El Convento de El Palancar, la casa El Caminante y las Peñas de los Cenizos: sitios para cargar pilas en el pequeño pueblo de Pedroso de Acim



Pedroso de Acim pasa por ser uno de los pueblos más pequeños de Cáceres con sus apenas 150 habitantes. Recostado en las laderas de la Sierra del Pedroso, este núcleo urbano presume de convento, el de El Palancar, oficialmente de la Purísima Concepción, una pequeña joya ubicada a unos tres kilómetros del casco urbano monte arriba (el desvío sale a mano izquierda, según llegamos a las primeras casas de la población) y que, afirman, es el más diminuto en todo el orbe cristiano. Engaña el exterior actual, que lo sobredimesiona y le resta la grandeza de un tamaño tan pequeño que convierte la experiencia de visitarlo, o casi, en una experiencia efímera. En la primera edición de este post nos preguntábamos cómo era posible que fuese considerado "convento" cuando no es habitado por monjas. Que lo pueblen frailes de la orden los Franciscanos, y no monjes, nos da una respuesta que tratan de extender a toda costa los lugareños, por regla general fervientes admiradores de la obra de un San Pedro de Alcántara cuyos restos descansan en Arenas de San Pedro (Ávila). El origen del recinto se encuentra en la cesión hecha por un noble, Rodrigo de Chaves, de unos terrenos en plena dehesa del Berrocal que disponían de una pequeña casa y una cerca para el cultivo junto a la llamada fuente del Palancar, de donde toma el nombre. Corría el año 1557.

Independientemente de la veracidad de la creencia de El Palancar como el convento más pequeño de la Cristiandad, enraizada con firmeza entre los locales, sí existe constancia documental de la obsesiva dedicación del franciscano San Pedro de Alcántara, el promotor de la obra allá por el siglo XVI, por todo lo que implicase penitencia y oración. Un enemigo de la ostentación y la magnificencia. Unas ideas que sí tuvieron que plasmarse en la obra que fundó y que encuentran buena muestra en la reducida celda que ocupó el santo o el pequeño claustro de un conjunto que, no obstante, fue ampliado en el siglo XVIII. La zona anexa, el patio exterior, el pequeño huerto, con esa higuera ante la que el santo (dicen) oraba, y el pequeño jardín, colgados como si de una terraza se tratase sobre el promontorio de la sierra, respetan la escala de esas coquetas pretensiones. No nos será difícil intuir el fértil valle del río Alagón, si dirigimos la vista hacia la izquierda. O, en nuestro frente, las colosales montañas del Sistema Central, que se abren para formar el Jerte. No estamos nada lejos de Plasencia, la puerta natural de acceso a estos valles de la montaña cacereña desde el sur. Esas vistas se multiplican por diez en nitidez si nos encaramamos a algunos de los riscales que emergen en las inmediaciones del convento, junto a la carretera que sube desde el pueblo.

El Palancar gana mucha belleza con esa perspectiva y ganamos visión hacia la derecha, por donde transcurre a apenas cuatro kilómetros la histórica Vía de la Plata y se intuye, al fondo, los parajes de influencia del Parque Nacional de Monfragüe, una maravilla natural. Sentados en una piedra, respirando aire fresco al sol, uno comprende que está en uno de esos lugares que bien valen para descansar los sentidos y ventilar el alma cuando el móvil o el ordenador se ponen pesados. A pocos metros del convento, junto a la última curva de herradura de la carretera, se encuentra el Restaurante El Palancar. Es bastante reciente: a las vistas, le aporta una buena cocina. El convento, que tiene su tirón turístico (aunque muy regional, de perfil devoto y muy educado, nada escandaloso), encuentra en él su lado más comercial. Una roca que se asemeja, cosas de la erosión, a una tortuga con su capazón le aportan encanto al entorno del restaurante.

