Un paseo por la bella Segovia (mayo de 2009)



Sólo por la posibilidad de admirar, en vivo y en directo, toda la grandeza que desprende la vieja piedra del acueducto, sólo por ese acto tan trivial para muchos, merece la pena una escapada a Segovia, ciudad patrimonio de la humanidad desde 1985. Es más, la ciudad de Perico Delgado es una de las escapadas obligatorias en El país que nunca se acaba. Las nuevas vías de comunicación facilitan aún más la ausencia de excusas: el nuevo AVE une en media hora la estación de Chamartín con la segoviana de Guiomar. Una persona puede viajar, ida y vuelta, por 18,90 euros (9,45 el viaje sencillo; precios de 2009), incluso asumible para una excursión en el día. La estación de Guiomar emerge en un altiplano presidido por la Sierra de Guadarrama, que en las fechas del viaje aún conservaba buenas zonas nevadas. Las vistas desde esta construcción interesante, nada mastodóntica, son espectaculares. Un pero puede ser el que no está dentro del casco urbano, pero sí está muy bien comunicada. Dos líneas de autobús, la 11 y la 12, nos dejan en el centro en apenas diez o quince minutos. Nosotros, en nuestro último viaje, para el que llevábamos como excusa un concierto, subimos al 11, cuya última parada está a los pies del acueducto. La mejor entrada posible en la ciudad. Y el trayecto en este transporte público sale por 0,86 euros por persona (precio de 2009).

Uno de los trayectos más mágicos que puede haber en Segovia es el pasear por la calle Juan Bravo, que une la plaza del Azoguejo, la del acueducto, con la de la catedral a través de la calle Cervantes. Las franquicias de moda han ido tomando lo que en otro tiempo fueron locales con otra esencia. Sin embargo, algún que otro comercio de rancio abolengo queda en servicio. Es la de Segovia una zona de tiendas muy agradable, aunque una parte esté cuesta arriba, algo que siempre puede incomodar a algún paseante. El trayecto regala unas vistas de la sierra, especialmente de la Mujer Muerta (y su leyenda), sencillamente magníficos. Las cámaras de los numerosos extranjeros no se resisten a inmoralizar el skyline de parte del casco histórico. También le ofrece al caminante plazas como la de San Martín, presidida por la iglesia del mismo nombre. Una construcción originaria del siglo XII que alberga un magnífico retablo barroco. Nuestros pasos, que podemos endulzar con algunos de los riquísimos helados (una constante en las capitales castellano-leonesas) que venden en una de las tiendas, nos encaminan a otra nueva plaza: la del Corpus. La entrada a la Judería y sus calles estrechas, y a varios “balcones” acondicionados, junto a la desconocida muralla segoviana, sobre la frondosa ribera del río Clamores. Eso sucederá si cogemos la calle de la izquierda o entramos en el gran arco con puerta que también está a la izquierda. Por la derecha, en leve subida, alcanzamos la Plaza Mayor segoviana. Realmente grande, curiosa por la disposición de la catedral con respecto a la superficie. El gran templo de Segovia emerge esplendoroso a la izquierda; le ha sentado bien la restauración.

Desde la gran plaza, el Alcázar, otro de los grandes atractivos de la ciudad, está a un paso. Estamos en la zona más religiosa de la ciudad. Iglesias, como la de San Andrés; conventos, como el de San José, fundado por Santa Teresa de Jesús,… Otro leve paseo hacia una edificación, el nombrado Alcázar, que en su pasado fue residencia real y sobrevivió a las llamas de un incendio en 1862, para ser restaurada antes del final de la centuria. Su fachada impone, con ese aire tan de Walt Disney marcial. La plaza de la Reina Doña Victoria, el jardín que antecede al Alcázar, le da más encanto al contexto; y perspectiva, ya que desde sus lados pueden disfrutarse unas panorámicas muy destacables. De un lado, la catedral, el valle del Clamores, la judería y la zona más “religiosa”. De otro, el quebrado paisaje segoviano del Valle del Eresma, con vistas a la vieja Casa de la Moneda, el monasterio de Santa María del Parral, la Iglesia de San Marcos, … y el Santuario de Nuestra Señora de la Fuencisla, la patrona de la ciudad.

