Ciertos nombres nos asaltan durante nuestros viajes por carretera. Una toponímia que atrapa. Una cartelería que nos seduce como si fuera publicidad. Llaman nuestra atención. Nos hacen más ameno el periplo. Nos enganchan. Y llega un punto que despierta preguntas como qué tal estará la plaza del pueblo, cómo serán sus calles o me pregunto que tal tiene que estar el pincho de tortilla del bar de la plaza. Una composición de lugar, dados los entornos y alguna posible experiencia por la zona, nos abocetará la situación. Pero muchas veces las apariencias engañan.Y las preguntas tienen fácil respuesta. Basta con activar el intermitente y tomar la salida que nos anuncie su cercanía. Entre Madrid y Zaragoza no son pocos los carteles susceptibles de plantear una situación como la anterior. Uno de ellos, vecino de la A-2, es el objeto de esta entrada. Su nombre es Torremocha del Campo.
¿Por qué se llamará Torremocha? Tirando del diccionario de la Real Academia Española de la Lengua buscamos el significado de “mocha”. ¡Y et voilá! En su primera acepción damos con la clave: “Dicho especialmente de un animal cornudo, de un árbol o de una torre: Que carece de punta o de la debida terminación”. Este pueblo no falta a la tradición de tener como edificio más alto el campanario de su templo, cuando no este segundo en sí. Y la de San Miguel Arcángel, la iglesia en cuestión, tiene una torre sin el acabado que marca el diccionario. Es más, un remate de ladrillería cual espadaña es el atípico elemento que corona la misma. Cuadro bolas, adorno típicamente herreriano, nos induce a pensar en el Renacimiento. Un paseo hasta ella nos mostrará callejuelas fachadas y rincones ciertamente hermosos. Y una ingente población de plácidos gatos. No muy lejos, la ermita de Santa Ana. Otra parada obligada.
Lo cierto es que Torremocha del Campo, con menos de 250 censados y una apariencia tranquila y serena apuntalada por su callejero con poca vida, no es un rincón perdido. Aunque los avances de infraestructuras sí le han arrinconado. Ubicada junto a la ruta histórica desde Madrid hasta Zaragoza, la antigua Nacional 2 tenía en este núcleo de población uno de sus más fieles descansaderos. Restauración volcada con el transporte y los viajeros. Bares de carretera, dulce y reconfortante parada para los conductores fatigados. Un constante ir y venir, con sus habituales y sus muy esporádicos. Una forma diferente de ver la vida pasar. Después llegaron los avances, el progreso y la sinuosa carretera que se convertía en un infierno cuando en un tramo no se podía adelantar un perezoso tráiler mutó, a comienzos de la década de los noventa, en Autovía. Más velocidad. Menos tiempo para contemplar el entorno. Más fijación por el destino sin pensar en el durante. Y un rodeo. No sólo eso: también el antiguo paso por sus exteriores se convirtió en un limbo, una calle más. Una pérdida de vida. Y en muchos casos, el cierre. La autovía, útil y práctica, también fue una condena. Está visto que como todo lo humano nada es perfecto: un avance favorece a muchos, pero deja en el limbo a unos pocos. Torremocha del Campo permanece ahí. ¿Hace una parada?
Torremocha del Campo. Ubicación en plena A-2, en La Alcarria de Guadalajara, no muy lejos de Sigüenza. Son varias las entidades de población próximas que se integran en el ayuntamiento. Desde sus alrededores podemos acceder a sitios flipantes. Como La Torresaviñán, el Mirador de Félix Rodríguez de la Fuente y la citada Sigüenza.
El casco urbano de Torremocha del Campo, visto desde sus afueras.
La recoleta, intrigante y majestuosa ermita de Santa Ana, escoltada por los olmos.
Pequeña inscripción en la fachada de la ermita donde se recuerda la advocación y se recoge el año en el que se acabaron los trabajos de construcción: 1617.
Si nos giramos en el lugar donde está tomada la foto anterior vemos nada menos que esto. Hermosas vistas del casco urbano presidido por la compacta torre de la iglesia parroquial...
La iglesia parroquial de Torremocha del Campo, bajo la advocación de San Miguel Arcángel, fue construida entre los siglos XVI y XVII. Sobria y sencilla, también solemne,la sillería de sus muros y las rectas firmes y coherentes alimentam ese barniz claramente renancestita.
Pintoresca fuente de frío caudal en la calle Castilla.
Una enorme casona de la calle Castilla con los muros deslucidos por el duro paso de las estaciones, especialmente severo en las épocas más radicales de calor y frío.No estamos en una zona
Puerta rústica.
Una callejuela de las que rodean el perímetro de la iglesia parroquial.
Semirruina, semiabandono... llamémosle como queramos. No andamos por una zona donde el patrimonio, sea el que sea, goce de buena salud, por lo que no debe sorprender encontrar viviendas en esa situación.
Resulta realmente curioso el remate de la torre de la iglesia parroquial de Torremocha. Una especie de espadañita de ladrillo.
Arquitectura popular. Casa baja, tejería cerámica y puerta de madera de reducidas dimensiones. Sí, es cierto que hoy en día puede parecernos digna cuadra, gallinero o almacenillo para los aperos del campo. Pero muchas viviendas fueron así durante siglos.
La iglesia parroquíal, vista durante un callejeo improvisado. La torre es la mejor referencia de todo el casco urbano. También aquí se observa el detalle de la torre antes mencionado.
Fachadas de viviendas en la calle Real. Estas tres casas conforman La alegría de la Alcarria, un complejo de casas rurales independientes que comparten propietario.
¡No estaría nada mal tener un casita como ésta!
¡Gatito gatito!
Un par de gatos que están como si anduvieran tomando el fresco, charlando de sus cosas y viendo la vida pasar. ¿Serán dos reencarnados?
Este felino prefiere permanecer en un segundo plano menos protagonista, junto a la jamba de una puerta que tiene pinta de abrirse muy de vez en cuando...
Una policromada vivienda en la calle Real que nos llamó la atención; nos agradaron la alegría de sus colores y las particularidades de su fisonomía.
Punto de encuentro.
¡Qué fachada tan coqueta! Y a continuación, un par de buenos vídeos que hemos encontrado en Youtube.