Menorca es una metáfora. Paradisiaca. Turística. Pero también una isla tranquila; o al menos mucho más que sus más concurridas vecinas baleáricas Mallorca e Ibiza. Un canto al sol. Un elogio a las frescas y limpias aguas turquesas que pintan con esmero las posidonias y esos entornos tapizados de verde pino en el suro o de esos marrones entre grisáceos y rojizos de sus acantilados y colinas del norte. Un lugar digno de conocer en toda su integridad, labor en la que colabora decisivamente una extensión abarcable con cierta holgura si se dispone de varios días y vehículo, polarizado por dos grandes urbes opuestas en cada extremo de la ínsula. Ciutadella es el pasado de la que siempre fue núcleo principal. Mahón, el presente del que lo es ahora y que gozó de muchos mismos durante el siglo que, intermitentemente, anduvieron los ingleses por estos dominios. Otra capita adicional para un barniz de milenios a base de gotas de una cultura tras otra y más de un desertor que, enamorado, adopta esta tierra como propia. Y si el tiempo es lo que sobra, nada como una ruta pedestre de nombre equino, el Camí de Cavalls, el Camino de Caballos, para hilvanar en veinte tramos los aproximadamente 250 kilómetros de litoral menorquín en una experiencia que se antoja única, a la altura del mismísimo Camino de Santiago. Hablamos, claro, en términos senderistas y caminantes.
La playa de Cavallería es uno de esos buenos ejemplos norteños, tan diferentes a las del sur pero no por ello tampoco más hermosos, de escenarios magníficos para el ocaso y el baño ajenos a toda masificación, complejo o cimiento. Aunque sí más puros. Más íntegros. Más naturales. Sencillamente el rollo es otro. Nadie conoce a nadie. Nadie molesta a nadie, tampoco. Las apariencias, siempre engañosas, pueden obviarse tras una buena capa de lodo, muy buscada por la (poca o relativa) concurriencia y otra de las señas de identidad propias de este espacio. Ubicada en el término municipal de Es Mercadal, inevitable puerta de acceso y ubicada a unos 10 kilómetros, la de Cavallería se asienta en las cercanías del entorno del cabo del mismo nombre, donde a medidados del siglo XIX se levantó un faro aún en servicio que también tiene un poco de museo. Pero no junto a él. Resulta curioso como se mantiene la nomenclatura, aunque muchos la conozcan también por Playa Roja (Platja Rotja) por la tendencia cromática de su arena, pese a la diferencia geográfica. Y es que en esta zona el Mediterráneo y la tierra pugnan entre sí dándole forma a una sucesión de pequeñas bahías y abismales acantilados engañosos hasta para el baño donde no faltan los agrupamientos rocosos e incluso las islitas, como la de los Porros. Cuentan que hasta que el citado faro fue construído por estas costas acacieron casi 700 naufragios. Y unos pocos más llegaron después pese al enmiendo de la esbelta luminaria, broche al punto más septentrional de la isla. Una zona donde la tramuntana ha tutelado como en pocos sitios la morfología y la vegetación, tendende al matorral y el monte bajo. En su tiempo también aspiró a núcleo importante, pero apenas queda el recuerdo de las menciones a Sanitja.
Hablamos de un marco de sobria pero evidente belleza paisajística en el que el respeto del bañista ha permitido que tan fértil entorno medioambiental (ojo, zona de protección de aves), hoy un tesoro pero en el pasado no exento de refriegas bélicas, no presente excesivas fisuras más allá del aparcamiento donde hay que dejar el coche. En la línea de la mayoría de calas y playas menorquinas, los vehículos son magníficas máquinas para la aproximación, pero no se les tolera la inminencia. Un espacio habilitado para los vehículos, tampoco muy grande (lo que garantiza cierto comedimiento en el aforo), es la antesala para el paseo de quince minutos que deja al turista en la intersección con vistas que separa la escalera de madera que desciende hasta la Cavallería del senderito que conduce hasta su vecina Ferragut, una pequeña cala también atravesada por el Camí de Cavalls. Y para llegar a ese punto, una red de carreteras sinuosas, acaso pistas agrícolas asfaltadas, que en cada cruce se encuentra escoltadas por la pertinente cartelería que nos orientan hacia las buscadas playas en cuestión. Del ocaso de Cavallería, ya sea en la playa ya en los entornos del faro, nada como una experiencia en primera persona. A la altura de la noble e intensa luz del Tómbolo de Trafalgar. Y sin nada que envidiarle al más renombrado prestigio de la cercana Cala Pregonda. Dicho queda. Nota final: absténganse los especuladores.
Menorca. Ubicación de la isla con respecto a la península ibérica y situación exacta del cabo de Cavallería, cercano, que no vecino, de la playa homónima.
Es Mercadal, el pueblo del que parten las pistas asfaltadas que conducen a todas las magníficas calas, y seguramente menos concurridas, de la parte norte de la isla.
