Entre Lupiana y el Monasterio de San Bartolomé por la senda de los Siete Caños


En el fondo de un valle tan plácido y fértil como inesperado por los páramos circundantes, regado por las aguas de un río Matayeguas al que se le juntan las más esporádicas del arroyo de La Parra, se asienta el alcarreño pueblo de Lupiana, pequeño núcleo urbano de curioso y discutido nombre nombre (que si origen romano, que si inspiración en tiempos de gran presencia lobera por una posible raíz "lupus",…) y una densísima historia que se remonta hasta los tiempos prehistóricos de íberos y celtas. Fue la riqueza de su entorno, con abundante agua, densos bosques, buenas tierras y nutrida caza la que sedujo a esos primeros pobladores del enclave, primero en el cercano Cerro del Castillo, después una aldea (Pinilla) acaso abandonada por la peste en el bajo medievo y, por supuesto, la ubicación actual, que llegó a compartir plazos y tiempos con la antes mencionada. Un pequeño paraíso, en todo caso, a apenas 15 kilómetros de Guadalajara capital al que llegar es muy sencillo. Apenas recorreremos siete kilómetros por la N-320 en dirección a Sacedón y Cuenca, "alucinaremos" mastodóntica ciudad (Valdeluz) levantada en las cercanías de una estación del AVEbastante alejada del casco urbano arriancense y encontraremos el desvío. Nuestro destino, tras visto lo visto, es un oasis de sosiego.

Allá por 1330, don Diego Martínez de la Cámara funda en un cerro cercano al actual pueblo una pequeña ermita que dedicó al apóstol San Bartolomé. Una génesis, una piedra fundacional. Sobre esta ermita se levantaría, posteriormente, con el empeño de su sobrino don Pedro Fernández Pecha (futuro fray Pedro de Guadalajara), un monasterio que heredó el nombre de San Bartolomé y que con el tiempo llegó a contar con hasta tres claustros. A saber, el desaparecido (apenas quedan unos indicios) y gótico de La hospedería; el conocido como Viejo, La enfermería, o de los Santos, que perdió uno de sus lados y albergó mucho tiempo un cementerio; y el diseñado por Alonso de Covarrubias y levantado por Hernando de la Sierra en el siglo XVI, el célebre, el único íntegro, unánimemente considerado una joya del estilo plateresco. Lo cierto es que el monasterio no sólo se convirtió en la cuna de la orden de los Jerónimos en suelo peninsular, tras el empeño de fray Pedro de Guadalajara, sino también en el germen de otros monasterios no menos importantes para la historia, como el madrileño de San Lorenzo de El Escorial (esto explicaría la gran vinculación con Lupiana de Felipe II, futuro patrón de la capilla) o el cacereño de Guadalupe. De esa importancia, baste añadir que la autonomía administrativa de la propia Lupiana nació en su esplendor. Hasta ese momento, dada su cercanía a la capital alcareña, la aldea de Lupiana pertenecía al alfoz de la vieja Guadalajara. A la luz del crecimiento de San Bartolomé, que contaba con muchos y buenos apoyos entre algunas de la grandes familias de la baja edad media (destacando los Pecha o, especialmente, los Mendoza, entre los que sobresalió el que sería el primer Marqués de Santillana, Íñigo López de Mendoza), Lupiana creció en notoriedad, recursos y hasta en una población que rozó el millar en el siglo XVIII, pero que en la actualidad presenta cifras semejantes a la de los tiempos de Felipe II. En 1569, Lupiana logró la categoría de villa, condición que nos recuerda el rollo jurisdiccional (la picota) que preside su actual plaza Mayor, punto inicial y final de la excursión senderístico-paseística de la que hablaremos a continuación. Con la puesta en marcha de la desamortización de Mendizábal, el 8 de marzo de 1836 se concretó la salida definitiva de todos los monjes jerónimos.

El actual monasterio de San Bartolomé de Lupiana, monumento nacional desde 1931 y susceptible de acoger bodas con pedigrí, es la meta de una ruta senderista, con más de paseo, que nos lleva desde el centro del pueblo hasta sus inmediaciones. Ascenderemos por un estrecho camino de hermosas panorámicas que nos dejará junto a la vieja fuente de los siete caños, otro de esos lugares desconocidos dignos de contemplar. Dado que el monasterio es propiedad privada (pertenece en la actualidad a los marqueses de Barzanallana) y que sólo se permite el acceso a su interior los lunes (de 9.00 a 14.00 h), éste inhabitual día para el excursionismo es el más recomendable. Si no la ruta, no excesivamente larga, pierde gran parte de su sentido y resulta incompleta.

