Ámsterdam, desde sus canales a sus carriles bici con escala en dos hoteles singulares (mayo y noviembre de 2010)



Los canales son tan intrínsecos a Ámsterdam como lo son su barrio rojo, sus coffee shops o su ejército de bicicletas urbanas. Ni las actividades del primero ni los productos estrella de los segundos, famosos, perseguidos, buscados, serían motivos per se para considerar la urbe Patrimonio de la Humanidad. Su historia, rica, intensa, permisiva en muchos aspectos, próspera en suma, quedaba eclipsada. La ciudad, que nunca dejó de mirar hacia sus canales, sí se aferró a ellos. Ámsterdam, por qué no, desde otros ojos. Desde 2006 trabajó con ahínco que los canales y su entorno recibiesen tal condición. Tras cuatro años de constante lobby, lo logró el 1 de agosto de 2010. Los Canales de Ámsterdam, especialmente los Grachtengordel, los cuatro grandes, el Singel, el Herengracht, el Keizersgracht y el Prisengracht, los cuatro recorridos paralelos que han marcado la fisonomía de la vieja Ámsterdam, se convertían en patrimonios de la humanidad.

“Para muchos extranjeros los canales son tan típicos como los molinos y los tulipanes. Ahora se podrá conocer y disfrutar la bella atmósfera de los canales de Ámsterdam”, comentaba Caroline Gehrels, portavoz del ayuntamiento, cuando se conoció la tan ansiada designación. Mientras se trabajaba en su candidatura, en el ayuntamiento realizaron diversos estudios relativos a los canales. Según uno, un 38% de los turistas declararon como motivo principal de su visita “conocer la historia cultural, el casco antiguo y los canales”. “El cinturón de canales de Ámsterdam es una obra arquitectónica y urbana única, y es el símbolo de la prosperidad económica, política y cultural de la ciudad durante el Siglo de Oro [exáctamente, 8.863 casas y edificios fueron construidas entre los siglos XVI y XVIII], cuando fue centro comercial del mundo y foco de los avances científicos y filosóficos”. Así resumía la Oficina de Turismo y Congresos de Holanda en Madrid el nombramiento. Una designación con la que poder huir esa imagen de paraíso para las drogas y el sexo fácil, con la que poder retavilizar la ciudad de barrios modernos de diseños imposibles; la de casas, mercados y jardines flotantes; la de plaza Dam; la de Anna Frank, Rembrandt y Van Gogh. La multicultural.

Los canales le aportan a Ámsterdam unos números aplastantes: la ciudad tiene más de 165 que suman, entre todos, un centenar de kilómetros; cuenta con 1.281 puentes para salvar las aguas, de los que ocho destacan por ser levadizos y estar fabricados en madera; reúne en ellos más de 2.400 viviendas flotantes. La Venecia del norte, la dicen. Las comparaciones, y en este caso más que nunca, resultan bastante odiosas. Con un área metropolitana de casi dos millones y medio de personas, en sí Amsterdam no tiene más de 750.000 habitantes. Es una ciudad muy viva, multicultural, mestiza, con constante movimiento de gente, entre turistas y locales. Bicis por doquier; nada menos que 600.000 componen su parque móvil. Tranvías. Buses. Parecen el doble, la verdad. Y desde los canales se degusta una visión complementaria. Son varios los puertos interiores desde los que parten las embarcaciones. Varias son, además, las compañías. En total, la ciudad cuenta con una flota de 110 barcos destinados a excursiones. Desde el pequeño muelle del Open Havenfront, anexo a la Centraal Station y su plaza del mismo nombre y accesible por la terraza flotante del Smits Koffiehuis, un café restaurante inaugurado en 1919, accedemos al nuestro, de la empresa Canalbus. Estos cruceros ofrecen muchas posibilidades, la mayoría con completos recorridos por el distrito Centrum. Desde la excursión con merienda incluida (los típicos bocatas holandeses, en pan de bollo , zumos y cafés), la excursión a secas (unos 12 euros los mayores de edad), el viaje de dos horas con una romántica cena (unos 69) o el que recorre museos como el Van Gogh o la casa de Anna Frank y algún centro comercial (20 euros).

