El aserto gana enteros con las resonancias cinematográficas, literarias e históricas que cobra el asunto en cuestión, pero lo cierto es que en el ciclismo, como también para el Conde Duque de Olivares según se lo confiesa a Alastriste, sin Flandes no hay nada. El ciclismo, su historia, anda sobrado de momentos inolvidables, escándalos y pruebas de prestigio y singularidades. Y sin ir muy lejos algunas de sus páginas se han escrito muy cerquita, pero idiomáticamente en otra región, del territorio que vamos a abordar. Pero sin esa locura, bendita locura, que es el Tour de Flandes está más que claro que no sería lo mismo. El ciclismo existiría, seguramente también las colinas y el empedrado, pero no tal y como lo disfrutamos con sus luces y sus sombras. En Flandes el ciclismo es una religión que se disfruta con fervor y admiración. Es un paraíso para las cuestiones pedalísticas. Y sin ser ni la carrera más vieja de Flandes ni tampoco de Bélgica ni mucho menos de Europa, su Tour de Flandes, su De Ronde van Vlaanderen en el decir del complejo idioma flamenco, es un faro competitivo para este deporte. Ah el iluso ciclista que no haya pensado alguna vez, aunque lo suyo sea otro perfil, con un triunfo aquí. Una pica en Flandes. Y qué cosas, tan cercano a España durante siglos, el territorio que conforma el Tour de Flandes, y sobre todo sus metas claro, permanecen vedados para el deporte español. Hasta que Juan Antonio Flecha acabó tercero en 2008, el anterior mejor puesto histórico había sido unos años antes un undécimo puesto de Jesús del Nero. “Sin Flandes no hay nada, capitán, necesitamos ese infierno”. La afición ciclista, desde luego.
El Tour de Flandes, ahora en abril, arrancó en 1913 cuando mayo afrontaba su día 24. Y desde entonces, salvo por un parón de tres años durante la Primera Guerra Mundial, no ha faltado a su cita. Su palmarés está dominado por los belgas, y entre estos los flamencos golean a los valones. Y su recorrido, su esencia gracias a esos repechos empedrados de poca longitud pero sí gran porcentaje, ha sido un apartado que ha mutado con tanta facilidad como también sus salidas y sus metas. Arrancó con salida y llegada a Gante, pero fue trasladándose hacia el sur desde sus suburbios para crecer y embastecer en Metteren. Meerbeke, tras más de dos décadas, le cedió el testigo, no sin polémica por la pérdida del Kapelmuur o Muro de Grammont no solo de la parte final del recorrido sino del trazado en sí, a Oudenaarde en 2012. Y Oudenaarde es hoy en día la ciudad de la De Ronde. En su seno alberga un centro temático que destaca por un espectacular museo centrado en la prueba. Equipaciones míticas, bicicletas, recortes de prensa, fotografías, coches de época, documentos… Un gran fondo documental que convierte el Centrum Ronde van Vlaanderen en una escala obligatoria para cualquier aficionado al ciclismo. Abierto en 2003, ni falta la tienda de rigor ni tampoco la cafetería de turno.
El Tour de Flandes es una carrera maleable. Y lo es en el sentido de que nunca ha tenido miedo a afrontar cambios y no le ha temblado el pulso, consolidada su espectacularidad gracias a los muurs, a la hora de cambiar los recorridos. El misticismo se respeta. Pero de alguna forma también se juega con él en busca de nuevo misticismo. Fabian Cancellara es un ejemplo. El suizo, que ha ganado tres ediciones, es un icono. El aficionado flamenco es un buen entendido y ante todo ama el deporte. A los suyos les lleva en volandas, pero sabe reconocer el mérito del esfuerzo. Y también capta rápido aquel que ve la de De Ronde como algo más que un prestigioso objetivo para el palmarés. Aquel que capta su esencia, que conecta con ese lecho que es el auténtico sustrato de Oudeenarde cuando las bicis toman las calles. No podría ser de otra forma que, llegado el primer centenario, se aprovechase el día D en cuestión para loar como se merece la De Ronde: pedaleando. Y enseñando desde la pausa de un esfuerzo asequible según el estado físico esa región sorprendente de las ardenas flamencas.
