La Puebla de Guadalupe, Guadalupe, es su monasterio y mucho más (mayo de 2010)



A los pies de las extremeñas Sierras de las Villuercas y de Altamira, allí donde los Montes de Toledo encuentran su techo, a poco más de 1.600 metros sobre el nivel del mar en una rocosa cumbre de antiguos usos militares y fértil futuro ciclista, la del Pico Villuercas, crece desde el siglo XIV la hermosa y fotogénica Puebla de Guadalupe, Guadalupe a secas para la gran mayoría de los mortales y los carteles indicadores de la Dirección General de Tráfico. Si el origen de este nombre deriva del árabe (wad-al-luben, “río escondido”), o de una mezcla del árabe y el latín (wad-al lupus, algo así como “río de los lobos”) o, como sugiere Jesús Callejo, de una influencia de la procedencia de los 31 primeros monjes que llegaron al monasterio (el monasterio de San Bartolomé de Lupiana, en Guadalajara) apenas trasciende ya del debate etimológico. Guadalupe en sí es una marca. O una denominación de origen advocacional, etiqueta que le pega más por eso de ser un núcleo urbano. Y lo es de prestigio, además. La villa es hija de la inercia de los servicios, los trabajos y las posibilidades que comenzó a requerir y a posibilitar la primigenia capilla, luego creciente monasterio, en el que se custodiaba la talla de una Virgen que un pastor, Gil Cordero, halló junto a las aguas del actual río Guadalupejo cuando buscaba una res que se le había extraviado. Eran tiempos de osos y geografías más ingobernables. Gil Cordero halló la vaca muerta y una aparición de la Virgen le dijo que bajo su cuerpo, respetado por la descomposición o las labores de rapiña de los buitres, se encontraba una imagen suya. Allí, donde por cierto resucitó la vaca, debía levantársele una ermita. ¿Cómo llegó allí esa talla? Un supuesto escrito hallado junto a la imagen indicaba que ésta había sido sacada de Sevilla cuando la integridad cristiana de la capital hispalense peligraba ante la amenaza musulmana.

Por 1329 la capilla estaba en pie, aunque algo ruinosa. Entre 1330 y 1335 se concibió un recinto que fue variando, entre las el Monasterio y la Virgen de Guadalupe ya congregaban tantos peregrinos que los itinerarios de acceso a la villa eran mejorados con nuevas infraestructuras. Para salvar las aguas del Tajo, que aquellos tiempos cogían algo más lejanas por cuestiones de medios de transporte, se levantó un puente que acabó bautizando un pueblo: el toledano Puente del Arzobispo. El fervor mariano creció proporcionalmente a la prosperidad de este núcleo urbano donde los hospitales tuvieron una gran importancia. En la gestión de la orden de los Jerónimos cuajó en el monasterio un interesante caldo de cultivo para incipientes investigaciones científicas y profundas revoluciones culturales. Ciencia a la luz de la religión, cierto, pero con un tamiz aperturista semejante el espíritu que en su día invadió Toledo. En Guadalupe la actual penicilina encuentra un antecedente tan serio que el propio doctor Alexander Fleming, el del hallazgo definitivo (1928), dicen que pasó por su botica para estudiar in situ sus hallazgos. En Guadalupe se celebró la primera autopsia de España de la que existe documentación concreta, en el siglo XV. Y tantas otras iniciativas cuya trascendencia habrá sido mínima o se habrá borrado en los años oscuros del ocaso y la decadencia.

Lo cierto es que bajo control de la orden de los Jerónimos, cuatro siglos nada menos de tutela, el crecimiento fue tan constante como “internacional” (su aportación en el continente americano fue enorme) y diverso en influencias arquitectónicas. Tumba de reyes (Enrique IV de Trastámara, por ejemplo). Fuentes de inspiración para monarcas (Isabel II, Felipe II,…). Pero llegó 1835 y se produjo la exclaustración de esta orden. Tiempos en cierta manera revolucionarios, donde cambiaban las mentalidades y se cuestionaba el poder preestablecido y heredado. Ese dicho de tintes revolucionarios, “mejor que conde o duque, fraile de Guadalupe” acabó notándose. Sin los Jerónimos, la larga sombra de la decadencia amenazó con destruir todo el conjunto. En algunas páginas web se pueden encontrar fotografías de comienzos del siglo XX en las que se comprueba el lamentable estado de conservación del denominado claustro gótico, siempre más eclipsado que el mudéjar. El abandono, la ocupación ocasional de índole militar, en cierta manera el espolio de su patrimonio (los franceses, durante la ocupación napoleónica, ya habían hecho de las suyas con anterioridad),…