El entorno de nuestro kilómetro cero es atrayente. La Centraal Station y su fachada presidida por el espectacular escudo de armas de los Orange-Nassau, la casa real que genera el apelativo naranja de las selecciones deportivas, no dejan de atraer miradas. El lugar es un ir y venir de transbordos. Muy cerca se encuentra uno de los mayores aparcamientos de bicicletas del mundo, una instalación flotante sobre las aguas del Amstel en el que cada uno sabe bien donde dejó su montura. Desde la Stationplein se observan las torres de la católica Iglesia de San Nicolás (Sint Nicolaas Kerk). Preciosas. Como la fachada del Hotel Victoria. Unas obras que estaban reformando la ciudad y en entorno del muelle Damrak afeaban la contemplación. El Damrak fue el puerto de aquella ciudad que durante muchos siglos fue un núcleo de pescadores, pero la construcción de la Centraal Station, a finales del siglo XIX, acabó con su fisonomía anterior.

El barco, con techo de cristal y no más de una veintena de plazas, comienza su periplo con rumbo a la parte vieja. Canales angostos por estrechos, que no por no rectos, atravesando las proximidades del Barrio Rojo de camino a las proximidades del De Waag, uno de los acceso medievales de la vieja Ámsterdam, y la Nieuwmarkt . Navegamos por el Geldersekade y el Kloveniersburgwal hasta que éste último desemboca en un pequeño ramal del Amstel. Allí, el capitán pone rumbo al Oosterdok (dique del este), lugar en el que descubrimos el perfil único del Nemo Museum y la reproducción, anexa al anterior recinto, de un barco de época, el Ámsterdam, que acabó en el fondo del mar al poco de su inauguración, por lo que nos contaron. La excursión sale a las aguas abiertas de la Bahía Ij, donde rodea la parte vieja por el norte, ofreciendo una perspectiva diferente de la Centraal Station. El retorno al centro tiene lugar por el canal del Príncipe (Prinsengracht), la frontera entre el barrio Centrum y el barrio de Jordaan. A la altura de la Westerkerk (Iglesia del Oeste) y la turística casa de Ana Frank, el recorrido cambia de canal: vía Lellegracht, proseguimos por el Keizersgracht, donde contemplamos uno de los tres vértices del Homomonument. Más adelante lo volveremos a abandonar para retomar el Prinsegracht hasta su “desembocadura” en el río Amstel. Así podremos pasar bajo el Magere Brug, el puente más famoso de Ámsterdam y con una curiosa leyenda a sus espaldas, y junto al Hermitage, la delegación neerlandesa de la gran pinacoteca de San Petersburgo. En este punto, el timón gira hacia estribor, por el Nieuwe Herengracht, un canal que nos volverá a dejar en el Oosterdok, aunque desde otra perspectiva.

El crucero regresa a la Bahía Ij, aunque ahora por el estribor hacia el barrio de Zeeburg. Con las islas de Sumatra a un lago y los Rietlanden a otro, tenemos unas vistas privilegiadísimas sobre las nuevas actuaciones urbanísticas de Ámsterdam. Viejas zonas portuarias recuperadas como modernos edificios de viviendas y de oficinas. No será raro descubrir algún gigantesco transatlántico amarrado, como tampoco barcos coronados por banderas piratas. Grandes edificios premiados por su atrevimiento que nos acompañan en la distancia hasta una pequeña escala en la península de Sporenburg, donde cruzamos el moderno Pythonbrug para llegar a la isla de Borneo (sí, así se llama). En la calle Scheepstimmermanstraat y su entorno, un grupo de viviendas completamente diferentes, cada una construida según los gustos del propietario respetando unos mínimos, se ha convertido en un nuevo reclamo turístico. Resulta muy chocante el contraste de criterios. Realmente un sitio muy pintoresco. Desde allí, nuestro barco pone rumbo de vuelta al Oosterdok por el Lozingskanaal, con tiempo para ver uno de los pocos molinos de viento que perviven en Ámsterdam y el Sea Palace, un restaurante de comida oriental flotante. La meta, el muelle que nos vio partir un par de horas antes. En todo el trazado, una guía que hablaba un perfecto castellano, un idioma por el que sienten predilección (el inglés es casi oficial, lo habla todo el mundo, y existen sinergias entre el neerlandés y el alemán; el español ahí gana fuerza para los amantes de aprender idiomas), nos explicaba los pormenores de la historia de la ciudad. De los usos, de las costumbres y de las particularidades. “Fíjense en la parte superior de las casas”, nos comentaba de vez en cuando para que nos percatásemos de los ganchos donde se colocaban las poleas, en los gabletes de los edificios, para subir las mercancias… o para mudanzas.

