Lo que hoy seguramente tenga mucho más de experiencia senderista non-stop adaptable a las disponibilidades de tiempo y las inquietudes de cada cual, lo que en suma puede ser visto en nuestros días más como una aventura que como un medio para la redención y expiación de pecados, penas y pesares, eso mismo, fue durante siglos una de las rutas de peregrinación fundamentales del Viejo Continente, un foco de optimismo nacido a la luz de un hallazgo, el del supuesto sepulcro del apóstol Santiago (originalmente, Sanctus Jacobus) en un monte de la actual provincia de A Coruña allá por el siglo VIII. Porque los restos del actual patrón de España vinieron a parar a un rincón de Galicia vía marítima, cuando sus discípulos rescataron su cuerpo decapitado por Roma y se encaminaron hacia el lugar, Hispania, donde se dice que andó predicando la palabra de Dios. Y con el descubrimiento, pensemos en un contexto peninsular de dominio musulmán y mínimos reinos Cristianos condenados a porfías y roces en su pequeña cornisa norteña y pequeños avances hacia el sur, una revolución aún mayor por la esfervescencia con la que se extendió la noticia en una Europa que se encontraba un lugar santo más accesible y mucho más seguro que Jerusalén y los actuales territorios de Israel. En este punto resultó casi mágica la repercusión dada por el Codex Calixtinus elaborado por la orden de Cluny en Francia, posiblemente la primera guía de viajes de la historia.
Y es que el Camino, así en mayúsculas, esa Calle Mayor de Europa, que duda cabe que aún poseedor de esa energía y esa espirituosidad que le dotó de fama y notoriedad en la Edad Media, las mismas que aún hoy mantienen sorprendentemente vivos los ecos de su vitalidad entre ciudadanos de diversos orígenes es un eufemismo. Porque no existe un único Camino a Santiago, aunque los llamado Francés y del Norte tengan especial renombre. Ni lo hay físico ni tampoco espiritual. A Compostela se puede llegar por varias rutas, todas ellas tan oficiales como la que más y todas ellas ricas en ramales y alternativas, y también con diversas actitudes, de la ociosidad a la reflexión, de la sugestión a la contemplación, desde una perspectiva mucho más carnal a otra más recogida. Ya sea en solitario, ya en grupo, de ruta hacia Santiago cobra especial como en ningún sitio aquella afirmación de Antonio Machado en la que se aseguraba: “Se hace camino al andar”. Como canta el himno oficial del Liverpool FC: “You will never walk alone”. Vamos, que nunca caminarás solo.
Lo mismo que sucede desde sus orígenes, especialmente desde la consolidación de la ruta por parte de Alfonso VI, el Camino congrega a su alrededor una ingente cantidad de servicios, múltiples ofertas (fundamentalmente, pero no sólo) de camas y comida que hoy, diez siglos después, aún dejan un resquicio a la pillería por la afluencia de público a la ruta, especialmente en los meses más calurosos y sobre todo desde Sarria, localidad lucense desde la que el peregrino (como se conoce al que camina hacia Santiago) puede ganarse el derecho a la Compostelana, esa constatación de que se ha abordado la peregrinación y que hoy en día puede ser por motivos religiosos, deportivos o una mezcla. Ya se sabe que lo mismo que donde está el cuerpo anda el peligro, también afloran los intereses. En ese sentido, en una relación proporcional a nuestra agenda, a nuestra suerte con el hospedaje y la vianda, el Camino es un auténtico sacacuartos. Si se tiene suerte con los albergues públicos, a cinco euros el derecho a una cama (normalmente literas en habitaciones numerosas) y ducha, el presupuesto no se disparará mucho. En verano, nos cuentan, existe una auténtica obsesión por llegar al albergue pronto, lo que provoca hilarantes madrugones para llegar al siguiente destino y ocupar una plaza. Pensemos que estas instalaciones cuentan con capacidades entre los 40 y los 70 peregrinos, normalmente. O Cebreiro, en la puerta de acceso a Galicia y en plena montaña, o el macrocomplejo del Monte do Gozo, a las puertas de Santiago, son dos excepciones. El resto motivan hilarantes marchas de buena mañana que convierten la grandeza del Camino, el periplo en sí, en un actor secundario.
