Lisboa, mil ciudades en una (5)




Aprovechamos una visita a la zona más de negocios de Lisboa, con almuerzo incluido en otra de las pastelarias que tan buen juego dan, para dirigirnos hacia uno de los sitios de la ciudad no tan publicitados, pero que bien se merecen una visita: la escultura al doctor De Sousa Martins. En el barrio de Anjos, frente al Hospital de San José, se encuentra el Jardim Braamkamp. Un agradable paseo con estanques llenos de patos y céspedes repletos de palomas, presumidos gallos y algún que otro pavo real seduciendo a la fémina de su especie.





No es que esta escultura, costeada por la villa en 1904, destaque por su calidad artística, pero sí por sus connotaciones sociales. Al doctor De Sousa Martíns, un galeno del siglo XIX, se le venera: se le considera hacedor de milagros que fueron más allá de su vida. Los alrededores de su estatua están repletos de lápidas de agradecimiento a sus favores. Realmente impactante ver las fechas, algunas muy recientes. Y el parque, todo sea dicho, una gozada excelentemente cuidada.





Desde aquí, para regresar a la plaza de Martim Moniz, puerta a Mouraria y la Alfama, basta con descender por la calle de San Lázaro. Entre multitud de comercios dedicados al textil (es la zona con una mayor presencia de negocios regentados por orientales), nos plantamos en la citada plaza (donde, por cierto, hay un curiosísimo centro comercial, el Mouraria) y regresamos a la zona alta. Nuestra intención, alcanzar el Miradouro de Graça, junto a un convento del mismo nombre, tras una buena escalada a pie.




Casa seta, uno de los muchos comercios especializados en textil de la rua San Lázaro.Las famosas toallas que no secan son de los productos estrella.





Rua da Guia.





El pórtico de una casa en Largo Rodrigues Freitas.



Vistas desde el Mirador de Graça.


La terraza del mirador de Graça, un buen lugar para tomarse algo.

Iglesia (izda.) y convento de Graça.

Una terraza, en la cima, seduce al viajero con una variada carta y una relajante música, aunque no hay nada como aprovechar para degustar otro pringado. La tarde es soleada, pero una suave brisa hace agradable el esfuerzo. Desde aquí, otro callejeo (por vielas, o callejones) lleno de contrastes, de esos que te permiten empaparte de la vida diaria lisboeta, nos dirigimos hasta el Campo Santa Clara.




¡Cuidado con la grúa!





Mercado del Campo de Santa Clara, junto al que se improvisa otro donde encontrar de todo.



Contraste entre las casas de toda la vida y el Panteón Nacional.

Otro parque, también muy bien cuidado, desde el que queda a tiro de piedra el Panteón Nacional, el mastodóntico edificio de aires clásicos levantado para honrar a las personalidades de la patria. Es un cenotafio, es decir, que evoca a personas cuyos cuerpos no están presentes; su misión, quizá en el pasado de la Dictadura fue más bien propagandística, pero para el turista éste matiz se ha perdido. De hecho, también acogía una interesante exposición de uno de los iconos culturales y populares de Portugal: la cantante Amália Rodrigues. La reina del fado, que falleció en Lisboa el 7 de octubre de 1999. Se rememoraba su biografía con motivo del décimo aniversario de la muerte, acaecida en su casa del 191 de la rua San Bento.

Tiene una curiosa historia este edificio. Y es que su construcción duró 284 años. El dicho castellano de "dura más que las obras de El Escorial" basa su versión en el idioma portugués en este monumento, cuyos trabajos arrancaron en 1682. La entrada, durante nuestro viaje, era libre por la exposición de Amália Rodrigues, aunque la entrada habitualmente cuesta dos nada prohibitivos euros. En el exterior de su cúpula se puede acceder a una terraza para ganar una perspectiva muy maja de los alrededores.




Cúpula del interior del Panteón Nacional.

En el vecino Campo de Santa Clara, casi lo obviamos, hay un mercado tradicional, por cierto, junto al que emerge un enorme mercadillo alternativo los martes por la mañana y el sábado durante todo el día. Una zona de intercambio casi improvisada.

Otro callejeo nos deja junto a Sao Vicente de Fora, la iglesia más “española” de Lisboa, mandada construir por Felipe II cuando el monarca español accedió al trono luso, y que, en su entorno, pasa bastante desapercibida. También el proyecto se vio muy perjudicado por los terremotos; tanto que incluso se perdió la cúpula originalmente levantada.










Sao Vicente de Fora.



Pintada en el exterior de Sao Vicente de Fora.

Casi por inercia, de hecho hemos ido sumergiéndonos en ella lentamente en nuestro unir de monumentos, llegamos a una zona en la que ganan peso ante nuestros ojos las estrecheces, las fachadas de azulejo con algún que otro síntoma del tiempo y esas calles que combinan el empedrado con algún que otro parche de asfalto. Un mar de callejuelas en pendiente, con muchos pequeños bares que invitan al fado. No son pocos los grupos que, sentados en los umbrales de las casas o en las puertas de los comercios, conversan plácidamente, como ajenos a las prisas del día a día. Alguna que otra pintada invita a la revolución. Esta Lisboa es una pasada.





Dragao de Alfama, un buen lugar para el fado.




De nuevo, en el mirador de Santa Lucía.