Cuando uno vuelve a tierra firme comprende un poco mejor la importancia del agua para esta ciudad, y por extensión para este país. El comercio, su prosperidad, la influencia de su Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales,… buena parte de lo que son llegó desde el agua. Nuestra guía nos recalcó, entre risas, que el agua de los canales no se estanca ni se vuelve putrefacta como muchos les llegan a cuestionar. Cada tres o cuatro días se renueva el caudal de su centenar de kilómetros gracias a sus sistema de esclusas y diques. No es para menos, tratándose de todo un patrimonio de la humanidad. Ámsterdam, no obstante, no se acaba en los canales. Muchos lugares y rincones con encanto no aparecen en estas líneas, tan modestas como parciales en esta visión diferente. Quizá en un futuro les podamos dedicar ese tiempo que merecen; mientras tanto, no será dificil encontrar información e imágenes sobre ellos en algunos de los excelentes blog de viajes que existen en la actualidad. Un consejo: la Ámsterdam Card (38 euros, 24 horas; 48 euros, 48 horas; 58 euros, 72 horas), con la que entre otras muchas prestaciones se tiene acceso al transporte público, a 30 museos e incluso a un crucero por los canales.

Ámsterdam. Ubicación geográfica. [Mapa VíaMichelín]


Una imagen del Lloyd Hotel & Culturelle Ambassade. Su estética de orfanato no engaña. Lo fue. Sucede que ha sido recuperado por colectivos artísticos que han desarrollado en él diferentes actuaciones de recuperación. Muy interesante. El Lloyd, en la calle Oostelijke Handelskade, no está especialmente muy alejado del centro, y de hecho comparte vistas al Ij como la estación central de tren, pero es un paseito y el tranvía acorta muchísimo la distancia. Nos dejará en la Centraal Station.


Una vista de un carril bici en la calle Oostelijke Handelskade, a la altura del Lloyd Hotel y junto a las aguas de la Bahía Ij.

Acceso al Lloyd Hotel.

Lampara de bella factura representando un barco. La veremos pronto: está en el recibidor.

En algunos pasillos, esta estética. Jurado queda.

La propuesta estética del comedor es alucinante. Te hace sentir como en una especie de casa de campo tuya de siempre. Es curioso.

Escalones a una planta superior. Los pasillos conservan la estética del orfanato...

... Y en sus paredes diferentes paneles, fotografías históricas, recortes de periódico y demás nos van contando la historia del Lloyd Hotel antes de ser Lloyd hotel.










Hermosa fachada de la Centraal Station, levantada entre 1882 y 1889 sobre terreno ganado a la bahía Ij y sobre 8.500 pilotes de madera.



El escudo de la casa Orange, la de la familia real, de la Centraal Station.


El inmenso aparcamiento de bicicletas situado tras la Centraal Station.


Otra vista de este parking tan especial.


Tranvías en la Stationplein, ante la estación central. Con esta obra, polémica en su momento, se cerró el mayor acceso al Damrak, el antiguo puerto de Ámsterdam.


Accedemos al embarcadero al que se llega por la terraza flotante del Smits Koffiehuis, un café restaurante inaugurado en 1919 en el Open Havenfront, el antiguo Damrak.




Pasajeros, listos para embarcar.

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Nuestro medio de transporte, fotografiado antes de llegar al muelle.


Tomando posiciones en el interior.


El puesto de conducción, con vistas a las fachadas del otro lado de este viejo embarcadero.


Vamos que nos vamos. Mola.


Curiosa señal junto a un puente tras el que se inicia el canal Geldersekade.


Una pequeña embarcación ante un ejemplo de "vivienda del canal": estrecha fachada de varias alturas.


