Cartagena, y entiéndase en un sentido positivo, es como un buffet libre histórico. Hay de todo. De todas las épocas. Y de todas, o una gran parte, las civilizaciones que acuñaron lo que hoy es Europa. ¡De todo! Un teatro romano en un marco peculiar. Una fortaleza musulmana. Unos restos de muralla de, nada menos, época púnica. Y otra muchísimo más completa de los tiempos de Carlos III. Una calle peatonal de pulido firme amarmolado y fachadas con estética romántica de finales del siglo XIX y albores del XX. Un museo, espectacular, sobre arqueología submarina que es una gozada. Un paseo marítimo muy agradable. Mucho recuerdo a marinería y más guiños aún a lo militar, dos vinculaciones intensas sin duda... De todo. Es difícil elegir por dónde empezar. Es lo que tiene ser una de las urbes más antiguas de todo el Mediterráneo, anterior incluso a su denominación Mare Nostrum. Cartagena fue antes Qartayannat al-Halfa , y antes Cartago Spartaria, y bastante antes Cartagonova, y mucho antes Qart Hadasht y muy posiblemente, en los comienzos de todo, también fue Mastia. Denominaciones todas válidas según estemos en epoca musulmana, bizantina, romana, cartaginesa o ibérico-tartésica-vayausted a saber.
Cartagena, con esos más de 3.000 años de historia en los que ha visto muchas cosas y ha vivido hasta en primera persona una suerte de Guerra Mundial a escala (Roma versus Cártago, Escipión versus Asdrúbal), es toda una urbe de más de 215.000 habitantes empadronados y muchos más que sin estarlo andan por allí con asiduidad. Estudiantes, militares, turistas (con una sorprendente presencia británica y germana) y hasta políticos, por eso de acoger la sede del Gobierno de la Región de Murcia. Otro episodio, de muchos, que alimentan cierto pique entre Cartagena y Murcia. Una rivalidad geográfica con un poso de historia y un toque de irracional. Como las que existen en otros lares y que muchas veces reavivan los rescoldos con determinados pulsos deportivos. Aunque la mera mención a la historia es darle bríos a los solemenes fuegos interiores de una Cartagena orgullosa hasta el punto de convertirse en cantón soberano con ejército propio (al menos sí con mucha marinería) y la iniciativa de acuñar su propia moneda. Y esto es algo relativamente reciente, de esa vuelta de la esquina en el calendario que supone regresa hasta el siglo XIX. Mucho antes ya había dado que hablar la plaza de esas cinco colinas que son cinco pellizcos en la historia, testigos orográficos de todas y cada una de las presencias. El mar, ese mismo que ha sido su principal cauce de entrada, ya no moldea tanto su fisonomía gracias a los terrenos ganados al mar y convertidos en diques y paseos marítimo. Pero sigue siendo el hilo comunicante de su comercio. Cartagena siempre ha sido un engranaje, y no uno cualquiera, para la actividad comercial. Aunque con los tiempos variaron las temáticas. En otros tiempos fueron los minerales de sus estilizadas sierras circundantes. Ahora son bienes y productos de las cercanas y afamadas huertas. Los servicios, sobre todos los turísticos, son un nuevo campo de batalla en el que se trabaja con denuedo.
La promoción de la ciudad, una labor que ha ido de la mano de la recuperación y musealización de algunos de sus atractivos, ha tenido como referencia e icono su teatro romano. Asentado en el cerro de la Concepción, este monumento histórico había sido fagocitado por el crecimiento extramuros medieval. El teatro desapareció entre un arrabal con mucha esencia pesquera. Durante unas obras se volvió a dejar ver y las autoridades optaron por un ambicioso plan de recuperación con accesos extraños y la firma mediática de Rafael Moneo. Visto desde las alturas del Castillo de la Concepción, el teatro es como un bocado al entramado urbano del casco viejo. La promoción, efectiva por lo comprobado in situ, potenciada por el poder de convocatoria de las playas de la cena y el cercano Mar Menor, tiene un enemigo: el goteo de entradas para las visitas. Cualquier bono que combine varios es absolutamente recomendable y necesario. Y esa afirmación llega habiendo dejado de lado por motivos de calendario otros atractivos de la ciudad como son sus fuertes defensivos (Fuerte Navidad...).
