante que desconozca que el acceso fetén se encuentra junto a la calle Almanzor; y que, por cosas del perderse a propósito en el mar de callejuelas del barrio de la Chanca, aparece por el paseo Ramón Castilla y se deja guiar por la pendiente ascendente, llegará a una puerta, entrará en los alrededores de la parte cristiana, extramuros eso sí, y tendrá vistas interesantes y poco más. ¡Ay de aquellos temerarios que padezcan esa caminata bajo el calor! Desde la calle Almanzor, una generosa escalinata tan apta para humanos como para bestias serpentea hacia la Puerta de la Justicia, donde se encuentran las taquillas y otros servicios y se accede propiamente al recinto. Recordando las tarifas, las entradas eran gratuitas para los ciudadanos de la Unión Europea y muy económicas para los que no (en torno al euro y medio o dos, no más). Superado este trámite, nos encontramos de lleno el denominado parque de Castilla, el primero de los tres recintos en los que se subdivide la alcazaba. Por esos devenires históricos a los que nos referíamos con anterioridad, los mismos que han motivado más de una reforma, la alcazaba es un monumento vivo. Una viveza nacida de una importancia nada casual con algún aderezo de catástrofe natural, como el terremoto que la azotó en 1522. ¿Nada casual? Valoremos. Un puerto comercial importante del Mediterráneo occidental. Un punto geoestratégico valiosísimo para proteger el enclave. Una climatología muy benigna. Un lugar relativamente cercano a Granada… Y es que si La Alhambra es el monumento musulmán más extenso de los que nos han llegado, la alcazaba de Almería es el segundo gracias a casi su 1,5 kilómetro de perímetro. Y tal vez toda esa herencia comercial naviera haya encontrado su mejor plasmación en la forma “petrolera” que se le intuye al conjunto a ojo de pájaro.

La alcazaba, todo su conjunto, se subdivide en tres recintos. Por el que accedemos, muy reformado, vía Puerta de la Justicia, es de origen musulmán, en otro tiempo acogió numerosas edificaciones, como en una suerte de ciudad dormitorio palaciega, alberga hoy un parque, el de Castilla. De la importancia del agua para aquel asentamiento queda constancia en los restos de un aljibe. Paseando junto a sus almenas obtendremos unas vistas magníficas de la ciudad. Incluso tendremos al alcance de la retina el curioso Cable Inglés, otro símbolo de Almería. Al otro lado, el vecino Cerro de San Cristóbal y las murallas que ordenó construir el rey taifa Jayrán, del que toman el nombre. A través de la denominada Casa del Alcaide accedemos al segundo recinto, también de origen musulmán y en el que encontraremos los restos de la estructura palaciega de la edificación, los restos del Palacio de Almozatín y los ecos de leyenda del Mirador de la Odalisca, así como algún patio de ecos “alhambrescos” ciertamente encantador. El conocido como Muro de la Vela, coronada por una pequeña españada equipada con campana que se fundió y se instaló en 1763 bajo el reinado de Carlos III. En el horizonte, desde este segundo recinto, tendremos una perfecta visión sobre el ala más occidental de la alcazaba, de origen cristiano. Conquistada la ciudad en 1489, los Reyes Católicos no dudaron en destruir parte de la zona palaciega para levantar una fortaleza-castillo de robustas torres y patio de armas de aire muy marcial. Pequeño puente levadizo mediante, llegaremos a una parte del monumento que ofrece excelentes panorámicas sobre el entorno. No choca ese aire medieval en un recinto de transmite vida. Herencia de siglos de cambios.