No abundan, como por su tamaño no podría ser de otra forma, los establecimientos restauradores en Pedroso. Recostado en la ladera de la sierra (disfrutar cómo se va el sol, poco a poco, es realmente agradable), es un pueblo tranquilo, sosegado, de labor y emigración, como la mayoría de los extremeños. Pero un paseo por sus calles se hace agradable. Se descubre, por ejemplo, la torre del vetusto reloj o la curiosa disposición de su plaza mayor. O, en el centro, una casa rural, El Caminante, uno de los cuatro alojamientos rurales del pueblo (como El Postigo), aprovecha una antigua casa anexa al recinto para ofrecer al mundo, y por supuesto a los huéspedes, un museo etnográfico sobre la vida en otro tiempo. Allí se muestran numerosas piezas originales que nos cuentan en primera persona cómo era el hogar de nuestros mayores, cómo eran las escuelas de los enclaves rurales o qué utensilios se usaban en las labores domésticas, ganaderas o agrícolas. Muchos objetos, y ahí está el mérito, fueron recuperados de la basura y vertederos. No lejos de Pedroso, apenas a diez kilómetros, tras pasar bajo la moderna autovía que sigue los pasos de la histórica vía de la plata (y la posterior vieja nacional N-630) y el Puerto de los Castaños, se encuentra Grimaldo. Otro pequeño pueblo que a su entrada, a mano izquierda, tiene un restaurante magnífico: el Asador de Grimaldo. Las carnes de vacuno que ofrecen son de las mejores que hemos podido degustar. Excelentemente cocinadas, con un servicio muy atento y unas tarifas muy atractivas. Por quince euros tenías a tu disposición un solomillo magnífico, con una generosa ración de patatas y un jugoso pimiento asado de guarnición.

Pedroso de Acim y el convento de El Palancar, ubicados en el medio de la provincia cacereña. Una sierra de privilegiadas vistas junto a la histórica Ruta de la Plata a medio camino entre Plasencia y Cáceres y con Portugal nada lejos. La reapertura de una vieja mina de estaño ha revitalizado la vida de este pequeño pueblo... y toda la zona. [Mapas VíaMichelín]


Carretera que cogemos al abandonar la vía de la Plata, en dirección a Torrejoncillo y Coria, cuando vamos hacia Pedroso y el convento. La deberemos dejar a los tres o cuatro kilómetros, desvíandonos hacia la izquierda (está señalizado).


La carretera mencionada al principio que sube desde Pedroso de Acim, a un par de kilómetros del convento.

Ascendiendo hasta Pedroso de Acim por la carretera comarcal CC-526, que en poco más de un kilómetro conecta con  la EX-371. Antes de ingresar en el casco urbano encontraremos un desvío a mano izquierda, perfectamente indicado, que asciende hasta las proximidades del convento por una buena carretera.

Escudo municipal.

Banquitos protegidos de la lluvia y el viento...

Ascendente calle Real.

Callejero.

Un rincón.


Vista de Pedroso de Acim, recostado en las faldas de la Peña de los Cenizos de la Sierra del Pedroso.

Calle Fontanita.

Calle Real, antigua calle Calvo Sotelo.

Subiendo por la calle Real nos topamos con la parroquia de Santa Marina, en la plaza del Pósito, la principal de este pequeño pueblo.

Santa Marina y, al fondo, la Torre del Reloj.

Santa Marina.

Santa Marina y lavaderos tradicionales en la calle Calzada.

Empedrado menguante, una pena por histórico, en el camino de subida al convento del Palancar... más adelante ya aparece el cemento.

Lavaderos públicos.

Los antiguos lavaderos, ubicados detrás de la iglesia de Santa María y  junto a un viejo camino que sube hasta el convento. Estamos en la zona de las calles Calzada y Cruces.



El ayuntamiento, en la amorfa plaza principal. Concurridísima con los festejos estivales.

Santa Marina. Un templo del siglo XVI... en un pueblo que festeja las fiestas de Nuestra Señora de la Asunción.

Santa Marina, presentada por una vieja cruz de piedra.

Plaza de España, presidida por abrevadero y la Torre del Pósito.