Nada como el artículo “Yo soy de Cartagena, ¿y qué?” escrito en su día (1996) por Arturo Pérez-Reverte suponemos que para la revista El Mensual que elabora (o elaboraba) Taller de Editores para todas las publicaciones del grupo Vocento: “Si de lo que se trata es de marcar paquete, diré que yo, por ejemplo, soy de Cartagena: una ciudad que tiene tres mil años de historia y que podría abastecer de solera a media Europa. Fue capital de la España cartaginesa, y capital de cada una de las cinco provincias romanas de Hispania. Mis antepasados eran griegos, fenicios y cartagineses; y cuando de jovencito me zambullía en el mar, sacaba ánforas que llevaban veinte siglos allá abajo, enfrente de mi casa. En cuanto a raza también soy distinto, porque mi RH positivo es mediterráneo, antiguo y sabio. Y puestos a eso, me siento más a gusto en un cafetín moruno de Tánger o bebiéndome un vaso de vino con aceitunas bajo una parra griega, que en la Gran Vía de Madrid, El Sardinero, Las Ramblas o la plaza mayor de Trujillo. En cuanto a peripecias históricas, pues bueno. Mientras los comerciantes, los campesinos y la gente de la iglesia y de la paz se iban al interior - a Murcia- para esquivar las incursiones de los piratas berberiscos, mis architatarabuelos se quedaron en la costa a pelear. Y cuando la primera república, el Cantón de Cartagena se autodeterminó por las bravas, acuñó su propia moneda, poseyó su escuadra, y al aparecer las tropas centralistas no se desbandó como una manda de conejos, sino que resistió seis meses a cañonazo limpio. Y en lo que se refiere a lengua propia, cierto es que no hay una nacional cartagenera; pero los críos, antes de tener uso de razón, saben leer en las piedras inscripciones en latín. Y mucho podríamos discutir sobre si decir: "deme sinco sentímetros de sinta de senefa asul" o blasfemar con la barroca riqueza léxica del habla cartagenera no es un hecho diferencial lingüístico de cojones... En cuanto a agravios, para qué les voy a contar. Hoy, Cartagena es una ciudad industrialmente desmantelada, deshecha por el paro, con menos alternativas que un bocadillo de mortadela en Ruanda. A los cartageneros no es que los hayan puteado histórica y sistemáticamente el gobierno central, las monarquías austriaca y borbónica, la dictadura franquista o los cien años de acrisolada honradez. A los cartageneros nos han hecho la puñeta la administración fenicia, la griega, la de Roma, la bizantina, los suevos, los vándalos, los alanos, los visigodos, el califato de Bagdad, el de Córdoba, el Cid Campeador, los reyes de Castilla, los de Aragón, Napoleón Bonaparte, el general Martínez Campos, la primera y la segunda repúblicas, y todo el que pasó por allí. Mis antepasados pagaron impuestos, palmaron en la Invencible, Trafalgar, Santiago de Cuba, Filipinas, Annual. Y a cambio, como el resto de los españoles, recibieron hostias hasta en el cielo de la boca”.
Cartagena. Ubicación geográfica en la costa mediterránea murciana, en el sureste de la península ibérica. Un litoral bendecido por la historia, sin duda. [Mapa VíaMichelin]. Cartagena se ha aferrado a su promoción turística bajo el lema, muy cierto, de "puerto de culturas".
Abandonamos nuestra "posada", un hotel ubicado en el Paseo Alfonso XIII, la avenida de la ciudad que separa el barrio del Ensanche del Casco Antiguo. En ella, a la altura del número 53, encontraremos el "gaudíano" edificio de la Asamblea Regional de Murcia. El Parlamento Autonómico de la Región tiene su sede en la ciudad cartagenera, lo que en principio (allá por 1982) era algo provisional y acabó siendo definitivo. Asentado en una antigua instalación cultural de la ciudad profundamente reformada entre 1986 y 1991 para comodidad de sus señorías, es obra del arquitecto Rafael Braquehais y su estilo es múltiple. Ecléctico, por tanto, pero siempre inspirándose en cuestiones murcianas.
Parlamento Regional de Murcia. La parte superior de su fachada se ornamenta con esculturas y representaciones artísticas alegóricas de esta autonomía.
Caminamos por la calle Capitanes Ripoll, a la altura del Parque de los Deportes Urbanos. En el frente ya se observa el Cerro de San José, coronado por la fortaleza homónima, una construcción defensiva del siglo XVIII que no ha pasado desapercibida para ajustes y modificaciones posteriores. A buen seguro que la idoneidad de la plaza para labores vigilantes se remonta a los primeros asentamientos de la zona, cuando lo que hoy es Cartagena era una zona de acceso más complejo asentada en una península protegida por el Mediterráneo y, al norte, un estero (laguna, la de Armaljal). En la lengua de tierra que unía la península al continente se encontraban un par de elevaciones, más otras tres en su interior, y la San José era una de ellas. Geoestratégicamente, por tanto, un tesoro.
En la calle San Diego, a los pies del Cerro Despeñaperros (el compañero histórico del San José), se encuentra un pequeño parque. Este, concretamente, de agradabilísimas sombras.
Mobiliario urbano muy cuco.
Cerro Despeñaperros, también coronado por una construcción defensiva, visto desde un recodo de la muralla de Carlos III. La ciudad de Cartagena ha tenido hasta siete recintos defensivos a lo largo de su historia, comenzando por la Muralla Púnica, pero de las defensas carolinas se conservan una gran parte.
