El discurso de Concha, la alcaldesa de Támara, es de esos de timbre dulce y pausado con una pronunciación tan esmerada que su boca parece un horno que cocina las palabras y sólo las suelta al mundo cuando están perfectamente listas. Su hilo argumental, además, está guiado por una pasión y un fervor que resultan seductores para el oyente. Concha, de la que dicen, acaso exageradamente, que lleva más de 20 años en el cargo, ensalza con interés y la entrega de la mejor guía del mundo las particularidades de la iglesia de San Hipólito, la misma que muchos días barre para adecentarla, porque hay que estar a todo. Un ejemplo de actitud en muchas cosas. San Hipólito es una iglesia con aires de catedral en un pequeño pueblo donde hoy en día no viven más de 80 habitantes, Támara de Campos, un rincón palentino consagrado al ganado y el cereal que en el pasado fue plaza fuerte y, qué cosas, hasta parte de un Camino de Santiago, con un hospital y todo que no daba abasto, que luego se vertebraría más hacia el sur. “Castilla hoy es la cuna de la soledad, pero en el pasadofue la cuna de la cultura”, proclama con melancolía Concha. Una afirmación de titular periodístico. Hermosa, sí, pero también con un punto de tristeza que encoge el alma.
Lo cierto es que en el recoleto Támara, en medio de inmensos campos de cereal donde no son tan extraños los cerros y oteros por mucho que se piense que Castilla es tan plana como ancha, erróneamente claro, nos espera San Hipólito. Iglesia catedralicia, el templo rivaliza en tamaño con muchos otros hasta el punto de que el folclore la ensalza como el segundo de toda Palencia, sólo por detrás de La bella desconocida, la sobrecogedora catedral capitalina. Igual es mucho afirmar, puede, pero lo que no deja de ser cierta es la callada solemnidad de sus altos muros. O la esbeltez de unas bóvedas de crucería que esbozan, nervados, inconfundibles arcos ojivales de inspiración gótica. O, vista con gran facilidad desde la distancia, la rotundidad de una torre de cuatro cuerpos y estética a lo San Lorenzo de El Escorial porque aunque la iglesia se comenzó a levantar en el siglo XIV sufrió añadidos durante los siglos XV y XVI. Y en este último, ya se sabe, el discreto y marcial estilo herreriano causaba furor.
San Hipólito empequeñece. Qué tesoro más inmenso para el pueblo. Y su interior refuerza el achante con diversas sorpresas que no hacen otra cosa que reafirmar la grandeza del recinto. Empezando por su órgano, un solemne instrumento de 1741-1742 que con la maestría de la cotidianeidad manipula el organillero y que se asienta en una estructura añadida en el Barroco, cosa curiosa, mantenida por un sustentáculo con la apariencia recia del mármol que realmente es madera policromada. El añadido, lejos de afear, sorprende por lo que parece un mágico equilibrio. Lo sintetiza Concha: "Es una barbaridad muy bella". Siguiendo por un púlpito gótico-mudéjar, policromado y decorado con pasional profusión; una joya de las que pocas veces se encuentran en núcleos urbanos de tamaño tan modesto y que en su base arranca de una figura humana, capaz de soportar alegóricamente el peso del discurso en cuestión. Según cuenta Ana Mª Ferrín, este personaje recibe el nombre de Juan Tocino y a la iglesia se la conoce popularmente como La moza de Campos. Finalmente, centrándonos en los ricos conjuntos escultóricos que adornan los numerosos retablos barrocos, por la presencia en el que encabeza la nave de la derecha de dos representaciones muy poco extendidas en la iconografía cristiana: la circuncisión de un Jesús todavía bebé, por un lado; una adoración de aires belenísticos, por otro, en la que es San José y no la Virgen María quien sostiene al pequeño.
