Por los pueblos negros de la Sierra Norte de Guadalajara (julio de 2011)



Hace ya unos añitos,
la campaña publicitaria de un todoterreno puso de moda una frase, “Y el Madrid, qué; ¿otra vez campeón de Europa?” en la que la marca, japonesa para más señas, jugaba con la idea de lo lejos que podían llevarnos sus vehículos, nada menos que a sitios en los que el tiempo se detenía, se relativizaba o se difuminaba. Recuerden: “Donde te lleve tu Montero hace mucho que no ha llegado nadie”. Aún siendo una evidente exageración con fines comerciales, la idea, el fondo, no faltaba a la verdad cuando se pensaba en la esencia de lo que es y ofrece el lugar donde se ambientó aquella campaña. Cercana a Madrid, apenas a un centenar de kilómetros de la gran urbe, la Sierra Norte de Guadalajara es otro de esos oasis montañosos de paz y tranquilidad de intensa esencia rural. Lugares donde conviven lo natural y lo humano, se mezclan, se funden. La climatología, marcada por las altas cumbres del Sistema Central, los dosmiles de las sierras de Ayllón y del Robledal, con los picos del Lobo y el Ocejón como referencias, condiciona inviernos duros. Ante nieves y fríos perseverantes, la piedra como escudo. Construcciones bajas, sencillas, de anchos muros donde la habitual pizarra negra del lugar es la principal materia prima para las viviendas. Una pizarra negra que se ha convertido en la gran seña de identidad arquitectónica de sus pequeños pueblos. Y en elemento diferenciador que es motivo de orgullo y mimo por lugareños y promotores turísticos. Hablan de una ruta de la arquitectura negra. E incluso existe una firme propuesta para conseguir la consideración de patrimonio de la humanidad.

La histórica Tamajón es considerada la puerta de entrada a la zona más auténtica, la que se extiende a ambos lados del Ocejón. Pedanías y aldeas varias aparte, al este, Valverde de los Arroyos o Palancares; al oeste, Campillo de Ranas y Majaelrayo. En este último,
punto final del asfalto hasta que en 2007 se acondicionó definitivamente el Puerto de la Quesera que comunica con Riaza, ya en Segovia, se grabó la citada campaña publicitaria y residía, por supuesto, el protagonista. Jesús García Velasco. Pueblo y protagonista, de algún modo, se convirtieron en los dos primeros reclamos, o al menos sí en los más notorios, de una zona rica en historias y patrimonio de consolidado turismo rural. Jesús falleció en 2010, pero su figura y la de su pueblo se convirtieron en iconos universales. Por otros motivos se interesó el suplemento de viajes de The New York Times, seducido por el hecho de que en Campillo de Ranas, medio centenar de habitantes, el número de bodas gays se acerca a los dos centenares desde 2005. En todo caso, más allá de anuncios o curiosidades, la fidelidad arquitectónica a esas necesidades de adaptación es la verdadera protagonista de esta zona. La pizarra de los hogares y las iglesias mezcla bien con una orografía quebrada, de bosques, prados de monte bajo y riberas y anárquicas disposiciones urbanísticas. Las nuevas construcciones más o menos han sido respetuosas y sólo en Campillo de las Ranas encontraremos una concentración con aires de urbanización. Muy respetuosa, eso sí.

Desde Tamajón, previo paso por su ciudad encantada y su ermita de los Enebrales, llegamos a Campillo de las Ranas, Robleluengo y Majaelrayo para profundizar en sus calles y llenarnos de la energía que transmiten las miles de lajas de piedra que frenaron los elementos durante siglos. La arquitectura negra, toda una marca, todo un reclamo. Merecido.




Tamajón, pueblo habitualmente considerado la puerta de entrada a la arquitectura negra de Guadalajara, que tiene de referente geográfico, centro o núcleo a un pico de más de 2.000 metros como
el Ocejón (2.049 metros). Este monte separa las dos zonas más características, (buenas rutas de senderismo por uno y otro lado) y ha condicionado una fisonomía en los modos constructivos nacida del aislamiento y la climatología. En esta ocasión, no obstante, nos centramos en el "ramal izquierdo", el de Campillo de Ranas y Majaelrayo.


Tamajón. La Iglesia de la Asunción. Por su ubicación, en un imperceptible cerro anexo al casco urbano realzado por la carretera, convoca rápidamente nuestra atención. Del viejo templo levantado en el siglo XIII queda el testimonio de su característico atrio porticado y algún detalle en ese muro sur. El resto, renacentista, se reformó en sus tiempos de vacas gordas, un esplendor que se inició bajo el domino del marqués de Santillana.


Tamajón. El campanario en tres cuerpos de la Iglesia de la Asunción.


Tamajón. Canecillos con figuras humanas, unos de los elementos más destacables del exterior de la Asunción.


Tamajón. El entorno, visto desde el interior del atrio porticado de la Asunción.


Tamajón. Un detalle de la vieja puerta de la iglesia de la Asunción.


Tamajón. Vista del casco urbano desde los alrededores de la iglesia de la Asunción.


Una sorprendente
pequeña ciudad encantada de curiosas formas y generosa vegetación nos recibe muy cercana a Tamajón, de camino a la ermita de los Enebrales por la carretera GU-186.


