Patones de Arriba y su reino de piedra sobre piedra y manantiales de agua (marzo de 2009)



“Como a mitad de camino entre Torrelaguna y Uceda se ve a mano izquierda una gran abertura en la cordillera, que cierra un pequeño valle, llamado “Lugar de Patones” sobre el cual sería delito no contar una célebre antigualla, que es la siguiente: en aquella desgraciada edad en que los sarracenos se hicieron dueños de España, ya se sabe que muchos de sus moradores huyeron a las montañas y a los parajes más escondidos y retirados. Algunos buenos cristianos de la tierra llana decidieron, pues, introducirse por la expresada abertura, buscando en lo interior de la sierra cuevas donde esconderse, y fue de tal suerte, que no cuidando los enemigos de territorio tan áspero y quebrado, pudieron aquellos godos fugitivos vivir en él todo el tiempo del poderío musulmán, manteniendo sus costumbres, creencias y sustentándose de la caza, pesca, colmenas, ganado cabrío y del cultivo de algunos centenos, como lo hacen también ahora”
(Antonio Ponz, en su Viage de España, en el que se da noticia de las cosas apreciables y dignas de saberse que hay en ella, volumen X, de 1781).

Que una de sus casas rurales haya sido bautizada como
El ensueño y que El tiempo perdido sea el nombre su más célebre hotel (y quizá único, todo sea dicho) ya nos pone en situación sobre por dónde van a ir los tiros cuando oigamos hablar de Patones de Arriba. Y es que, las cosas como son, el pueblo es un lujazo. Un lujazo visual, con esa denominada arquitectura negra en la que la pizarra y la piedra destierran al ladrillo y el asfalto. Un lujazo para la paz interior, con ese ambiente tan sano de la sierra, rodeado de montañas unomiles y cientos de rutones para el senderista. Y un lujazo, por desgracia literalmente, para los bolsillos si es que recurrimos a alguno de sus visitadísimos restaurantes, muy concurridos los fines de semana.


Un vecino de Patones de Abajo trenza una red a la puerta de su casa.


Patones de Abajo, visto desde una pista de servicio del Canal de Isabel II que atraviesa uno de los cerros próximos a Patones de Arriba.


Justo al abandonar la M-102, la carretera que viene desde Torrelaguna, comenzamos una subida de plataforma menguante a medida que abandonamos el núcleo urbano por la Calle de la Diputación. Al frente, un acueducto nos sirve de referencia: Patones de Arriba está justo detrás, pero invisible desde el valle.


Revirada subida digna de una bicicleta: la carretera local M-912.

Pero todo se olvida con un pequeño paseo por esta meca de eso que se llama “turismo rural”. En cierta ocasión llegó a nuestras manos un folleto turístico en el que se reflejaba lo siguiente: “Cuando el visitante se coloca en cualquier punto de la pequeña localidad, una de la más bonitas que se pueden encontrar, dirija su mirada hacia donde la dirija, tiene la sensación de haber sido transportado en el tiempo muchos años atrás”. Nos pareció un buen resumen, ceñido a la realidad.


A punto de llegar al acueducto que supone la puerta de entrada al entorno de Patones de Arriba.


Una vista panorámica de la carretera que asciende a Patones de Arriba justo antes del paso bajo el acueducto, que quedaría a nuestra derecha.


El acueducto y las canalizaciones del Canal de Isabel II.


El acceso a Patones de Arriba. Los fines de semana el número de visitantes es generoso la entrada de vehículos sólo está permitida para los residentes y los aparcamientos no abundan.


La antigua Iglesia de San José y la Plaza del Llano, rodeada de restaurantes, presiden la llegada al viejo casco urbano.


Una empinada calle, de las Eras, con encanto.

La situación geográfica del enclave del viejo Patones es tan especial como su historia, la misma que impregna en su existencia la presencia de una dinastía de reyes propios que han acuñado el turístico reclamo del Milenario Reino de Patones. ¿Un reino dentro de otro? Sí, en ese paraje de Los Pradales, a unos 750 metros sobre el nivel del mar prácticamente oculto a la vista desde la vecina y cercana vega del Jarama por su magnífica ubicación tras una brecha en las montes, existió una monarquía. Más allá de románticas hipótesis visigodas, su génesis y perpetuación, sin embargo, no debe encontrarse en una revolución o la instauración de una nueva casa dinástica dentro de la corona española, ni mucho menos, sino en la dureza del entorno de montaña de accesos complejos en el que se asentaban unas cuantas familias que dependían de una tan lejana como despreocupada Villa de Uceda. “Alquería de la Hoz de los Patones”, aparece en algunos documentos del siglo XVI.


