Del viejo esplendor de un floreciente mercado en Villalón de Campos (noviembre de 2011)



Hubo un tiempo en el que el interesado, incontrolable e incomprensible cachondeo de los mercados financieros, que si calificaciones, que si bonificaciones, era impensable. El mercado tendía más al abasto y el avituallamiento, a la adquisición de ganado, herramientas o utensilios; y las relaciones eran directas y sencillas, tal vez simplemente humanas. Muchas veces, acaso siempre, el mercado era sinónimo de plaza. Y la plaza era una red social, un motor, un corazón. El centro de toda una feria. Y también, concretando, toda una chispa de la vida para un asentamiento humano de raíces vacceas. De las plazas más grandes de la vieja Castilla, al norte de Valladolid, en plena Tierra de Campos, la de Villalón de Campos. En esta villa aún perdura el típico y siempre agradable mercadillo semanal, y lo sigue haciendo en los alrededores de la majestuosa iglesia de San Miguel, un gran espacio sin forma concreta pero sí muchos metros cuadrados rodeado por un excelente muestrario de soportales, galerías a cubierto que durante siglos fueron testigo de una gran feria que duraba 45 días y revolucionaba los entornos. Sucedió que un primitivo mercado semanal, concesión de Fernando III, mutó en los tiempos de los Reyes Católicos (quienes también querrían arrebatarles lo dado) en el privilegio de una feria. Una, y sobre otro la otra, crearon gran prosperidad. Y fueron foco de negocios. El pescado, cuyos comerciantes se instalaban en la actual calle de la Constitución, tardaban 40 días en traerlo desde los puertos cántabros; los locales ponían sus afamados quesos (cuyas queseras, matronas de un manjar, cuentan con una escultura enfrente del ayuntamiento); llegaban comerciantes desde Toledo, Aragón y tal vez Flandes; desde ganaderías hasta manufacturas, todo tenía su sitio y su porqué. De su pujanza, baste señalar que los Conde de Benavente, los señores de la villa desde que se la adquirieron a los Luna, porfiaban a diplomáticos codazos con Medina del Campo y Medina de Rioseco para mantener su importancia. Un mercado que convocó a reyes, a nobles; a comerciantes flamencos, franceses y genoveses. Un lugar de poder. No podemos dejar de pensar en un motor económico al uso de lo que narra Ken Follet en Los Pilares de la Tierra.

Kelly, Ezequiela, la amabilísima responsable de turismo del pueblo, un pozo de sabiduría que convierte toda pincelada histórica en interesante, desgrana esos tiempos de esplendor y la llegada del ocaso, la pérdida de población y de patrimonio cultural. Cuenta cómo los siglos trajeron muchas reformas en insignes casas de aquellos tiempos; cómo el palacio que los Pimentel tenían anexo a la iglesia de San Miguel se quemó y su solar fue aprovechado por nuevas viviendas; cómo desaparecieron conventos, monasterios y hasta iglesias; o de cómo con las llegadas de las carreteras se perdieron los restos de una muralla que reforzaban la grandeza de una villa distinguida por su mercado. “Era y ha sido hasta el siglo XIX una villa de caserío concentrado, murado, con cuatro puertas y ceñida por un gran foso de varias lagunas en cuyas entrañas alberga un laberinto de bodegas enlazadas por pasadizos que en su día sirvieron de almacén de alimentos y vía de transporte de estas calles adoquinadas, de soportales, casas blasonadas construidas de adobe y ladrillo; de balcones con rejas”, resume un completo folleto turístico municipal. De la mano de tan abnegada cicerone descubriremos el interior de San Miguel, un templo del gótico mudéjar donde reposan los restos de Juan de Torquemada (tío del famoso inquisidor y con vínculos familiares en esta villa) y se custodian obras de Juan de Juni o de los casi paisanos (por eso de ser palentinos) Berruguete. Todo un museo improvisado por su riqueza patrimonial y la custodia de imágenes y elementos rescatados de centros religiosos cercanos condenados por la Desamortización de Mendizábal (1836). Pero pocos símbolos crean más orgullo que El Rollo, símbolo jurisdiccional alzado en 1523 único en España por su ornamentación y sus dimensiones y protagonista de un dicho popular: “Campanas las de Toledo, catedral la de León, reloj el de Benavente y rollo el de Villalón”.