La denominación geográfica es un artificio nacido de la promoción turística, pero ha calado hondo. Una gran extensión de pequeños cerros que moldean el terreno, en los que abundan los pastos, se alternan concentraciones boscosas pequeñas y periódicamente aparecen minúsculas concentraciones urbanas. La concentraciones son las menos, realmente hay muchas más viviendas desperdigadas. Dicen, folclore popular local, que todo flamenco tiene en su estómago una piedra con la que algún día se hará su casa, porque tal es la evolución vital habitual de sus nativos. Y de tanta vivienda suelta, consecuente y derivado a la vez, nace una red de vías de comunicación estrechas que, ante un cerro, no duda en tirar por el camino de en medio: así nacen los muros, empedrados para evitar el barro de una zona rica en lluvias (y, ojo, también en vientos). Algunos son viejetes, con decadas de anónima existencia hasta que llega un cicloturista y se chiva a la organización. Otros, como el Paterberg, son en origen el capricho de un granjero que quiere la carrera por la puerta de casa.
Estamos en Bélgica para afrontar un Tour de Flandes también conocido como Ronde van Vlaanderen o simplemente De Ronde. Ubicación geográfica aproximada en la que se desarrollan la prueba ciclista y todas sus secuelas cicloturistas. En torno a la ciudad de Oudenaarde (que en castellano viene a ser algo así como "campo viejo") encontramos una buena porción, aunque no la única, de las llamadas ardenas flamencas. [Mapa Vía Michelin]
El Centrum Ronde van Vlaanderen de Oudenaarde, con la esbeltísima iglesia de Santa Walburga detrás. Ese templo, con su orígenes constructores en el siglo XII, es un buen ejemplo del llamado gótico flamenco que tanto inspiró otras construcciones similares por toda Europa gracias al éxodo de sus fiables maestros constructores.
Un ciclista ataviado con una estética setentera pedalea junto a uno de los accesos del Centrum Ronde Van Vlaanderen, el Centro Tour de Flandes, de Oudenaarde.
Acceso al Centrum. Desde esta estancia tenemos acceso a la tienda, el museo (que ocupa la parte baja) y la cafetería "ciclista".
¡Todo muy ciclista! Esta especie de banco para sentarse compuesto por elementos autónomos está decorada con equipaciones ciclistas de época de equipos que destacaron en la De Ronde. O clásicas, retro, vintage... como las queramos llamar.
"Retrocomodidad" ciclista...
Una gran fotografía de aficionados contemplando un podio de Fabian Cancellara (deducción que hacemos por la parcarta que le da las gracias al ciclista suizo) convertida en tabique (o aplicada sobre un) separa los accesos al museo de la cafetería.
La cafetería. Y claro, la decoración ciclista en un lugar como éste no puede faltar.
Vamos al museo. Jersey arcoiris de campeón del mundo cedido por Tom Boonen, bajo una fotografía cedida por el fotógrafo Tim de Waele.
Este rincón está dedicado al considerado primer "flandrien": Briek Schotte. Este ciclista belga, doble campeón del mundo (1948, 1950), ganó el Tour de Flandes en dos ocasiones, peró participó casi una quincena de veces. Aquí, un enlace a un reportaje emitido por el canal belga Sporza. Esa devoción por esta carrera y lo que implica, por sus recorridos, por sus dificultades, le convierte a uno en "flandrien". Juan Antonio Flecha también ha sido reconocido como tal.
En el interior del museo de la De Ronde... espacios con juegos infantiles de temática o inspiración ciclista. Detrás, un pequeño espacio cerrado nos devuelve al desenlace de la última edición, en este caso ya 2013, con montajes audiovisuales, fotografías y algún recorte de prensa. Espectacular trabajo rematado con celeridad.
Dentro del rico fondo patrimonial que se expone en el museo se encuentra este coche original del equipo deportivo Flandria.
Uno de los rincones del museo...
Qué es qué, quién es quién. Completísimo museo.