Del esplendor del Camino no hay mejor reflejo que los numerosos testimonios arquitectónicos, muchos de ellos de índole religiosa, y de infraestructuras que nos acompañan en cualquiera de las rutas elegidas. El Camino Francés, más de 700 kilómetros potenciados a finales del siglo XX con motivo del Xacobeo 93, posiblemente el trazado más transitado y mediático, es un lienzo de arte, un catálogo de variedades orográficas y climatológicas y un repertorio de caracteres y gente. Nada homogéneo, en su variedad se encuentra un aliciente que hoy en día seduce a muchísimos extranjeros. Alemanes, franceses, polacos, austriacos, daneses, suecos…Muchísimos países presentes en un camino que ha trascendido las viejas fronteras europeas para seducir también a muchos caminantes en los Estados Unidos, en los fervorosos países de Centroamérica y Suramérica y hasta en el lejano oriente, con especial poder de convocatoria en Japón y, sobre todo, en Corea del Sur. En este último país causa fervor el poder de convocatoria de su renombre, aunque pueda sorprender. Basta una conversación con algún peregrino coreano, un fijo en la ruta. No tienen problemas en viajar sólos, ávidos de conocimiento. Tal es el Camino a Santiago, un fenómeno de múltiples lecturas y múltiples enfoques, un viaje hacia nosotros mismos donde nos reencontramos con los demás, una experiencia que nos rehabilita como miembros de un mundo de montañas, valles y llanos donde nieva, llueve, "vienta" y hace sol o frío. Sea cual sea la motivación, lo único importante es el fondo. Y este acaba aflorando a la superficie de una forma tan natural como lo hacían las aguas de los Ojos del Guadiana tiempo atrás. Tal es la notoriedad del Camino que sobre su inmaterial figura, auténtica y permanente moda de aires místicos en muchos lugares del mundo, que es muy abundante toda la literatura que aborda la temática tanto bibliográfica como telemáticamente. Y en este sentido, poco nuevo podrá aportarse más allá de la mera experiencia personal y los consejos más válidos desde esa misma óptica subjetiva. Sea así pues.
1. Lo más importante, tener clara la ruta que se va a hacer y planificar bien las etapas, tarea fácil siguiendo las propuestas de los libros y las guías. Luego se pueden modificar sobre la marcha dada la riqueza de alojamiento (privados, especialmente). Hay gente que prefiere obviar los puntos de llegada y salida más tradicionales por otros más pequeños y menos saturados. En invierno la climatología es más adversa y en verano la afluencia mucho más masiva, por lo que la primavera y el otoño son probablemente las dos mejores épocas para lanzarse al Camino. No es obligatoria, pero casi, y muy recomendable, esa credencial que se puede recoger en las asociaciones de amigos del Camino y que permite, tras el ritual de la recopilación de los respectivos sellos, recibir la Compostelana una vez se llega a Santiago. Todos los albergues tienen sello pero en nuestro caminar, sobre todo en la parte final, ya en Galicia o en el cercano Bierzo, será mucho más fácil sellar en locales de restauración y ocio que en iglesias y templos. Algunos sellos son pequeñas joyas e incluso algún establecimiento hostelero de aires hippies y alternativos los hace a mano. Todos, un buen recuerdo.
2. En la medida de lo posible acostumbrar el cuerpo a caminar con la mochila con cierta anterioridad. También se irá mascando cierta mentalización al esfuerzo. La exigencia del camino, además de la orografía, está en la acumulación de las etapas y ese desgaste que deriva (aunque no fue nuestro caso, sorprendentemente) en las temidas ampollas o las rozaduras. Esta amenaza nos exigirá incluir en el equipaje un pequeño kit para combatirlas (aguja e hilo, un poco de betadine, vendas, la utilísima vaselina…) así como algún medicamento y calmante (aspirina, ibuprofeno, tal vez fortasec…) que nos ayude a mitigar posibles dolores musculares. Si tenemos problemas para dormir, al loro con los tapones dados los coros que se viven en los albergues. ¡Menudos rugidos!
