Paz, sosiego, recogimiento y vino en el Monasterio de Santa María de La Vid (julio de 2011)



El río Duero vertebra en la actualidad una de las más afamadas rutas de turismo enológico, pero varios siglos atrás marcó la frontera entre dos cosmovisiones. Y como buena linde, claro, los roces y conflictos (sobre todo de índole bélica) no fueron cosa extraña, pero también resultó una divisoria permeable y susceptible para el intercambio y la interacción. El tira y afloja entre los dominios cristianos y los musulmanes siguió su pulso y con él, el descenso paulatino de la frontera hacia el sur de la geografía peninsular… hasta ese hito que la historia nos recuerda y destaca y que no es otro que la toma de Granada en 1492. El Duero, sin embargo, siguió con su paulatino y lento discurrir desde los Picos de Urbión hasta su desembocadura portuguesa, sirviendo de eje de toda actividad económica, alimentando el engranaje de las infraestructuras, servicios y necesidades surgidos en las diferencias poblaciones que aprovechaban sus aguas. Remontándonos a los tiempos a los que nos vamos a referir, que no extrañe de la importancia y el peso de lo religioso, sobre todo en enclaves de, como se dice hoy en día, cierto valor geoestratégico. Tal es el caso del Monasterio de Santa María de La Vid, que aúna en un nombre el aún hoy importante cultivo de la uva y la espiritualidad, aún existente, claro; pero vivimos otros tiempos y su trascendencia no es tan capital, si bien está claro que reinó por estos pagos.

Este centro monástico fue fundado allá por el siglo XII, por la iniciativa de dos poderosos caballeros castellanos, Sancho Ansúrez (nieto del impulsor del esplendor de Valladolid) y Domingo Gómez de Campdespina, influenciados por la Orden Premonstratense, y sigue teniendo en las cuestiones divinas su principal razón de ser, pues desde que fuera donado “a perpetuidad” a la Orden de San Agustín en 1865 ha venido acogiendo un centro de estudio y formación para sus religiosos, habituales misioneros y pródigos en trabajos en Filipinas. Pero, de la mano de los nuevos tiempos y las nuevas inquietudes, también ha sabido incorporarse al mundo de las hospederías para ofrecer a todo tipo de visitantes (hasta un centenar, con tarifas comprendidas entre los 63 euros de una única noche o los 43 por día si estamos más tiempo en sus habitaciones simples, dobles o triples) su paz, su recogimiento y todo el patrimonio que ha sobrevivido en su magnífica biblioteca (85.000 volúmenes, y eso pese a tres décadas ya lejanas de abandono y expolio, con el Liber Chronicarum a la cabeza, una historia ilustrada del mundo desde la creación hasta finales del siglo XV), su museo o la belleza de sus diferentes estancias interiores. La hospedería, conviene recalcarlo, es mixta. Y cuentan que algún estudiante que prepara oposiciones se recluye aquí en busca de paz para su esfuerzo intelectual.

Los Agustinos, en un mérito a reconocer, frenaron la decadencia de un conjunto que durante treinta años estuvo más cerca de la extinción que de la supervivencia tras la expulsión, en 1836, de la orden Premonstratense. Otra de las consecuencias de la Desamortización de Mendizábal que en este caso sí tuvo margen de recuperación. El director José Luis Garci no ha dudado en aprovechar el enclave, mostrado en ocasiones como un ejemplo renacentista, en otras como del eclecticismo nacido del paso de los siglos y la influencia de los sucesos históricos, para grabar algunas escenas de películas como Canción de Cuna (1994) o El Abuelo (1998). En todo caso, junto al Duero, ahí nos espera, ofreciéndonos su seductora tranquilidad ya sea de paso o con afanes de permanecer en el tiempo.



Monasterio de La Vid. Plano de ubicación, a medio camino entre Aranda de Duero y San Esteban de Gormaz. Junto a la N-122, que une Valladolid y Soria. Todavía estamos en territorio burgalés.


Nuestra Señora de La Vid preside la fachada de la iglesia. El hallazgo de una talla de esta virgen motivo que sobre el lugar en el que fue encontrada se levantase todo este recinto que, obviamente, fue mutando y creciendo con el paso de los siglos.