Con motivo de las fiestas patronales, la plaza se convierte en una aforma plaza para espectáculos taurinos. Y taurinos de los grandes.

La Torre del Pósito, bisagra de las calles Obscura y Queipo de Llano.

El Pósito o  Torre del Reloj, otra construcción singular e inspiradora del nombre de la plazuela. En esta especie de torre, coqueta ella por un viejo reloj, se almacenaban productos agrícolas.

El Pósito o  Torre del Reloj, otra construcción singular e inspiradora del nombre de la plazuela. En esta especie de torre, coqueta ella por un viejo reloj, se almacenaban productos agrícolas.



Fotografiando la torre del reloj desde lo alto de la calle Oscura (en otro tiempo, creánlo, Obscura).

Una familia de cigüeñas hacen vida en lo alto de la Torre del Reloj de Pedroso de Acim.

El acceso a la casita museo con la que nos sorprende la Casa Rural El Caminante. Realmente una iniciativa única.

Casa Rural El Caminante. Patio interior. Espectacular. En el siguiente vídeo, de casi cinco minutos, un recorrido por la casita museo.



Casa rural El Caminante. Acceso a la casita principa, dentro de un recinto muy privado que te aisla dentro del aislamiento. Vayan por delante unas opiniones al respecto.

Tomando al sol junto a la piscina... Efectivamente, es como un pequeño pueblo dentro de otro.

Decorado acceso a la casita museo desde el interior del patio de El Caminante.  Una vieja placa de calle nos transporta a empujones hacia un exterior inexistente.

Caminante no hay camino, se hace camino al andar...

El patio interior. Al fondo a la derecha, con cortinaje rojo, otra habitación adicional. Y como se ve, cualquier rincón puede ser bueno para echar una paradita y conversar.

Flores. No faltan. Y no desentonan.

El lateral de la casa, visto desde la piscina.

Los pájaros son unos inquilinos más.

Calendario agrícola.

Muchísimos detalles ornamentales de meditada significación. Todo tiene un porqué en El Caminante.

Ornamentos de antiguo pozo.

Un viejo nido encontrado en el suelo, reconvertido en elemento ornamental. Al lado, una escultura de un caminante. Muy oportuno.

Las flores, fieles escoltas de la idea fundacional de sus promotores: "Queremos que nuestros huéspedes puedan encontrar libertad en lo privado".

Una máquina de escribir digna de otra época.

En el interior del museo. Antiquísimos utensilios de cocina. El mérito está el haber rescatado muchas cosas de la amenaza del vertedero.

Tinajas, atizadores y calderos...

Una despensa con envases de productos comerciales con evidente estética de varias décadas atrás...

El pupitre y una esencia de lo que era la escuela rural...

Una habitación de época...

Alfombrilla de corcho y el orinal bajo la cama...

Subimos a la "buhardilla". La zona donde se exponen utensilios de trabajo, fundamentalmente relacionados con las actividades de ganadería y agricultura.

Utensilios varios.

Más utensilios.

Para llenar los chorizos... Obsérvese que cada objeto tiene su explicación.

Vamos a caminar hacia lo alto de la Peña de los Cenizos...

Un olivo rodeado de amarillo.

Ingresamos en un pinar por una buena pista y generosas pendientes. Estamos en una zona fetén para las carreras por montaña. La Sierra de Arco es un paraíso y el Maratón Pueblo de los Artesanos o la Subida al Castillo de Portezuelo lo confirman.

De camino hasta la Peña de los Cenizos, un vistazo atrás con Pedroso de Acim en lo bajo y el embalse de Torrejoncillo en el horizonte.

Hojarasca. El calor aprieta bien en junio. Y el frío hace de las suyas en el invierno. Una sierra muy severa con las cuestiones climatológicas.

Mucho desnivel.

La pista sigue acercándose  a las cumbres y deja atrás el pinar. Y se abren espectaculares vistas del entorno.

A puntito de alcanzar las Peñas de los Cenizos.