Un cuadro de temática ciclista firmado por el belga De Beck W en 2009: Tom Boonen celebra una victoria en el Tour de Flandes.
Una de las zonas que componenen una de las librerías ciclistas más completas que hemos visto nunca... muchos títulos en varios idiomas sobre muchas pruebas ciclistas, aunque fundamentalmente manda la De Ronde.
Equipaciones de otro tiempo amontonadas sobre una caja de cartón...
Curioso juego, una especie de mezcla entre "La ruleta de la Fortuna" y "El juego de la Oca" de temática ciclista centrada en el Tour de Flandes.
La bandera de Flandes: inconfundible león rampante negro sobre fondo amarillo. Una de las banderas más familiares de las cunetas del ciclismo.
En los exteriores del centro que acoge todo lo que uno quiera saber o descubrir sobre la De Ronde, al loro el detalle, unas piedras ornamentales (como éstas) recogen los nombres de todos los ganadores de la prueba...
... Y la nómina de ganadores es, como se intuirá, realmente sobresaliente. Otro vistazo desde el exterior.
Vacía zona de salida en las calles de Oudenaarde. La marcha del centenario tiene mucho, realmente lo tiene todo, de prueba abierta donde los cicloturistas afrontan el recorrido a su aire conviviendo con el tráfico y respetando las normas de circulación. Eso sí, con puntos de avituallamiento, y un gran apoyo de la organización que no deja sin marcar ningún lugar comprometido a la confusión. Sobresaliente y esmerada organización.
Carril bici segregado. Qué lujo. Vamos camino de Brakel.
Rotonda (roundabout) tomada por una escultura elaborada con decenas de viejas bicicletas. Todo un homenaje al Tour de Flandes en la localidad de Brakel que se inauguró en 2005. Su nombre, casi obvio, "The bicycle monument".
Graffiti ciclista en algún tramo de la De Ronde.
¿Semáforo en rojo? Ciclistas esperando a que se ponga en verde dentro del carril bici- ¡Eso sí que es respeto a la educación vial! Y claro, así pasa lo que pasa: una sensación de paz increíble.
Ciclistas devorando un tramo de carretera cementada (no es una excepción, la generosa red de caminos es pródiga en esta pavimentación) durante su participación en el Tour de Flandes.
Las concentraciones boscosas, como ésta en el camino hacia Lierde, son realmente frescas y refrescantes.
Carreteritas muy tranquilas. Sin darnos cuenta a estas alturas ya hemos ascendido dos muur: el Edelareberg, casi de salida, algo menos de dos kilómetros que vienen subiendo desde el río Eschelde (Escalda); y el Tenbosse, dentro del casco urbano de Brakel con alguna rampa más seria.
Vistas sobre las Ardenas flamencas de camino al tercer muro de nuestro recorrido.
Ciclistas afrontando el Eikenmolen (o Eyckenmolen, como lo hemos visto en algún cartel).
La vida, vista desde el Eikenmolen. Este muro, que comienza en Lierde y viene precedido de un falso llano ascendente suave, está asfaltado y escoltado por mucha vegetación, pero ya presenta alguna pendiente maja del 12%.
Más ciclistas en el Eikenmolen, una dificultad ubicada a unos 25 kilómetros de Oudenaarde según el recorrido propuesto por la organización.
La ruta nos acerca al municipio de Zottegem, donde atravesamos una zona de rutas estrechas y sinuosas en las que se alternan como en pocos sitios los prados, las concentraciones boscosas y los núcleos urbanos (Sint-Maria-Oudenhove, Sint Goriks-Oudenhove, Stripjen...). Afrontaremos algún repecho que nos parecerá mucho más digno de ser considerado muro que los que hemos pasado antes.
Comenzamos a encontrarnos algún tramo, fundamentalmente urbano, con empedrado del añejo.
Velzeke-Ruddershove. Ascendiendo por una calle hasta un merecido avituallamiento. Llevamos unos 35 kilómetros de ruta por las ardenas flamencas.
El avituallamiento está ubicado junto a la Sint-Martinuskerk. Iglesia de San Martín. La población de Velzeke-Ruddershove nació de la fusión de dos pueblos en 1825. Ambos pertenecen a Zottegem. Y desde aquí nuestro recorrido de la De Ronde gana en dificultad y misticismo.