Desde el Alcázar es muy recomendable el descenso hacia el paseo de Santo Domingo de Guzmán por la frondosa bajada por la Cuesta de la Zorra. Es curioso el nombre a primera vista, pero no está exento de exactitud al descender por este a ratos sendero y a ratos escalinatas, que en sus recovecos en la montaña de pétrea en la que se erige buena parte de la ciudad esconde restos abundantes y tangibles del amor de pareja adolescente. El verdor y el frescor del descenso finalizan en el empedrado paseo de San Juan de la Cruz. Es cuesta arriba, pero soportable. Al poco, pasamos bajo la Puerta de Santiago, que antiguamente comunicaba la ciudad con el arrabal de San Marcos y el antiguo Camino Real de Castilla. Entramos en el Barrio de los Caballeros, la zona donde se aglutinan un buen número de casas y palacios de noble linajes, con muchas fachadas de heráldica presencia, como también los floreados/estucados permanentemente constantes en toda la ciudad. En algún punto de la muralla, bastante mal conservada, se tiene una buena perspectiva, aunque de una ciudad mucho más actual. Tras otro nuevo callejeo, llegaremos a la Plaza del Azoguejo por el norte. Otra perspectiva para contemplar esa maravilla que es el acueducto. Nunca te cansas de admirar este vestigio de la historia.

A la hora de comer, aunque lo más famoso es Cándido, el mediático restaurante que ha dado paso a un creciente imperio hostelero, son muchos los establecimientos de Segovia en los que disfrutar, bastante bien de precio, de lo mejor de su cocina. No muy lejos del Cándido, de hecho enfrente suyo, en una escalinata que asciende, paralela al Acueducto, desde la Plaza del Azoguejo, calle Santa Columba la llaman, está el Restaurante El Túnel. El servicio es muy atento y por 20 euros puedes comerte un plato abundante de judiones del vecino, y no menos hermoso, pueblo de La Granja y un sustancioso solomillo de las tiernas terneras que pastan en sus prados; y su postre y bebida, claro. Si lo destacamos, es por su excelente preparación y el gran tamaño de los dos platos. 20 euros muy bien rentados. Para el café o la infusión, lo mejor es no alargar la sobremesa, dar otro nuevo paseo, pero breve, por la avenida Fernández Ladreda. Otra artería de la ciudad, con grandes vistas hacia el acueducto y que en sus laterales reúne otro gran porcentaje de franquicias de moda, bares de siempre, bares de ahora, tiendas de chucherías y algún que otro local para tomar un copa por la noche. Y La Colonial, una pequeña franquicia castellano-leonesa (está en Ávila, por ejemplo) donde sirven un muy buen café. Descubrimos este local hace muchos años, cuando tras una ruta de montaña en la vecina Navacerrada pasada por nieve, bajamos a Segovia y acabamos disfrutando de un humeante tazón de café vienés. Con el tiempo, a los dueños les ha ido bien, han ampliado el negocio y, de hecho, la Colonial tiene otro local en la calle Juan Bravo. Como os comentábamos al principio, el motivo de esta escapada era un concierto que tenía lugar en el Frontón de Segovia, una instalación deportiva cubierta que está cerca de la plaza de Toros, en la zona que conocen como La Albuera. De camino, pues Segovia invita a moverse a pie, acompañamos al acueducto desde la plaza de Azoguejo en su lento decrecer hacia la avenida Padre Claret. Pilar a pilar, el coloso que llega alcanzar 28,10 metros de altura en sus 958 metros de arquería, decrece de tamaño, devorado por las pendientes de una ciudad en leve ascenso por esta parte. Estamos en la calle que son dos, en función del lado del acueducto: Teodosio el Grande, por uno; Fermín García, por otro. Y otro poco que mengua la puente del diablo, por aquello de que fue el maligno el que lo levantó, piedra a piedra, en una noche para ganarse un alma que al final perdió. Calle de Mon Almira, y otros cuántos centímetros perdidos. Junto al Monasterio de la Humilde Encarnación, el acueducto desaparece para ser una conducción que se adentra 15 kilómetros hacia la Sierra de Madrid. Hay que añadir que una carrera de nuevo cuño, el duro pero hermoso Medio Maratón de Segovia, parte, concluye y atraviesa tan insigne recuerdo romano. Es una gozada de cita que exige un mínimo de preparación por la presencia de tres subidas de entidad en el recorrido, pero que merece la pena por ser una forma diferente de conocer absolutamente toda la ciudad y muchos de sus rincones más hermosos.

