La Alhambra de Granada, un recinto mágico



Ya llueva a mares o los rayos del sol se ceben con la piel del respetable, ya le dé al tiempo, variable él, por contagiarse de los mantos blancos de Sierra Nevada y concretarse en nieve; o incluso, que a veces pasa, que una nubecilla revoltosa se pose en la ciudad, anclándose en todo su perímetro, en todos esos supuestos podemos seguir gozando de La Alhambra y esa luz tan especial que irradia. Llueva, nieve o haga calor, La Alhambra, sus casas, sus parques, incluso los ecos de sus leyendas, se adaptan. Unas veces, misteriosa; otras, presumida; siempre, exultante. Y por eso, solo por eso, bien merece la pena pasearla y descubrir sus rincones y sus panorámicas sobre la ciudad de Granada y todas sus vegas próximas. Tres millones de turistas anuales, visto el dato con perspectiva, pueden echar para atrás a todos los viajeros enemigos de la masificación. Más allá del trance de la cola de entrada, solucionable con la venta anticipada en Internet, La Alhambra es un manantial de experiencias personales. Cada uno, aunque no vaya solo, se sumerge en su propio camino. Que cada media hora se limite el acceso a 300 visitantes frena, en términos de magia, el descalabro que puede intuirse viendo la gran cantidad de curiosos se acercan a su entorno. El “es un monumento que no se puede visitar, solo se puede ver o vivir" del estudioso José Luis Serrano no puede sino darnos ánimos para obviar el gentío.

Resulta curiosa tanta demanda, no obstante, cuando todo el conjunto padeció un abandono lamentable durante siglos, incluso ocupado por indigentes y gentes de mal vivir (lo recuerda en sus Cuentos de la Alhambra el estadounidense Washington Irving) que minaron, día a día, su esplendor. Los desperfectos alcanzaron su cénit con “la sensibilidad de las tropas napoleónicas”, ocupantes de Granada entre 1808 y 1812 y culpables de la destrucción, alevósica y consciente, de las torres de los Siete Suelos y la del Agua, entre otros muchos daños. Solo su declaración como monumento nacional, en 1870, frenó los daños e inició su restauración y protección. Pero en el camino, claro, se han perdido muchas maravillas. La Alhambra, su recinto más original y todos los añadidos y cuidados posteriores, es un faro de monumentalidad tal que incluso pujó con fuerza para convertirse en una de las nuevas ocho maravillas del mundo. En ella se mezclan leyendas con historia, las narraciones de Irving con las lágrimas de un Boabdil que, parafraseando aquel histórico reproche que le lanzó su madre, “lloró como una mujer lo que no pudo defender como un hombre”. Inspiradora de estudios artísticos, tesis e incluso negocios de índole turística, acercarse a todo lo que supone acaba implicando algún que otro rato para leer, seleccionar y enfocar. Recuperamos la pluma de Irving para concluir: “Tal es La Alhambra; una roca musulmana en medio de tierra cristiana; un elegante recuerdo de un pueblo valeroso, inteligente y artista, que conquistó gobernó, floreció y desapareció”.

La Alhambra de Granada. Ubicación geográfica de este gran recinto palaciego y de la capital nazarí. Un motor económico para la ciudad y la comarca. Y el país. En 2005 generó unos ingresos de 188 millones de euros.

Etimológicamente se ha dado por buena la traducción de “fortaleza roja” (qa’lat al-Hamra') con la que al parecer la comenzó a conocer uno de sus impulsores, Yusuf I, y en casi todos los escritos periodísticos que se pueden leer (y los que en el futuro vendrán) sobre esta maravilla se destacan tres ideas: aire, luz y agua. En los numerosos escritos decorativos que sus diferentes paredes, salas y estancias ofrecen, ideados por poetas de la Corte como Ibn Zamrak, pueden contemplarse versos como estos:

“Es un palacio en el cual el esplendor está repartido / entre su techo, su suelo y sus cuatro paredes; / en el estuco y en los azulejos hay maravillas, / pero las labradas maderas de su techo aún son más extraordinarias; / fueron reunidas y su unión dio lugar a la más perfecta / construcción donde ya había la más elevada mansión; /parecen imágenes poéticas, paranomasias y trasposiciones, / los enramados e incrustaciones. / Aparece ante nosotros el rostro de Yusúf como una señal / es donde se han reunido todas las perfecciones.” (Extracto del tercer poema en la Torre de la Cautiva).

