No nos vamos a enrollar porque bibliografía y “blogografía” hay mogollón. Así se las gasta Miyajima. Como dice Chema en su magnífico blog “A tomar por sake”: “Antes de nada dejar claro que ésta es quizá la visita que más recomiendo a todo turista que visite Japón. No he visto lugar más bonito para visitar en las dos veces que he estado aquí”. Pues habrá que refrendarlo con un “amén, hermano”.Una isla para los dioses y los hombres, donde los primeros andan libres y los segundos no pueden pisar, donde los primeros tienen mensajeros en forma de ciervos y los segundos, la divina oportunidad de conocerlo. La isla de Itshukushima, más conocida como Miyajima, tiene 31 kilómetros de perimetro, metro más metro menos. Viene esto al caso porque tiene argumentos geográficos que invitan a una estancia más prolongada. Su intrincada orografía, cuántas montañitas de aviesas formas, quién lo diría con su techo a menos de 540 metros de altitud, esconde muchos otros santuarios y templos sintoístas y budistas. Pero para el futuro quedan experiencias traileras, senderistas y teleferiquistas. El Monte Misen, Misen San, lo merece todo.
No hace falta perderse por sus caminos y laderas para descubrir exóticos (a ojos occidentales, claro) templos de factura curiosa, capaz de mezclar la sencillez con la ostentosidad de la pureza. Templos que emanan espiritualidad. Tal es el caso del Santuario de Itsukushima, el pata negra de Miyajima por su antigüedad y por su ubicación. A los pies de las montañas, descansa en una pequeña bahía sometida a las mareas. La particularidad es grande: no toca la tierra directamente, si no que se asienta sobre pilares, una infinidad de ellos; pivotes capaces de sujetar todo el conjunto para el momento en el que, con la marea subiendo, parece flotar sobre las aguas. Miyajima de siempre ha sido vista, concebida y respetada como una montaña sagrada. Los mortales no podían mancillar tan puro suelo. Nada como evitarlo con un templo flotante. Y para indicar el camino, una puerta torii icónica por su tono bermejo eléctrico (el mismo color que impera por todo el santuario, de hecho) se yergue sobre las aguas inmutable y serena. Dieciséis metros de altura de los troncos del robusto alcanfor. Cerca del santuario crecieron muchos más templos y también un pequeño asentamiento humano volcado a la pesca y la recolección de la ostra. Hoy el pueblo es más grande, no mucho ciertamente, pero sí lo suficiente para contar con una calle muy comercial y varios establecimientos hosteleros repartidos por las costas que miran al Mar Interior de Seto. Los ryokan son hoteles tradicionales, toda una experiencia desde el punto de vista del descanso y desde el de la nutrición. Allá donde mires podrás encontrar en libertad los ciervos que los antiguos consideraban los mensajeros de los dioses y que, por ello, disfrutan de su libre albedrío entre los humanos con algún oportunismo que otro.
Patrimonio de la Humanidad desde diciembre de 1996, la historia de Miyajima es densa. Tanto como la del santuario de de Itshukushima. El primer templo consagrado a las divinidades Ichikishima-hime Tagitsu- hime y Tagori-hime se levantó en 593 después de Cristo. Imagínense cómo andaba Europa por aquellos momentos por eso del contextualizar. En el siglo XII una gran remodelación la acercó a lo que hoy en día conocida. La puerta torii, uno de estos testimonios que por su ubicación y su ambiente podrían mantenerte horas y horas embobado viendo cómo varía la luz del día, también ha vivido lo suyo. La actual, la octava de toda la historia, fue erigida en 1875 bajo el período Heian. La de Miyajima, pese a no ser completa, es una gran vivencia dentro del periplo por Japón. La siguente escala nos llevaría hasta un descubrimiento absoluto: el Bikan Area de la ciudad de Kurashiki. Pero antes, Miyajima. Buff, qué ganas de volver.
Miyajima. Bañada por el mar interior de Seto. Ubicación aproximada en las cercanías de Honshu, la isla principal que conforma Japón, y a su vez muy próxima a Hiroshima. La ínsula de Miyajima ha sido un lugar sagrado durante muchos siglos y hoy, que lo sigue siendo, también es un reclamo de visitantes. Es uno de los destinos más frecuentados del turismo interior japonés. Y además, desde hace unos años (1996), también es Patrimonio de la Humanidad. [Mapa ViaMichelin].
Esperando el ferry que nos conducirá a la isla desde la población de Miyajima-Guchi en poco más de un cuarto de hora. Hay varias compañías que, desde varios puntos y con barcos que se alternan en la ida y la vuelta, comunican Miyajima con la isla de Honshu cruzando este mar interior de Seto. Y la frecuencia es bastante rápida: cada 15-20 minutos hay una salida.
Mientras esperas... tómate un té, o una cerveza. Por cierto, no dejen de visitar la web de turismo de Miyajima si tienen pensado viajar a Japón y plantean, por qué no, incluir esta ínsula en su periplo. Muy completa, aunque sin versión en castellano.