La ermita de los Enebrales, "refugio de peregrinos y caminantes" y morada de la Virgen de los Enebrales, patrona de Tamajón y ciertamente afamada en toda la comarca, donde se la conoce como La serrana. Su ubicación,
a unos dos kilómetros de Tamajón, es privilegiada, tanto como sus vistas. La carretera describe una gran curva descendente hacia la izquierda y entra en un territorio muy accidentado. En su parte trasera encontraremos una zona de merendero y alguna sombra, un buen mirador sobre el horizonte.


Los Enebrales. Sus puertas siempre estaban abiertas, porque debía acoger a todo aquel que necesitase de refugio y cobijo. Hoy en día es así, pero con matices: las puertas macizas están abiertas, aunque el acceso está impedido por unas rejas.
Una de las leyendas que explican/fundamentan su origen es la que cuenta que un cura que acudía a El Vado (pueblo hoy bajo las aguas del embalse homónimo) para dar misa pidió ayuda divina ante la enorme serpiente que le apareció en el camino; y la Virgen, que se apareció sobre un enebro, logró asustarla.


Los Enebrales. Esta hornacina se construyó sobre la puerta de acceso en época renacentista. La mayoría del edificio actual, aunque con reformas posteriores, fue levantada en el siglo XVI.


Los Enebrales. La vieja cancela que impide el paso al interior, pero permite encender una vela o incluso dejar una limosna.


Los Enebrales. Un detalle ornamental de su vieja puerta, la que siempre está abierta.


Los Enebrales. El entorno, desde la agradable sombra de su atrio sujeto por seis columnas.


Los Enebrales. Dentro de su sobriedad, este hermoso rosetón rompe la modestia y sencillez de su robusto muro oeste, el que da a la carretera GU-186.


Los Enebrales. La GU-186 deja la ermita a la derecha y profundiza en una revirada ruta que después vuelve a bifurcarse: bien hacia la presa de El Vado, bien hacia Campillo de Ranas y Majaelrayo.




Campillo de Ranas, una de las capitales de la arquitectura negra. A la luz de esta oferta turística han proliferado pequeños negocios de restauración, deportes de aventura y actividades de ocio activo, incluso casas rurales. El
pueblo ha llegado a aparecer en el The New York Times (2009), aunque por ser uno de los pioneros en el oficio de bodas civiles entre homosexuales, un tema que llegó a protagonizar un documental de Andrés Rubio: "Campillo, sí quiero". Aunque también hay que decir que el negocio de las bodas, en general, ofrece la zona por sus muchos encantos.


Campillo de Ranas. La iglesia de Santa María Magdalena, con la Fuente de las Ranas a la derecha.


Campillo de Ranas. El reloj de sol, en su plaza principal.


Campillo de Ranas. Una pintada, "Viva Campillo", en el travesaño de un soportal de madera.


Campillo de Ranas. Una preciosa vista del centro de
la "Spanish village of rainbow weddings".


Campillo de Ranas. Maneras constructivas respetuosas e integradoras.


Campillo de Ranas. Construcción popular.


Campillo de Ranas. Por su calle principal.


Campillo de Ranas. Una construcción en ruinas con el Ocejón al fondo.


Campillo de Ranas. La pequeña presa en el arroyo del Soto es un lugar donde la gente acude a remojarse, por lo que nos contaron. No vimos ninguna zona cómoda para ello y el lecho a buen seguro es rico en pizarra. Es un rinconcito agradable que está al otro lado de la carretera, en la zona donde se concentran las construcciones más modernas.




Majaelrayo. Contrastes en una calle cualquiera de este bello pueblo a 1.185 metros sobre el nivel del mar. Buen lema publicitario el suyo:
"Un remanso de paz escondido al pie del Ocejón en la provincia de Guadalajara".


Majaelrayo. Iglesia de San Juan Bautista. Es un templo bastante moderno para lo que es el pueblo, pero se mezcla con el entorno a la perfección y destaca por sus dos porches adosados, uno como punto de reunión; otro, como atrio de entrada al recinto.


Majaelrayo. Una construcción popular con el Ocejón al fondo.


Majaelrayo. Otro bonito rincón. Sin dudas, el de Majaelrayo es uno de los conjuntos de arquitectura popular más atractivos.


Majaelrayo. Lo viejo y lo nueve pueden llevarse bien.


Majaelrayo. El ayuntamiento.


Majaelrayo. Una fachada un poco más modernizada que no deja de ser agradable a la vista.


Majaelrayo. Un rincón en ruinas.


Majaelrayo. El consultorio médico local, con la sierra del Robledal al fondo.


Majaelrayo. Calle de la Iglesia.


Majaelrayo. Vivienda.




Robleluengo. Su particularísima iglesia de San Pedro, que con el esfuerzo de los vecinos fue reconstruída tras muchos años en ruinas. Sufrió un incendio en la Guerra Civil.


Robleluengo. Fuente y abrevadero. Y una bonita historia de lo que es el pueblo aquí.


Robleluengo. La parte de su plaza que está acondicionada para echar unos bolos. ¿Eso parece, no? En este magnífico artículo de la Asociación Cultura y de Vecinos de Robleluengo lo confirman.


Robleluengo. Una calle sin asfaltar con muchísimo encanto.


Robleluengo. En esta pedanía de Campillo de Ranas encontraremos magnïficos ejemplos de la arquitectura negra, complementarios con las lindes arboladas de robles que salpican la dehesa que se extiende cerca del río Jaramilla.


Robleluengo. En esencia, pizarra negra.