“Bendito sea Aquél que otorgó al iman Mohamed / las bellas ideas para engalanar sus mansiones. / Pues, ¿acaso no hay en este jardín maravillas/ que Dios ha hecho incomparables en su hermosura, / y una escultura de perlas de transparente claridad, / cuyos bordes se decoran con orla de aljófar? / Plata fundida corre entre las perlas, / a las que semeja belleza alba y pura. / En apariencia, agua y mármol parecen confundirse, / sin que sepamos cuál de ambos se desliza” (extracto de poema en el Patio de los Leones).

“El pórtico es tan bello, que el palacio / con la celeste bóveda compite. / Con tan bello tisú lo aderezaste, / que olvido pones del telar del Yemen. / ¡Cuántos arcos se elevan en su cima, / sobre las columnas por la luz ornadas, / como esferas celestes que voltean / sobre el pilar luciente de la aurora! / Las columnas en todo son tan bellas, / que en lenguas, corredora, anda su fama: / lanza el mármol su clara luz, que invade / la negra esquina que tiznó la sombra; / irisan sus reflejos, y dirías / son, a pesar de su tamaño, perlas. / Jamás vimos jardín más floreciente, / de cosecha más dulce y más aroma” (extracto del poema de la sala de las Dos Hermanas).

Teniendo en cuenta el carácter “oficialista” de sus compositores, son bastante aclaratorios. Los propios musulmanes tenían en alta estima "su Alhambra". Suele subdividirse en tres momentos la visita a La Alhambra, suponemos que por la transición, por la utilidad original de los espacios y por la consideración necesaria, y real, del monumento como un conjunto de monumentos. Es lo que tiene levantar un mundo en la cima de un cerro estratégicamente ubicado, como es el caso. El cerro de la Sabika, de unos 790 metros sobre el nivel del mar. Tras el paseo que nos conduce desde las taquillas hasta las proximidades de los palacios alcanzaremos, frente a donde se levanta el Palacio de Carlos V, la alcazaba, la ciudad militar, y los jardines de Machuca, que toman el nombre de aquel que diseño el reciento palaciego del emperador. En el camino, eso sí, podremos contemplar la iglesia de Santa María de La Alhambra, construida sobre lo que fue la mezquita mayor, o el museo-legado Ángel Barrios, músico granadino. Las vistas desde los restos de la alcazaba y sus torres son amplísimas; una gran perspectiva sobre la ciudad y sobre sus tierras cercanas, de evidente valor estratégico desde un punto de vista militar, pero también una visión privilegiada sobre las cercanas sierras de Elvira, Parapanda, Moclín y demás. Una buena preparación visual para dirigirse, a continuación, hacia renacentista el Palacio de Carlos V (aunque fue quinto de Alemania, pero primero en España) con un enorme patio circular que lo convierte en un modelo único dentro de la arquitectura nacional.

Carlos I, curiosamente, llegó a alojarse dentro de los palacios nazaríes durante la luna de miel de su enlace con Isabel de Portugal, habilitando con tal particular fin un par de habitaciones. Años después, optó por levantar un palacio más personal, una obra que por diferentes motivos acabaría dilatándose hasta el siglo XVII, parcialmente, y de forma definitiva hasta ¡mediados del siglo XX! . Por la ubicación del mismo no es difícil concluir que afectó la supervivencia de algunas estancias de los antiguos palacios musulmanes. Vistos desde la lejanía, y en términos fotográficos, los restos de la alcazaba, el palacio de Carlos V y parte del recinto musulmán componen el núcleo duro de la Alhambra. Con una entrada “modesta” para toda la pompa que uno puede intuir de tan majestuoso recinto, la entrada a la denominada ciudad palatina nos deja, en primer lugar, en el denominado Mexuar, con paso por el Oratorio y un pequeño patio. El recorrido sigue un itinerario prefijado que nos permite profundizar en las grandes salas mediáticas del recinto, ignorando el acceso a otras muchas en las que no está permitido el acceso al público. Veremos muchas puertas tentadoras durante un paseo sometido a la grandeza de la decoración caligráfica y geométrica árabe, sus arcos de herradura y sus acabados constructivos; pocas están abiertas, pero todas forman parte de una tupida red de idas y venidas que sería un placer tener el placer de descubrir.

