El bar Eguzki de Igorre (marzo de 2008)


El cartel que anuncia el Eguzki, en la avenida principal de Igorre.

Quién diría, oteando su casco urbano desde algún monte vecino, que esos mastodónticos edificios que presiden la calle principal de su trazado lo que realmente hacen es disimular un pueblo que no llega a los cinco mil habitantes. Pero como en el caso de Igorre, Yurre en castellano, esto mismo pasa en otros muchísimos pueblos de la geografía vasca: a un tiempo parecen ciudades por sus bloques de viviendas dignos de una capital, pero no dejan de ser pueblos con algún que otro barrio salpicado a lo largo de la quebrada geografía de Euskadi.


Como es habitual en los bares vascos, festival de pintxos.

Igorre, en el corazón de Vizcaya y enclavaba en la comarca de Arratia-Nervión, bañada por las aguas del Arratia y el Indusi (su afluente) y muy cercana a las magníficas montañas del Macizo del Gorbea, supera por poco los 4.000 habitantes y su mayor crecimiento llegó en las décadas de los años sesenta y setenta, cuando sedujo a muchos emigrantes andaluces y extremeños por el potencial mercado laboral de las industrias cercanas y su proximidad a los mismos.


Una cicloturista, rodeada de pintxos mientras se toma un refresco.

Y es que ese nuevo ingrediente, el del sector industrial, mezclado y agitado con el paisajístico y el urbano, hacen de algunas zonas del País Vasco algo único. Dentro de la contundencia gastronómica del Norte, los pintxos vascos pasan por ser una atrayente forma de conocer su cocina. Y en Igorre, aquí es donde queríamos llegar, nos encontramos con excelente bar para degustar una amplia variedad de tapas y una refrescante cerveza con limón (pika) o un zurito: El Bar Eguzki.


Las vistas desde la puerta. Preciosas.

La gran avenida de Elexalde, esa que cruza de lado a lado el núcleo poblacional más grande del municipio de Igorre, es la Lehendakari Agirre Etorbidea. En el número 7, prácticamente en la salida de la transitadísima carretera N-240 que se dirige hacia Lemoa, se encuentra este templo del pintxo que engatusa las pausas de numerosas grupetas ciclistas. Y es que ésta es zona de txirrindularis. Igorre es el pueblo de Iban Mayo, un buen ciclista al que eclipsó el dopaje y una mentalidad un tanto débil; pero también es la sede de la mejor prueba de ciclocross de toda la península ibérica, tan buena que incluso puntúa para la Copa del Mundo de la modalidad invernal del deporte de las dos ruedas.


Bicicletas apiladas junto a la entrada del bar: algo muy habitual los fines de semana y nada extraño entre semana.

Y desde las puertas del Eguzki, menudas vistas. Igorre está rodeado de verdes y arboladas montañas que no superan los 600 metros o, como en el caso del Mandoia, lo hacen por poco (635 metros). Una excelente guarnición a la poblada barra de este bar cuyo nombre, en euskera, significa sol. No es para menos: un sitio brillante.