Todo este descubrimiento, tanto la plaza como el templo, tanto el casco urbano como su red de soportales, llega gracias a un pequeño presente, uno de esos cupones de viaje, La vida es bella, que ofrecen alojamientos en diversos destinos de la geografía. Entre ellos, un remanso de paz, El Encuentro. Y para disfrutar de una gran cocina, en las afueras, el hotel restaurante Venta del Alón, un magnífico lugar para degustar exquisitas viandas regadas con buenos caldos… pongámosle por ejemplo un ribera del renombre y el éxito de Prado Rey. En Villalón podremos acercarnos al fenómeno del queso, uno de sus productos estrellas junto al cereal, pero también a su museo del calzado (una iniciativa privada nacida en el seno de la empresa artesanal de la familia Vibot) y otro de hermoso nombre, el de La labranza del ayer (razón, en la Venta del Alón).



Villalón de Campos. Plano de ubicación. A unos 50 kilómetros de Palencia y a unos 70 de Valladolid, a cuya provincia pertenece y en cuyo norte se encuentra.


La Quesera. "Semblanza y buen hacer de la mujer de Tierra de Campos". Escultura de bronce obra del pucelano Jesús Trapote Medina. Un homenaje local a uno de sus iconos, pues desde siempre esta parte de la Tierra de Campos también lo ha sido de quesos. Afamado como pocos, el conocido como Pata de Mulo. En Villalón, de hecho, podremos visitar un museo del queso.


Monumental rincón de la plaza de Villalón de Campos. En el centro, su afamado y querido Rollo, símbolo jurisdiccional levantado en 1523 por orden de los Condes de Benavente, que fueron los propietarios de la villa tras adquirírsela a los Luna. Detrás, el ayuntamiento; un colorido edificio de estilo neobarroco.


En primer término, el Rollo con más detalle. De este símbolo se destaca que es un caso único en toda España por su forma, sus dimensiones y sus detalles. Construido con la misma piedra que la Catedral de Burgos, según cuentan, y catalogado como Monumento Histórico Artístico en 1929, el Rollo sobrevivió a una ley gestada durante las Cortes de Cádiz de 1813 que ordenaba: "Demoler o trasladar a las afueras de la población rollos y picotas, considerando que las villas no debían hacer ostentación, frente a su ayuntamiento, iglesia o plaza mayor de un monumento vejatorio, que tenía como fin principal la tortura pública y la exposición de cabezas de ajusticiados". Detrás, la magnífica y esbelta torre de la iglesia de San Miguel Arcángel, que pese a todo no nos ha llegado como llegó a ser por culpa de un incendio (el 7 de septiembre de 1900) que acabó con su chapitel apizarrado.


San Miguel Arcángel. Alrededores de la puerta conocida "como del Evangelio" protegidos por una elegante reja gótica tardía del siglo XVI que no dejan de ser una parte más de la Plaza del Rollo. Al fondo las viviendas porticadas que dan a la plaza.




Escultura deformada por el paso del tiempo ubicada en una hornacina de la restaurada puerta del Evangelio.


El exterior puede que esté restaurado, pero estas enormes puertas tiene una fisonomía absolutamente añeja.


Detalle del interior. San Miguel Arcángel no tiene el cartel de otros templos castellanos, pero es una magnífica muestra del gótico mudéjar (siglos XIII-XIV). No son pocos los elementos que nos confiesa uno y otro estilo. Tras una restauración se decidió dejar a la vista sus muros de ladrillo originales.


Detalles del interior bajo una bóveda nervada.


Obsérvese cómo la restauración ha dejado a la vista viejos frescos originales (como este Pantocrátor), así como el detalle de los muros de ladrillo policromados, al uso árabe.