De Waag, una de las antiguas puertas de acceso a Ámsterdam. La medieval puerta de San Antonio fue remodelada en el siglo XVI, cuando se derribaron las murallas para permitir la ampliación de la primitiva ciudad y nacieron nuevos espacios que fueron aprovechados por el llamado Mercado Nuevo. De Waag, sus pisos superiores, fueron sede de diferentes gremios, incluido el de cirujanos que aparece en el lienzo Lección de anatomía, de Rembrandt.


Una vista del crucero en marcha con nuestra simpática guía hablándonos del Barrio rojo y otras particulares del Centrum.


Una atractiva fachada en el canal Kloveniersburgwal.


Dos bicis, una con maletero, aparcadas ante una casa de curiosos ventanales.


Primera viviendas flotantes. El ayuntamiento las tiene reguladas con algunos impuestos y exige un mantenimiento mínimo cada varios años.


Gaviotas, cisnes y viejos pilotes de madera.


Una torre, vista desde el interior de nuestra embarcación.


Un pequeño puente levadizo, en la incorporación a (o intersección con) otro de los canales.


Más casas flotantes. En algunas se alquilan camarotes. Son económicos.


La torre anterior, vista a través de un cristal húmedo.


En segundo término, el Nemo Museum, obra de Renzo Piano e inspirada en un barco. Un museo de ciencia y tecnología ubicado en el Oosterdok (dique del este) y a cuya azotea, que forma una grada, acude la gente a tomar el sol. Delante, la reproducción del Ámsterdam, un barco del siglo XVIII.


El agua de la Bahía de Ij, de oscuro color.


Un enorme crucero, junto al Palacio de la Música sobre el Ij, nombre literal de este edificio si lo traducimos del neerlandés. Una especie de auditorio muy innovador que acoge ciclos de flamenco (del de las sevillanas, no el de Flandes) anualmente.


Una especie de centro de control de los canales, donde también hay una pequeña comisaria que patrulla por los mismos.


Accediendo desde la Bahía Ij al Prinsengracht (canal del Príncipe), que separa el barrio Centrum del otrora obrero y populoso Jordaan. Recibe su nombre de Guillermo de Orange y es, junto al Keizersgracht (canal del Emperador) y el Herengracht (canal de los Patricios o los Señores), uno de los tres canales históricos de Ámsterdam. Eso sí, es el más grande de todos.


Semáforos y esclusas en el canal del Príncipe.


Puentes y casas flotantes en el canal del Príncipe.


... el huerto de mi "cubierta" es particular...


Una vista de la Noorderkerk, la Iglesia del Norte. Este templo protestante se construyó entre 1620 y 1623 para cubrir las necesidades religiosas del barrio de Jordaan, en aquella época un populoso barrio obrero. Mucho más modesta que la cercana Westerkerk, de pretensiones más ambiciosas en lo artístico dada su proximidad a los barrios de los comerciantes y los ricos de la ciudad.


Un pequeño café con terraza, sobre la cubierta de un barco. Un negocio muy original (es famoso también el mercado flotante de la ciudad, barcos que se convierten en puestos) que en ese momento estaba cerrado.


Fachadas del Jordaan.


Más de 1.000 puentes se distribuyen por el entramado de más de 100 kilómetros de canales de Ámsterdam


Una hermosa y floreada casa flotante.


La Westerkerk, o Iglesia del Oeste (1631), tapada por un árbol. Es el templo protestante más grande del país, allí se casó la reina Beatriz en 1966 y allí reposan los restos (sin saber exáctamente dónde) del pintor Rembrandt y su hijo Titus. Su torre está coronada, nunca mejor dicho, por una corona que fue regalo de Maximiliano de Austria a la ciudad en 1489.


La casa ante la que se agrupa ese grupo de jóvenes es la de Anna Frank, la Anne Frankhuis, uno de los lugares más visitados de Ámsterdam (Prinsengracht, nº 263). Inaugurado en 1960, su notoriedad llegó con la publicación y popularización de los diarios escritos por la hija de un comerciante judío con motivo de la Segunda Guerra Mundial y la ocupación nazi.