Detalle ornamental de la fachada de la iglesia. Dicen que tras la Catedral de Burgos, ahí es nada, es la más suntuosa de toda la diócesis burgalesa. Quizá sea mucho decir, pero las dimensiones resultantes de las reformas de los siglo XV y XVI nos confirman sus ambiciosa pretensiones: 57 metros de larga, 22 de ancha y tres naves componen un conjunto que, en origen, sí es uno de los pioneros del estilo renacentista en suelo ibérico.


Su espadaña de tres cuerpos es uno de los grandes y más sobrecogedores reclamos de la iglesia del monasterio. Fue concluida en 1738 y es tenida como un gran ejemplo del esilo barroco. Los maestros Domingo de Izaguirre y Diego de Horna dirigieron sus trabajos.


Monasterio de La Vid. Una imagen del interior de la iglesia, donde destaca su retablo renacentista, de dos cuerpos y tres calles coronados por una concha (muy de la época) y albergantes de varios lienzos sobre "los misterios gozosos de la Virgen María". Fue tallado en Nápoles (Italia) siguiendo una idea de Antonio Elejalde que costeó, no podría faltar la figura del donante/mecenas, Juan de Zúñiga Avellaneda y Bazán, quien fue virrey de Nápoles entre otros muchos "cargos".



Monasterio de Santa María de La Vid. Una vista de su fachada desde los accesos a su iglesia. En 1991 fue declarado por el gobierno autonómico castellano-leonés "Bien de Interés Cultural". Entre 1288 y 1318, con el apoyo de Sancho IV, se inició una primera reforma/ampliación que tendría una segunda en1522 avalada por el cardenal Íñigo López de Mendoza y sus hermanos, los Condes de Miranda. En 1723 se iniciaría una tercera ampliación, que tiene en su espadaña el gran referente.


Fachada del monasterio. El recinto original cumplió 850 años en 2003.


Un viejo pozo, en la explanada del acceso principal al monasterio.


Detalle de un balcón.


"El Monasterio de Santa María de La Vid, a los religiosos agustinos asesinados durante la Guerra Civil (1936-1939)".


Monasterio de Santa María de La Vid. Vista sobre el entorno ajardinado anexo al recinto.


Detalle del pavimiento de los alrededores del monasterio, viejos enlosados de piedra pulidos por el paso de los años y la erosión de los paseantes. La sombra, apréciese el tono, es intensa en el lugar de la fotografía.


Un detalle del monasterio, visto desde las afueras del recinto.


Monasterio de Santa María de La Vid. El muro de mampostería que rodea el perímetro del recinto, junto a la carretera que une el mismo al núcleo urbano burgalés de La Vid y Barrio.


Vides al sol. Al fondo, aunque no lo parezca, el Duero sigue su lento pero constante curso hacia el Atlántico.


Bodegas El Lagar de Isilla. Este complejo vinícola prácticamente anexo al monasterio es otro de los que, a la luz del turismo enológico, organizan visitas a sus instalaciones, degustaciones de sus productos e incluso cursos de cata. Esta casa de estilo colonial del siglo XIX (1890) y perteneciente al pueblo de La Vid y Barrio realmente acoge la bodega de elaboración, pues la genuina de El Lagar de Isilla se encuentram a 18 kilómetros, en Aranda de Duero, y es una de las muchas bodegas subterráneas (las galerías más antiguas hunden sus raíces en el siglo XIII, aunque los usos vinícolas llegarían en el XV) de esta villa burgalesa.


Bodegas El Lagar de Isilla. Al fondo, la casona susceptible de albergar alojamientos, uno de los proyectos de esta empresa. En estas instalaciones se trabaja con buena parte del fruto vendimiado en las 40 hectáreas de viñedo propio que posee esta firma. El Lagar de Isilla es otra de las bodegas colaboradoras con el proyecto "Ven y Ribérate", en el que se articula toda una ruta enoturística en torno al río Duero; el proyecto, muy interesante, reúne desde San Esteban de Gormaz (Soria) a Peñafiel (Valladolid) a 33 bodegas, pero también ha seducido a alojamientos rurales y restaurantes en una completísima oferta.


Monasterio de La Vid. Vista del recinto y unos viñedos cercanos desde los acceso a El lagar de Isilla.