Una alfombra de irregular piedra vieja, puro encanto de cantos redondeados por el roce del tránsito y adornados esporádicamente por musgos o pequeños amagos de verdor, es el evocador tapiz que empuja al viajero a perderse por Santillana del Mar. Lo de perderse, dada las pequeñas dimensiones de su centro urbano histórico y el generoso nivel de concurrencia que reúne por sus calles y plazas, es más bien una invitación. Una invitación, al más puro estilo del país de Oz, para tomar un camino de baldosas amarillas. Aquí no hay baldosas ni son amarillas. Pero el empedrado tiene algo más que simple encanto. Quizá sea porque al firme de las calles, calles de nomenclatura mutante a lo largo de los siglos (la antigua y principal calle del Rey hoy en día se desmenuza en Carrera, Cantón y Río), le acompaña una legión de casonas palaciegas de plantas elegantes y fachadas tan estéticas como solemnes. No todas, claro, porque también hay viviendas más modestas. Pero en un mar de uniformidad donde superar las dos alturas es imposible, los floreados balcones de esas casas de orígenes menos pudientes le aportan gracia al asunto. Aunque por lo general aquí las casas todas tienen marca, chicha y denominaciónd e origen. Casas con nombres y apellidos, casi todas. Y muchas con heráldicas labradas en sus fachadas. Que se sepa quién es el jefe. Hoy en día, eso sí, tiene una de las densidades de negocios enfocados al turismo más grandes de toda la geografía española. Más grandes, sí; téngase en cuenta su tamaño.
Santillana del Mar es uno de los municipios más visitados de Cantabria, y nos atreveríamos a defender que de todo el Norte cuando llega el verano. Y por ello, también, con mucha información disponible en Internet. Pero la afluencia de público no le quita encanto, quién diría que una afirmación así es posible, salvo que uno tenga muchos prejuicios o sea un soñador que no se resiste a cumplir el sueño de verse solo en, pongamos, una plaza de San Pedro del Vaticano, o una Plaza Mayor de Salamanca o cualquiera de esos lugares icónicos que atraen masas. Será culpa de la piedra, vaya usted a saber, pero en Santillana no se percibe esa sensación de molestia exógena. No al menos en nuestro caso. Y eso se agradece tanto como sorprende a la hora de hacer balance. Más allá de su casco urbano, bastante simple y siendo muy simplistas y directos reducido a dos calles que lo alimentan formando una especie de “Y griega”, el remate de esta población llega con el que fue su origen. O si no su origen, sí al menos su asidero y su trampolín: la Colegiata de Santillana del Mar. Este recinto religioso de raíces románicas es el lugar donde, se dice, reposan los restos de Santa Juliana de Nicomedia. Además de una iglesia de esas que sobre un suelo de madera de los viejos viejos mezclan sobriedad con elegancia, un entorno ideal para el recogimiento se crea o no, y dotada de la mística de esos lugares con cierto poder, la colegiata posee un espectacular claustro románico en tres de sus cuatro lados cuyos capiteles son todo un álbum de iconografías. Escenas bíblicas, geométricas, alegóricas… Todo ello explicado, en una iniciativa muy pertinente, a través de una suerte de hilo musical que nos contextualiza absolutamente todo.
De la colegiata y los restos santos que conserva nació un asidero para el crecimiento urbanístico de Santa Juliana, el nombre del que deriva Santillana. Otro lo encontró en el hecho de verse formando parte de una de las rutas de peregrinación a Santiago de Compostela, la del Norte o la Costa. Y con el crecimiento, el desarrollo. El esplendor y la opulencia de la Baja Edad Media o el Renacimiento. Solo de un fuerte sector comercial, beneficiado de los recursos propios o de los ajenos de una costa muy cercana, se explica el salto de la plaza a centro de poder, a cabeza de Marquesado y hasta de región histórica desaparecida. Santillana tiene ecos célebres por un Marqués, pero también por una editorial especializada en los libros de texto impulsada por un madrileño con un apellido ilustre local y muchas raíces en la zona: Jesús de Polanco. Y aunque no son lo mismo unas vacaciones en Santillana que los libros pedagógicos de Vacaciones Santillana, pues en términos de eslóganes nos viene fenomenal la comparativa, qué caray. Ahí, en Cantabria, al lado de Santander, a tiro de piedra de las célebres Cuevas de Altamira, les espera todo un escenario de película. Santillana del Mar. Un pueblo de otro tiempo. Un milagro del urbanismo expuesto a la sobreexplotación comercial.
