En La Torresaviñán, una privilegiada atalaya en ruinas (diciembre de 2011)



¿Cuántas personas habitan aquí? Esta pregunta será inevitablemente formulada mientras uno se pierde y se funde con el plácido callejeo que ofrece al respetable La Torresaviñán, cuestión reforzada cuando apenas un par de personas se cruza con nosotros durante varias horas, pero uno comprueba que muchas fachadas, muchos garajes e incluso muchos campos, algunos recién arados y otros no hace tanto, esconden indicios evidentes de actividad. Esta pequeña pedanía de (oficialmente) catorce habitantes perteneciente a Torremocha del Campo, un minúsculo reino de las construcciones de piedra que actualmente es más rico en ruinas que en vida, crece a los pies de un promontorio donde se erige, también en mal estado de conservación, la construcción que bautiza al pueblo en sí y que reclama la vista cuando se circula por la autovía A-2. El castillo de La Torresaviñán, también conocido como el castillo de la Luna (poético nombre, ¿no creen?, o incluso el castillo de San Juan, es realmente más atalaya defensiva que castillo y su motivación hay que ahondarla, como tantas otras, en las bondades geoestratégicas de una elevación aprovechada posiblemente por los pueblos prerromanos y con total seguridad, posteriormente, por los musulmanes.

Sobre estos últimos restos, concretada la Reconquista en este punto, llegarían los cristianos para hacer y deshacer. Fue en el siglo XII, marcada la línea fronteriza con los musulmanes en esta zona, cuando el noble don Manrique de Lara, señor de Molina, reforzó la torre (dicen que pudo alcanzar los 16 metros) y acondicionó sus defensas con la venia de Alfonso VII, aunque llegaría ulteriores reformas y ampliaciones (siglo XIV, siglo XVI). De estos trabajos, fracaso absoluto ante la Guerra de Sucesión, cuando el recinto fue destruido con artillería por uno de los bandos bélicamente litigantes, el de los Austrias, al abandonar la plaza. Ya por entonces, el castillo venía perteneciendo al obispado de Sigüenza, que se lo adquirió (realmente compró el núcleo urbano, pero todo iba en el lote, así se las gastaban en sus negocios) a la casa de Molina. Víctima de la sinrazón, los restos del castillo que bautizan un pueblo permanecen en estado ruinoso y se integran en uno de los recorridos de la Ruta del Quijote, permanecen ahí tranquilos, tan expuestos al gamberrismo como a las “excursiones” protagonizadas por algunos tacones de gran altura que protestas porque todo (textual) está sucio, lleno de piedras y la montaña donde se asienta es muy alta. Cosas de la insensibilidad. Ahí está tan hermoso rincón para el que sepa y quiera disfrutarlo... pese al estropicio dejado por los partidarios de los Austrias, en lo referente al castillo, y el éxodo de la despoblación, centrados en el pueblo en sí.



La Torresaviñán. Ubicación. Es muy posible que el castillo o pequeña atalaya defensiva que le da nombre, por su privilegiada situación, llame nuestra atención cuando circulemos por la A-2 (Madrid-Barcelona).


Una muy aclaratoria vista desde el casco urbano de esta pedanía del cerro donde se asienta la torre/castillo, una atalaya del siglo XII que fue parcialmente destruida durante la Guerra de Sucesión española (siglo XVIII).


La Torresaviñán. Arquitectura popular en la multipresente calle de Las Eras.


La Torresaviñán. Arquitectura popular.


Arquitectura popular. No son pocos los rincones del pueblo que mezclan esa extraña combinación de abandono y tranquilidad, de decadencia y simple descuido.


Construcción de piedra al estilo alcarreño para combatir el frío. En otros lares provinciales más montañosos se recurre a la pizarra con estéticas parecidas. Aquí, a la piedra pura y dura. Ya se sabe, el medio marca y condiciona los medios y las materias primas.


La Torresaviñán. Vista del castillo desde la calle de la Iglesia, marcada como parte de la Ruta del Quijote. De hecho, este pueblo se integra en el décimo tramo, el que une el Barranco del río Dulce con Atienza y Sigüenza.


Calle de la Iglesia. Una casa que por su patio, su fachada y sus dimensiones no tiene que ser nada incomoda permanece cerrada, como tantas, en las cercanías de la iglesia parroquial.


Iglesia Parroquial de La Torresaviñán (siglo XVI), la iglesia de San Juan. Fue restaurada en 1996.


En la fachada principal de la iglesia parroquial, junto al acceso al templo, encontraremos los restos de un reloj de sol.


La Torresaviñán. El castillo, presidencial desde su cerro, visto desde el patio de una gran vivienda semiabandonada en la calle Alvir.


La Torresaviñán. Calle Alvir. Más contrastes entre el majestuoso cerro coronado por su castillo y un decreciente casco urbano.


Detalle de una construcción caminando por la calle de Las Eras.


Una edificación en estado ruinoso, bajo la presencia del castillo.


Calle de La Fuente.


El castillo de La Torresaviñan, protagonista de esta entrada de El país que nunca se acaba, visto desde la calle de la Fuente.


Edificio en ruinas con aires de pequeña torre en la calle de la Fuente. No es esta la genuina y vistosa Torre de Saviñán.


La fuente (fresquísima, por cierto) que da nombre a la calle y que se asienta en la parte baja del pueblo, junto al acceso hacia el castillo.


Otra vista sobre el castillo de La Torreviñán, desde la calle de la Fuente.


Antiguo lavadero cubierto. Un cartel de promoción turística lo publicita como uno de los reclamos de la pedanía, pero en los últimos tiempos se ha derrumbado tu techumbre. Una sensible pérdida patrimonial dado el carácter popular de esta construcción.


Tras pasar junto a un pequeño arroyuelo, comienza el ascenso hacia el castillo. Una subida corta, pero empinada, que nos aportará rápidas perspectivas.


Una vieja edificación ruinosa en medio del campo.


La Torresaviñán. Vista sobre el casco urbano a medida que nos alejamos.





Pequeña concentración arbolada en las afueras de La Torresaviñán.


El camino hacia la cumbre, que en este caso es el mismo que el camino hacia el castillo. En todo momento estamos por encima de los 1.000 metros de altura sobre el nivel del mar y es fácil intuir el frío que hace por estos pagos en los meses invernales.




Una fortaleza con una ubicación envidiable. Además de la torre, del conjunto principal se conservan restos de almenas y de murallas y se puede intuir el foso que lo rodeó.


La Torresaviñán, fotografiado desde las cercanías de (parece) la caseta de un pozo o un depósito de aguas.


Un terreno recientemente arado. Al fondo, Torremocha del Campo.


Un hongo crece entre las hierbas.


Un paisaje ciertamente peculiar de tierras labor, terreno en barbecho, pastos y cultivos.


Un indeterminado tipo de seta crece entre la hierba en uno de los lados de la magnífica pista que asciende hasta las cercanías del castillo.


Perfil del castillo tomado desde la mitad de la corta pero empinada subida que separa el pueblo de la fortaleza.


Una vista del pueblo con la perspectiva que aporta el camino que conduce hasta el castillo. Estamos, más o menos, a mitad de "ruta".


Castillo de La Torresaviñán.


Un excursionista se acerca al recinto fortificado del castillo por su vertiente suroeste, más amesetada que la opuesta.


Casco urbano de La Torresaviñán, fotografiado desde un boquete abierto en el muro de su castillo.


En el interior del patio de armas de la Torre de Saviñán, donde se aprecia el ruinoso estado de conservación del monumento.






Un grupo de excursionistas, bajo las ruinas de la (propiamente dicha) Torre de Saviñán.