De los candados y la gran concurrencia en el Balcón del Mediterráneo de Benidorm (agosto de 2011)



Es posible que la inercia de cientos de miles de personas, con más turista y visitante que nativo por eso de que más de cuatro millones de viajeros acuden a Benidorm a lo largo de cada año, le haya dado más lustre a su renombre porque se tiende a pensar que muchas voces que dicen lo mismo no pueden estar equivocadas. Que tanta presencia humana, tanto tráfico y tanto trasiego, dificultades extremas para intentar tomar una fotografía sin público ni invitados, tienen que tener un porqué. Lo cierto es que si la quinta ciudad alicantina tiene un lugar con pedigrí y encanto, ése no es otro que el llamado Balcón del Mediterráneo. Este mirador ubicado en el Cerro del Canfali, junto a la Iglesia de San Jaime y Santa Ana, es una doble terraza de estilizadas balaustradas blancas y algún que otro remate cerámico que une sus dos niveles con una empinada y revirada escalinata. También conocido como Mirador del Castillo (después veremos el motivo), ha sido, es y será testigo de multitud de paseos junto al Mediterráneo y de multitud de promesas de amor que desafían la ausencia de intimidad donde es imposible encontrarla dada la explotación en este punto de las bondades de la Costa Blanca. Y no es sólo una cuestión del estío.

Visto desde el aire, con un puntito de imaginación adicional, la mastodóntica Benidorm se asemeja a una enorme y estilizada letra “v” con un punto, precisamente el Cerro del Canfali, una concentración rocosa con aires de ismo que rompe la linearidad de la franja costera, donde se unen y confluyen las también mastodónticas playas de Levante y de Poniente. Y visto así, ya sea de día o de noche, pues también tiene su gracia tan privilegiado lugar para descubrir las últimas novedades en la persistente apuesta vertical de la urbe, más cerquita la pequeña cala de Mal Pas o, en un próximo horizonte, la cercana y enigmática isla de Benidorm. Entre rascacielos y grandes edificios, la Benidorm que se percibe desde el Balcón del Mediterráneo parece una generosa porción de Manhattan plantada en el Levante como si tal cosa. Pero no, que Benidorm sea la ciudad de Europa con más rascacielos por número de habitantes (73.948 censados en 2009, número que se multiplica en la realidad y, especialmente en verano) es más una apuesta que una casualidad. La orografía circundante condiciona, claro. E incluso ha facilitado que todos unos mundiales de ciclismo se organizasen aquí en 1992.

Cuentan que donde se asienta el Balcón del Mediterráneo antes se encontraba una atalaya defensiva y una pequeña fortificación de origen musulmán, construcciones que después se integrarían dentro de la red de protección de los ataques piratas de la Berbería que tan de los nervios pusieron siempre a Felipe II. De aquello, claro, apenas quedan unos testimonios muy leves. Hoy abundan los músicos callejeros, los puestos de venta ambulante de inspiración contracultural y una creciente moda de colocar candados en barandillas, posamanos y hasta el pozo que presidente el citado balcón. Todo ello en un extraño caldo de cultivo que mezcla mil nacionalidades y orígenes distintos, confiriéndole al tema una aureola de torre de Babel algo asfixiante dada la generosa concurrencia de sus paseos marítimos os sus calles más festivas. Es por eso que la quinta ciudad alicantina no deja a nadie indiferente. Cuenta con sus adeptos, también los que la consideran el mejor exponente del urbanismo salvaje, están los que la odian y la acaban amando, y por supuesto lo que viceversa,… Dan para mucho más de cuatro millones de visitantes en la gran meca del turismo de sol y playa del Mediterráneo. ¡Y pensar que en 1961 Benidorm sólo contaba con 6.202 empadronados! Aunque claro, que en una década la población se doblase (12.574 habitantes en 1971) ya dejaba entrever de qué iba todo. El periodista belga Rudy Pieters ha narrado la historia de Benidorm desde el punto de vista de uno de tantos extranjeros que acuden a este rincón del Levante en un libro que tiene una pinta, y un enfoque, muy interesante: “Benidorm, de hele winter zomer” (más o menos, “Benidorm, todo el invierno verano”).



Benidorm. Mapa de ubicación. Una de las particularidades más sorprendentes de este concurrido rincón del Mediterráneo es la falta de consenso sobre el origen de su nombre. A primera vista puede parecer de origen árabe, pero diversos estudios (con los de Pascual Armiñana al frente) sugieren un origen prerromano y un significado inspirado, precisamente, en el cerro Canfali: "peña que divide". Los árabistas no encuentran un significado concreto y su nomenclatura podría derivar de "Ben" (monte), "idor" (seco) y Orma (ladera o pared), es decir, el monte de la ladera seca. La primera vez que se habla de este pueblo documentalmente es en 1321. Adjuntamos un completo plano de la ciudad.


Una vista de la playa de Poniente, desde el kilométrico (y frecuentado) paseo marítimo de Benidorm. Nadie que diga que busca la paz puede ponerlo de ejemplo, porque en verano es increíble la candidad de gente que pasea por él.


