Viajando a otros tiempos en Fuentidueña, provincia de Segovia (diciembre de 2010)



Uno se acuerda de esos campos castellanos que describe con magistrales pinceladas el fallecido Miguel Delibes, esas tierras presentes en Las Ratas, ese pueblo y ese entorno narrados en El Camino, cuando enfila el camino con rumbo a Fuentidueña, allí donde Burgos, Valladolid y la Segovia a la que pertenece se dan la mano. En un triángulo mágico, en términos artísticos, para el Románico y su influencia en la arquitectura popular. A decir verdad, el pueblo llega casi de golpe si venimos desde la zona de Cantalejo y toda la majestuosidad de su asentamiento, recostado en una ladera que, allá por su lado este, va a dar a un gran cortado sobre el río Duratón, no se percibe si no es bajando hasta el puente de origen medieval que salva sus aguas. Y atravesarlo, claro. En la vertiente derecha del Duratón, junto a los frontones del pueblo, el área recreativa y el Chiringuito de Rufino, encontraremos un espacioso y cómodo lugar para dejar el coche sin problemas y comprobar esa imagen de postal que le plantea al visitante la villa de Fuentidueña si la ve desde cierta distancia.

Esa caída, que visto lo visto son un eco orográfico de las no tan lejanas Hoces del Duratón, protege al pueblo por el lado este. En el resto de puntos cardinales, el castillo que corona el monte y parte del asentamiento, que en su día, en su tiempo, fue zona de frontera entre un reino cristiano y una zona de dominación musulmana, constaba de una muralla de la que aún pueden contemplarse varios restos. Los de su castillo, en un terreno propiedad privada como no se cansan de recordarnos los tupidos vallados de su perímetro y varios cartelitos puñeteros, no pueden visitarse. El Ministerio de Hacienda lo subastó en 1970 con un precio de salida de 25.000 pesetas. Una aberración, podrá pensarse. En todo caso una aberración reincidente, más allá de su consideración postrera (1996) como Bien Cultural; y es que años antes ya le habían vendido a los Estados Unidos el ábside románico de la ruinosa iglesia de San Martín. Trasladado piedra a piedra, se encuentra en el Metropolitan Museum, aunque con añadidos injustificables, según dicen. Al parecer, esa venta más bien siguió la fórmula de “cesión sine die”. Y en esas están. Que se destinasen los ingresos a adquirir varias pinturas mozárabes de entre las expoliadas de San Baudelio de Berlanga (Soria), la ermita de la columna apalmerada. Un parche. Otro parche. En los sótanos de los restos del castillo, Fernando de Pertierra, actual propietario, ha instalado una bodega en la que cría con cierto éxito el vino Castillo de Fuentidueña, capaz de rivalizar con otros caldos de bodegas cercanas y nacidos del Duero. Y viendo la muralla ciertamente se convierte en evidencia que Fuentidueña fue un enclave muy importante. Hoy, no obstante, residen poco más de 150 personas centradas en las tareas agrícolas y algo, un cuentagotas creciente, en las turísticas. La mayoría de los servicios están establecidos de forma permanente en la cercana Sacramenia. En Fuentidueña adquieren el grado de periódicos o regulares. También por el resto de su patrimonio, por el hincapié de las fachadas en escudos de armas variopintos, se acepta de primeras esa certeza de que por aquí pasaron grandes cosas.

Del porqué del nombre, existen versiones. Etimologicamente, Fuentidueña vendría a significar en latín “fontis donna” (señoras de las fuentes). Otra corriente de opinión recalca el origen burgalés de sus repobladores, concretamente de Oña. Sea una u otra, lo cierto es que los humanos se asentaron en la zona desde la prehistoria. Por aquí pasaron, muchas veces con peleas por el medio, celtas, arévacos, romanos, visigodos, judíos, árabes y cristianos. El gran momento de Fuentidueña llegó con la mayoría de edad de Alfonso VIII (1155-1214), rey de Castilla desde que tenía tres años por el fallecimiento de su padre, Sancho III. Desde el arranque del siglo XI, con la cuestionada batalla de Calatañazor (no existe certeza de su acaecimiento) y la desaparición del inquietante Almanzor, las fronteras de los reinos cristianos se desplazaron hacia el sur. Y con la mudanza, también se marchó la incertidumbre propia de un territorio de frontera. Las repoblaciones ganaron estabilidad y crecieron en eticada. En su castillo descansó Alfonso VIII tras ganar la batalla de Las Navas de Tolosa. En sus estancias firmó la paz con Navarra y por esas mismas pasaron Alfonso X el Sabio y Sancho IV. La convulsa política interior de Castilla hizo que Fuentidueña cayera en manos de la nobleza. La familia Luna, tan importante que su escudo de armas forma parte en el presente del de la localidad, comenzó a ejercer el señorío sobre el pueblo a mediados del siglo XV. En el siglo XVII, con Felipe III entronizado en España repartiendo prebendas, privilegios y honores, el Señorío derivó en Marquesado y la familia Luna estableció lazos matrimoniales con los Portocarrero y estos con los Fitz-James Stuart. Es decir, que el marquesado de Fuentidueña pertenece actualmente a la Casa de Alba. Cierto que todos estos vaivenes son lo de menos. Lo importante es visitar Fuentidueña y, si se tiene tiempo, preparar algún homenaje gastronómico en El Mirador o en el (más lujoso) Palacio de los Condes. Burgos a unos 120 kilómetros. Madrid, a unos 150 km. Segovia, a 70. Valladolid, a 82. Tan cerca; y sin embargo parece que tan lejos.