Para hacer noche, y gracias una vez a la página de Atrápalo, encontramos una oferta para la Hostería Ayala-Berganza, un palacio del siglo XV transformado en alojamiento turístico que, sencillamente, es espectacular; y muy cercano a otro lugar mágico: la majestuosa Iglesia de San Millán y su no menos majestuosa plaza en la que tomar un rato de respiro carga muy mucho las pilas. El Ayala-Berganza ofrece habitaciones muy amplias, con una disposición un tanto rara, pero ni mucho menos cutre. Se nota que el hotel tiene caché. No tenía pinta de tener mucha clientela, pero el goteo era constante y realmente no tiene muchas habitaciones. Quizá su restaurante sea otro punto a seguir para futuras visitas. Y la experiencia se enriqueció con la casual coincidencia con el Festival de Música Diversa, que llevó durante tres días, y a varios puntos repartidos por toda la ciudad, pequeños escenarios en los que tan pronto tocaba un grupo africano como un numeroso plantel de amigos del conservatorio que comienzan a montar una orquesta rica en trompetas, trombones y buen rollo.


Segovia. Ubicación geográfica. Y, por supuesto, adjuntamos un mapa de la ciudad.


Estación de ferrocarril de alta velocidad de Segovia-Guiomar, con vistas a la sierra de Guadarrama y a unos siete kilómetros del casco urbano segoviano.


La última parada de la Línea 11: ¡menudo recibimiento más monumental!


Desde 1974, la plaza de Artillería (vecina de la del Azoguejo y separadas por el acueducto) alberga un presente de la ciudad de Roma: una escultura de la loba capitalina. Una constante en todas las ciudades con rico pasado romano, como sucede también en la extremeña Mérida.


Fachadas esgrafiadas, típica decoración castellana muy presente en Segovia, en la calle Juan Bravo. Esta rúa es una de las tres partes, con sus correspondientes nomenclaturas, en las que se ha dividido la antigua calle Real.


Calle Juan Bravo. Por aquí, por cierto, tiene lugar cada día de Navidad la famosa carrera del Pavo para bicicletas sin cadena.


Vistas de La mujer muerta, la montaña que, dicen, tiene forma del cuerpo yaciente de una mujer. Cuenta la leyenda que fue la madre de dos reyes, hermanos ellos, que dio su vida para evitar una estéril guerra entre sus vástagos por el poder.


... y vistas del barrio de San Millán, o de las brujas, de la ciudad de Segovia desde ese mismo mirador que nace en las confluencias de las calles Cervantes y Juan Bravo. ¡Preciosas vistas!


Balcones acristalados que se asoman a la rampa que sube hacia la calle Juan Bravo desde la calle Arturo Merino.




Iglesia de San Martín, templo románico mudéjar a mitad de camino entre el acueducto y la catedral.


San Martín. Capiteles románicos y bolumnas pareadas.


San Martín. Galería porticada.


Escultura a Juan Bravo (1921), héroe comunero y personaje insigne de la ciudad. Detrás, el conocido Torreón Lozoya. A esta escultura le pintaron el pecho de amarillo cuando Pedro Delgado ganó el Tour de Francia en 1988.


Detalle de la Iglesia de San Martín.



Una añeja vivienda de piedra, del siglo XV, en la calle Juan Bravo a la altura de la plazuela de San Martín. Dicen que aquí residió en su día el propio Bravo.


San Martín, Torreón Lozoya y escultura a Juan Bravo, concurrido espacio monumental y turístico de la ciudad de Segovia en plena área comercial.


Esta escultura preside una fuente en la plazuela de San Martín (los lugareños también le dicen plaza de Medina del Campo) y ocupó durante años el lugar en el que hoy se asienta la de Juan Bravo.


San Martín. Dicen que muchos turistas la confunden con la catedral, porque caminan en su búsqueda desde el acueducto y quedan sobrecogidos por su ubicación y majestuosidad. Una exageración merecida, en todo caso.


Entorno de San Martín y calle Juan Bravo.


Calle Juan Bravo.


Entre los edificios emerge la hermosa catedral de Segovia. La calle Juan Bravo se bifurca y el ramal de la derecha, en ligero ascenso hacia la plaza Mayor, se convierte en la calle Isabel la Católica.