A la derecha, una vista desde el paseo marítimo sobre el pequeño promontorio del Canfali, el considerado cerro del Castillo y el afamado mirador del Mediterráneo.


La isla de Benidorm, objeto de culto desde la playa de Poniente y también conocida como isla de los Periodistas. Se encuentra a unas dos millas náuticas del puerto deportivo y en el pasado sirvió de refugio para algunas familias que huían de las epidemias de cólera tanto de Benidorm como de la cercana Villajoyosa.


De camino al cerro del Canfali Las dos torres... entre otras tantas. Veinticinco pisitos, ahí es nada.


¿Cómo decía aquel anunció? "Donde caben dos caben tres". Y cuatro, y cinco, y seis...


El paseo marítimo de la playa del Poniente nos regala una vista un tanto narcotizante sobre una pléyade de rascacielos y edificios de grandes alturas. Una estampa digna del mismísimo Abu Dhabi.


Densos palmerales en el, cómo no, parque de Elche, cercano al puerto deportivo de Benidorm. Variedades canaria y datilera toman un espacio verde de trazado lineal. Una palmera canaria alcanza los 15 metros de altura y su tronco tiene un perímetro de más de 2 metros.


La isla de Benidorm, vista desde las inmediaciones del puerto deportivo, del que dista unas dos millas náuticas. Este islote, actualmente despoblado, es visitable gracias a la ruta que lo une a la ciudad. Detrás tiene una hermosa leyenda que lo justifica como el fruto de un espadazo medieval en el Puig Campana, estilizado con su fisonomía actual desde entonces. El tajo de Roldán llaman esa extraña forma que caracteriza tanto este monte. La etiqueta de "isla de los periodistas" viene de un curioso acuerdo de amadrinamiento que firmó en 1970 el alcalde Jaime Barceló con la Federación de Asociaciones de la Prensa.


Cofradía de pescadores de Benidorm.


Parroquia de San Jaime, una de las construcciones más señaladas de este cerro de Canfali que no es muy alto pero sí ciertamente escarpado. A sus pies, la pequeña cala de la playa del Mal Pas.




La concurrida escalinata que salva el desnivel desde el paseo de Colón hasta la plaça del Castell y los accesos al Mirador del Mediterráneo. Como se aprecia, aquí también cuentan con una generosa representación de candados simbólicos. Miles de parejas han sellado su amor con este gesto inspirado en una obra de Federico Moccia que también difundió el cine.


Los pasamanos que habían sido elaborados con cadenas de usos pesqueros se han convertido en el soporte de los candados que representan los amoríos de los que Benidorm es testigo. Claro, al estar en un sitio de sol y playa, sobre todo de veraneo, pues muchos de esos candados hacen referencia a experiencias estivales.


Ni uno, ni dos, ni tres...


La serpenteante escalinata que asciende desde el paseo Colón hasta las inmediaciones de la Parroquia de San Jaime y la plaça del Castell.


"Monumento a los hombres del mar", homenaje a los muertos en el Mediterráneo, una obra Juan de Ávalos. Este extremeño, que no pasó a la historia por ser un habitual turista en Benidorm y sí por ser el gran escultor del Valle de los Caídos, la ideó a mediados de los años sesenta.


La playa del Mal Pas, el puerto deportivo, la playa de Poniente y los grandes rascacielos de Benidorm.


El Monumento a los hombres del mar, con los rascacielos al fondo...


Cúpulas de la iglesia de San Jaime y Santa Ana, preciosas por el efecto de su recubrimiento de ladrillos azulados.


Muchos puestos de artesanía y recuerdos jalonan toda zona del cerro Canfali.


Una puesta de sol a lo ojo de Sauron.


La plaza del Castillo o plaça del Castell, la esencia del Canfali. Como su propio nombre se encarga de recordar, el sitio donde se ubicó la fortaleza defensiva del pueblo. Algunas investigaciones etimológicas sobre el nombre de Benidorm han apuntado que realmente se conoció al núcleo durante siglos como Castillo de Benidorm.


El escudo de Benidorm.


La plaza del Castillo sobre el Canfali.


El pozo, acaso reflejo del ubicado en el patio de armas de la vieja fortaleza, preside la plaza. Una multitud de candados decoran su rejería.


Efectivamente, el Balcón del Mediterráneo.


El descenso al otro y más privilegiado mirador del Mediterráneo.


Una empinada escalinata sobre un terreno muy escarpado.




Rocas muy erosionadas de curiosas formas.


Poniente, desde la balaustrada que rodea todo el conjunto del mirador.


Una joven contempla la puesta de sol sobre la playa de Poniente y sus rascacielos desde el Balcón del Mediterráneo.


Vistas sobre la playa de Levante y los rascacielos donde se alojan muchos de los turistas extranjeros. Sin ser una división 100% real, pues ya se sabe que en la vida nada es blanco o negro sino cuestión de grises, sí es cierto que los foráneos se concentra más en esta zona, mientras que el turismo nacional se concentra en la playa de Poniente.