Nave central de San Miguel Arcángel. En el coro, en la parte superior, descubriremos uno de los mejores y más afamados órganos de España. Datado en el siglo XVIII, esta joya fue completamente restaurada en 1990 por Luis Magaz y hoy día se encuentra en un magnífico estado de conservación.


Sepulcro de don Diego González del Barco, canónigo leonés, miembro del Consejo del Arzobispado de Toledo y personaje influyente del Cardenal Jiménez de Cisneros. Es una de las numerosas joyas artísticas que custodia este templo, enriquecidos por las aportaciones llegadas desde conventos y monasterios de la zona que fueron cerrados o vieron mermados sus recursos durante la Desamortización de Mendizábal. Este sepulcro es obra del francés Juan de Juni, quien trabajó muchísimo en Castilla y León y especialmente en tierras vallisoletanas.


A los pies del crucero veremos esta lápida con armas del Cardenal Fray Juan de Torquemada, dominico y tío del famoso inquisidor Tomás. Es curioso, pero todas las referencias consultadas nos indican que falleció en Roma y que allí recibió sepultura. Los Torquemada son oriundos de esta zona.


Detalle ornamental de una de las bóvedas de San Miguel Arcángel en el que aparece un escudo de armas que no hemos podido determinar, aunque en un primer momento nos indicaron que pertenía al Condado de Benavente.


Abandonando el templo. Al fondo, el ayuntamiento. Tapado parcialmente, aunque se intuye su pie, el Rollo.


Sucesión de construcciones y niveles en el lado este de San Miguel Arcángel.


Vieja ventana. En el entorno de San Miguel Arcángel encontraremos varias fachadas de aires señoriales que confirman que alrededor de la plaza y su mercado todos los grandes del lugar quisieron tener su hueco. Muchos viejos palacios e incluso recintos religiosos desaparecieron, convertidos en viviendas que a su vez fueron partiéndose, emancipándose y reformándose en los siglos venideros.


Plaza del Rollo, parte este.


Detalle de un soportal.


Calle Ángel María Llamas.


Parte más occidental de la plaza del Rollo, al otro lado de San Miguel Arcángel.


Señorial vivienda al final de la calle Portales de Comercio.


Ayuntamiento. Detalle del soportal que transcurre paralelo a la calle La Rúa.


Calle la Rúa. En una de las márgenes encontraremos un par de bares restaurantes, así como tiendas de comestibles de las de toda la vida.


El museo del queso de Villalón de Campos (983 761 185) se asienta en lo que antiguamente era la escuela municipal, en las afueras del centro urbano y junto a la carretera que comunica con Palencia, Benavente o Medina de Rioseco. En él nos proponen un recorrido sobre este manjar, sus métodos de fabricación, su importancia en las ferias medievales y sus curiosidades. La visita (3 euros para el público en general) estimulará nuestro oído, nuestro tacto, nuestra vista, nuestro olfato y nuestro gusto, sobre todo con una cata/degustación final. Conviene concertar la visita, para lo que se recomienda llamar a la Oficina de Turismo (el teléfono antes señalado) de cara a que nos lo abran o nos esperen.


Empedrada y castellanísima calle La Rúa, una de las dos vías históricamente más importantes de Villalón.


Balcones y soportales en La Rúa.


Las columnas aguantan con estoicismo el peso de fachadas que en algún caso parecen ligeramente deformadas acaso por la acción de la gravedad y el paso del tiempo.


Frutería de frescos productos en la actual calle Constitución, la otra gran vía de la villa.


Otra fachada con soportales que aprovecha la bifurcación de la calle Constitución (izda.) y la calle Oriente. Al fondo de esta última llegaremos a un parque y, muy cerquita, a la llamada Casa de la Navidad, antiguo taller textil y novedoso espacio dedicado a la figura de los belenes artesanales.


Casa-Palacio en la calle Constitución: portada adintelada, escudo heráldico presidencial, sillería en su cuerpo bajo, balcones apoyados en ménsulas de forja de vegetal inspiración barroca,...


Arquitectura popular en la calle Constitución.