La catedral de Santa María. La última catedral levantada en España bajo las premisas del estilo gótico y obra de Juan y Rodrigo Gil de Hontañón. Fue construida sobre otra anterior; la historia, de hecho, nos recuerda que Segovia ha llegado a tener tres catedrales. Ahí es nada.


La catedral, vista desde uno de los espejos que "regulan" el tráfico por la zona centro en la calle Marqués del Arco. Es conocida como La dama de las catedrales.


Una vista de la Plaza Mayor de Segovia.


Plaza Mayor. Al fondo, el ayuntamiento.


Por la calle de Daoíz, rumbo al Alcázar.


El Alcázar, otro de los iconos de la ciudad y con raíces históricas que se hunden documentalmente en el siglo XII. Su torre del homenaje es inconfundible. Morada muy del gusto de los reyes de Castilla, quizá por su ubicación privilegiada entre los ríos Clamores y Eresma, fue destruido por un incendio en 1862. Hoy es sede del museo de la Escuela de Artillería (visitable, como buena parte parte del conjunto por 4,5 euros la entrada), con sede en la ciudad. Desde 1951 pertenece en usufructo y "espirtualmente" al Arma de Artillería.


Jardines del Alcázar, realmente antiguo solar de la primitiva catedral y su anexo palacio episcopal.


La ciudad, desde el entorno del Alcázar. Obsérvense los restos de las antiguas murallas de la ciudad, de origen árabe pero ampliadas bajo el reinado de Alfonso VI. En su espectacular blog, la guía Leticia explica que sólo Lugo y Ávila comparte con Segovia la posesión de un recinto íntegro de murallas. En el caso segoviano son tres kilómetros de muros medievales. La ciudad vieja, pese a que en algunas zonas esté muy camuflada por nuestras construcciones, está absolutamente rodeada por sus murallas.


Este hombre con escultura propia en el entorno de la plaza del Socorro hizo mucho por la dulzaina segoviana, entre otras cosas, e inspira un premio anual a todos aquellos que trabajan en la conservación del folclore y la música popular. Agapito Marazuela es muy querido en Segovia.


Puerta de San Andrés, intramuros. Uno de los tres grandes accesos a la ciudad vieja. En este caso, antiguo acceso a la judería desde el vallezuelo horadado por el río Clamores. También se la conoce como Puerta de Socorro por la imagen de una virgen que se muestra en la terracita de la parte superior.


El lienzo de la muralla, con las torres de la catedral intramuros.


El agua corre rauda por el canal ubicado en el pasamanos de una escalinata en el entorno de la calle San Millán.


Volvemos al entorno del Alcázar. Vistas desde la Plaza de la Reina Doña Victoria: antiguo pueblo de Zamarramala e iglesias de San Marcos y la Vera Cruz, en el valle del río Eresma.


Monasterio Jerónimo de Santa María del Parral.

EnlaceLa Vera Cruz, antigua iglesia del Santo Sepulcro. Esbelta torre y planta circular.


La 'city', desde el entorno del Alcázar. El ferrocarril de alta velocidad que conecta Madrid con Valladolid nos regala unas vistas muy bonitas del conjunto monumental de la ciudad vieja presidida por la catedral, "la dama de las catedrales".


Cuesta de la Zorra.


Empinada y sombreada cuesta de la Zorra hacia la vega del Eresma.


Otro tramito de bajada.


Paseo de San Juan de la Cruz.


Detalle de "callejero" del paseo de San Juan de la Cruz, que va a dar a otra de las viejas puertas de acceso a la ciudad vieja, la de Santiago.


Nuevas vistas desde el recinto amurallado.


Una perspectiva del acueducto reflejado en las gafas de una turista.


La avenida Fernández Ladreda y sus vistas sobre el acueducto.


Galerías comerciales en la concurrida Fernández Ladreda.


Iglesia de San Millán. Muy desconocida turísticamente, pero digna de conocimiento. Y da nombre a un barrio de la ciudad.


Una imagen del acueducto en sus primeras arcadas hacia la Plaza del Azoguejo en la calle de Cañuelos.



... Y Camilo José Cela, entre otros muchos, recopiló la leyenda de la muchacha aguadora y el diablo, cuya presencia explicaría las marcas de muchas rocas. Ya se sabe, la majestuosidad invita a la fantasía.