Reponiendo fuerzas con bebidas isotónicas, bollitos, frutas, frutos secos... ¡y deliciosos gofres de chocolate o crema!
Nos despedimos de San Martín, hermosa iglesia que ahonda sus raíces nada menos que a finales del siglo X. Estamos en una zona con mucha presencia romana en el pasado.
En Velzeke-Ruddershove arranca uno de los tramos de empedrado más famosos del Tour de Flandes, el conocido como Paddestraat. Estrechito y variado en cuanto a paisajes, habitado en una parte, salvaje en otra. Y en perfecto uso como vía de comunicación.
Un ciclista afronta los casi 2,5 kilómetros de longitud de Paddestraat. ¡Una deliciosa tortura!
Otro solitario corredor, en plena faena pedalística en el Paddestraat.
Aunque pueda parece una continuación de la imagen anterior, lo cierto es que entre medias hay unos kilómetros llanos junto a unas vías del tren. Y después llegamos al Molenberg: muro corto, pero de piedra vieja y grandes porcentajes. Muy exigente, con chepas y parcialmente roto. Pero reconfortante en cuanto a vistas, porque nos conduce, qué increíble, a una mesetilla de campos de labor donde destaca la presencia de un viejo molino.
El Molenberg, dentro del término municipal de Zwalm. Una delicia.
El molino que da nombre a un icono ciclista... que queda algo retirado de aquí, todo sea dicho.
El molino, con algo más de detalle.
Campos de labor en las ardenas flamencas. Abundan las granjas y pequeñas explotaciones por estos pagos...
Dorsal 59.
Esto del turismo cicloturista lo tienen muy pero que muy fomentado en estos pagos. Siguiendo estos carteles (u otros, pues hay colores según los niveles acumulados y las preferencias) uno se hace una De Ronde una forma completamente autónoma.
Acabamos de coronar el Eikenberg, uno de los muros favoritos de Tom Boonen. bastante exigente aunque algunos parcheados de asfalto humanicen esta auténtica y genuina calle de Maarke-Kerken. Coronamos y se gira a la izquierda, por una carretera secundaria o terciaria que, tras otro giro, nos lleva a esta de la imagen, entre campos de labor.
Ardenas flamencas aradas y aireadas.
Después del segundo avituallamiento, en Etikhove, pedaleando por su extraño casco urbano de pavé domesticado, este cartel de un negocio nos arranca una sonrisa por el apellido que lo bautiza. Pronto se nos quitarán las ganas de reir porque, muy rápido, llega un giro a la izquierda y el ascenso del Taainberg, una puñalada para los gemelos.
Las ardenas, vistas una vez coronado el Taainberg.
La De Ronde entra en un terreno más rico en paisajes que en muros como tales. Algunos pasos resultas muy hermosos. Y nunca olvidaremos el acercamiento, en una levísima cuesta empedrada, al pueblo de Louise-Marie y su esbelta iglesia. Tras este pueblo regresaremos después de muchos kilómetros a una carretera de más tráfico... pero a salvo por nuestro arcén.
Al fondo, el casco urbano de la ciudad de Ronse, en el que habremos iniciado la subida al Hoogberg, la antepenúltima del recorrido. En Ronse también se encuentra el mítico Kruisberg. Ronse es territorio fronterizo entre la Bélgica flamenca y la Bélgica valona.
Dandolo todo en el Hoogberg, que con tres kilómetros (con una máxima del 8%) es uno de los muros más largos de Flandes. Habría que pasar a denominarlo "pequeño puerto".
Unos kilómetros de descenso y llano nos aproximan a uno de los lugares más míticos del ciclismo: el Oude Kwaremont. Empedrado del viejo y, gracias a su longitud mayor a lo habitual (casi 2,5 kilómetros), no tan duro como otros hermanos (media del 3% y una máxima del 11%).
El Oude Kwaremont se toma un descanso al paso por este pueblecito (precisamente Kwaremont), rodeado de restaurantes.