3. A la hora de hacer el equipaje, la máxima debe ser renunciar a pesos innecesarios, porque serán perjudiciales y nos fatigarán. Cierto que la climatología puede condicionar los bultos (guantes, bragas térmicas, gorros,…), pero los “por si acaso” son malos aliados y en el Camino hay de todo, empezando por muchos sitios para la cuestión de la comida (un peso menos, más allá de alguna vianda y botellita de agua concreta para paradas técnicas o ir tirando). Con un par de mudas de todo y una de esas toallas modernas de secado rápido, suficiente; y es que el Camino es un dejarse ir. En los albergues públicos hay servicios de lavandería (costaban 4,40 euros ) y secadoras (entre 1 y 2 euros) y también se puede lavar a mano. Luego veremos que los radiadores y cualquier rincón es bueno para poner la ropa a secar. Para la higiene personal, una buena pastilla de jabón de glicerina nos podrá servir incluso para la ropa. Con el cepillo y la pasta de dientes, un poco de desodorante, un peine y toallitas higiénicas, que pesan poco, vamos servidos. No está de más calzado de recambio para el después, como tampoco chanclas para las duchas. E indispensables, por útiles, los ponchos o capas para la lluvia de esos que protegen mochila y caminante (optativos, pero francamente útiles son las polainas que protegen la parte inferior del pantalón y por tanto las dejamos apuntadas), unos cordones de repuesto que nos ayudarán a colgar la ropa de la mochila para que se vaya secando si hace bueno y unos imperdibles, leen bien. Estos últimos no ocupan nada y son un auténtico comodín para labores de secado o cremalleras rotas (damos fe).
Esta experiencia jacobea aquí expuesta arranca en Villafranca del Bierzo (León) y se extiende durante ocho etapas y unos 200 kilómetros hasta Santiago de Compostela en el conocido Camino Francés. Para llegar, nada como el autobús de la Alsa de la ruta Madrid-Santiago, con parada en Villafranca del Bierzo y un precio (ida) de 32 euros (gastos de gestión vía Internet y seguro inclusive). Para volver, lo más cómodo es el ferrocarril, como el Talgo que conecta Santiago y Madrid Chamartin en unas seis horas por 53,6 euros (gastos de gestión incluidos). Del Francés, hay que señalar que muchísima gente opta por completar el trazado desde Roncesvalles a cachitos, invirtiendo unos pocos días en unas etapas y retomándolas un tiempo (o un año después) en el último punto del recorrido. Es increíble la gente que se mete en vereda en esta aventura. En este caso, el recorrido quedó dividido así y pinchando sobre cada etapa [click over the link] se encontrará información adicional sobre cada jornada:
Día 1. 5 de abril: Villafranca del Bierzo - O Cebreiro. Aproximadamente 28,5 kilómetros [pincha aquí/click here].
Día 2. 6 de abril: O Cebreiro - Triacastela. Aproximadamente 22 kilómetros [pincha aquí/click here].
Día 3. 7 de abril: Triacastela – Sarria, por el Monasterio de Samos. Unos 24 kilómetros [pincha aquí/click here].
Día 4. 8 de abril: Sarria – Portomarín. 23 kilómetros aproximadamente [pincha aquí/click here]
Día 5. 9 de abril: Portomarín – Palas de Rei. 25 kilómetros aproximadamente [pincha aquí/ click here]
Día 6. 10 de abril: Palas de Rei – Ribadiso da Baixo. 26 kilómetros aproximadamente [pincha aquí/click here]
Día 7. 11 de abril: Ribadiso da Baixo – Pedrouzo. 24 kilómetros aproximadamente [pincha aquí/click here].
Día 8. 12 de abril: Pedrouzo – Santiago de Compostela. 21 kilómetros aproximadamente [pincha aquí/click here].