De la pluma de Juan Goytisolo nos llega una buena descripción de lo que es, supone y transmite la Alcazaba de Almería. Escribe en La Chanca (1962): “La perspectiva de Almería, vista desde el hacho de la Alcazaba, es una de las más hermosas del mundo. Por tres pesetas, el visitante tiene derecho a recorrer los jardines desiertos, escalonados en terrazas, y puede sentarse a la sombra de un palisandro a contemplar un cielo azul, sin nubes. En el interior de recinto la calma es absoluta. El agua discurre sin ruido por los arcaduces y las abejas zumban, borrachas de sol. Las pencas de los nopales orillan el sendero que conduce a la torre del campanario. Un piquete de obreros retira escombros de una cisterna. El camino zigzaguea entre los chumbares y el forastero se detiene a admirar el mazo florido de una pita. Luego, cambiando de rumbo, prosigue su ascensión por el adarve, hasta la atalaya del torreón”.

Almería. Ubicación geográfica. No nos será muy difícil encontrar la alcazaba, mirador a la ciudad y sobre el Mar Mediterráneo.


La ciudad y el puerto de Almería, reflejado en las gafas de una visitante de su alcazaba.


La alcazaba, vista desde el barrio de La Chanca.


La calle Descanso se estrecha en su leve ascenso hacia el perímetro del conjunto monumental de la alcazaba, que se percibe claramente.


El recinto de la alcazaba, visto desde el paseo Ramón Castilla, con la Torre de los Espejos captando todas las retinas.


La parte más oriental del recinto y del paseo Ramón Castilla. Un lugar donde el turista aventurero se suele confundir pensando que va bien para alcanzar la entrada a la alcazaba. Ninguna señalización le ahorra el error.


Los barrios de la Chanca y Pescadería, a los pies de la alcazaba y su conjunto. Este antiguo arrabal musulmán, posterior núcleo de pescadores, fue durante décadas un foco de marginalidad.


El árido entorno nos transporta, efectivamente, a otros lares más propios del far west. Esta vista pertenece al lado más occidental del recinto.


Seguimos en el lado más occidental del recinto. Al fondo, los viaductos de la autovía que une Cádiz con Barcelona por todo el Levante.


Robustas torres de aires poco musulmanes, nacidas en la ampliación y reforma ordenada por los Reyes Católicos cuando la ciudad fue conquistada en 1489.


Detalle de una aspillera (o tronera), abertura por la que se disparan armas de fuego (arcabuces, etcétera).


Imagen del añadido de los Reyes Católicos y su cimentación pétrea.


Desde este punto tenemos una vistas excelentes sobre unas instalaciones del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de explicativo nombre: Centro de Rescate de la Faunia Sahariana, también conocido como Estación Experimental de Zonas Áridas. Allí se han salvado de la extinción las gacelas dama mohor, que no han sido vistas en libertad desde 1968, y se capturaron ejemplares de gacela dorca, gacela de cubier, y arruís; estas especies están siendo reintroducidas en Senegal, Túnez, Marruecos,...


Una vista de las murallas del Jayrán y el monumento al Sagrado Corazón, en el cercano Cerro de San Cristóbal. Esa valla de la izquierda no sólo nos impide el paso, sino que nos salva de una caída de vértigo.


Maciza torre de la Noria del Viento, uno de los atractivos de esta "falsa" primera visita.


La Chanca y Pescadería, vistos desde unas escaleras en la parte más occidental del recinto de la alcazaba.


Un enorme crucero hace escala en el puerto de Almería. O Quizá sea un ferry de los que unen regularmente la capital provincial con otros lares de Europa y África. Nótese el tamaño del buque con respecto a las casas cercanas.


Éste y no otro es el acceso principal al conjunto monumental de la Alcazaba de Almería, desde la calle Almanzor y bajo la Torre de los Espejos. El paseo Ramón Castilla nos puede llevar a andar hacia el extremo más occidental, donde se encuentra otro acceso, parcialmente abierto y muy abandonado, al recinto reformado tras la conquista de Almería por los Reyes Católicos.


Una atractiva escalinata. No es original, sino una adaptación restaurada.


Aparece un vergel ante nosotro mientras seguimos escalando escalones.


Almería vista desde el acceso a su alcazaba.