Comenzamos a andar en la plaza Mayor, junto al imponente rollo jurisdiccional y el ayuntamiento, con rumbo a las afueras de Lupiana. De la Mayor, añadimos un interesantísimo enlace a la recopilación de artículos (nada menos que 431) que publicó entre 1980 y 1989 el diario Nueva Alcarria bajo el título "plaza mayor", una gran forma de acercarse a la provincia. Dicho esto, retomamos la ruta. Dejaremos inmediatamente a la izquierda la llamada Fuente Vieja, uno de esos caños de refrescante agua, y los restaurados lavaderos. Al poco, salvado el río, veremos a mano derecha una calle de firme cementado que presenta una gran pendiente cuando lleguemos a la altura de una residencia de la tercera edad. Poco después, con precaución, atravesaremos la remozada carretera que viene desde la N-320 y seguiremos por el camino que se nos presenta enfrente. Llegaremos a un punto en el que tendremos que tomar un camino que sale a la derecha, ignorando el buen estado del que dejamos a la izquierda. Ojo, porque no resulta difícil equivocarse. Este sendero serpentea en la ladera, pero unos esbeltos pinos y el profundo surco que han escarbado los moteros en algunos puntos pueden servirnos para saber que vamos bien. Alcanzados los árboles, no tardaremos en llegar junto a la Fuente de los Siete Caños. Desde aquí, resulta fácil tanto salir a la carretera que conduce al recinto del monasterio como volver al punto de partida en Lupiana, deshaciendo todo el camino y tomando, por qué no, un agradable refrigerio en el Bar La Plaza. Eso sí ¡la próxima vez volvemos en lunes para poder disfrutar el monasterio!

Lupiana, ubicación geográfica de esta pequeña población muy cercana a Guadalajara, aunque en cierta manera también sin dejarse influenciar de esa cercanía. Ya saben, el bullicio de las ciudades o poblaciones grandes se suele expandir por sus áreas de influencia. [Mapas VíaMichelin]


El pueblo de Lupiana, visto de camino al Monasterio de San Bartolomé.


Entramos en el casco urbano y al poco llegaremos a su plaza principal. Ya se intuye el ayuntamiento al fondo.


Cauce y ribera.


Lavadero

Interior del lavadero.


Un ayuntamiento con mucho encanto.


Los bancos de sus soportales, muy concurridos por los jubilados para charlar al sol.


El entorno de Lupiana, desde el privilegiado mirador que son los alrededores de su iglesia de San Pedro.


Sam y Torri se refrescan en la Fuente Vieja. Si es cierto, que lo es, que el agua es vida, Lupiana es un pueblo riquísimo en vida.


La plaza Mayor, captada desde un ángulo diferente que permite la calle de la Lechuga. A la derecha se intuye la picota.


La conocida como picota, realmente un rollo juridisccional que le reconoce a Lupiana, desde finales del siglo XVI, su capacidad para administrar justicia. Algunos vecino sí comentaban que "en la época de la Inquisición" si ahorcaron a alguno. ¿Un mito incrustado en el imaginario colectivo?


Capitel de la picota, coronado por las cuatro gárgolas a las que conocen como las monas.


La Iglesia de San Pedro (siglo XVI) sobresale entre todo el entorno urbano y llama poderosamente la atención por su torre, de estilo herreriano.


San Pedro.


Detalle de la fachada principal. La hornacina, vacía, acogió en su tiempo una escultura de San Pedro.


La torre,coronada por cuatro bolas ornamentales... y simbólicas.


Ésta es una de las dos entradas a San Pedro Apóstol y es la más destacada y un buen ejemplo del estilo plateresco.


Viejos tejados caídos bajo un intenso luz de invierno...


Un rincón del pueblo.


Junto al ayuntamiento, el Bar La Plaza. Un buen sitio para tomar un refrigerio tras el paseo.


Tan agustín el amigo felino, uno de los que campan a sus anchas en el Bar La Plaza de Lupiana y que parece posar para la cámara. ¡Qué jodío!


El punto problemático de la excursión: a los pies del monasterio, que se intuye al contraluz de frente, tenemos que seguir el camino menos claro de la derecha.


¡Menuda helada! ¡Damos fe que, vistos con cierta perspectiva, los campos parecen nevados!


El camino se estrecha y las rodadas moteras lo complican.


Fuente de los Siete Caños. Densos musgos disimulan las siete vías por las que sigue manando el agua en este fresco rincón de La Alcarria.




El entorno de los Siete Caños


Caminando por los alrededores, entre las copas se intuye la "acastillada" torre principal del monasterio de San Bartolomé


La torre principal del monasterio, vista desde la carretera que, unos kilómetros antes del desvío a Lupiana, sale a mano derecha y nos lleva directamente a él. Si no tenemos una boda, recomendamos bajar al pueblo y subir andando por esta fácil pero atractiva ruta. .


El amurallado y arbolado perímetro del monasterio.

[enero de 2011]