Santillana del Mar, nombre que etimológicamente deriva de Santa Juliana como después veremos y que alimenta el dicho de "urbe de las tres mentiras" porque no es ni santa, ni llana ni tiene mar. Una matización: sin ser plana, sí se la puede considerar mucho más llanita que otras poblaciones cántabras. Ubicación geográfica de esta población cántabra de apenas 4.200 habitantes que gracias a su pétreo casco urbano sin apenas cambios (además de por su cercano zoológico y sobre todo las célebres Cuevas de Altamira) se ha convertido en uno de los núcleos turísticos más visitados de todo el norte español. Un buen pico del millón y medio largo de turistas que visitó Cantabria en 2012, según los datos que manejan dentro de esta Comunidad Autónoma, a buen seguro que paseo por sus calles. Esta población tiene tal renombre que bautiza un marquesado y hasta una mítica editorial. Una de las particularidades de esta villa reside en que formó parte de una extrensa región histórica, solo existente hoy en día en los libros, que recibió el nombre de Asturias de Santillana y que cimentó el marquesado de Santillana y el de Aguilar de Campoo [Mapas VíaMichelin].
Oficina de Turismo de Santillana del Mar, en las cercanías de la calle Jesús Otero y junto a un gran aparcamiento público por el que unos operarios municipales suelen cobrar 2 euros para todo el día... Un dinerillo extra para las arcas de dudosa legalidad. ¿Si es público se puede cobrar para "colabrar con el mantenimiento de esta villa histórico artística? La oficina, moderna, respeta la estética del entorno. En 2006 pasaron casi 200.000 visitantes por su oficina de turismo, un dato ilustrativo que a buen seguro está desfasado siete años después. En 2012 era la población más visitada (teniendo en cuenta los engañosos datos de estas oficinas, engañosos en el sentido de que mucha gente puede pasar de ir allí) Solo en julio y agosto de 2013 pasaron por sus instalaciones más de 80.000 personas.
Viviendas modernos con estética de inspiración tradicional frente al aparcamiento turístico de Santillana del Mar y la oficina de turismo.
El firme de Santillana del Mar.
Caminamos hacia el "magro" del conjunto histórico. En la calle Gándara, asaltados ya por varios negocios hosteleros enmarcados en viejas edificaciones de piedra (alguna con hechuras palaciegas) nos topamos con esta vieja fuente barroca adosada a la pared. La fuente tiene una hermana gemela, o casí, adosada al muro de lo que hoy en día es el Museo de la Tortura.
Una peregrina extranjera lee su guía entre las calles La Carrera y Juan Infante, las dos vías principales de la vieja Santilla del Mar que, de camino hacia la Colegiata de Santa Juliana, cambiarán de nombre en un par de ocasiones.
Palacete transformado en restaurante en la calle de la Carrera.
Calle de la Carrera. Un balconcete pero que muy señorial... y un poco abandonado también...
Caminamos hacia la calle Cantón, que es la continuación de esta calle de la Carrera por la que vamos. Realmente es la misma rúa, pero varía sus nombres en diferentes alturas. Mucha piedra y poco cemento, como se puede apreciar. Ese aire de inmutabilidad le ha dado mucha fama a Santillana del Mar.
Casonas, sí. Pero muy palaciegas.
Callejuela junto a la Casa-Palacio de Valdivielso (la de las ventanas), actualmente un hotel.