En 1908 los franciscanos recibieron el encargo de frenar la decadencia de la ya por entonces patrona de Extremadura (1907) y su morada, ya por entonces Monumento Nacional (1879). Un frenazo a la caída libre. Hoy, el Real Monasterio de Santa María de Guadalupe, patrimonio de la humanidad desde 1993, capital espiritual de Extremadura e irónicamente dependiente de la diócesis de Toledo, sigue seduciendo a fieles y a agnósticos, embrujados por sus museos de bordados y miniados, por el frescor de su decorado claustro y su templete mudéjar (1405), por la sacristía en la que las pinturas de Francisco de Zurbarán (Las tentaciones, Apoteosis de San Jerónimo) encogen cualquier alma, por su suntuoso y numeroso relicario, por los cuadros del Greco salvados de las aguas que sumergieron Talaverilla y recuperados tras su exilio en tierras toledanas. Por su camarín. Un paseo por su claustro, descubriendo sus lápidas, alguna capilla, la historia que nos cuenta una sucesión de cuadros expuestos a las inclemencias del relente o el calor,… un lugar único, sin duda, reforzado por ese maravilloso templete. Tan impresionante como el templete, y por supuesto mucho más desconocido, el fanal que Juan de Austria le arrebató a los turcos en la Batalla de Lepanto, que aún conserva un impacto de proyectil y que cuelga en la sacristía como una lámpara más. Una pega, más cuando se paga una entrada por la visita (la tarifa básica, 4 euros): la prohibición de realizar fotografías en los museos o los espacios religiosos aún cuando no haya oficios o misas o se haga con respeto. Muchas maravillas se han quedado sin cabida en el blog por este motivo, como el fanal antes mencionado. Visto desde otra perspectiva, también es cierto que hay cosas que deben verse in situ para captar toda su esencia.

En la plaza principal, la de Santa María, esa misma de especial arquitectura popular en la que proliferan bares y restaurantes con encanto en los que degustar sus afamadísimas morcillas, en esa plaza la fuente circular sigue manando agua; y en su centro, desde el siglo XIX, sigue la pila bautismal con la que fueron bautizados en 1496 los primeros indígenas del continente americano. Ésta, que no es más que una de las curiosidades históricas que esconde la Puebla, es una historieta que cualquier lugareño u oriundo no se olvidará de repetirnos. Incluso un relieve escultórico moderno inmortaliza tal hecho. No obstante lo suyo será perderse por los aledaños del monasterio. Pasear por sus callejuelas estrechas y descubrir sus arcos integrados en viviendas, su antiquísima red de surtidores de agua (un Canal de Isabel II óptimo y a pequeña escala) y esas añejas terrazas con aleros de madera. Comparar la cara más conocida del monasterio desde diferentes perspectivas. Y andar por el Barrio de Arriba, empinado, empedrado y señorial. Sin olvidar nunca eso mismo, que Guadalupe no sólo es su monasterio, aunque éste tire tanto que eclipsa muchas otras cosas. Como que Guadalupe también es la patrona de la Isla de la Gomera, por ejemplo. O que su figura representa un curiosísimo "Gibraltar" de índole religioso-administrativa entre Extremadura y la diócesis de Toledo. Qué cosas.

Puebla de Guadalupe o Guadalupe a secas. Mapa de ubicación. Nos encontramos en una de las zonas más abruptas de los Montes de Toledo, a los pies de su punto más alto: los 1.601 metros del Pico Villuercas.


Antiguo cartel de entrada a poblado, elaborado en cerámica y presente en el lateral de un viejo edificio de la calle Convento que ya no está precisamente a las afueras del pueblo.