La puerta de la Justicia, homónima a la existente en La Alhambra de Granada, es el punto de acceso al recinto. La foto está tomada desde su lado interior.


Antes de entrar, este curioso aljibe refrescará nuestros pasos.


El primero de los tres recintos interiores de la alcazaba, muy restaurado, sorprende con un cuidado espacio ajardinado: el Parque de Castilla. Al fondo se intuye el Muro de la Vela, que separa el primer y el segundo recinto, y la campana de la Vela (centro), fundida en 1763.


El Cerro de San Cristóbal, coronado por su monumento al Sagrado Corazón, poseedor de los restos de un antiguo castillo y rodeado por las denominadas murallas de Jayrán, que procedentes de la alcazaba salvan el Barranco de la Hoya.


Almenas y setos en el parque de Castilla, que en otro tiempo estuvo completamente urbanizado.


Ascendiendo unas escaleras camino del segundo recinto.


Un turista se asoma a la gran ventana de la casa del Alcaide, con vistas sobre el Barranco de La Hoya, el Cerro de San Cristóbal y la ciudad, claro.


Acceso al segundo recinto, originariamente la ciudad palaciega musulmana, a través de la denominada Casa del Alcaide.


Los patios de este segundo recinto son de gran belleza.


El antiguo recinto palaciego, con los restos del Mirador de la Odalisca a la derecha de esta fotografía.


La ciudad, vista desde una especie de azotea existente en el Muro de Vela, con el recinto asemejándose en cierta manera a la cubierta de un barco. El Baluarte del Saliente sería el mascarón de proa de esa gran nave que recuerda el conjunto monumental de la alcazaba.


Otra vista sobre los restos del antiguo recinto palaciego musulmán. En un segundo plano, la Torre de Homenaje, del añadido cristiano del siglo XV inconfundible por su estética de castillo.


Vistas de Almería desde las murallas del segundo recinto.


La Torre del Homenaje, esbelta y firme, es impresionante. Bonito y curioso contraste con un entorno quebrado y seco.


No debe extrañarnos en absoluto la gran cantidad de gatos que encontraremos, como unos habitantes más, dentro del recinto. Algunos ofrecen instantáneas muy graciosas con sus miradas curiosas o inquietas.


El patio de armas del tercer recinto, absolutamente empedrado, y su Torre de Homenaje desde otra pespectiva.


Una puerta abierta sobre el azulísimo Mediterráneo.


Un viejo cañón que ya no aguarda enemigos y sí curiosos visitantes. En la Torre de la Pólvora.


Bóvedas "planas" de ladrillo en la Torre de la Pólvora. Ante todo funcionalidad.


Almenas sobre el Mediterráneo.


Restos de obras de ingeniería hidraúlica, uno de los puntos fuertes de la presencia musulmana en la Península nunca lo suficientemente valorado, presentes en el primer recinto.


Un último vistazo panorámico, con el Cable Inglés a la derecha, antes de irnos de tapas...

La Puebla de Guadalupe, Guadalupe, es su monasterio y mucho más (mayo de 2010)