Así es el firme del Oude Kwaremont.
Kwaremont, vista desde el Oude Kwaremont.
No podía faltar un autorretato en un lugar tan especial...
Coronado el Oude Kwaremont, prácticamente junto a una carretera nacional que tendremos que cruzar durante unos cientos de metros antes de tomar otro ramal asfaltado, llegaremos a una zona prototípica de lo que son las ardenas flamencas, un terreno que rompe los mitos de que Bélgica es un país llano. Una cosa es eso y otra que esas cumbres tengan más o menos altura. Unos kilómetros después llegamos al Paterberg.
Varios ciclistas comienzan la ascensión al Paterberg, el muro que nació en los años ochenta por la iniciativa de un granjero que no dudó en empedrar un camino al paso de su propiedad con la esperanza de poder disfrutar la carrera en la puerta de su casa. Conseguiría su objetivo.
El Paterberg es junto al Koppenberg el muro más exigente, en nuestra opinión. Lo que hace al Paterberg especial, además de su origen, es una "chepa" en su firme que, mediada la subida, acrecienta el porcentaje de manera brusca. Es decir, que el crecimiento de la pendiente no es exponencial como en el Koppenberg, si no que sufre un cambio brusco de un par de grados que te revienta.
En el Paterberg. Apenas medio kilómetro. Pero qué medio kilómetro.
Aquí se intuye algo la pendiente del Paterberg. En esa casa del fondo se corona una vez que se gira a la izquierda en una estrecha carretera asfaltada.
Un recuerdo del Paterberg.
Los pagos del Paterberg... Al fondo, inconfundible, la silueta la central térmica en el término municipal de Kluisbergen.
La parte final del Paterberg. Qué injusticia comete la foto.
¡Y volvemos a Oudenaarde! A los pies de la enorme iglesia de Santa Walburga. La ciudad es la sede de la Retro Ronde, una prueba cicloturista con ánimo y espíritu vintage".
Un participante en la Retro Ronde.
La zona de salida y meta, en la plaza del Mercado, la célebre Grote Markt.
Viejas bicicletas en las que no falta algo de óxido.
"Yo sobreviví al Tour de Flandes", reza esta chapita. Un obsequio para los llegadores.
Un participante en la Retro Ronde de Oudenaarde observa a los que toman la salida en una distancia superior.
Logradísimo ciclista retro, desde la bici hasta sus ropajes. Maillot de lana con el león de Flandes incluido.
Un velocípedo junto al ayuntamiento de Oudenaarde.
Un pequeño circuito recorre las calles céntricas de Oudenaarde. A estas alturas pasa junto al acceso principal al Centrum de la De Ronde.
Otro ciclista de otro tiempo, ideal para ambientaciones históricas.
Aquí nos movemos en una estética más setentera, ciclísticamente hablando claro.
En la Retro Ronde todo es reto, incluso los coches o las motos que siguen la carrera. Y por supuesto todos los vestuarios.
Otro velocípedo en acción.
Mítico equipo de los sesenta y setenta: el Kas español. Un participante no dudó en lucir sus colores.
Una participante con estética más de Liza Minelli.
... y el ciclista urbano fumador.
En la Retro Ronde no faltan ni las maletas, oye.
... Maletas también añejas.
El coche que abre la carrera y el paisano que vocea con su megáfono también son de otra época.
Un "retrotándem" de tres plazas pasa junto a la plaza del Mercado de Ouudenarde. Todo en familia
Contrastes en Oudenaarde. Lo nuevo. Lo viejo.
Este hombre anda dudando sobre si participar en el velocípedo o en una bicicleta más convencional. En todo caso, vestido para las dos anda.
Desde el Centrum Ronde Van Vlaanderen de Oudenaarde, aprovechando la sobresaliente red de infraestructuras ciclistas belgas, nos acercamos al día siguiente a conocer in situ el tremeno Koppenberg, que está fuera del recorrido cicloturista. La verdad es que los carriles bici flamencos provocan una sanísima envidia.
