Cuánta tranquilidad se respira en el Parque Korakuen de Okayama (febrero de 2012)


De camino a Tokio tras una noche en la sorprendente ciudad de Kurashiki (desde luego el céntrico Bikan Area es todo un hallazgo, no dejen de acercarse si tienen la oportunidad), una escala en Okayama nos permite degustar con más profundidad la apasionada devoción japonesa por los espacios ajardinados. Porque esta urbe acoge uno de los más afamados ejemplos del país, entre los tres más loados de hecho: el Korakuen. Este encargo del señor feudal Ikeda Tsunamasa en 1687, que no se concluyó hasta 1700, apenas ha sufrido cambios en su idea original y, abierto al público general desde finales del siglo XIX (1884), cuando pasó a ser tutelado por la municipalidad, se presenta como uno de los espacios verdes más mágicos de todo el país. En Japón los parques y jardines son toda una experiencia. Tan extendidos como concurridos, su leitmotiv entronca con el arraigado fervor nipón por la contemplación y el disfrute pausado del medio natural. La interacción con el entorno, nos recalcan, tiene un punto de filosofía. Apreciar los detalles de la vegetación, dicen, es una forma más de cobrar conciencia de la fugacidad de la vida. Y de poesía, añadiríamos, especialmente por los matices que aportan, cada una a su manera, las cuatro estaciones. En ese sentido, climas y detalles aparte, quizás ningún momento tenga más simbolismo que el denominado hanami, literalmente en castellano “el contemplar la flor”. El despertar de los sakura (cerezos) es el gran icono de este sentimiento, acaso tradición, y entre los inquilinos arborícolas del genuino Korakuen, claro, no podían faltar las de esta especie. Entre marzo y abril, sus flores amenizan charlas, meriendas o momentos de soledad y reflexión.

En el Korakuen no faltan los rincones donde evadirse o dejarse llevar con buenas perspectivas, seductoras sombras, amables praderas, estilizadas colinas, agradables trinos de aves y melódicos surcos de fresca agua (incluso cascadas) tomada del río Asahi que conectan sus estaques e, incluso, atraviesan atípicamente algún viejo lugar de reposo señorial, como el Pabellón Ryuten. En cierta manera podría afirmarse que este parque es un paraíso domesticado con cuidados y mimos. Incluso ha inspirado otros ejemplos en puntos alejados del Planeta. En San José, capital de Costa Rica, hermanada con Okayama desde hace más de tres décadas, se puede visitar otro espacio verde que ha tomado muchos detalles del Korakuen. No hay dudas en que es un buen modelo a seguir y a imitar. La copia se hace más difícil porque las condiciones medioambientales propias de cada latitud condicionan (y en Japón, de norte más frío y sur más agradable, el tiempo es realmente muy cambiante). Y porque, sencillamente, no sería lo mismo. En el Korakuen nos esperan monumentos, templos (hasta seis) y hasta homenajes edificados al monje, nativo del lugar por cierto, que introdujo el té en Japón. En el Korakuen, buen reclamo para las aves, un espacio alberga algunas garzas y en uno de sus extremos existe una zona acondicionada para el medieval arte del tiro con arco. Allí pulían su destreza los señores feudales.

Los 400 yenes de la entrada simple, algo más de 4 euros (540 si se adquieren un billete para visitar el cercano y muy recomendable Okayama Castle, el símbolo del poder feudal en la zona), apenas suponen un gasto ante la variada y pintoresca belleza de un entorno de 133.000 metros cuadrados capaz de sobrevivir a una intensas inundaciones (1932) y a los bombardeos de la II Guerra Mundial. “Aflígete antes que otros, pero diviértete más que los demás”. Tal es el espíritu sen-yu-koraku. Un autobús de línea, el número 18, que para en la puerta de la estación (andén 4) nos acerca desde la estación de shinkansen hasta el acceso del jardín por algo menos de dos euros.

Okayama. Ubicación geográfica en la principal de las islas, Honshu, que conforman Japón. Este gran núcleo poblacional, cuyo eje se fundó el 1 de junio de 1899, se termina de configurar con la anexión de nuevos pueblos en 2007. Desde 2009, por ley, es una ciudad.

Parque Korakuen. Acceso a uno de los recintos ajardinados más hermosos, 133.000 metros cuadrados de vocación verde, de todo Japón junto al Kenrokuen de Kanazawa y el Kairakuen de Mito. La entrada asciende a 400 yenes (algo más de 4 euros), que son 560 combinada con el acceso al cercano y no menos hermoso Okayama Castle.

Profundizamos en el parque. Algunas pequeñas praderas han dejado de estar verdes y floridas.

El laguito principal, con sus islas y rodeado de bosques muy estilizados.



Un niño corretea por uno de los pequeños puentecillos que salvan los numerosos canales de agua que rodean el recinto.