A los pies de las extremeñas Sierras de las Villuercas y de Altamira, allí donde los Montes de Toledo encuentran su techo, a poco más de 1.600 metros sobre el nivel del mar en una rocosa cumbre de antiguos usos militares y fértil futuro ciclista, la del Pico Villuercas, crece desde el siglo XIV la hermosa y fotogénica Puebla de Guadalupe, Guadalupe a secas para la gran mayoría de los mortales y los carteles indicadores de la Dirección General de Tráfico. Si el origen de este nombre deriva del árabe (wad-al-luben, “río escondido”), o de una mezcla del árabe y el latín (wad-al lupus, algo así como “río de los lobos”) o, como sugiere Jesús Callejo, de una influencia de la procedencia de los 31 primeros monjes que llegaron al monasterio (el monasterio de San Bartolomé de Lupiana, en Guadalajara) apenas trasciende ya del debate etimológico. Guadalupe en sí es una marca. O una denominación de origen advocacional, etiqueta que le pega más por eso de ser un núcleo urbano. Y lo es de prestigio, además. La villa es hija de la inercia de los servicios, los trabajos y las posibilidades que comenzó a requerir y a posibilitar la primigenia capilla, luego creciente monasterio, en el que se custodiaba la talla de una Virgen que un pastor, Gil Cordero, halló junto a las aguas del actual río Guadalupejo cuando buscaba una res que se le había extraviado. Eran tiempos de osos y geografías más ingobernables. Gil Cordero halló la vaca muerta y una aparición de la Virgen le dijo que bajo su cuerpo, respetado por la descomposición o las labores de rapiña de los buitres, se encontraba una imagen suya. Allí, donde por cierto resucitó la vaca, debía levantársele una ermita. ¿Cómo llegó allí esa talla? Un supuesto escrito hallado junto a la imagen indicaba que ésta había sido sacada de Sevilla cuando la integridad cristiana de la capital hispalense peligraba ante la amenaza musulmana.

Por 1329 la capilla estaba en pie, aunque algo ruinosa. Entre 1330 y 1335 se concibió un recinto que fue variando, entre las el Monasterio y la Virgen de Guadalupe ya congregaban tantos peregrinos que los itinerarios de acceso a la villa eran mejorados con nuevas infraestructuras. Para salvar las aguas del Tajo, que aquellos tiempos cogían algo más lejanas por cuestiones de medios de transporte, se levantó un puente que acabó bautizando un pueblo: el toledano Puente del Arzobispo. El fervor mariano creció proporcionalmente a la prosperidad de este núcleo urbano donde los hospitales tuvieron una gran importancia. En la gestión de la orden de los Jerónimos cuajó en el monasterio un interesante caldo de cultivo para incipientes investigaciones científicas y profundas revoluciones culturales. Ciencia a la luz de la religión, cierto, pero con un tamiz aperturista semejante el espíritu que en su día invadió Toledo. En Guadalupe la actual penicilina encuentra un antecedente tan serio que el propio doctor Alexander Fleming, el del hallazgo definitivo (1928), dicen que pasó por su botica para estudiar in situ sus hallazgos. En Guadalupe se celebró la primera autopsia de España de la que existe documentación concreta, en el siglo XV. Y tantas otras iniciativas cuya trascendencia habrá sido mínima o se habrá borrado en los años oscuros del ocaso y la decadencia.

Lo cierto es que bajo control de la orden de los Jerónimos, cuatro siglos nada menos de tutela, el crecimiento fue tan constante como “internacional” (su aportación en el continente americano fue enorme) y diverso en influencias arquitectónicas. Tumba de reyes (Enrique IV de Trastámara, por ejemplo). Fuentes de inspiración para monarcas (Isabel II, Felipe II,…). Pero llegó 1835 y se produjo la exclaustración de esta orden. Tiempos en cierta manera revolucionarios, donde cambiaban las mentalidades y se cuestionaba el poder preestablecido y heredado. Ese dicho de tintes revolucionarios, “mejor que conde o duque, fraile de Guadalupe” acabó notándose. Sin los Jerónimos, la larga sombra de la decadencia amenazó con destruir todo el conjunto. En algunas páginas web se pueden encontrar fotografías de comienzos del siglo XX en las que se comprueba el lamentable estado de conservación del denominado claustro gótico, siempre más eclipsado que el mudéjar. El abandono, la ocupación ocasional de índole militar, en cierta manera el espolio de su patrimonio (los franceses, durante la ocupación napoleónica, ya habían hecho de las suyas con anterioridad),…