El Cuarto Dorado, espectacular, es la siguiente parada del turista. Estamos en lo que fue, en el siglo XIV, la sala de audiencias del monarca Muhammad V. El itinerario se dirige a continuación al fotogénico Patio de los Arrayanes, también conocido como Patio de Comares y caracterizado por su alberca central. Junto a él, atravesaremos la denominada sala de la Barca para alcanzar el denominado Salón de los Embajadores, de Comares o del Trono, ubicado en el interior de la Torre de Comares y con unas grandes vistas sobre el barrio del Albaicín. Tras el paso por la Sala de los Mocárabes (toma su nombre de este sistema ornamental) alcanzamos el Patio de los Leones, quizá el rincón más fotogénico de toda La Alhambra y cénit de un palacio dentro el conjunto palaciego, el de los Leones. “Muhammad V fue el inspirador de este bello palacio construido en su segundo mandato, entre 1362 y 1391, pues había sido derrocado tras apenas cinco años en el poder. Con él se alcanza la etapa de apogeo del sultanato nazarí, de cuyo desarrollo artístico en cierto modo el Palacio de los Leones supone la síntesis de todos sus estilos”, se explica en la magnífica web del Patronato de La Alhambra. Anexa, la no menos espectacular Sala de los Abencerrajes, uno de los espacios residenciales del Palacio de los Leones y bautizado con el nombre de una famosa familia norteafricana que al parecer protagonizó una sangrienta disputa cortesana. Una cúpula magnífica, impactante, única.

El recorrido por los palacios prosigue por diferentes salas (Salón de los Reyes, Sala de las Dos Hermanas,…) antes de alcanzar las estancias del Mirador de Daraxa o Lindajara, con vistas al patio del mismo nombre, otro rincón marcado por el verdor, el frescor y el dulce cántico del correr constante del agua. Desde este punto la visita prosigue hacia el conocido como El Partal, un nuevo recinto palaciego de magníficos patios y, centrándonos en lo que el palacio en sí es, quizá el único que se conserva, con pequeñísimos cambios, igual que en la época de dominio nazarí. Las vistas qe se abren sobre el Albaicín y el Sacromonte son magníficas, como en otros puntos anteriores, mientras enfilamos el paseo de las Torres, sus zonas ajardinadas anexas y algún que otro resto constructivo. En el horizonte, el tercer y último gran punto de la visita: El Palacio del Generalife. Alejado, montaña arriba, del resto del recinto, el Generalife era el palacio de descanso de los reyes, pero también el núcleo en torno al que se articulaba el necesario lado más agrícola del reino nazarí con la fertilidad de sus cercanos terrenos destinados al cultivo. Otro sitio mágico, lleno de perspectivas excelentes para inmortalizar con la fotografía. Un paseo por sus diferentes jardines, como el inmortal Patio de la Acequia o el del Ciprés de la Sultana, o sus rincones más pintorescos, como la escalera del agua, suponen el mejor broche a un paseo que completan los últimos pasos en el recinto por el Paseo de los Cipreses o el moderno (fue levantado en el siglo XIX) Paseo de las Adelfas, antes de alcanzar la denominada Puerta de la Justicia y descender, entre el verdor que rodea La Alhambra por este lado, hacia el centro de Granada a través de la Cuesta de Gomerez, que muere en la céntrica Plaza Nueva. Como nuestra visita, que muere en los físico, pero permanece en lo espiritual.


La Torre de Comares, posiblemente la más famosa de La Alhambra.


El recinto nazarí, visto camino del Generalife.


Contraluz de La Alhambra desde el mirador de San Nicolás, en el vecino barrio del Albaicín.


La Torre de Comares, vistas desde el paseo Padre Manjón.


La Torre de Comares, vista desde el barrio del Albaicín.


Vista de la Torre de Comares y el exterior de otras edificaciones desde la zona de la alcazaba.


La Torre de la Vela, vista desde la Plaza Nueva de Granada.


Otra vista de La Alhambra.


Granada, al fondo.


Imagen de un foso en una zona rica en restos de estructuras urbanas cercana a los recintos palaciegos.


Resto de una especie de acequia en una zona rica en restos de estructuras urbanas.


Restos arqueológicos de estructuras urbanas.


Iglesia de Santa María de La Alhambra, levantada en el siglo XVII sobre los restos de la mezquita mayor.


El Palacio de Carlos V, visto de la zona de la alcazaba.


Torre del Homenaje de la alcazaba.


Torre del Homenaje (derecha) y Torre de las Armas.


