Pequeño en cuando a población y gigantesco en cuando a patrimonio, tal es la actual dicotomía existencial del pueblo de Ampudia, en Palencia, una villa a un tiempo escoltada por la sobriedad marcial de un cercano castillo del siglo XV y a otro inspirada por la esbeltez de una torre eclesiástica de más de 60 metros. Dos argumentos de peso rematados por los encandilantes soportales, en su amplia mayoría tal y como siempre fueron, que convierten su centro urbano en uno de los más preciosos que pueda encontrarse el viajero por el interior de la vieja Castilla. Cuántas y cuán variadas fachadas de casitas de dos alturas. Un lugar, vamos, digno de conocer a medio camino entre las tierras pucelanas y la capital palentina. Allí donde se dan la mano el Campo Gótico, la Tierra de Campos y El Cerrato.
Del castillo afirman que es el más importante de toda la provincia y la torre de la Colegiata de San Miguel es tan sobrecogedora que se promueve con deleite la consideración, ahí es nada, de Giralda de Campos. Ni uno ni otro, empero, han sobrevivido sin mácula al paso de las centurias, cuestión ante la que el comportamiento de los soportales (insistimos, qué hermosura) ha sido muy digno. La colegiata, sin ir más lejos, ha tenido que soportar algún que otro derrumbe al que, eso sí, han permanecido ajenos los siete cuerpos de su torre. El castillo, de índole familiar, fiel testigo de disputas varias y hasta de la firma del documento donde se trasladaba la capitalidad de la nación desde Valladolid a Madrid, sufrió lo suyo con el abandono.
Hasta que el empresario Eugenio Fontaneda, si les suena el apellido a galleta van bien, lo adquirió mediado el siglo XX, lo recuperó con una actuación muy arqueológica y lo convirtió en la sede de su colección personal de antigüedades y objetos artísticos. La familia galletera se hacía así con una fortaleza que fue prisión de los hijos de Jacobo I de Francia, residencia imperial de paso, núcleo de poder comunero a través del Conde de Salvatierra y plaza fuerte del Duque de Lerma. Una fundación que lleva el nombre de empresario palentino ha permitido musealizar el castillo y ofrecer visitas guiadas a tan peculiar e interesante colección. Y sólo por las vistas desde el camino de ronda superior, o por el ejercicio de intuición de la lugubridad de sus frías mazmorras, merece la pena sumergirse en sus paredes. Todo un ejemplo de gestión privada del patrimonio. De esto mismo, de patrimonio, anda sobrada Ampudia con muchos ejemplos que van desde antiquísimas ermitas hasta antiguos hospitales.
Ampudia. Ubicación geográfica. Este pueblo, conjunto histórico-artístico desde 1965, tiene actualmente una población ligeramente superior a las 600 personas, pero hubo tiempos en los que superó con holgura las 3.000. Ubicado en la comarca de Tierra de Campos, y por tanto integrante de ese prestigioso eje de solera conocido como Campos Góticos, Ampudia se encuentra a poco más de 800 metros sobre el nivel del mar y dista 20 kilómetros, aproximadamente, de la capital provincial.
Ampudia. Un letrero circulatorio nos recuerda en qué pueblo estamos con el castillo, no muy lejos, al fondo.
El espectacular castillo de Ampudia, una propiedad privada que gracias a una fundación cultural se puede visitar y merece mucho la pena. A mediados del siglo XX fue adquirido y restaurado por Eugenio Fontaneda, el impulsor de la famosa firma de galletas y un gran coleccionista de obras y antigüedades. De aquella inquietud se nutre hoy en día el bastísimo repertorio expuesto en sus salas. La entrada cuesta 3,5 euros si se trata de una individual y se reduce a 3 si va dentro de un grupo. Existe fijado un máximo de personas por visita, 25, y todas son guiadas.
Un acercamiento a tan solemne construcción de naturaleza militar. El castillo original fue levantado durante el siglo XV (1461-1488) por orden de don García López de Ayala. En él no faltan las gruesas murallas, las saeteras, las troneras, las barbacanas, el foso, el puente levadizo... Una fortaleza como mandan los cánones.
Torres, almenas, garitas y demás.
Detalle de una garita defensiva en cuya parte inferior se percibe a la perfección las saeteras.