En 1908 los franciscanos recibieron el encargo de frenar la decadencia de la ya por entonces patrona de Extremadura (1907) y su morada, ya por entonces Monumento Nacional (1879). Un frenazo a la caída libre. Hoy, el Real Monasterio de Santa María de Guadalupe, patrimonio de la humanidad desde 1993, capital espiritual de Extremadura e irónicamente dependiente de la diócesis de Toledo, sigue seduciendo a fieles y a agnósticos, embrujados por sus museos de bordados y miniados, por el frescor de su decorado claustro y su templete mudéjar (1405), por la sacristía en la que las pinturas de Francisco de Zurbarán (Las tentaciones, Apoteosis de San Jerónimo) encogen cualquier alma, por su suntuoso y numeroso relicario, por los cuadros del Greco salvados de las aguas que sumergieron Talaverilla y recuperados tras su exilio en tierras toledanas. Por su camarín. Un paseo por su claustro, descubriendo sus lápidas, alguna capilla, la historia que nos cuenta una sucesión de cuadros expuestos a las inclemencias del relente o el calor,… un lugar único, sin duda, reforzado por ese maravilloso templete. Tan impresionante como el templete, y por supuesto mucho más desconocido, el fanal que Juan de Austria le arrebató a los turcos en la Batalla de Lepanto, que aún conserva un impacto de proyectil y que cuelga en la sacristía como una lámpara más. Una pega, más cuando se paga una entrada por la visita (la tarifa básica, 4 euros): la prohibición de realizar fotografías en los museos o los espacios religiosos aún cuando no haya oficios o misas o se haga con respeto. Muchas maravillas se han quedado sin cabida en el blog por este motivo, como el fanal antes mencionado. Visto desde otra perspectiva, también es cierto que hay cosas que deben verse in situ para captar toda su esencia.

En la plaza principal, la de Santa María, esa misma de especial arquitectura popular en la que proliferan bares y restaurantes con encanto en los que degustar sus afamadísimas morcillas, en esa plaza la fuente circular sigue manando agua; y en su centro, desde el siglo XIX, sigue la pila bautismal con la que fueron bautizados en 1496 los primeros indígenas del continente americano. Ésta, que no es más que una de las curiosidades históricas que esconde la Puebla, es una historieta que cualquier lugareño u oriundo no se olvidará de repetirnos. Incluso un relieve escultórico moderno inmortaliza tal hecho. No obstante lo suyo será perderse por los aledaños del monasterio. Pasear por sus callejuelas estrechas y descubrir sus arcos integrados en viviendas, su antiquísima red de surtidores de agua (un Canal de Isabel II óptimo y a pequeña escala) y esas añejas terrazas con aleros de madera. Comparar la cara más conocida del monasterio desde diferentes perspectivas. Y andar por el Barrio de Arriba, empinado, empedrado y señorial. Sin olvidar nunca eso mismo, que Guadalupe no sólo es su monasterio, aunque éste tire tanto que eclipsa muchas otras cosas. Como que Guadalupe también es la patrona de la Isla de la Gomera, por ejemplo. O que su figura representa un curiosísimo "Gibraltar" de índole religioso-administrativa entre Extremadura y la diócesis de Toledo. Qué cosas.

Puebla de Guadalupe o Guadalupe a secas. Mapa de ubicación. Nos encontramos en una de las zonas más abruptas de los Montes de Toledo, a los pies de su punto más alto: los 1.601 metros del Pico Villuercas.


Antiguo cartel de entrada a poblado, elaborado en cerámica y presente en el lateral de un viejo edificio de la calle Convento que ya no está precisamente a las afueras del pueblo.


El recinto del monasterio y la plaza de Santa María, vistos desde la calle Gregorio López, la que encauza la ruta principal que desciende de la EX-118 que viene desde Navalmoral de la Mata y Los Ibores.


El callejero.


Fachada sur, la más afamada, del Monasterio de Guadalupe.


La famosa y fotografiada fuente de la plaza de Santa María de Guadalupe, cuya parte superior es una pila bautismal que en su día estuvo en el interior del monasterio y que fue en la que fueron bautizados los primeros nativos traídos desde el continente americano.