Pequeño espacio ajardinado rematado por una curiosa y hermosa fuente justo ante la iglesia de San Juan y su albergue municipal anexo (cuyas llaves, ¡atención peregrinos!, están en el ayuntamiento). Porque Villalón, conviente indicarlo, se encuentra en la ruta del Camino de Santiago que arranca en Madrid: concretamente protagoniza las teóricas etapas 11.ª y 12.ª de un trazado que en Sahagún enlaza con el Camino Francés.Esta fuente sustituyó al viejo caño que, a su vez, era uno de los tres que se distribuían por todo el pueblo y que bebían de un acúifero conocido como Fuente de La Gacha y ubicado junto a la ermita de Las Fuentes. Sobre el templo de San Juan Bautista, señalar que fue uno de los cinco que disfrutó Villalón en tiempos pretéritos. De estilo gótico-mudéjar, el austero y sencillo aspecto del tapial y el ladrillo le dotan de un aire melancólico, acrecentado ahora que no alberga con regularidad ningún tipo de culto.


Antiguo hospital. Recordemos que Villalón contaba con un mercado muy importante y todo ese flujo de comerciantes y visitantes requería ciertos cuidados. El nombre de Villalón de Campos no gozó de buen nombre a finales de siglo XVII y comienzos del siglo XVIII, cuando un foco de peste (1599) que llegó desde los puertos cántabros diezmó estos pagos y otros cercanos. Hasta en la Corte temían todo lo que llegara de por aquí.




Arquitectura popular en el entorno de la plazuela de San Juan.


Arquitectura popular en la calle Constitución.


Allí donde la calle Marcelino Serrano desemboca en la confluencia de las calles Sahagun (de frente, curiosamente el camino hacia la ermita de Las Fuentes), Las Pajarillas (izquierda) y Campanilla, encontraremos estos restos de uno de los antiguos arcos/puertas de acceso a Villalón. Porque la villa gozó de recinto amurallado y en este punto, insinuado por el trazado de una carretera, puede intuirse como en ningún otro. Pero con las décadas, los siglos y las nuevas construcciones fue destruyéndose tan (siempre) cautivador y atractivo patrimonio.


El Encuentro, centro de reposo y salud (983 740 767), en la calle Marcelino Serrano. Raúl y Anna soñaban en tierras catalanas con llevar adelante un proyecto así y el sueño es una realidad desde 2005, cuando entró en funcionamiento su esmerada restauración de una vieja casa típica del lugar de adobe y madera, y tres plantas, y de la que, cuentan, puede tener tres siglos. Debemos confesar que es uno de los mejores alojamientos rurales que hemos tenido la oportunidad de conocer y disfrutar. Cuenta con cinco habitaciones equipadas con baño individual; y en la planta baja encontraremos el coqueto salón comedor, el seductor rincón de la chimenea donde se puede disfrutar de buena lectura, revistas de viajes y escapadas o un hilo musical ambiental. Además, podemos acceder al patio y a la parte trasera, donde las cuadras y el almacen de los aperos han sido convertidos en una amplia sala de actividades entre las que la relajación es la nave nodriza. Anna, psicóloga colegiada, también organiza sesiones de risoterapia. Y si lo preferimos, podremos salir a dar una vuelta en bicicleta por la cercana vía verde (sobre aquel ferrocarril de unos 5 km que llamaban Tren Burra) que llega hasta la cercana Cuenca del Campo; o una partida de tenis de mesa.


Un rincón de El Encuentro: el salón-comedor.


El Encuentro, otro detalle en las escaleras de la segunda planta. Obsérvense las paredes: adobe (acondicionado, claro) y madera.


Especie de buhardilla con posibles fines de palomar en una vivienda de Villalón de Campos.


La iglesia de San Miguel Arcángel, vista desde la calle Marcelino Serrano.


La iglesia de San Miguel Arcángel, vista desde la plaza del Rollo.


La iglesia de San Pedro, vista desde la irregular calle del mismo nombre.


Iglesia de San Pedro. Acaso sea por la dictadura del ladrillo como elemento constructivo, pero este templo del siglo XVIII sin uso religioso actual es muy agradecido de contemplar.