Murallas de Carlos III. Abaluartadas y escolta de pedaladas urbanas.
Un ciclista pedalea por el carril bici que discurre junto a la Muralla de Carlos III a la altura de la llamada Cuesta del Batel.
Desandamos nuestros pasos y volvemos a la calle San Diego. Enfrente del cerro Despeñaperros, y a los pies del de San José (perceptible en la imagen, a la izquierda), se encuentra el museo y centro de interpretación de la Muralla Púnica. Los restos de esta primera defensa de la Cartagena cartaginesa (Qart-Hadast) fueron descubiertos por casualidad en 1987 cuando se comenzó a trabajar en la construcción de un aparcamiento público.
Una visitante se aproxima a los accesos al "modernísimo" museo de la Muralla Púnica de Cartagena. Al fondo, la calle San Diego y una parte del hotel Las Habaneras.
El cerro de San José, visto desde la terraza de la parte superior del museo, accesible a través de una escalera pero sin ningún aliciente más allá de una panorámica mínima.
Los restos de la muralla púnica, testigo directo de la Segunda Guerra Púnica entre los cartagineses y los romanos. Se conservan unos 30 metros de esa muralla con una anchura de tres metros aproximadamente.
La muralla púnica de Cartagena. El conjunto se completa con la exposición de vestigios de origen púnico tales como exvotos, cerámicas,... hayados en las excavaciones.
Una vista transversal de los restos de la muralla. El sistema defensivo seguía los cánones helenísticos, con un doble muro paralelo de grandes bloques de piedra que podía alcanzar hasta los 10 metros de altura. La idea del exterior del centro de interpretación pasa un poco por imitar esa estética púnica... aunque con una visión actual.
Además del tramo de la vieja muralla púnica el museo también permite descender a la cripta funeraria de la antigua ermita de San José, que también apareció junto a los restos púnicos.
Un saltamontes, inquilino de una cripta en la que no faltan algunos cráneos en los nichos... En estos 110 nichos descansaban los cofrades de la orden de San José.
Los nichos de San José...
Calle San Diego, a la altura de la antigua Casa de Misericordia, hoy sede de la Univesidad Politécnica de Cartagena.
La Casa de Misericordia antes citada.
Plaza de Jaime Bosch.
Seguimos caminando por la calle San Diego y nos topamos con esa estilizada fachada en la confluencia con la calle Gloria.
Otra vivienda de estética modernista en la plaza de la Merced.
Dos edificios separados por un estrechísmo solar donde en otro tiempo se levantó una vivienda de varios pisos.
Un palacete en el nacimiento de la calle San Diego desde la plaza de la Merced.
En la plaza de la Merced, restos de una calzada romana.
Plaza del Risueño, un espacio mítico del casco viejo cartagenero. En su centro, el monumento a la Inmaculada. Y fuera de cuadro, bajo uno de los edificios y visitable, la romana Casa de Fortuna.
Plaza de Risueño. Curiosísimo nombre que se inspira en un vecino ilustre del siglo XIX que acabó exiliado por sus ideas liberales: el médico Benigno Risueño de Amador.
Fachadas peculiares en el entorno de la Risueño "square".
Sede de la "Federación de Carthagineses y romanos", tal y como lo leen. Estamos en la calle Caridad.
Iglesia de la Caridad. Uno de los templos religiosos de inspiración cristiana más camuflados que hemos visto jamás en una gran ciudad. Integrado entre los edificios, es imposible atacarlo visualmente en su máximo espledor. Flipan las vistas de su enorme cúpula sobresaliendo entre un mar de azoteas y edificios desde el cercano cerro del Molinete, una de las cinco montañitas de la ciudad. Este cerro, por cierto, es la sede de los restos de la acrópolis de Cartagena.
Calle San Fernando, muy céntrica y peatonalizada (tampoco su anchura, decreciente, invita al paso de vehículos). Tan comercial como menguante en lo que a comercios se refiere. Y su perfil, visto lo visto, está muy alejado de las nuevas tendencias. Pero es muy agradable pasearla.
Construcción defensiva en el llamado Monte Sacro.
Antiguo cuartel de artillería de Cartagena, actualmente museo del ejército en su parte frontal. La gran mayoría de su patio de armas y lo que era la parte trasera del acuartelamiento ha sido recuperado para la ciudad como zona verde, de juegos infantiles, de actividades lúdico-culturales y de ocio relacionado con la hostelería.
Lo comentado antes. Instalaciones militares recuperadas. Parque Maestranza de Artillería, es llamado.
Estanque en parque Maestranza de Artillería.
En los viejos soportales del cuartel, una zona conocida simplemente como "Los Arcos", han "criado" varias terrazas muy interesantes. Esta, la de La Tapería de Casa Tomás, nos gustó especialmente por los precios y por las raciones.