Relieve conmemorativo del primer bautizo de nativos americanos, junto a la escalinata de acceso al atrio de entrada al monasterio.


Relieve escultórico conmemorativo del centenario (1907-2007) del nombramiento de la Virgen de Guadalupe como patrona de Extremadura. Está ubicado al otro lado de la escalinata de acceso al atrio del monasterio.


Unos visitantes descienden la escalinata por la que se accede al atrio y a los diferentes accesos: la antigua sacristía, el museo, la iglesia,...


Una puerta de bronce decorada con relieves alusivos a episodios religiosos.


Al fondo, que en una mirada normal con la fachada del monasterio de frente quedaría a nuestra izquierda, la pequeña puerta de la portería. Es la entrada al recinto, kilómetro cero para las visitas a sus diferentes salas museísticas y punto donde se encuentra la inevitable sala de venta de productos "relacionados con".


Una cruz fabricada en metal corona, como si de un pararrayos fuese, uno de los edificios que componen el conjunto del monasterio. Tuvimos suerte y esa nube fue pasajera.


Una vista de la plaza de Santa María de Guadalupe desde los accesos al monasterio. Al fondo, la calle Sevilla que conduce hacia el arco del mismo nombre.


Otra vista de la plaza de Santa María. En el centro, hacia la izquierda, el Hostal Restaurante Cerezo 2 en el que nos alojamos. Un lugar curioso: sin ser ningún Ritz, dentro de su modestia de hostal es bastante acogedor; pero los precios se acercan a los de un hotel y a muchos les superará. Es la tónica general de todo el pueblo en lo referente a hospedaje, salvo el parador que lógicamente es más caro.


Otra vista de la plaza de Santa María y sus concurridos negocios hosteleros, más visitados aún cuando cuentan con su terraza.


La fuente que podríamos llamar "de la pila bautismal".


Una paloma, a punto de abrevar.


Tomando el sol en una de las terrazas de su centro urbano con vistas a un entorno muy monumental.


La fachada, con más cercanía.


La torre del reloj, anexa a la iglesia y más parecida a una construcción típica de castillo.


Detalles constructivos vistos desde el acceso a la portería.


Un grupo de jóvenes forma un círculo en el atrio del monasterio y baila al son de una guitarra que, desde el centro y acompañada por la voz de un joven cura, desarrolla una melodía de aires religiosos. Una imagen habitual los fines de semana.


Unos visitantes descansan junto a la portería de acceso al monasterio.


Un visitante señala uno de los cuadros que explican el origen del monasterio en la llamada galería de los milagros, en el claustro mudéjar.


Cuadros al fresco en la galería de los milagros del claustro mudéjar.


Tumbas en el claustro mudéjar.


Detalle de dos tibias y una calavera en una de las lápidas. Muy de "Piratas del Caribe", pero siempre reflejo de la muerte.


Unos visitantes observan el famoso templete mudejar del monasterio de Guadalupe, más espectacular aún in situ con muchas de las instalaciones del recinto emergiendo por encima de las galerías del claustro.


El templete mudéjar.


Un detalle del templete mudéjar.


¿No os parece precioso este rincón?


Una vista cualquiera entre uno de sus arcos.


Cruce de arcos en una bóveda coronados con floretes.


Una barandilla petrea.


Esta fuente preside un rinconcito de aires muy alhambra.


Otra vista de una bóveda. Magnífico rematado.


Decoración heráldica.


Una tumba de un hombre de religión con su rostro desfigurado por el paso del tiempo.


Majestuosa bóveda de la iglesia del monasterio.


Ventanal interior de la iglesia.


Una vista algo movida sobre el enorme órgano.


El impactante retablo, en una imagen también movida.


Una escalinata que desciende del atrio a la altura de la entrada de la portería.


Arquitectura popular.


Terrazas, comercios, vecinos...