El Monte Toro, el punto más alto de la isla (358 metros), visto desde las afueras de Es Mercadal. Este pueblo, que crece a los pies de esta montaña sagrada, se encuentra a mitad de camino entre Ciutadella (la antigua capital) y Mahón (la actual), unos 24 kilómetros.
Carreteras sinuosas y pequeños cerros nos escoltan de camino a Cavallería.
El Monte Toro se aleja...
Llevamos un rato de volante. Habremos pasado junto a varios cruces, dejado a un lado el aparcamiento de la playa de Cavallería y superado una puerta que hay que abrir y se ruega cerrar. Y de golpe... el faro no muy lejos. Estamos en una pequeña península insular.
Una pequeña cala que congrega muchas caravanas se abre a la izquierda de las inmediaciones del faro. Hacia la derecha son todo enormes acantilados.
Acantilados con vistas hacia las urbanizaciones de Fornells.
Las cabras, las habituales y permanentes inquilinas de estos pagos ricos en riscos y matorrales...
... y para muestra un botón. Al poco llegaremos a un lugar donde se ha extendido como la pólvora la costumbre de hacer montoncitos de piedra cuya factura se cree que garantiza un pronto retorno a la isla. La idea ha tenido su éxito y estos agrupamientos se extienden en gran número en esta zona pródiga en concentraciones.
Un vehículo deja atrás el faro de Cavallería.
El faro de Cavallería, algo más que una simple luminaria nocturna.
Un turista toma una fotografía de la costa norte menorquina. En una de esas sucesiones de cabos y bahías, concretamente la segunda, se encuentra la paradisíaca Cavallería.
Por los alrededores del faro, que también es museo por cierto.
Otra vista sobre el faro de Cavallería, ubicado a unos 90 metros sobre el nivel del mar en la meseta que se extiende tras un acantilado de vértigo.
Acantilados inminentes.
Acantilados abismales que se asoman al Mediterráneo con la isla de los Porros bien cercana.
Acceso a la cueva que se encuentra en los alrededores del faro y en la que, por un amplísimo acceso, se puede profundizar unos quince metros aproximadamente.
La riqueza pétrea de los alrededores del faro es tal que incluso parece esconder en su seno algún vestigio arquitectónico de tiempos pasados. Y posiblemente así sea en forma de asentamiento urbano fenicio o cartaginés.
Dejamos atrás el faro para poner rumbo a la playa del mismo nombre, que no está junto a él curiosamente. En las cercanías podremos encontrar pequeñas calas de diferentes nombres. Son muy pródigas las autocaravanas en alguna.
La cabra aquí manda.
Hemos dejado el coche en el pequeño aparcamiento ubicado junto a la carretera y caminamos hacia la playa de Cavallería. El Mediterráneo vuelve a dejarse ver.
Junto a la más extensa Cavallería, al otro lado de un promontorio, se extiende la Cala de Ferragut, más tranquila o menos concurrida.
Cavallería, desde el mirador ubicado en lo alto de un promontorio que se asoma al mar.
Escalinata de acceso (el desnivel era demasiado fuerte para no iniciar algúna actuación así) a la Platja de Cavallería, también conocida como Platja Rotja por el característico color de su arena.
Relax. O una forma de.
Bañistas en Cavallería. Una extensa playa rodeada de pequeños montes y con cielos generosos en aves de muchos tipos. No resulta extraño oir su canto, sea cual sea, durante un baño o mientras se toma el sol.
Así es la arena de este paraíso playero estatal.
Vestigio de un búnker de la Guerra Civil. Su motivación, albergar en su interior baterías antiaéreas.
Cavallería, relativamente concurrida y siempre muy agradable.
Puesta de sol en una de las zonas más visitadas, en esa en la que los bañistas se embadurnan con su tierra rojiza y se dan un baño de lodo. Incluso con el paso del tiempo se han ido excavando agujeros en el suelo donde verter agua y ablandar la tierra para "extraer" el lodo.
Un bañista se extiende lodo por la piel de su espalda con alguna dificultad.
Cavallería, aguas y arenas, vistas desde una duna cercana que emerge junto al Camí de Cavalls.
Vegetación de matorral y monte bajo.
El Camí de Cavalls, justo antes de llegar a la playa procedente de la no menos notoria Cala Pregonda, también icono norteño.
Un bañista abandona la playa mientras comienza uno de los puntos fuertes de esta playa: su maravilloso y revitalizante ocaso.
Una intensísima luz baña todos los rincones durante la puesta de sol, de las más hermosas de las Baleares aunque aquí no pongan (afortunadamente) copas o suene la música de fondo.
Unos chavales juegan en el agua mientras el astro rey se pone a sus espaldas cada vez menos lentamente.
Mediterráneamente.
Un grupo de exbañistas disfruta de la puesta de sol en la playa de Cavallería mientras la luna apuntala su personalidad en un cielo tendente a la noche.