Lo dicho, muchísimo patrimonio. La relación tamaño-templo sigue sorprendiendo. También en la historia, como en la vida, es bueno eso de tener un padrino. Alfonso XI de Castilla, como nació el día de San Hipólito, siempre tuvo buenos ojos hacia su templo. Y con ellos, prebendas y bulas que fomentaron su construcción con el incentivo de limosnas. El Justiciero (así conocen a Alfonso XI) no sería una excepción regia. Juan II, Sancho IV y tantos otros monarcas también tuvieron su detalle para con. Pero el paso del tiempo no ha sido bueno con la joya de Támara y hace unos años fue profundamente restaurada. Las goteras se abrieron hueco destrozando parcialmente algunos retablos, en los mismos donde comenzaron a anidar las aves, y la estructura del edificio también comenzó a ceder, dando lugar a la aparición de preocupantes grietas. Aunque se le puso freno a la situación, nunca hay que bajar la guardia. Mientras nada lo impida, nada como contemplar en primera persona tan majestuosa iglesia. El paseo más recomendable parte junto a los acondicionados accesos proximos a la única puerta que se conserva, muy remozada, del viejo recinto amurallado de Támara del siglo XI. Junto a la puerta, la Fuente de los Caños emerge como un gran testimonio del aprovechamiento hídrico para el abrevado del ganado. De esta fuente toma nombre la vía principal por este lado. La calle del Caño, una leve subida entre casas de corte actual, es la antesala a San Hipólito, precedida por una doble e inclasificable explanada en la que un monolito nos recuerda que aquí tuvo lugar la batalla de Támara, la misma en la que se unieron las coronas de Castilla y León. No está nada claro, no obstante, tal hecho; pero sí que aquí se firmó en 1127 un Pacto que trataba de frenar las porfías fronterizas entre Castilla y Navarra. Y también que el escritor Sinesio Delgado (1859-1928) era nativo de esta urbe. El hijo del médico, nada menos.
Tiene razón Concha: "Castilla hoy es la cuna de la soledad. En el pasado, la cuna de la cultura".
Támara de Campos. Ubicación geográfica al norte de la comarca histórica y geográfica de El Cerrato.
El arco de Támara y un pequeño tramo de la muralla del siglo XI. Todavía se pueden encontrar los restos de los anclajes de los goznes de las puertas y, por el lado interior, una imagen de la virgen que es una reproducción de la talla románica original robada a finales del siglo XX. Enfrente se encuentra la renacentista Fuente del Caño, típico espacio para el abrevado del ganado.
Ascendiendo hasta los accesos de la impactante iglesia de San Hipólito por la calle del Caño.
Iglesia Catedralicia de San Hipólito el Real. Templo gótico del siglo XIV del que rápidamente nos seduce su gran torre, renacentista y con aires a El Escorial. Las cosas del estilo herreriano. De todos modos es un monumento majestuoso.
Acceso a una antigua ermita que después fue hospital de peregrinos, asentada en lo alto de una loma a 749 metros sobre el nivel del mar que preside todo el casco urbano y en la que se asentaron pueblos prehistóricos y romanos. Los locales le dicen a esa zona El castillo, pero sin que alguna vez lo hubiera habido allí.
Doble placa conmemorativa que recuerda la memoria de Sinesio Delgado (abajo), ilustre nacido en la villa, y la batalla que aquí tuvo lugar en 1037 y que deparó la primera unión entre castellanos y leoneses. Este segundo punto no está tan claro, porque otras fuentes apuntan a que el enfrenamiento entre los ejércitos de Bermudo III de León y los de Fernando I de Castila y García III de Navarra acaeció en Tamarón (Burgos).
Escultura de temática agrícola. Los alrededores de El Castillo acogen diversos utensilios utilizados en el campo históricamente para crear una especie de museo etnográfico al aire libre.
Posado ante San Hipólito.
Una visitante trata de inmortalizar un momento con el templo de fondo. ¡La esbeltez de su torre no lo pone fácil!
Escudo de los Reyes Católicos sobre uno de los accesos al templo.
Sobrecogedor interior de San Hipólito.
El órgano de San Hipólito.
El organillero, durante un pequeño recital.
Música celestial desde las altura.
Detalle heráldico en la clave de una bóveda.
El púlpito gótico-mudejar policromado, ciertamente hermoso y con la particularidad de arrancar desde la representación de un cuerpo humano que carga el peso en su espalda. Muy alegórico.
El órgano (al fondo, en la parte superior), atípicamente sustentado por una columna, y el púlpito(derecha).
Esbelta. Las filtraciones de agua y los nidos de aves le hicieron mucho daño, según nos contaron.
Esculturas de uno de los retablos, escena de la comunión de San Hipólito.
Bautismo de San Hipólito.
Otra de las particularidades del templo: esta escena de la sagrada circuncisión. Una temática poco representada.
Más iconografía atípica. En este Belén es San José quien sostiene al niño y no la Virgen.