El recinto del monasterio y la plaza de Santa María, vistos desde la calle Gregorio López, la que encauza la ruta principal que desciende de la EX-118 que viene desde Navalmoral de la Mata y Los Ibores.


El callejero.


Fachada sur, la más afamada, del Monasterio de Guadalupe.


La famosa y fotografiada fuente de la plaza de Santa María de Guadalupe, cuya parte superior es una pila bautismal que en su día estuvo en el interior del monasterio y que fue en la que fueron bautizados los primeros nativos traídos desde el continente americano.


Relieve conmemorativo del primer bautizo de nativos americanos, junto a la escalinata de acceso al atrio de entrada al monasterio.


Relieve escultórico conmemorativo del centenario (1907-2007) del nombramiento de la Virgen de Guadalupe como patrona de Extremadura. Está ubicado al otro lado de la escalinata de acceso al atrio del monasterio.


Unos visitantes descienden la escalinata por la que se accede al atrio y a los diferentes accesos: la antigua sacristía, el museo, la iglesia,...


Una puerta de bronce decorada con relieves alusivos a episodios religiosos.


Al fondo, que en una mirada normal con la fachada del monasterio de frente quedaría a nuestra izquierda, la pequeña puerta de la portería. Es la entrada al recinto, kilómetro cero para las visitas a sus diferentes salas museísticas y punto donde se encuentra la inevitable sala de venta de productos "relacionados con".


Una cruz fabricada en metal corona, como si de un pararrayos fuese, uno de los edificios que componen el conjunto del monasterio. Tuvimos suerte y esa nube fue pasajera.


Una vista de la plaza de Santa María de Guadalupe desde los accesos al monasterio. Al fondo, la calle Sevilla que conduce hacia el arco del mismo nombre.


Otra vista de la plaza de Santa María. En el centro, hacia la izquierda, el Hostal Restaurante Cerezo 2 en el que nos alojamos. Un lugar curioso: sin ser ningún Ritz, dentro de su modestia de hostal es bastante acogedor; pero los precios se acercan a los de un hotel y a muchos les superará. Es la tónica general de todo el pueblo en lo referente a hospedaje, salvo el parador que lógicamente es más caro.


Otra vista de la plaza de Santa María y sus concurridos negocios hosteleros, más visitados aún cuando cuentan con su terraza.


La fuente que podríamos llamar "de la pila bautismal".


Una paloma, a punto de abrevar.


Tomando el sol en una de las terrazas de su centro urbano con vistas a un entorno muy monumental.


La fachada, con más cercanía.


La torre del reloj, anexa a la iglesia y más parecida a una construcción típica de castillo.


Detalles constructivos vistos desde el acceso a la portería.


Un grupo de jóvenes forma un círculo en el atrio del monasterio y baila al son de una guitarra que, desde el centro y acompañada por la voz de un joven cura, desarrolla una melodía de aires religiosos. Una imagen habitual los fines de semana.


Unos visitantes descansan junto a la portería de acceso al monasterio.


Un visitante señala uno de los cuadros que explican el origen del monasterio en la llamada galería de los milagros, en el claustro mudéjar.


Cuadros al fresco en la galería de los milagros del claustro mudéjar.


Tumbas en el claustro mudéjar.


Detalle de dos tibias y una calavera en una de las lápidas. Muy de "Piratas del Caribe", pero siempre reflejo de la muerte.


Unos visitantes observan el famoso templete mudejar del monasterio de Guadalupe, más espectacular aún in situ con muchas de las instalaciones del recinto emergiendo por encima de las galerías del claustro.


El templete mudéjar.


Un detalle del templete mudéjar.


¿No os parece precioso este rincón?


Una vista cualquiera entre uno de sus arcos.


Cruce de arcos en una bóveda coronados con floretes.


Una barandilla petrea.


Esta fuente preside un rinconcito de aires muy alhambra.


Otra vista de una bóveda. Magnífico rematado.


Decoración heráldica.


Una tumba de un hombre de religión con su rostro desfigurado por el paso del tiempo.


Majestuosa bóveda de la iglesia del monasterio.


Ventanal interior de la iglesia.