Un barco transbordador se acerca al embarcadero donde esperamos su llegada.
Ya estamos en el barco y ya hemos zarpado, cruzando ese mar interior de Seto. Un viajero observa la isla de Miyajima con unos prismáticos. Resulta curiosa esta isla de apariencia escarpada (y así es, pese a que su techo está en los 535 metros del Monte Misen), tan cercana al Japón "principal" y sin embargo en muchos aspectos tan independiente. Lo de Miyajima, por cierto, es una denominación más popular. El nombre de la isla es el de Itsukushima. En todo caso, a la izquierda, rojo, se intuye tu célebre torii que es toda una imagen turística.
Nos acercamos a la isla de Miyajima o Itsukushima y cada vez vemos mucho más claro y nítido el torii (una especie de puerta sagrada) que se adelanta a su terreno y al santuario próximo. Es curioso este caso, bastante icónico, pues la acción de las mareas deja el torii en medio de una marisma o lo convierte en un milagro flotante sobre las aguas del Mar de Seto.
El ferry se acerca a su destino y la gente se vuelve loca haciendo fotos y grabando vídeos, claro. Hay que decir que el barco es la única forma de llegar a la isla y que, pese al corto trayecto, poca gente permanece sentada en su asiento. La cubierta de la embarcación se puebla de viajeros armados con sus cámaras o con ganas de disfrutar el horizonte. Y creannos, no es para menos.
Un barco de la misma compañía recorre en sentido inverso la ruta desde Miyajima hasta el Japón "continental".
El torii de Miyajima. ¡Guau! Y tampoco pasa desapercibida la exuberancia de todas las montañas circundantes. Un vergel natural esta ínsula de Miyajima, un vergel...
Llegamos a Miyajima. Estos son los exteriores de la "estación" a la que llegamos. La verdad es que en cuestiones de transporte Japón es una eficaz pasada, todo hay que decirlo.
Este es uno de los pilares que nos reciben a la salida del puerto donde atracan los ferrys. En la anterior imagen ya se veía uno. Ahora, con más detalle. Realmente son linternas, en este caso una versión de las más clásicas linternas de piedra que siempre escoltan los accesos a los templos.
Farolas de Miyajima. Un diseño muy chulo. Al menos sí muy oriental.
Los alrededores de la terminal de pasajeros del puerto de Miyajima.
Embacaciones "estacionadas" en el puerto de Miyajima, con la isla-país de Honshu al fondo.
Mapa turístico de la isla de Miyajima, donde se presentan algunos de sus atractivos: el santuario sintoísta de Itsukushima y su cada vez más célebre torii, el poblado principal, el teleférico que sube hasta la cumbre del Monte Misen,... Miyajima es un paraíso para las rutas senderitas y el trail.
... y en los alrededores de la terminal de pasajeros del puerto de Miyajima no será raro comenzar a encontrarse con los reyes de esta parte de la isla: una raza de pequeños cérvidos (ciervos sika, en una variedad autóctona de Japón) considerados sagrados (o más bien mensajeros de las divinidades) y que campan a sus anchas. Decimos de esta parte de la isla porque en la cumbre del Misen (Misen San) los amos son los monos.
Los ciervos hacen las delicias de los turistas, grandes y pequeños. Son educados, pero no tienen ningún mensaje divino. Más bien buscan comida fácil que llevarse a la boca. En principio no está permitido darles de comer, pero ellos se las apañan. ¡No dudarán en tirarle un bocado a alguna hoja, guia de viaje o folleto turístico que asome desde nuestros bolsillos!
Ciervos y turistas. Obsérvese el detalle de la máscara anticontaminación. Los japoneses las emplean en su día a día con total normalidad, incluso cuando estemos en un lugar a priori nada contaminado como Miyajima.
Monumento donde se nos habla de Miyajima y de su carácter de lugar Patrimonio de la Humanidad, entre otras cuestiones...
Un ciervo que no tiene problemas para posar ante las cámaras...
Caminando por una especie de paseo marítimo con rumbo al Santuario de Itsukushima nos encontramos, justo al alcanzar los accesos a uno de los hoteles de la isla (en su mayoría todos del tipo ryokan, es decir, típicos nipones), con estas tres jóvenes vestidas a la manera tradicional.
Unos ciervos muy listos se hacen los interesantes en la puerta de un establecimiento comercial buscando "una limosnita alimenticia"...
Otro cérvido muy tranquilo en su libre albedrío nos observa mientras le tomamos una foto con el impactante y cercano "Japón más continental" al fondo.
¿No habrá por aquí algún resto de pan o algún otro alimento?
La pagoda Goju-no-to o, en inglés, Five-storied Pagoda, toda una referencia con sus casi 30 metros de altura capaces de resistir terremotos y tifones. Este templo del siglo XIII (1407) está dedicado a Buda.
Un viajero toma una fotografía del Torii de Miyajima, en esos momentos rodeado por las aguas del Mar Seto. ¡Cuestión de mareas! El bermellón torii de Miyajima no siempre ha sido el mismo. El que ahora presidente el conjunto fue instalado en 1876.