Un señorial detalle heráldico (perteneciente al Duque de Lerma, por cierto) en el que, dicen, es el mejor castillo de toda la provincia de Palencia.
Un soldado pétreo escolta nuestro acceso al interior del castillo, para el que hay que superar un viejo foso defensivo y una barbacana.
Objetos religiosos y relicarios varios en una de la estancias del castillo destinada al arte sacro. La calavera es real. Algunas tallas son realmente sobresalientes. Cuentan que Eugenio Fontaneda empezó a coleccionar objetos con 13 años, cuando adquirió una vieja moneda en Valladolid. Aquella chispa nos ha permitido conservar manofacturas de naturaleza artística o folclórica magníficas.
En la salita de los vestigios prerromanos y romanos.
La interesantísima y completa botica. Estamos en una sala pródiga en objetos muy interesantes, donde no falta una silla de partos, una gigantesca piel de serpiente o un pequeño tiburón. Tampoco el craneo de una ajusticiada o un curioso diablo que, según nos contaron, se ponía antiguamente detrás de la puerta de las casas para que cuando el verdadero quisiera entrar dijera: "¡Ah, ya estoy aquí!".
El diablillo en cuestión, junto a una cabeza bovina.
Un tiburón suspendido en esta sala.
Esta sala acoge la colección de armas, vestimentas castrenses, sillas de montar y de aparatos musicales.
Una de las habitaciones de la parte superior, ricamente decoradas con tapices y óleos. En este castillo, por cierto, no hay constancia de presencia fantasmagórica, rompiendro con esa tradición anglofrancesa que dice lo contrario de toda fortaleza que se precie. Marketing, ya saben...
Un relicario situado ante una extraña muñeca con pose de "bailaora".
Vistas del entorno del castillo desde su paseo de ronda.
Miramos ahora hacia el interior del castillo. Todos los tejados fueron restaurados, que no sorprenda su aspecto "juvenil".
Una visitante fotografía el casco urbano de Ampudia, con la inconfundible referencia de la Colegiata de San Miguel destacando sobre el entorno, desde una de las almenas del castillo.
Una foto cualquiera de Ampudia a los pies de la fortaleza.
Redundando en lo anterior... con los modernos molinos de viento al fondo. Hay quien lamenta la ruptura estética de los mismos. El del paraje de Cuesta Mañera tuvo que afrontar algún que otro problemilla judicial.
Puesta de sol junto a la antigua ermita de Santiago, casi vecina del castillo.
Ampudia posee uno de los conjuntos de soportales tradicionales de la vieja Castilla mejor conservados de toda España. La calle Corredera, en la foto, es un ejemplo y un prototipo. Un lujazo, ya sea de día o de noche, pasear por sus peatonalizadas cercanías.
Calle Ontiveros.
Más soportales en la calle Ontiveros, una de las que acogía un importante mercado bajo el reinado de Felipe III.
Confluencia de las calles Ontiveros y Corredera. La gran mayoría de las columnas, bien de madera bien de piedra, son originales. La mayoría hunden sus raíces en el siglo XVII, pero alguna queda que se remonta al siglo XIII.
Un viejo crucero preside esta pequeña plazuela, antesala de la plaza de San Miguel.
La Colegiata de San Miguel, uno de esos monumentos tan impresionantes en directo que no terminas de comprender cómo puede estar donde está... o lo importante que fue en su día Ampudia. La conocen como la Bella de Campos o incluso la Giralda de Campos, por la icónica torre de 63 metros proyectada por Juan Escalante, y en ella se dan la mano el estilo gótico y el renacentista.
Pasamos la noche en La Casa del Abad, una de las posadas reales con las que cuenta la provincia. De cuatro estrellas, adscrito a la cadena Bucolic de hoteles con encanto y cierto lujo, es un establecimiento con mucho predicamento y no más de 24 habitaciones que fue recuperado por el arquitecto Ángel García Puertas. Su restaurante, el Arambol, es toda una experiencia en el entorno, muy agradable, de una antigua bodega y un lagar del señor abad. Aquí van unas opiniones adicionales.
Un patio interior convertido en cómoda sala de estar, un espacio para la lectura tranquila o una copichuela más tranquila aún cuando cae la noche. El techo acristalado es retractil. Otra comodidad más a la que hay que añadir un coqueto spa muy relajante.
Un detalle del techo del hall principal. Sin duda, una colorida restauración.