Menuda "sede" que tiene Productos Típicos Soraya, ¿verdad? Preciosa vivienda en el número 3 de la calle Cantón. La apuesta es clara: comercio abajo, vivienda arriba.
Los turistas comienzan a ocupar la calle Cantón, la rúa donde posiblemente se concentren más establecimientos comerciales de toda Santillana del Mar y que está marcada por una suavísima bajada empedrada que ofrece una bonita perspectiva de lo que está por venir y de lo que queda detrás.
Casa del Márques de Santillana, actualmente establecimiento hotelero de cinco estrellas. Esta enorme vivienda que pasaría bastante desapercibida por eso de integrarse en el casco urbano, una fachada entre otras sin autonomía o realce especial, fue levantada en el siglo XV para el (actualmente) palentino don Íñigo López de Mendoza, primer Marqués de Santillana. La orden de construcción, eso sí, más que nada porque el progenitor falleció siendo él un niño, no fue suya; fue de su madre: Leonor Lasso de la Vega.
La llamada Casa de los Hombrones, otra edificación tardo-renacentista cuyo nombre se inspira en la decoración de su fachada. Hoy en día sus bajos albergan negocios hosteleros y su esquina marca el tránsito de la calle Cantón a la calle del Río. Era la vivienda de la familia de los Villa.
Los hombrones, fieros soldados... "Un buen morir es honra de la vida", recoge como lema en su escudo.
Al fondo ya vemos la Colegiata de Santillana, que apenas dista dos centenares de metros de la Casa de los Hombrones. Un trayecto que sigue escoltado por la arquitectura típica de estos lares: dos alturas en piedra y balcones (muchos en madera) que duermen en algunos casos sobre soportales y en otros sobre apoyos. A la derecha quedaría el acceso al museo de la Inquisición, del cual pasamos por encima en este viaje.
Uno de los iconos de Santillana, qué cosas, es este viejo lavadero-abrevadero que se encuentra en la calle del Río, muy cercano a la colegiata. Esta considerada fuente fue instalada en el siglo XVI.
A punto de alcanzar la célebre colegiata de Santillana, en la plaza que se extiende ante ella, pasamos junto a la Casa de la Archiduquesa Margarita de Austria.
Colegiata de Santa Juliana de Santillana del Mar, piedra fundacional de la población a partir de la cual (realmente a partir de un pequeño monasterior anterior) prosperó la villa económicamente y se convirtió en un importante centro religioso allá por el siglo XII. Monumento nacional desde 1889, el lugar donde la tradición defiende que se custodian los restos de Santa Juliana de Nicomedia, es uno de los iconos del románico en la región.
Exterior de Santa Juliana. El nombre de Santillana etimológicamente deriva de la santa. Nos vamos a dirigir al interior para visitar el claustro. La entrada asciende a 3 euros, cantidad que echaba para atrás a algún que otro visitante. La elección es personal. Un sistema de sonorización que suena permanentemente (acaba y vuelve a empezar) nos explica todo con mucho detalle. Un "bendito hilo musical".
Una muy sentida talla del Apostol Santiago, expuesta en el claustro de la colegiata de Santillana.
Restos escultóricos de antiguos elementos constructivos expuestos en el claustro de la colegiata. Todo el recinto, románico de origen, es posterior al primigenio monasterio en torno al que se gestó lo que hoy visitamos.
Capiteles del claustro de Santillana, ubicado al norte de la iglesia y oriundo de los siglos XII y XIII (aunque uno de sus lados ya pertenece al siglo XVI, muy alejado de los cánones románicos por tanto). La riqueza de representaciones y motivos es apabullante.
La iglesia de la colegiata, vista desde el otro extremo del claustro. La típica foto de monasterios y conventos con claustro... que hay que hacerla siempre.
Capitel decorado con motivos geométricos.
Capiteles.
¿Representación de un felino tipo gato?