Una vista algo movida sobre el enorme órgano.


El impactante retablo, en una imagen también movida.


Una escalinata que desciende del atrio a la altura de la entrada de la portería.


Arquitectura popular.


Terrazas, comercios, vecinos...


Un bonito rincón camino de la calle Sevilla.


Soportales techados de madera añeja y aprovechados por los negocios de comestibles y recuerdos.


Floreadas terrazas con vistas a la sierra.


Una bonita estampa de la concurrida calle Sevilla con el arco del mismo nombre al fondo.


Una vista de la fachada del monasterio, desde la calle Sevilla.


El Arco de Sevilla. Formaba parte del primer recinto amurallado de la Puebla de Guadalupe. De todos los conservados es el más pintoresco. Curiosamente está integrado en una vivienda habitada.


La arquitectura popular de la zona ha destacado el uso de la madera en los aleros y balcones, usos que aún hoy son perceptibles en muchas casas, como ésta en la calle Sevilla.


Sucesión de tejados de teja árabe con vistas a la sierra.


Un hermoso balcón con un coqueto trabajo de madera y un escudo de armas debajo.


Ascendiendo hacia el Arco del Chorro Gordo por una de las callejuelas de la antigua judería entre evocadoras fachadas.


La decoración con conchas (poco habituales tan al interior de la Península y símbolo religioso que entronca con el peregrinaje) del lateral de una casa en plena judería.


Una vivienda de la antigua judería de Guadalupe.


Arco del Chorro Gordo, que como curiosidad alberga una casa en su parte superior. Este arco formaba parte de la primera muralla de la Puebla de Guadalupe y a través de él se accedía, cosas del lenguaje, a la antigua calle Veneno o calle de los Judíos.


Una imagen de una fachada.


Arco de San Pedro, llamado así por una imagen del santo que preside su otra vertiente. Punto de entrada "oficial" al llamado Barrio de Arriba, de pendientes, plazoletas multiangulares y fachadas amplias, balconadas y señoriales.


Empedrada y empinada calle Real, la arteria principal del Barrio de Arriba.


El antiquísimo Hospital de las Mujeres, del siglo XV, en plena calle Real.


Los soportales no son nada inhabituales en un pueblo de sierra como éste, donde la lluvia tampoco es una desconocida. Bonita fachada, en todo caso.


Plazuela de la Pasión, de sabor tradicional pese a los coches. Enfrente, el antiguo Hospital de la Pasión, casa de acogida donde se estudió y se combatió con fuerza la sífilis.


Pilar en la plazoleta de la Pasión. También escuchamos hablar de fuente de la pasión. En todo caso es un ejemplo más de la completa antigua red de abastecimiento de agua para los habitantes.


Fachada en la calle de la Pasión, una de las que aglutina un mayor número de pintorescas vistas.


Una hermosa vista del Pico Villuercas y las antenas del antigüo centro táctico militar de su cima, junto a uno de los restos de la antigua muralla que rodeaba el monasterio.


Si rodeamos el recinto, por su lado norte llegaremos a la Hospedería Real, edificación anexa al monasterio en la que se encuentra el claustro gótico.


Otra vista.


El restaurado claustro gótico.


Azulejería con motivos marianos.


Detalle en el claustro gótico.


Calle Convento, vía que realmente es otra de las vías de acesso al centro de Guadalupe, junto a la calle Gregorio López. Al final de la misma hay varios bares de ocio nocturno, como el Polky, donde se reúnen muchos jóvenes de la zona los fines de semana.


Vistas del conjunto monumental del monasterio y su hospedería desde la plaza de Juan Carlos I, inusual porque se ha convertido en un aparcamiento adicional para los visitantes que acuden a Guadalupe. No será raro encontrarse a algún gorrilla.


Allí donde la calle Convento le gana sus metros metros a la plaza de Santa María se encuentra la estancia más suroccidental del monasterio: la mayordomería y portería.


El monasterio, visto desde uno de los soportales de la plaza de Santa María de Guadalupe tomado por negocios.


Degustando un exquisito solomillo con pimientos en el salón con vistas del restaurante del Hostal Cerezo 2.