Pizarra, pizarra, pizarra...


Detalle ornamental en grafías árabes en una de las casas.


Dos visitantes ascienden una de sus empedradas cuestas, la de la calle Buenavista.


Callejuelas estrechas.


Detalle de una fachada.

En este contexto es fácil comprender a un reducido grupo humano que apeló a una especie de autogestión la solución de sus disputas y conflictos. De esta necesidad emergió la figura de un anciano que ejercía las funciones de juez y alcalde. Y que se le llamase “rei” y que el cargo adquiriese carácter hereditario, hizo el resto. Julio Caro Baroja concretó más y centró tal honor en el varón de más edad de la familia Prieto. Los reyes del pueblo. Patones, administrativamente un ente independiente desde 1769, cuando Carlos III les concedió el título de Lugar. Con la partición de España en provincias,
medida impulsada en 1833 por Javier de Burgos, Secretario de Estado de Fomento, Patones se integró en Madrid, mientras que Uceda se quedó en Guadalajara. Las dos, esos sí, se integraban dentro de Castilla la Nueva. Antes, mucho antes, en la Prehistoria, la zona ya sedujo al ser humano. La cercana Cueva del Reguerillo, otro de los reclamos de la zona junto a la monumentalidad de sus paisajes, ha sido fuente habitual de restos paleolíticos y sus pinturas rupestres pasan por ser las principales de la Comunidad de Madrid.


Una vista panorámica desde los accesos a la casa El ensueño.


Hermosas casas de pizarra vieja.


Una chimenea, entre cubiertas de tejas árabes.


Patones, entre montañas.


Otra perspectiva del casco urbano y su entorno tomada desde el patio de la casa rural El ensueño.


La Sierra Norte es uno de los lugares más hermosos de
un país que nunca se acaba.

Aunque hoy en día Patones son realmente dos, el de Arriba y el de Abajo, ese el primero el más célebre y notorio. Dos barrios intensamente vinculados, unidos por ese cordón umbilical de 2,5 kilómetros revirados, estrechos y tan ascendentes que exigen de marchas cortas en los vehículos. El primero es el gran reclamo turístico por la particularidad de su ubicación hoy en día chivada por un sorprendente acueducto y su arquitectura, el Patones pata negra, el fetén, el más auténtico; el segundo, el más habitado, equipado y extenso, un asentamiento que comenzó a gestarse en el siglo XIX con las primeras obra hidráulicas del Canal de Isabel II, y que creció de manera espectacular tras la Guerra Civil. Algunos incluso concretan en 1940 el año de su “nacimiento”.


Vistas desde la zona denominada Extramuros, a cuyos pies desciende impetuoso un arroyuelo y donde encontraremos un antiguo pilar.


Improvisada plazuela integrada en la calle Real. Aunque vean en una puerta un vado, el uso de coches está muy restringido en Patones de Arriba.


¿Qué fotografían estos turistas?


La brecha entre las montañas que también oculta a Patones de Arriba.


Una de las obras de ingenieria del Canal de Isabel II, tan abundantes en el entorno del pueblo.


Canalización para coger agua de lluvia.


El río Jarama y su fértil vega anexa


En la Sierra Norte calma su sed el gran Madrid gracias a obras como ésta.


¡Menuda vistas! ¡Menudos paisajes!

Su situación, en la benigna vega del Jarama, sedujo a casi todo el núcleo original, que quedó prácticamente despoblado durante la década de los años 60. En 1971, cuentan, “en Patones de Arriba quedaban doce vecinos y se podía apreciar en la aldea que había un predominio de gente rubia, ojos claros y facciones correctas”. Su iglesia de San José, del siglo XVII, acabó en ruinas. Y es que ya es bastante indicador del esplendor o el ocaso de un lugar que un templo se caiga… En 1998, eso sí, se restauró para albergar el Centro de Iniciativas Turísticas, Educativas, Culturas y de Ocio (CITECO). El resurgir del viejo Patones,
sostenido por unas pocas familias, había comenzado unos años atrás. Y aunque siguen persistiendo las pequeñas explotaciones ganaderas y son unas veinte las personas que siguen habitando en él, Patones sigue teniendo algo especial en su atmósfera. La de un reino dentro de un reino. La del reino que perdió a su rey, cuentan, porque emigró a la capital.


Un patio con encanto, el de la casa rural El ensueño.


Otra vista, desde otra perspectiva, del patio anterior.


¿Jugar a un videojuego con las sensaciones que transmite ver sus secuencias ampliadas a través de un proyector? Sí, es cierto es
la casa rural El Ensueño.


Una última vista de Patones de Arriba.