Ascendiendo hasta un excelente mirador del parque, el de su máxima cota: la modesta Yuishinzan Hill(colina).

Particular escalinata de descenso, con aires de "zamburguesas", al Ruyten Pavilion, al que volveremos posteriormente.



El Korakuen se comenzó a construir en 1687 y tardó 13 años en ser finalizado. Vsta desde la colina Yuishinzan Hill.

Escultura de naturaleza pagodística en un fresco y apartado rincón del parque.

Un tramo con el firme acondicionado con losas de piedra. No falta ningún detalle.

Una piedra de curiosa morfología.

Un bonito rincón, otro de tantos, del Parque Korakuen.

Un grupo de jóvenes japones da de comer a las carpas, unos peces muy queridos cuya cría desata pasiones. Las de colores, las koi, disfrutan de muchísimos estanques y lagos.

Desconocemos de qué planta se trata, pero resultaba muy llamativa esa especie de fruto con aires de piña sofisticada que crecía en su parte central. Korakuen es un vergel digno de contemplarse en cada una de las cuatro estaciones.

Arbolados bien cuidados.

Caminando por los entornos del Ruyten Pavilion, del siglo XII. Lugar de descanso favorito de Daimyo, un antiguo señor feudal nipón, no es una construcción que siga cánones muy tradicionales por estar atravesado por un canal.




Curioso juego de pasarelas para salvar las aguas de un canal. Al fondo, el citado Ruyten Pavilion.

Un refrescante senderito empedrado se sumerge en un bosque, se acerca a la valla y en algunos momentos nos permite ver el Okayama Castle, que quedaría a la derecha al otro lado del río Asahi.

Un pequeño salto revoluciona la corriente de agua de un arroyuelo artificial que circunvala parcialmente el Korakuen. Se integra en un conjunto de cascaditas sucesivas, las Kakonotaki Falls.

La Chaso-Do Hall, casita donde se realizan ceremonias de té. Vieja residencia para los vasallos del señor, fue remozada a finales del siglo XIX y dedicada al padre del té (Chaso-Do), Eizai Senshi, el monje natural de Okayama que lo introdujo desde China al Japón.

Caminando entre cerezos.

Un estilizado puentecillo salva las aguas del lago y comunica con una de sus islas, dotada de una coqueta zona de descanso señorial.

Una vista de las islitas Minoshima (en primer término) y Jarijima (detrás), en el Sawanoike, el lago principal.

Jijendo-Do Hall. Ikeda Tsunamasa lo mandó construir como símbolo de sus deseos de paz, prosperidad y estabilidad para todo el clan Ikeda.

Detalle del acceso al Jijedo-Do Hall, adornado con esvásticas. Como ya se ha recalcado con anterioridad en este blog, este símbolo carece de toda la significación negativa aportada por la historia reciente en ciertas culturas orientales e incluso en otras de la Antigüedad (Roma).

Conjunto del Jijedo-Do Hall.

Una noria mueve sus aspas impelida por la fuerza del agua de un pequeño canal.

Desconocemos ante qué familia de árbol estamos pero, muy cuidada, su aire oriental es inconfundible.

La islita de Jarijima, vista desde otra perspectiva.

Casa de invitados (guest house) Kakumei-kan, una construcción tradicional de las de suelo con esa especie de esterilla vegetal, tan confortable y acolchada que permite caminar descalzado, y poco mobiliario.

Practicando el Tosenkyo, un juego inventado en la era Edo de la forma más casual del mundo: intentando espantar una mariposa. Sucedió en 1773 en Kioto y el ingenioso fue un tal Kisen. Particularidades aparte, en resumen se trata de derribar con un papel de inspiración papirofléxica una estructura ubicada en el centro de la zona de juego. Durante varias rondas (una para establecer el orden de lanzamiento y otros cinco posteriores que se van alternando con el rival), compiten dos personas ante varios jueces y son varias las complejidades que aportan puntos, como la pureza de la trayectoria del "ariete de mariposa de papel", el modo de caer de la estructura,... Muy divertido. A continuación van dos vídeos sobre este juego.





Salvando las aguas del Asahi, que no parece bajar muy cargado.

Una intersección con paso elevado para peatones y cartelería de indole circulatoria varia. No falta la publicidad.

Vending nipón. ¡Cuántos llamativos colorines usan siempre y qué enigmáticos resultan sus mensajes de primeras para el occidental sin nociones del idioma!

Esperando el tren bala para viajar hacia Tokio desde la estación de Okayama. Es una experiencia placentera, confortable, y sorprendente por la extrema educación de todos los empleados, desde revisores hasta vendedores de alimentos, que saludan a todo el vagón al entrar y se despiden de él al salir. Tres muestras de su comodidad y rapidez en los tres siguientes vídeos...