Fuentidueña. Ubicación geográfica al norte de la provincia de Segovia.


Un contraluz más forzado de Fuentidueña, tomado desde la carretera comarcal SG-V-2425.


El camino a Fuentidueña, por la misma carretera pero en esta ocasión viniendo desde Cantalejo.


El estrecho puente sobre las aguas del río Duratón sigue el cánon del lomo de asno, es decir, que su centro es el punto de unión de dos vertientes ascendentes. Ni que decir tiene que no caben dos vehículos al mismo tiempo. A la derecha queda el Chiringuito de Rufino y un área recreativa.


Este mapa, que se repite en varios postes de información turística, nos va a ayudar en la visita... o a orientarnos en el improbable caso de que nos perdamos.


En primer término, el puente sobre el Duratón. Al fondo, a la izquierda, la iglesia de Santa María del Arrabal. Conocido, poco originalmente por cierto, como Puente de Fuentidueña, está formado por seis arcos de medio punto y está reforzado por cinco tajamares y cinco espolones.


Coches y peatones comparten paso para salvar las frías aguas del Duratón.


El curso del Duratón, el mismo que varios kilómetros más hacia el sureste moldeó unas hoces dignas de contemplar.


El viejo casco urbano de Fuentidueña, visto a través de los árboles que crecen junto al Duratón en las proximidades del puente. En primer plano se puede observar uno de los espolones del puente, que hacía (y hace) las veces de apartadero cuando falta espacio.


Otra vista del puente. Su origen es medieval, pero el actual fue levantado en el siglo XVIII.


Santa María del Arrabal, iglesia de origen románico y originariamente tres naves que fue reformada en el siglo XVI por iniciativa del cura Hernán Núñez y quedó en sólo una. Parte de las antiguas dependencias se convirtieron en un pequeño cementerio.


Quizá sea el acceso a la sacristía de la iglesia de Santa María del Arrabal.


Capitel con motivos animalescos, tal vez dos leones muy esquemáticos por la melena que se les intuye y la boca abierta en un signo de amenaza. Es una suposición y se pudiera tratar de un capitel con animales mitológicos. Lo cierto es que, como ha quedado ampliamente demostrado, las esculturas, gárgolas, capiteles y relieves de muchísimas iglesias, sobre todo románicas, tenían una clara intención culturizante. El poder de la imagen en una sociedad que en su mayoría desconocía la lectura.


Detalle del coqueto campanario de Santa María del Arrabal, techado con madera y con elementos sustentadores en mampostería.


Vieja puerta de acceso, y sus arquivoltas respectivas, a una de las antiguas naves de Santa María del Arrabal.


Como decíamos, parte de la iglesia se transformó en un camposanto. Antes de llegar, a alguien se le cayeron estas flores, quizá por las prisas de la nevada cuyos síntomas pueden comprobarse.


Fuentidueña, tras una nevada.


Aún se conserva parte de una muralla que tuvo que se espectacular. A sus pies, bodegas excavadas en la roca, muy típicas en los pueblos de esta zona cercana a la Ribera del Duero y generadora de muy buenos caldos.


Una empedrada y escalonada bajada entre bodegas y casas.


Estampa navideña, ¿no?, ¡O al menos invernal! De bodegas y murallas.


Puerta de la Calzada, datada entre el siglo XII y el XIII y uno de los tres accesos medievales a la ciudad. Estamos, por tanto, "intramuros".


El ayuntamiento, y su reloj, preside la plaza de la Villa, en realidad un ensanchamiento-prolongación entre la calle Alzada y la calle Nueva. Se asienta en un edificio que fue propiedad de la ilustre familia de los Lara.


Enfrente del consistorio, la Casa de la Comunidad de Villa y Tierra, edificación de aire señoriales ampliamente reformada en 1960 y que en el pasado fue la cárcel de Fuentidueña y su alfoz. Actualmente acoge la sede de los 21 pueblos de esta comunidad de la que ya hay presencia documental desde el 20 de junio de 1147.


Un soportal en la plaza de la Villa.


Enfrente justo del ayuntamiento, estas dos abertura en la vieja muralla nos regalan unas magníficas vistas sobre la Fuentidueña extramuros y la comarca. En su momento tuvieron un uso defensivo.