Llegando a La Tapería en una calurosa noche que pide hidratación y unos cuantos platos para acabar con la gusa...
Una carta con una presentación muy original...
En el Cerro del Molinete de Cartagena. Lo dicho antes, cómo destaca la cúpula de la Caridad.
En el Molinete, sede de la acrópolis de Cartagena (o sus restos), se creó en el verano de 2010 un parque arqueológico. Aquí se han encontrado restos anteriores a los cartagineses, nada menos.
Cerro del Molinete.
Restos arqueológicos en el cerro del Molinete, en la ladera que desciende hacia el llamado Barrio del Foro Romano.
Edificios junto al Molinente, en el Barrio del Foro Romano. Calle Aurora.
Barrio del Foro Romano, en plena recuperación de fachadas vetustas y esbozantes de futura ruina. En los solares, actuaciones artísticas urbanas de inspiración grafitera, si es que realmente no lo son, llenan esos vacíos.
Solar y restos de azulejería junto a una cara pintada en la parte trasera de un edificio... Calle Aurora.
Estéticas modernistas, estado de conservación bastante precario. Calle Honda.
Acceso a los restos romanos del Barrio del Foro Romano, a los pies del Molinete. Aquí hay que pagar una entrada, como en todos los lados. Mejor sacarse un bono para todo, porque goteo a goteo de entradas individuales Cartagena es una ciudad tremendamente cara y decepcionante.
Restos de construcciones romanas en el barrio del foro.
Damos un pequeño salto en el espacio. Calle del Aire, con final ascendente hacia los alrededores del teatro romano. Se intuye alguna grada y parte del recinto de la antigua catedral de Cartagena.
Viviendas de estética recargada atenuada por los colores de sus muros en la calle del Aire. Un tramito visualmente muy agradable.
En la calle del Aire nos espera el Bar Quevedo, una recomendación para tapear bien de pasta y de calidad.
Trabajos de forja y colores variados en los balcones y terrazas de la céntrica calle del Aire.
Otro templo religioso "discreto" en el casco urbano de Cartagena: la parroquia de Santa María de Gracia. Muy sobria en su exterior, fue levantada a comienzos del siglo XVIII y no se libró de los desperfectos ocasionados por el revuelto siglo XIX en Cartagena.
Ornamentado (modernamente) lateral de Santa María de Gracia en su vertiente de la calle de San Miguel.
La calle Honda desemboca en la transición entre la calle Puertas de Murcia y la Calle Mayor, centros neurálgicos de la vida cartagenera. Concurridísimas vías por sus comercios, sus restaurantes y su desembocadura en el paseo marítimo. Canaliza de alguna manera buena parte del tránsito por el centro urbano gracias a una esmeradísima peatonalización cuyo proyecto, en diferentes fases de ejecución, arrancó en 2008. Enfrente, con la gran bandera española, un edificio que alberga unas instalaciones administrativas militares.
Nuevos negocios, viejas viviendas (o al menos muy de estética siglo XIX) en la calle Puertas de Murcia, prolongación-primera parte-pistoletazo de salida de la calle Mayor.
La tartana, bar restaurante mesión mítico local de agradable terraza allí donde la calle Puertas de Murcia se ensancha al más puro estilo del "largo portugués".
Nuevo ensanche en la calle Puertas de Murcia allí donde nacen (o mueren, según la perspectiva) las calles Conducto, Santa Florentina, Carmen y Jabonerías. Al fondo, tan presidencial como ecléctico desde 1875, el llamado Palacio Pedreño (o Casa Pedreño), actual sede de un centro cultural auspicado por una entidad bancaria. Y a sus pies, aunque no se aprecia bien la escultura de Manuel Ardil Pagán conocida como El Icue. A los niños que deambulaban antiguamente por el puerto de Cartagena se les denominaba icues.
Por calle Puertas de Murcia, vamos a tomar la calle Mayor, que se contempla al fondo.
Una fachada recoge azulejería alusiva a la patrona de Cartagena: la virgen de la Caridad.
Accediendo a la calle Mayor, a nuestra izquierda queda el nacimiento de la calle Jara. Un espacio aplazuelado en el que nos llamará la atención este esbelto edificio modernista, dicen de hecho que es el mejor ejemplo de este estilo en la ciudad. El Gran Hotel de Cartagena, otra obra del prolífico Víctor Beltrí (inicialmente ideado por Tomás Rico), fue inaugurado en 1916. De sus antiguos usos hoteleros, 70 habitaciones con 4 suites de lujo, solo queda la fachada, pues el interior alberga hoy en día espacios de oficinas.
Caminando por la comercial calle Mayor.