Un carril con un asfaltado perfecto y sin desnivel alguno transcurre junto a las estribaciones de las ardenas flamencas, tan sinuosas como suaves, en las que se esconden algunos de los muros más célebres del ciclismo. Vamos rumbo a uno de ellos.
Pedaleando entre tierras de labor que alternan sembrados, arados y algún que otro bosque en las zonas más quebradas.
Pedaleando rumbo al Koppenberg vemos rinconcitos como éste.
De bosques y plantaciones...
Acercándonos al Koppenberg. Desde el centro de Oudenaarde no habrá más de cinco o diez kilómetros de distancia.
Lo más curioso y sorprendente es que todos los ciclistas, todos, respetan las señales. No está de más cuando dispones de una red viaria magnífica.
Nuestro camino nos deja en un cruce desde el que vemos el Koppenberg perfectamente. ¿Y dónde está? Pues escoltado por esa hilera ascendente de árboles que se contempla en el cerro de enfrente. Los muros no es que se ubiquen en abruptos paisajes precisamente, pero su motivación es la de unir un punto A y un punto B de la forma más directa. Y de ahí su poca longitud pero su gran desnivel.
El arranque del Koppenberg, en el pequeño núcleo poblacional de su base (una aldeíta o pedanía perteneciente a Oudenaarde, realmente): Melden.
Un posadito ante el cartel que nos anuncia dónde debemos de ir para degustar el Koppenberg.
Otra vista desde Melden. La cima del Koppenberg está a 77 metros de altitud... nada más.
El Koppenberg es especial por la frondosidad de los árboles que escoltan esta pequeña subida. Apenas son 600 metros de ascensión, pero regalan rampas de hasta el 22%. Además, su firme empedrado (del añejo, además, aunque no 100% original y no libre de reformillas) le da una dificultad extra a las bicicletas de carretera. Con la bici de montaña se sube perfectamente si la mecánica y el estado de forma respetan. Aunque aquí vemos a un ciclista que tiene que caminar.
Los adoquines de la parte central del Koppenberg, la más empinada. La concurrencia ciclista es tan habitual como constante. En esta rampas fue atropellado por un coche de la organización en plena De Ronde el danés Jesper Skybby, un suceso que encendió las luces de alarma sobre su peligrosidad y supuso su ausencia de los recorridos del Tour de Flandes durante 15 años, aunque siguió afrontándose durante una prueba de ciclocross. Esa ausencia se aprovechó para "reformar" su pavimiento y hacerlo más ciclable.
Otro vistazo sobre el firme del Koppenberg. Este muro nació para el ciclismo en la década de los años 70 del siglo XX. La "leyenda" presume de que fue el por entonces ciclista (y posteriormente director deportivo de Jan Ullrich y Bjarne Rijs en el Telekom) Walter Godefroot quien le habló a la organización de su existencia. Pero no son pocos los que indican que antes aún la gran revelación manó de un anónimo aficionado cicloturista un tiempo antes.
El Koppenberg. En el debate, acaso eterno, sobre si es más duro que el Paterberg, simplemente aportaremos que en nuestra impresión no es así. El Koppenberg es una recta en la que las pendientes más aumentando de una forma lineal. El Paterberg tiene una chepa en la que el porcentaje varía más abruptamente. Y eso, desde nuestro punto de vista, le da al Paterberg un punto más de dureza. Pero los dos son exigentes, por supuesto.
Este muro nos regala unas vistas muy chulas sobre el entorno.
Otro vistazo sobre el Koppenberg, el muro en el que Eddy Merckx tuvo que llegar andando a la cima en 1976.... aunque fue por una caída.
Casitas de Melden y un entorno que cualquier estaría encantado de disfrutar con una buena merendola campestre.
Una bici urbana, anclada en las cercanías de la cima del Koppenberg
Entre estas viviendas se corona el Koppenberg, realmente una callejuela que comunica dos barrios. Así se las gastan en Bélgica, con esa dispersión urbanizadora tan típica.
Allí donde el firme muta de piedra a asfalto una pintada nos ayuda (junto a otra en la parte baja), si así lo queremos, a cronometrar nuestros tiempos.
Tierras de labor en la amesetada cumbre en la que nos deja el Koppenberg.