La capital del asado está en Segovia y se llama Sacramenia (diciembre de 2010)



Para empezar, una máxima contundente, de esas que desafían a las ideas preconcebidas. El mejor cordero asado no se come ni en Peñafiel ni en Sepúlveda, dos grandes ejemplos cercanos. No. El mejor, y eso lo saben todos los lugareños, se disfruta en Sacramenia, al norte de la provincia de Segovia, cercano a tierras pucelanas y burgalesas. Hasta algunos vascos se pegan una buena “pechá” de carretera para disfrutar de sus hornos de leña o adquirir la materia prima con la que seducir a los de la sociedad gastronómica. No lo decimos nosotros, pero nos hemos ahorrado el entrecomillado. La idea la expone la propietaria, amabilísima, de la tienda de productos típicos de la Plaza del Generalísimo. Afirma, además, que su aseveración la avala que el sabor de es tan intenso que agrada hasta los pocos o nada amantes de la carne ovina. ¡Qué pensaría sino el austero eremita san Juan de Pan y Agua!


El campanario de San Martín de Tours y la entrada a un patio donde guardar aperos de labranza.


Aires piramidales en el Cerro de San Miguel.


El Cerro de San Miguel, con las ruinas de su ermita (izda) y el pueblo a sus pies.


La plaza del Generalísimo.


Un carámbano de hielo cae desde una tubería de PVC que hace las veces de desagüe de agua de un rústico tejado.


En el lado izquierdo de la plaza, dos viejas construcciones típicas.


Vista desde la ventana superior de la Casa Rural de El Herrero.


La Travesía al Calvario (izda) y la calle Subida al Ayuntamiento (y también a la Iglesia de San Martín de Tours, derecha), se juntan en esta esquina.


Curiosa decoración: botellines de cerveza cuelga, como fanalillos de feria, de una de esas vides que techan patios para dar fresca sombra en verano.

Algo puede intuirse uno cuando una mañana de sábado o un viernes por la noche se encuentra un generoso parque automovilístico en la entrada del pueblo. Y no porque, como pasó en 2008, a un tal conde Lequio le dé por casarse aquí cerca. Una cola de coches, recuerda nuestra informante, que en la época en la que no había crisis, que también se nota lo suyo, llegaba hasta las afueras. No había rincón sin coche y convertirse en comensal requería de cita previa. Y mucha antelación. Algo también puede intuirse cuando la carnicería de Sacramenia, Maribel (921 52 70 58), dispone de un horno de leña y ofrece en unas estancias anexas un pequeño salón. Al lado de Maribel, la carnicería-restaurante, otra combinación no menos sorprendente: la de Milagros, una pescadería-frutería según reza su toldo.


Una vieja puerta.


Casas de aires nobles y la iglesia de San Martín de Tours.


Rehabilitada fachada castellana de rancio abolengo y cierto aire señorial.


San Martín de Tours (derecha) y el ayuntamiento de Sacramenia.


San Martín de Tours.

Sacramenia, empero, es más que una generosa cocina. Es tierra de labor, como no puede ocultar el concesionario de tractores que nos recibe antes de llegar a la atípica plaza principal, esa de intenciones redondas pero concreción de embudo y cruce. También es tierra de heladas y nieve habitual en invierno, grajos que vuelan bajo, riberas arboladas (la del arroyo de la Vega) y escolta montañosa. Porque el pueblo crece a los pies de una montaña de aires piramidales y allí aglutina y reparte los servicios principales de la comarca. Así, allí tienen farmacia, escuelas, taller, centro médico permanente, casa cuartel, estanco-prensa-chucherías-bazar, tres bancos y tiendas de electrodomésticos. Añádanle los negocios antes vistos, piensen en varios bares (Calzada, Pepe, Fama), algo de industria agroalimentaria (Embutidos Mary y Luisa, dos cuñadas al frente de una firma artesanal que vende 5.000 kilos al año) y hasta un restaurante-hostal (Mesón González). Mucho más de lo que podría pensarse. Sorprende Sacramenia, la “capital” de la Comunidad de Villa y Tierra de Fuentidueña, histórica institución que aglutina a 21 pueblos.


Otra vista de San Martín de Tours por la vertiente de su ábside.


Arco de acceso a la plazuela que rodea de San Martín de Tours.


Acceso a San Martín de Tours y su entorno por uno de los accesos con más solera de Sacramenia.


Contrastes entre muros de piedra, ventanas tapiadas y bancos metálicos, subvecionados por la caja de ahorros provincial, calzados con más ladrillos. ¡Cuántas tertulias habrán albergado!


Rústica puerta en la Subida al cotarro.


Vistas de Sacramenia desde la ventana superior de la Casa Rural El Herrero.


Dos accesos con encanto rústico.


Un banco, junto a lo que parece un pequeño palomar. Buenas vistas de la "pseudo" meseta. ¡Ancha es Castilla!


Bodegas domésticas. La ribera del Duero

En el monte, el cerro de San Miguel, las ruinas de una ermita románica, también San Miguel, le aportan cierta nostalgia a una vista panorámica. En el cerro hubo un tiempo en el que una fortaleza protegía la plaza. Estamos en Castilla y por aquí existió una frontera entre dos culturas, tierras en las que el temido Almanzor hizo y deshizo. Apenas se intuye el emplazamiento de ese ¿castillo? No muy lejos, unos tres o cuatro kilómetros, el Monasterio de Santa María la Real, el también llamado Coto de San Bernardo, en todo caso un monumento nacional desde 1931.A él le debe el pueblo su génesis en el siglo XII. Sacramenia, de algún modo, también es tierra de vinos. La orografía todavía no es rica en vides en esta zona, pero sí permite la existencia de bodegas y lagares excavados en la roca del cerro. Es costumbre en estos pagos disfrutar de los caldos de Baco, abanderados de las bondades de los buenos caldos.


Arquitectura popular castellana.


Otro bonito rincón.


Una combinación un tanto sorprendente: ¡Pescadería frutería!


Nevado paisaje castellano.


Unos paseantes caminan por los alrededores de Sacramenia con el pueblo y su monte al fondo.


Arroyo de la Vega, afluente del río Duratón.


Otra foto del arroyo de la Vega.

El entorno de la Iglesia de San Martín de Tours, calles adentro a media ladera y junto al ayuntamiento, en todo caso a dos patadas de la plaza principal, es bastante sugerente. La iglesia, de origen románico y reducida a una nave única durante el siglo XVIII, destaca por su retablo barroco y su pila bautismal románica. En algunas calles podremos encontrar viejas, típicas y recuperadas construcciones castellanas. No será el caso en una vía de curiosísimo nombre: la subida al cotarro. Sugerente, al menos. Tampoco es el supuesto de la
Casa Rural El Herrero, pese al escudo heráldico que preside su parte superior. El Herrero (calle del Río, 7; contacto: 677 402 722) es una casa moderna, bien equipada y con un comedor techado con una cristalera que nos permitirá desayunar viendo el azul radiante de las soleadas mañanas castellanas o la resaca de una noche de nieve y frío. Según el caso.


Fachada de la Casa Rural El Herrero. Parte superior.


Sala de estar de la
Casa Rural El Herrero.


Rincón ornamental de la primera de sus tres bien distribuidas plantas.


Una vista desde el comedor de techo acristalado.


Detalle de la cubierta interior, a dos aguas y rústica.