Llamativo firme de aires marmóleos empleado en la peatonalización del centro de Cartagena. Como curiosidad, en 2010 se denunció que habían sido "rascados" hasta doce kilos de restos de chicle tirados por los guarreras urbanos de turno y pegados con firmeza en la superficie.
En la calle Mayor, el acceso al céntrico Casino de Cartagena, una institución en funcionamiento desde 1861 en este antiguo palacete del siglo XVIII en el que residió el Marqués de Casatilly (o Casa Tilly).
Calle Mayor.
Calle Mayor.
La espectacular y atractiva Casa Consistorial de Cartagena. A sus pies, en un espacio atravesado por la calle Mayor en su búsqueda del Paseo Marítimo y el Mediterráneo, la conocida como plaza del Ayuntamiento. Toda esta zona es un espacio que se le ganó al mar en siglos pasados.
La Casa Consistorial, cuyos trabajos de construcción se prolongaron entre 1900 y 1907 y acabó necesitando a finales del siglo XX de una seria consolidación por algunos problemas graves a nivel de cimientos que amenazaban incluso con su ruina. En esta zona de la ciudad sorprende muy mucho la gran presencia de visitantes extranjeros, acaso seducidos por la antiguedad de la ciudad y las bondades playeras del entorno. Desde luego nos cogió un tanto de sorpresa este punto.
Detalle del Palacio Consistorial, una obra del arquitecto pucelano Tomás Rico.
Otra vista del Palacio Consistorial. En directo gana mucho. Es una zona muy agradable para pasear pues al lado se encuentra la queridísima plaza de los Héroes de Cavite y Santiago de Cuba.
¿Y esta casa salmón? Pues los accesos al teatro romano de Cartagena, señores. Uno de los principales problemas con los que nos topamos es que, siguiendo los mapas, alcanzar el recinto no tiene pérdida. Y con mucha facilidad te encuentras afrontando la subida al cerro de la Concepción y viendo el teatro, con una gran perspectiva aunque desde fuera. Para muchos esto será suficiente, y allá el ayuntamiento con esa pérdida de visitantes. Es que realmente es un engorro hallar por dónde entrar al teatro, que no está al lado precisamente de esta casa. Desde aquí un explicativo recorrido musealizado a ratos subterráneo y a ratos ascendente nos deja en los accesos a los graderíos. En los folletos turísticos hablan de los accesos como "brillante concepción arquitectónica"; bueno, esa es su opinión oficial. Rafael Moneo firmó el proyecto.
Capitel corintio expuesto de camino al teatro romano.
Reconstrucción en una maqueta de cómo fue el citado teatro romano de Cartagena, una obra del siglo I antes de Cristo.
Un grupo de visitantes escucha las indicaciones de una guía sobre algunas de las piezas expuestas. Estamos caminando en lo que los folletos turísticos de Cartagena denominan pomposamente "corredor arqueológico".
Sucesión de fotografías que nos recuerdan cómo estaba el teatro y como quedó. Por resumir: las edificaciones fueron superponiéndose encima de sus abandonados restos hasta el punto de que el teatro como tal se podía dar por desaparecido. No había constancia de su supervivencia, vamos. En 1988 fue redescubierto en el marco de unas prospecciones para construir un centro relacionado con la artesanía (o algo así) y comenzó un lento trabajo de recuperación que implicó la desaparición de no pocas viviendas. El teatro y el museo "fueron inaugurados" en julio de 2008.
El teatro romano de Cartagena, o lo que queda de el original, un vestigio recuperado de las entrañas del desarrollo urbano. Algunas fotos viejas de esta zona de la ciudad comparadas con el ahora son verdaderamente sorprendentes. ¡Parece increíble!
Una visitante del teatro romano observa los recuperados graderíos, las Inmma, Media y Summa Cavea. En la parte superior, una de las viejas estancias de la antigua catedral de Cartagena, Santa María la Vieja. Este templo permanece en ruinas desde la Guerra Civil, cuando sufrió las consecuencias de los bombardeos de la contienda.
En este muro, los restos de una basa reutilizada como material en la reconstrucción.
Otra vista sobre la ruinosa Santa María la Vieja.
El teatro romano de Cartagena. Nada menos que pensado para acoger hasta 6.000 espectadores en su cavea. Una capacidad interesante. Y una situación privilegiada. En este espacio de la ciudad fue un arrabal que evolucionó a barrio portuario y enclave donde se concentraban las residencias de los pescadores cartageneros.
Columnas, capiteles corintios y otros elementos en la reconstrucción parcial de una de las alas del frente de escena (scaenae frons).
Piedras originales.
Copias de capiteles corintios empleados como materiales constructivos, algo habitual con posterioridad a la época romana y aquí, posiblemente, un guiño a lo que tendría que haber sido según la evolución de la historia.
Graderíos menos restaurados del teatro romano de Cartagena.
Otro vistazo sobre un amago de reconstrucción de los muros que formaban la escena.