Un bonito rincón camino de la calle Sevilla.


Soportales techados de madera añeja y aprovechados por los negocios de comestibles y recuerdos.


Floreadas terrazas con vistas a la sierra.


Una bonita estampa de la concurrida calle Sevilla con el arco del mismo nombre al fondo.


Una vista de la fachada del monasterio, desde la calle Sevilla.


El Arco de Sevilla. Formaba parte del primer recinto amurallado de la Puebla de Guadalupe. De todos los conservados es el más pintoresco. Curiosamente está integrado en una vivienda habitada.


La arquitectura popular de la zona ha destacado el uso de la madera en los aleros y balcones, usos que aún hoy son perceptibles en muchas casas, como ésta en la calle Sevilla.


Sucesión de tejados de teja árabe con vistas a la sierra.


Un hermoso balcón con un coqueto trabajo de madera y un escudo de armas debajo.


Ascendiendo hacia el Arco del Chorro Gordo por una de las callejuelas de la antigua judería entre evocadoras fachadas.


La decoración con conchas (poco habituales tan al interior de la Península y símbolo religioso que entronca con el peregrinaje) del lateral de una casa en plena judería.


Una vivienda de la antigua judería de Guadalupe.


Arco del Chorro Gordo, que como curiosidad alberga una casa en su parte superior. Este arco formaba parte de la primera muralla de la Puebla de Guadalupe y a través de él se accedía, cosas del lenguaje, a la antigua calle Veneno o calle de los Judíos.


Una imagen de una fachada.


Arco de San Pedro, llamado así por una imagen del santo que preside su otra vertiente. Punto de entrada "oficial" al llamado Barrio de Arriba, de pendientes, plazoletas multiangulares y fachadas amplias, balconadas y señoriales.


Empedrada y empinada calle Real, la arteria principal del Barrio de Arriba.


El antiquísimo Hospital de las Mujeres, del siglo XV, en plena calle Real.


Los soportales no son nada inhabituales en un pueblo de sierra como éste, donde la lluvia tampoco es una desconocida. Bonita fachada, en todo caso.


Plazuela de la Pasión, de sabor tradicional pese a los coches. Enfrente, el antiguo Hospital de la Pasión, casa de acogida donde se estudió y se combatió con fuerza la sífilis.


Pilar en la plazoleta de la Pasión. También escuchamos hablar de fuente de la pasión. En todo caso es un ejemplo más de la completa antigua red de abastecimiento de agua para los habitantes.


Fachada en la calle de la Pasión, una de las que aglutina un mayor número de pintorescas vistas.


Una hermosa vista del Pico Villuercas y las antenas del antigüo centro táctico militar de su cima, junto a uno de los restos de la antigua muralla que rodeaba el monasterio.


Si rodeamos el recinto, por su lado norte llegaremos a la Hospedería Real, edificación anexa al monasterio en la que se encuentra el claustro gótico.


Otra vista.


El restaurado claustro gótico.


Azulejería con motivos marianos.


Detalle en el claustro gótico.


Calle Convento, vía que realmente es otra de las vías de acesso al centro de Guadalupe, junto a la calle Gregorio López. Al final de la misma hay varios bares de ocio nocturno, como el Polky, donde se reúnen muchos jóvenes de la zona los fines de semana.


Vistas del conjunto monumental del monasterio y su hospedería desde la plaza de Juan Carlos I, inusual porque se ha convertido en un aparcamiento adicional para los visitantes que acuden a Guadalupe. No será raro encontrarse a algún gorrilla.


Allí donde la calle Convento le gana sus metros metros a la plaza de Santa María se encuentra la estancia más suroccidental del monasterio: la mayordomería y portería.


El monasterio, visto desde uno de los soportales de la plaza de Santa María de Guadalupe tomado por negocios.


Degustando un exquisito solomillo con pimientos en el salón con vistas del restaurante del Hostal Cerezo 2.