Un detalle en el canal del Príncipe.


Curioso y pequeño ventanal que sobresale como un balconcillo.


Hermosos gabletes en las casas junto al Keizersgracht, una zona que en tiempos pasados acogió la residencia de los comerciantes y los más adinerados de la ciudad.


En pleno Westermarkt, el Homomonument. La diseñadora Karin Daan planteó tres triángulos isósceles de granito rosa, la forma geométrica y el color que simbolizó en Ámsterdam el auge, consolidación y respeto de la comunidad homosexual. Un símbolo, además, del pasado, el presente y el futuro. Fue inaugurado en 1987 y uno de sus vértices, el de esta foto, el del presente, se asoma al Keizersgracht.


Fachadas estrechas, pero esbeltas.


Curiosa publicidad de "bragas caídas" en pleno centro.


Un edificio de aires neoclásicos sin identificar.


Atravesando bajo uno de los numerosos puentes de la ciudad.


Los canales también tienen su tráfico.

Sucesión de puentes...


Una fachada que nos llamó la atención.


Por la izquierda, no; sí por la derecha. Y si hay dudas, la policía que navega por los canales.


Una terracita con cultura.


Preciosa fachada con un original gablete. En torno a éste último se puede hacer un recorrido histórico: los gabletes más antiguos, leemos en la guía Ámsterdam en dos días editada por El País en 2008, son rectos y puntiagudos; los escalonados, típicos del Renacimiento neerlandés; los de cuello o campaña, propios del siglo XVII; los de cornisa recta, instaurados durante el siglo XVIII.


Casa flotante-loft.


Zona de diques y esclusas que regulan el Amstel.




Magere Brug. Sobre las aguas del Amstel, es el puente más antiguo de la ciudad y que además es levadizo. La leyenda cuenta que su origen se debe a las disputas de dos hermanas, que vivían a cada lado del río.


Un detalle inferior del Magere Brug. Nos comentaron desde que debajo de este puente se debe pedir un deseo hasta que hay que desear volver a Ámsterdam, para que así se cumpla el retorno en un futuro.


Barcos ante el edificio Neerlandia, que albergar el Hermitage, la delegación holandesa de la prestigiosa pinacoteca rusa. El Neerlandia es un ejemplo de la arquitectura clasicista de la ciudad, aunque está reformado en su interior para acoger los servicios del museo.



El Magere Brug, visto desde las aguas del Amstel antes de abandonarlas y girar por el canal Nieuwe Herengracht.


Una vista muy habitual desde los canales: la de hileras de bicis aparcadas.


Un fotogénico puente en el Wert Heim Park, junto el Nieuwe Herengracht.


Volvemos a pasar junto al Nemo, aunque desde otra perspectiva. A la derecha, el Ámsterdam.


La cubierta del Nemo, muy concurrida por los amantes de tomar el sol mientras disfrutan de un libro.


Desde el Amstel se descubren joyas de la nueva arquitectura como ésta: una vieja factoria adaptada a los tiempos.


El Lloyd, un espectacular hotel por la riqueza de su historia y las particularidades de sus habitaciones y su decoración.


Otra muestra de la imaginativa variedad arquitectónica de esta parte de la ciudad que otrora fueron muelles, almacenes... y Rietlanden, como se conocían las zonas pantanosas cercanas en las que movían como pez en el agua los contrabandistas. Cerca de este edificio de la imagen se encuentra The whale, la ballena, un complejo de viviendas enorme.


Desembarcamos en la pequeña y obligatoria península de Sporenburg, en el barrio Zeeburg.


Un monumento original nos da la bienvenida.


El futurista y peatonal Phytonbrug, que ni mucho menos es la gran atracción de la isla de Sporenbrug y en su día fue criticado por sus escalones, ya que no permiten el paso de las biciclesta y eso en Ámsterdam es algo sagrado. Diseñado por el estudio West 8 e inaugurado en 2001.


El Pythonbrug, con la isla de Borneo al otro lado. Otra particularidad de este puente es que en verano, los niños practican juegos acuáticos con unas tirolinas colocadas para tal efecto.


"Gárgolas" de aves sobre un cielo inhabitual.


Subimos el Pytonbrug.