El teatro romano de Cartagena, contemplado en toda su expresión en el contexto del casco viejo y el cerro de la Asunción.
El entorno del castillo de la Asunción y la zona ajardinada de sus alrededores, vistos desde la zona alta del graderío de Cartagena.
Un viejo muro de la catedral vieja de Cartagena, otra víctima (patrimonial, por supuesto) de la contienda bélica Civil.
La Casa Consistorial de Cartagena, vista desde las alturas de una escalinata que asciende al cerro de la Asunción junto a la vieja catedral y bordeando el espacio que ocupa actualmente el teatro romano.
La catedral de Santa Maria la Vieja, un templo que desde nuestro punto de vista es bastante atípico en el sentido de su ubicación y sus accesos. Nos han acostumbrados a grandes catedrales autónomas y presidenciales en enormes plazas o espacios abiertos.
Otro muro medio en ruinas de la vieja catedral de Cartagena. ¡Empinada parte de la ciudad ésta por la que caminamos!
Bordeando el teatro romano por su exterior superior... No sabríamos decir si esta edificiación formaba parte del antiguo recinto catedralicio.
El parque del teatro realmente es conocido como Parque de la Cornisa. Este espacio verde nació gracias al descubrimiento del teatro romano y a las actuaciones posteriores para recuperar el entorno.
Otra vista sobre el teatro romano con los restos de la vieja catedral a la izquierda y, de fondo, las sugerentes y sinuosas formas de las montañas que rodean Cartagena. Montes de resonancias un tanto exóticas y tropicales. ¿Será por esa luz especial que lo impregna todo?
Caminando por el parque Torres, mucho más añejo que su vecino parque de la Cornisa, con rumbo a la parte más alta de la ciudad: el castillo de la Concepción. El Torres toma su nombre del alcalde, Alfonso Torres, bajo cuyo mandato se construyó todo este conjunto. Era 1928.
Vistas sobre el entorno, montañas de extrañas y moldeadas formas muchas de las cuales escondían en su interior yacimientos minerales que hicieron ricos a muchos comerciantes de la antigüedad.
La torre linterna, dentro del parque Torres y las inmediaciones del castillo de la Concepción. Un sistema de comunicación y vigilancia de la época de dominación musulmana.
La torre Linterna musulmana. Otra vista, ésta con cierta perspectiva sobre el entorno.
Una hermosa flor dentro del frondoso parque de Torres.
Pavos reales campando a sus anchas.
Rumbo al castillo de la Concepción.
Dejamos atrás la torre Linterna y el entorno ascendente nos regala esta perspectiva.
La vieja plaza de toros de Cartagena, realmente antiguo anfiteatro en proceso de restauración. Más adelante profundizaremos en ella.
Escultura urbana dedicada al cartaginés Asdrúbal en el parque Torres, ubicada bajo la torre del homenaje del castillo de la Concepción. Tiene su tiempo ya. Fue instalada en 1965 bajo la alcaldía de Federico Trillo-Figueroa. Es una obra de Manuel Ardil.
Pieza de artillería con usos ornamentales en los accesos al castillo de la Concepción. Gran mirador sobre toda la ciudad tanto en las afueras del castillo como en la parte alta de este viejo recinto fortificado.
El teatro romano de Cartagena, entre otras partes de la ciudad, visto desde las alturas.
El auditorio del parque Torres, vecino del teatro romano. Dicen que este auditorio es un lugar magnífico para asistir a conciertos de música de todo tipo. Apuntado queda.
La compacta y recuperada (igual demasiado, ¡no?) estructura del castillo de la Concepción. Hay que pagar entrada para acceder a este recinto: 4,25 euros si la elegimos con "degustación" del ascensor que nos deja cerca de la muralla de Carlos III y que veremos en un ratejo...
Castillo de la Concepción. Junto al edificio actual, una maqueta de lo que llegó a ser todo el recinto fortificado. Dentro de la torre del homenaje se ha instalado un centro de interpretación sobre la ciudad que permite conocer más de la misma desde su fundación como tal allá por el 229 antes de Cristo hasta los tiempos presentes.
Viejos muros... o no tanto tras una generosa restauración. El castillo fue el resultado de la recuperación bajo el prisma cristiano, allá por el siglo XIII, de una anterior alcazaba musulmana que a su vuez, a buen seguro, se había levantado sobre construcciones previas cartaginesas o romanas. Estuvo bajo uso militar, siendo la principal defensa de la ciudad, hasta el siglo XVIII, cuando fue abandonado.
En los alrededores del castillo de la Concepción, varios telescopios permiten contemplar con detalle algunos puntos del casco urbano de Cartagena.
Vistas desde el castillo de la Concepción.
Vistas sobre la vieja plaza de toros.