Cumbres riscosas...

El pequeño valle que horada el arroyo de Valdecocos.

Entre los riscos se intuyen otros restos constructivos o cierta intención de ello.

Un mirador magnífico. Pedroso de Acim, el embalse de Torrejoncillo y las vegas del Alagón.

Intensas sombras de unos alcornoques... Bajamos desde las Peñas de los Cenizos campo a través para llegar al entorno del convento de El Palancar.


La piedra tortuga, dentro del recinto en el que se extiende el panorámico restaurante El Palancar.

Salones con vistas del restaurante El Palancar.

Un  hombre observa el horizonte con unos prismáticos desde una de las terrazas exteriores del restaurante El Palancar.


Impresionantes vistas sobre el Alagón. Al fondo, el Sistema Central.


Por ahí enfrente, justo donde se unen cielo y tierra, pasa la vía de la plata. A la derecha se intuye el parque nacional de Monfragüe.


El valle del Alagón. Los calores en Extremadura no dan margen, pero al final del otoño y toda la primavera los verdores intensos dominan todo. No es el caso de la foto, tomada al comienzo del otoño. Los veranos se hacen duros.

Espectacular alcornoque junto al acceso a El Palancar.

Fuente del Palancar.



Convento del Palancar.

Fachada.


Detalle de la entrada al convento de El Palancar. ¡San Pedro es el jefe!


El patio del convento.


El patio del convento (2).


Otra vista del patio (3).


Detalle del edificio anexo al patio.


Otra vista del patio, muy visitado por los turistas que acuden al recinto.


Bonita estampa del patio.




El huerto, en terrazas arrancadas a las pendientes de una ladera muy disimulada ya.


El camino empedrado que desciente por el "patio".


El camino, visto en sentido ascendente.


Una cruz recuerda uno de los lugares favoritos de San Pedro de Alcántara, junto a un pozo.


Al lado de la cruz anterior crece la higuera que, supuestamente, nació cuando el santo clavó en la tierra un palo que usaba a modo de báculo.


Una florida vista del entorno de la zona de huertos.


Cuando remontemos la escalinata que nos trae desde la parte inferior de lo huertos llegaremos a este punto.

Rinconcitos...

Recuerdos. Estamos en el convento "grande" y moderno. Sucede que la austera propuesta de San Pedro de Alcántara se quedó pequeña con los siglos cuando cobró notoriedad la peregrinación a una de las mecas de un santo extremeño. Santo que está enterrado en Arenas de Ávila y que por eso es conocida como Arenas de San Pedro.



Cocina a media luz.


Útiles de cocinar.

Atrio.

Detalle.

Ojo de pez.


El claustro del convento original. ¡Si no es el más pequeño y modesto, poco le falta!


Otra vista. La entrada de luz es realmente minúscula.






Detalle de la galería superior del claustro. Todo elaborado con piedra, maderas y ramas.


Otro detalle de esa galería. El frescor atrae a muchísimos mosquitos.


La minúscula habitación donde descansaba el santo. San Pedro de Alcántara, por cierto, es el patrón de Extremadura.




La conocida como capilla de los mosaicos, donación de un matrimonio de devotos durante la mitad del siglo XX y tomada por unos intensos colores azules.

Una foto más actual.






La iglesia del recinto. Detalle de su altar. En otro tiempo gozó de un retablo, posteriormente retirado.


Primitiva entrada al convento original que se respetó cuando en el siglo XVIII fue levantada la iglesia.




Detalle de la cúpula de la iglesia.


Otro acceso al primitivo convento, en esta ocasión desde el moderno claustro de la zona donde residen los frailes.


Un pasillo que conduce, desde la iglesia, al nuevo claustro.


El "otro" claustro.


Detalle del nuevo claustro.

Pedroso, desde la lejanía.

Circunvalando Pedroso de Acim.


Para muchos, demasiado poco hecha...


Dos muestras de la maestría de la gran cocina del Asador de Grimaldo.

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