Las vistas desde su punto más alto.

Una casa, un diseño. Una experiencia arquitectónica única en el este de Ámsterdam, en la isla de Borneo, en la que participaron 19 jóvenes arquitectos holandeses. La referencia mundial es la calle Scheepstimmermanstraat.


Una turista italiana fotografía algunas de las 61 casas que se levantaron siguiendo el proyecto "Vivir en una casa de diseño propio".


Espacio, luz,... cada casa es única allá los gustos del dueño.


Curioso garaje (izda) para un curioso parque móvil.




Canales, barcos y mastodónticos diseños.


A toda máquina por el ancho Nieuwevaart. ¡Qué fresquito más agradable el de la brisa y el agua en marcha!


Un molino de viento, cosustancial a la imagen holandesa. En Ámsterdam se conservan ocho y todos están en servicio (existe una ley que regula esta cuestión, nos comentaron), aunque sólo uno es visitable. Allí donde el Lozingskanaal se difumina con el Nieuwevaart, a mano izquerda, encontraremos éste, el Molen De Gooyer, de 1725 y de torre octogonal. A su lado, una famosa cervecería: la Brouwerij ‘t IJ.


Esto sí que es un jardín flotante y lo demás son tonterías.


Estas antiguas instalaciones llenas de encanto (recuerdan a una vieja estación de tren) albergan un museo sobre maquinaria: el Werfmuseum´t Kromhout.


Una construcción flotante con techo de césped.


El Sea Palace, un restaurante chino flotante muy fotogénico en el corazón del Oosterdock. A la izquierda, San Nicolás.


La iglesia de San Nicolás (St. Nicolaaskerk), que honra al patrón de la ciudad y que fue construida entre 1884 y 1887 siguiendo los estilos neorrenacentista y neobarroco.

Volvemos a la zona de embarque y esta vez caminamos por la avenida Damrak para llegar a la plaza Dam ya anocheciendo. Curiosa Dam partida en dos al ser cruzada por esta avenida bastante concurrida. Lo cierto es que la Dam debe su génesis al primer canal con el que contó la ciudad (siglo XII). Al fondo, en obras durante nuestras visitas, el Palacio Real (1648-1655)

El monumento a la Libertad, en la plaza Dam, un obelisco de más de 20 metros en honor de los neerlandeses caídos en la Segunda Guerra Mundial.

Por una calle céntrica...

Barrio Rojo, en inglés Red Light District. Nos encontramos en una pequeña pasarela sobre un canal, en la calle Oudezijds Achterburgwal.Por aquí abundan los coffeshop y los lupanares, con lo que hay que tener en cuenta qué tipo de ambiente se ver por aquí. A la izquierda de esta imagen, el luminoso (un elefante vestido de traje) del Teatro Casarroso, uno de esos espectáculos eróticos que alimenta la fama del color de esta zona de Ámsterdam.

Barrio Rojo. La escena es lo de menos.

En las puertas del Citizen, el segundo hotel donde hemos pernoctado. Está "algo" más alejado del centro, en la Prinses Irenestraat (en el distrito Amsterdam Zuid), pero muy bien comunicado por tranvía. Incluso andado se puede ir. Es un largo paseo.

Exterior del hotel Citizen.



Cualquier rincón, una pared, una puerta, incluso en el ascensor... todo lugar es bueno para recoger frases optimistas e intentar hacerle más agradable la estancia al cliente.

La decoración es uno de los puntos más sorprendentes de este innnovador hotel en muchos aspectos. Un hotel muy urbano. En estos cuadros, vistosos desde lejos...

... sorprende el detalle. En todas las habituaciones se pueden ver escenas sexuales de todo tipo de parejas y grupos. Nada escatológico. Son fotos artísticas.



Mobiliario en las estancias comunes de Citizen.

Esperando el tranvía. Como decíamos antes, el Citizen está algo más alejado. Pero en Ámsterdam todo es relativo.























































































Un coffee shop, otro de los elementos del imaginario colectivo que sugiere esta ciudad, en la Amstelstraat.


El Blauwbrug. A la izquierda queda la concurrida Plaza Rembrandt. A la derecha, el Hermitage.