El puerto de Cartagena, visto desde las alturas. Esta ciudad, gracias a las condiciones privilegiadas de su bahía, se convirtió en base de una gran escuadra naval en el siglo XVII. Y con esa elección, consecuente, llegó la implementación de una compleja y completa red de defensa de sus accesos que incluía varios fuertes, entre otras actuaciones.
El actual Puerto de Cartagena, visto desde los alrededores del Castillo de la Concepción, fortaleza asentada en uno de los cinco cerros que se integran en la ciudad. Rápidamente se intuye el gran valor geoestratégico de la plaza para cuestiones defensivas y de logística.
Moderna pasarela y no menos moderna estructura cilíndrica que alberga un ascensor panorámico que comunica rápidamente (aunque hay que pagar 1 euros, si bien su uso tarmbién entra, o al menos entraba, dentro de la entrada al castillo) la zona alta del castillo de la Concepción y el Parque Torres con la calle Gisbert, bastantes metros más abajo. Al fondo, la antigua plaza de toros de Cartagena, curiosamente construida en el siglo XIX sobre los restos del más antiguo aún anfiteatro romano del que disfrutó la ciudad. En 1986 se celebró la última corrida de toros en Cartagena y después el coso cayó en el olvido. En 2008 se iniciaron los trabajos de recuperación de su sustrato romano para musealizar los restos, en otro intento de recuperar el patrimonio cartagenero.
Carreterilla que asciende hasta la calle Muralla del Mar y el entorno del Castillo de la Concepción y el Parque Torres., vista desde los accesos al ascensor panorámico.
Hay una buena caída aquí, sí. ¡Qué abajo se intuye la calle Gisbert! En la parte inferior, también abiertos a las visitas previo pago, se puede visitar el Refugio-Museo de la Guerra Civil, de accesos tan modernos como fuera de lugar.
El ascensor panorámico en todo su esplendor. ¿Una obra realmente necesaria, nos preguntamos, aunque sí sea un acceso eficiente a una zona de la ciudad ciertamente abrupta?
Muralla de Carlos III, el recinto defensivo mejor y más ampliamente conservado de Cartagena, como hemos señalado varias veces anteriormente. Eso sí, no se libró de una restauración que, al no ser integral, acabó aglutinando una forma más clasista y otra más revisionista.
Caminando paralelos al Mediterráneo, allí donde la Muralla de Carlos III se abaluarta, formando el llamado en alguna documentación como baluarte de Santa María de la Guía o baluarte de los Artilleros.
La llamada Escalera de la Muralla de Mar, un acceso que a través de la muralla del conecta el actual Paseo Alfonso XII y el casco viejo. La escalera fue ideada por el arquitecto Victor Beltrí en el año 1914 y durante 2011 fue restaurada.
Escultura urbana ubicada en el pequeño espacio ajardinado paralelo al recorrido de la muralla de Carlos III correspondiente a la parte baja de la ciudad. A esta zona se la conoce como Muralla del Mar e incluso bautiza un calle intramuros. Y es que esa zona ajardinada, así como todo el Paseo Marítimo, es un espacio artificial ganando con los años al Mediterráneo. Antes las murallas colgaban directamente al mar, como se aprecia en alguna fotografía vieja de comienzos del siglo XX.
Una estilizada esquina del ayuntamiento de Cartagena, visto desde el Paseo Marítimo.A la izquierda queda la escultura del artista local Fernando Plácido "Soldado de reemplazo", colocada en un banco en 2004 e icono entre los turistas desde entonces.
Monumento a los caídos en Cavite. Cartagena, importantísima base militar de la Armada Española incluso en nuestros días, fue uno de los destinos para muchos soldados que regresaron a casa después del conflicto bélico con los Estados Unidos en el que España perdió sus últimas colonias (Cuba y Filipinas). Aunque la filipina batalla de Cavite tuvo lugar el 1 mayo de 1898 y la de Santiago de Cuba el 3 de julio de ese mismo año, un capitán de Infantería de nombre Francisco Ruíz Anaya comienza a difundir la idea de un homenaje físico a los caídos y a los supervivientes allá por 1919. Comenzó a organizarse la captación de dinero para su construcción y, finalmente, fue inaugurado por Alfonso XIII el 9 de noviembre de 1923. Veinticinco años después. Preside uno de los espacios más hermosos de Cartagena.
El monumento-memorial es obra del asturiano Julio González-Pola. Llama la atención, además de por su riqueza escultórica, por los 15 metros de altura del obelisco central. La historia también nos recuerda que su ubicación final cartagenera no siempre fue firme: Cádiz también tuvo sus opciones. Algo así como la disputa que hubo entre varias ciudades para recibir el monumento a Cristobal Colón que iba a ser instalado en La Habana (Cuba) y que acabó en Valladolid, como ya comentamos en su momento.