Vistas del Albaicín y el Sacromonte desde la alcazaba.


La afamada torre de la Vela.


Vistas de Granada y sus vegas cercanas desde la alcazaba.


Palacio de Carlos V.


El Palacio de Carlos V, visto a través del arco de herradura de una construcción árabe cercana.


Fachada del Palacio de Carlos V.


Detalle del atrio del palacio en su planta superior.


Detalle de una escalera del Palacio de Carlos V.


Aldaba renacentista del Palacio de Carlos V.


Entrada principal al Palacio de Carlos V.


Rosetón con la imagen del emperador Carlos V y un frontón decorativo de aires renacentistas y con motivos clásicos.


Relieve decorativo en el exterior del Palacio de Carlos V.


Un turista se asoma al patio interior del Palacio de Carlos V.


Patio interior del Palacio de Carlos V.


Oratorio del Mexuar, con vistas al Albaicín y el Sacromonte.


Oratorio del Mexuar, con vistas al Albaicín (2).


Hermosos azulejos de vivos colores dispuestos geométricamente.


Alcoba en la Sala de los Embajadores, también conocida como de Comares o del trono.


Detalle de la fachada interior de la Sala de los Embajadores.


Otra alcoba en la Sala de los Embajadores.


Detalle de mocárabes.


Surtidor ornamental ante la llamada Fachada de Comares.


Fachada de Comares.


Columna de capitel musulmán junto al Cuarto Dorado.


Bóveda decorada con mocárabes.


Patio de los Arrayanes o Comares.


Patio de los Arrayanes o Comares (2).


Patio de los Arrayanes o Comares (3).


Detalle de la decoración del Patio de los Arrayanes o Comares.


Una de las puertas que da al Patio de los Arrayanes o Comares.


El Patio de los Leones (1).


El Patio de los Leones (2).


El Patio de los Leones (3).


El Patio de los Leones (4).


El Patio de los Leones (5).


El Patio de los Leones (6). Detalles de los techos cercanos.


El Patio de los Leones (7).


El Patio de los Leones (8). La fuente más famosa de La Alhambra.


El barrio del Albaicín, visto desde La Alhambra.


Cúpula estrellada de la Sala de los Abencerrajes.


Sucesión de arcos en la entrada a la Sala de los Abencerrajes.


Arcos laterales de la Sala de los Abencerrajes.


Vanos superiores de la Sala de los Abencerrajes.


Imagen del Salón de los Reyes, en proceso de recuperación y conservación cuando visitamos La Alhambra.


Mirador de Daraxa.


Un turista se asoma a través del Mirador de Daraxa.


Jardines de Lindajara.


La Torre de los Picos, vista desde los Jardines del Partal.


Casitas del Partal (siglo XVI).


El Partal y el oratorio.


Vistas desde El Partal del barrio del Albaicín.


Iglesia de Santa María de La Alhambra, vista desde los jardines del Partal.


En primer plano, la Torre de Comares. En segundo, el Generalife.


Una acequia vierte agua en un pilar en los jardines del Partal.


Los denominados Jardines Bajos, o nuevos; entre el Generalife y La Alhambra.


Paseo de las Torres, con el Albaicín de fondo.


Torre de las Infantas, reconocible por su parte superior.


Vista del Generalife con la torre de la Cautiva en primer plano.


Vista del Palacio del Generalife, con el Mirador Románico en la parte superior derecha.


Los gatos son muy numerosos en los parques cercanos al Generalife.


Vista del recinto de La Alhambra desde las proximidades del Generalife.


Acceso al Generalife... con otro gato posando.


El fotogénico Patio de la Acequia del Generalife.


Otra perspectiva del Patio de la Acequia.


Otra perspectiva del Patio de la Acequia (2).


Patio del Ciprés de la Sultana, que toma el nombre del árbol que fue testigo de los amoríos de una mujer de Boabdil y un miembro de la familia de los Abencerrajes.


La denominada Escalera del Agua, con su característica bajada lateral para el líquido elemento, nos conduce al punto más alto del Generalife.


El paseo de las adelfas.


Puerta de la Justicia, de 1348.


Detalle interior de la Puerta de la Justicia.


La característica mano abierta que preside muchos monumentos nazaríes.


Descenso hasta el casco urbano de Granada. Al fondo, el llamado Arco de Machuca.


La Torre de Comares, vista desde el paseo Padre Manjón.