Una crucifixión con ángel y todo. Lo que da de sí un capitel.
Abandonamos el claustro de la colegiata y volvemos a la calle Río por la calle Mateo Escacedo Salmón.
A los pies de la fachada principal de la iglesia y la colegiata, esta plazuela donde muere la calle de Río y que recibe el nombre de plaza del Abad Francisco Navarro.
Mucho turisteo.
Pequeña casona para regalos y recuerdos.
Caminando por la calle Racial.
Olé por Casa Lita. A falta de escaparates, preciosa presentación de su negocio.
Por la calle Racial. Al fondo, lateral de la Torre del Merino, teórica vivienda de este representante de la autoridad.
Otra vivienda pata negra con pedigrí: la Casa del Águila. A la derecha, la Casa-Torre de la Parra. Las dos, siendo independientes, acabaron adosadas en el siglo XVII.
Una las fotos, posando o sin posar, más tomadas de Santillana del Mar es la que coge tanto a la Torre de don Borja como a esa pintoresca vivienda que sigue los cánones constructivos de la zona y presenta un balcón floridísimo.
Plaza Mayor de Santillana del Mar, también conocida como plaza de Ramón Pelayo o plaza del Mercado. Torre de don Borja (siglo XV, izquierda), sede de la Fundación Santillana (la de la editorial famosa de libros de texto, sí) y Torre del Merino (siglo XIV, derecha), bautizada por los locales como La torrona.
La plaza Mayor se va estrechando para formar la calle Juan Infante. Al fondo la Torre de don Borja.
Tiendas de recuerdos en la calle Juan Infante. Al fondo, la plaza Mayor con su icónica Torre de don Borja como referencia. A la izquierda quedan las Casas del Águila y la Parra.
Desde la calle Santo Domingo, como un ramal, nace y pone rumbo hacia la colegiada la calle de la Carrera. La Carrera, como hemos visto, se va partiendo en diferentes nomenclaturas en función de la altura a la que nos encontremos.
La confluencia de las calles Santo Domingo y La Carrera nos regala una pequeña plazuela sin nombre concreto y esta hermosa postal.
Peregrinas (además extrajeras y muy simpáticas) en ruta a la altura del Palacio Peredo Barreda. Santillana del Mar forma parte del llamado Camino del Norte o de la Costa, otro ramal del Camino de Santiago y posiblemente tan mágico como el Camino Francés. Desde Santillana aún quedan 500 kilómetros hasta Santiago de Compostela.
Exteriores del Museo Diocesano y Museo de Arte Religioso de Santillana del Mar, ubicados entre la calle Jesus de Tagle y la avenida Le Dorat en el antiguo convento Regina Coeli.El nombre de la citada avenida obecede a una localidad francesa de la región de Limousin con la que se hermanó en 1968.
El Hotel Los Infantes, de lujosa y señorial planta. Es un tres estrellas de perfil económico que destaca más aún por su ubicación: un palacio del siglo XVIII. No diremos que céntrico, porque en Santillana todo es céntrico. Hasta sus alrededores. Como todo en la vida, este hotel genera opiniones para todos los gustos (con tendencia a buenas) tanto en Tripadvisor como en Booking.
Esa espadaña con campanas confiesan usos religiosos de algún tipo... Pues sí. Exteriores del convento de San Ildefonso, que aún hoy en día está en uso, habitado por monjas. En 2007 se hizo "un traspaso de poderes" de las dominicas, que dejaban libre el recinto, a las clarisas, sus actuales inquilinas y anteriormente asentadas en el cercano convento Regina Coeli de Santillana del Mar (actualmente un hotel). Volviendo a la espadaña, no estaba en el convento original. Se construyó en el siglo XVIII, tras los desperfectos de una tormenta que derribó una torre con reloj anterior, matando algunas monjas.
Al otro lado de la avenida Le Dorat, realmente la travesía de la carretera CA-131, también contemplaremos viejas casonas de aires palaciegos.