Detalle escultórico del monumento a los caídos en Cavite y Santiago de Cuba. Originalmente todas las esculturas estaban esculpidas en piedra, pero posteriormente fueron sustituidas por réplicas en bronce elaboradas por Miguel Ángel Casaño. Algunas originales fueron redistribuidas por otro espacios de la ciudad.
Una de las alas de la Casa Consistorial de Cartagenas, fotografiada desde el jardín que refresca al respetable en la inevitable y obligatoria plaza de los Héroes de Cavite, uno de los espacios urbanos más señeros de Cartagena y, qué diablos, de todo el Mediterráneo.
En el Paseo Marítimo de Cartagena, una amplia franja de litoral entre el Mediterráneo y los primeros espacios urbanos que perimetra la muralla de Carlos III en la que conviven muelles repletos de barcos y negocios enfocados a la restauración "fast food" y el ocio nocturno, en ese paseo, podremos contemplar cual escultura el prototipo de submarino que ideó Isaac Peral a finales del siglo XIX. Otro ejemplo de la habitual ineptitud de una amplia mayoría de los rectores hispanos, sea cual sea su parcela de trabajo, en el que se entremezclan intereses económicos, corruptelas y alta política para ningunear el trabajo pionero y brillante de un gran científico. Para conocer más de este episodio, una buena condensación gracias al siempre agitador Ángel Petricca Schroedel en El Mensual de 20 Minutos.
Quizá no se aprecie bien, pero en una de las antiguas dársenas del puerto de Cartagena, hoy transformada en una especie de zona de relax, podremos contemplar desde 2007 una curiosa escultura de la gran cola de una ballena, una obra del artista cartagenero Fernando Saénz de Elorrieta. Su nombre es precisamente ese: "Cola de ballena".
Dos grandes anclas flanquean ornamentalmente uno de los accesos al viejo edificio que acogía el antiguo Cuartel de Instrucción de Marinería (CIM), y antes una prisión militar, y que hoy en día acoge la Facultad de Ciencias de la Empresa de la Universidad Politécnica de Cartagena, la más joven de España. Fue construido a finales del siglo XVIII junto a uno de los arsenales de la Armada. Y es que Cartagena siempre ha sido una plaza con mucha presencia militar. Por concluir, y en un episodio muy curioso, la actual facultad, siendo aún cuartel de instrucción, fue testigo de un pulso bastante desconocido entre los partidarios del franquismo y los defensores de la Constitución: el pique entre un capitán de corbeta llamado Gonzalo Casado, el general de la Guardia Civil Juan Atarés y el por entonces ministro de Defensa general Manuel Gutiérrez Mellado.
Iluminación noctura del antiguo Cuartel de Instrucción de Marinería (CIM).
En la llamada Explanada de los héroes de Cavite y Santiago de Cuba, espacio urbano vecino del paseo marítimo, el puerto de Cartagena y la fotogénica plaza de los Héroes de Cavite, se encuentra esta gran obra del escultor Víctor Ochoa que inmortaliza un paseante con su móvil. "El Zulo", inaugurado en 2009, es un homenaje a todas las víctimas del terrorismo representado por ese ser humano recogido sobre sí mismo, angustiado por el sufrimiento y la falta de espacio.
Accesos al muy recomendable ARQUA, el Museo Nacional de Arqueología Subacuática. Esta institución tiene su sede en Cartagena con todo merecimiento, ya que las costas cercanas han sido pródigas en hallazgos sorprendentes. No estamos hablando únicamente de pecios, no. El museo actual, obra del arquitecto sevillano Guillermo Vázquez Consuegra, se inauguró en 2008, pero sus raíces se ahondan a la década de los años 70 del siglo XX y entroncan con los trabajos de dos instituciones: el desaparecido Patronato de Excavaciones Arqueológicas Submarinas de Cartagena y el Centro de Arqueología Submarina.
Contemplando la fidelísima recreación de una de las embarcaciones fenicias que han aparecido en la costa murciana. Se trata de la llamada Mazarrón II, encontrada en las aguas enfrente de esta localidad y oriunda, nada menos, del siglo VII antes de Cristo. Lo que convierte al original en una joya es que fue hallada prácticamente al completo, incluso con su carga.
Zona más experimental en la que los visitantes, especialmente la chavalería más inquieta, puede tantear un amago de experiencia investigadora con los restos arqueológicos. ¿Cómo se encuentra una cuerda, pongamos por caso, después de tanto tiempo desaparecida del ojo humano?
Diferentes piezas, todas originales, expuestas en el ARQUA. El fondo es completísimo y muy interesante, así como variada su colección de ánforas, vasijas y otros recipientes, así como los cargamentos de marfil. La entrada de 3 euros es testimonial ante la riqueza histórica de su colección.
Otro expositor del ARQUA en el que se muestran diferentes objetos rescatados del fondo del mar. Destaca (a la derecha) este huevo de avestruz policromado.