Otra perspectiva de la muralla, en una soleada imagen de un mes de mayo.


Vistas sobre el arrabal.


Soportales con pilares de madera.




Detalle heráldico en una fachada de la calle Nueva.


Lo que antes se vendía, ahora no. ¿Queda claro?




Neoclásica Capilla de los Condes de Montijo, también conocida como Capilla del Pilar. Cristóbal de Portocarrero, Conde de Montijo, ordenó la construcción, anexa a su palacio, de este recinto para demostrar su gran devoción al Santo Rosario. Los trabajos se realizaron entre 1717 y 1720. El gran cariño que sentía su esposa, María Fernández de Córdoba, por la Virgen del Pilar le dio la otra denominación oficial.


La cúpula de la Capilla de los Condes de Montijo.


Una vivienda moderna, pero respetuosa con la estética del entorno, en la calle Hospital.


Ruinas del Hospital de la Magdalena, desde 1982 (en otros lados hemos encontrado 1995 como fecha) Bien de Interés Cultural. Se inauguró en 1540 por encargo de doña Mencía de Mendoza, esposa de don Álvaro de Luna Manrique y estuvo en servicio para los pobres de Fuentidueña y su alfoz hasta 1853. Con las desamortizaciones pasó al Estado, fue ocupado en varias ocasiones y cayó en el abandono a mediados del siglo XX. Existen proyectos para su restauración.


Una joya: la iglesia de San Miguel, desde la escalinata de acceso de la calle de las Bodegas.


Iglesia de San Miguel, del siglo XII (aunque ampliada en el siglo XVI). Estéticamente sobria, pero atrayente. Fue restaurada a mediados del siglo XX, un trabajo que se pagó con los ingresos de la venta del ábside románico de la cercana iglesia de San Martín al gobierno de Estados Unidos (1957).


Una de sus tres puertas, la del Pórtico, con más detalle de sus arquivoltas ligeramente apuntadas.


Junto a la puerta de los Perdones, la galería porticada.


Canecillos ornamentales de temática variada, sobre todo fabulística pero erótica también, en la zona del ábside. El del centro de la composición, de hecho, aunque deformado, sugiere una penetración.


Una hermosa perspectiva sobre la iglesia de San Miguel desde el lado de su ábside.


El segundo canecillo, de izquierda a derecha, representa una pareja de (suponemos) enamorados que está abrazada.


Un dibujo geométrico que, sólo quizá, sea la firma de los canteros y albañiles que trabajaron en su construcción. Todos estos oficios, en aquellos momentos con sentimientos fuertes de hermanamiento y pertenencia, solían tener "sellos", marcas que singularizaban sus trabajos. Es una suposición, dada la recuperación de esta parte del muro, como se aprecia en los restos de cemento próximos.


Abandonamos San Miguel y ascendemos por una pista asfaltada hasta la parte superior del cerro donde se asienta Fuentidueña.


¡Teníamos que habernos llevado la bicicleta!


El puente de Fuentidueña y la densa arboleda de ribera que alimenta el Duratón, desde las alturas.


Los restos de la iglesia de San Martín. Este templo románico, como indicábamos antes, tiene su ábside en el Museo Metropolitan de Nueva York. Su estado se debe en gran parte a su temprano abandono, absoluto a comienzos del siglo XVII. Un cartel explicativo, no obstante, indica que el ábside, "uno de los mejores del románico segoviano" fue cedido "de manera temporal indefinida", que fue transportado en barco desde el puerto de Bilbao y que tras su montaje, piedra a piedra, se le añadieron pinturas y ornamentos que jamás tuvo.


Puerta de Alfonso VIII o Puerta de Trascastillo, nombre éste último de una fuente cercana que alimentaba la ciudad por medio de una canalización subterránea.


Otra vista de la puerta antes citada, junto a un extenso tramo de muralla bien conservado.


Una plenillanura, ante las murallas.


Unas visitantes disfrutan de las vistas delante de los restos de la necrópolis, unas 200 tumbas antropoformas y de dimensiones variadas excavadas en la roca que rodean los restos de San Martín.


Una de las tumbas, con más detalles.


Bajando con grandes vistas sobre el Duratón por el camino de las Bodegas.


¡Menudo cortado! Ciertamente, no necesitaban muralla por ese lado...


Cuevas en la margen derecha del río Duratón, en una ruta que se dirige al Cerro de San Blas.


Bodegas... ¡o una buena localización para Hobbiton!




Un visitante curiosea el interior de una de estas bodegas a través de su puerta.


Un ojo de cerradura con forma fálica.


Retorno a la plaza de la Villa.


Un rinconcito muy de Fuentedueña.


Descenso por un viejo acceso de piedra pulida por el tiempo.


La cueva antes mencionada, la Cueva del Salidero (si no nos informaron mal).


Una vista desde el interior.


Y subimos al Cerro de San Blas para ganarnos unas grandes fotos de paisajes sobre el embalse de las Vencías.