Caminando por el poblado de Miyajima, allí donde los coches no lo tienen fácil. Hay coches, claro, pero son de tamaño mínimo y, literalmente, están contados. En la Omotesando Shopping Arcade se agolpan las tiendas de recuerdos, los restaurantes y otros negocios inclasificables.
Torii de piedra llamado "Torii of Mikasahama". Entramos en la zona más emblemática del santuario de Itsukushima.
Caminando hacia el santuario... Los paisajes circundantes son una maravilla.
El célebre torii de Miyajima con un rojo anaranjado tan vivo como seductor es objeto de muchas fotos de visitantes tanto japoneses como extranjeros. A todas horas, desde todas las posiciones, encadilados con sus impactantes 16 metros de altura.
El santuario de Itsukushima con la marea alta parece flotar sobre las aguas; la marea baja, en cambio, confiesa el complejo sistema de pilotes de madera que sostiene su ubicación nada casual elegida hace más de 1.400 años nada menos. En la zona conviven pacíficamente, como debe de ser, dos creencias: las budistas y las sintoístas.
En esta clase de fuente, llamada chozuya (o temizuya), la gente que llega a un templo debe purificar sus manos y su boca según la creencia sintoísta. Y lo harán gracias a la pureza de su agua, condición fundamental, que beberán siguiendo un ritual gracias a estos enormes cucharones de madera. Vamos, que de alguna forma estaremos siempre ante aguas mágicas.
En esta imagen se aprecia hasta dónde llega el nivel de las aguas cuando sube la marea. El santuario parece flotar en el mar.
Caminando por el santuario de Itsukushima. En el pasado la isla tenía tal carácter sagrado que estaba absolutamente prohibido pisar su superficie. Esa rígida norma configuró el templo flotante, expuesto a las aguas y sujeto por miles de pilotes.
Andando por una de las bermellonas estancias del santuario de Itsukushima.
El santuario, siempre con su fiel escolta del torii en el horizonte.
Una de las edificaciones se encontraba en proceso de restauración. La acción de las aguas... Arriba a la izquierda, la pagoda Goju-no-to antes mencionada.
El rincón más hermoso, en nuestra opinión, de Miyajima: la contemplación desde esa plataforma del torii rodeados por intensos colores bermejos. También es el lugar más concurrido de todo el santuario por los visitantes.
El santuario de Itsukushima y una lámpara de piedra.
Unos visitantes se acercan hasta una lengua de tierra firme que, gracias al descenso de la marea, deja más cercano el torii. Las aguas pueden llegar a descubrir completamente las bases de esta particular puerta bermeja.
Rojos intensos en las molduras y vigas que estructuran Itsukushima.
Los pilares en cuestión, sujetos sobre piedras. De alguna manera nos recuerda a esos apaños de las pistas de los coches de coche en los pueblos de orografia montañosa.
En el interior del templo, en la zona más sagrada donde muchos acuden a dedicarle oraciones a su divinidad.
Una lámpara colgada en una estancia de Itsukushima mientras detrás suyo la marea ha bajado espectacularmente...
Es alucinante este templo de Itsukushima, uno no se cansa de caminar por sus estancias. Otra perspectiva de su construcción, su ubicación y su viveza. Hay una leyenda que dice que no conviene abusar de la visita, porque todo aquel que pase demasiado tiempo aquí se acabará convirtiendo en un farolillo para no marcharse jamás.
Seguimos en Itsukushima. Dentro del conjunto de edificaciones del santuario encontramos esta, en colores marronáceos, de la que desconocemos su fin.
Un empinadísimo puente de madera para salvar las aguas. Pasar por aquí con una carreta tiene su mérito... y su peligro.
Otra del santuario. ¡No nos cansamos!
Abandonamos el conjunto de edificaciones del santuario por el extremo opuesto al de la entrada y lo rodeamos por detrás, donde el poblado de Miyajima tiene algunas viviendas y encontramos este pequeño puente que salva el Momijidami "river".
Otro templo en las cercanías. En su explanada anterior, un servicio de transporte con tiro humano. Como en los tebeos de Tintín ambientados en Asia...
Caminado por las calles de Miyajima...
Por Miyajima "city", paralelos a un arroyuelo, el Momijidami river.
El casco urbano de Miyajima...
El tronco de un viejo y enorme árbol, que suponemos sagrado, se conserva bajo esta techumbre. Algo tienen que significar los restos de este exponente vegetal.
El santuario de Itsukushima y su torii, con un poquito de perspectiva desde las calles cercanas de sus traseras.
Miyajima.
Otra vista sobre el santuario mientras vamos caminando...
Vuelven los ciervos, que esperan al respetable junto a unas máquinas de vending. Qué mamonazos.
Pequeño torii de piedra a los pies de la Five-Storied Pagoda.
Espectular en directo. Five-Storied Pagoda. Un taxista bracero tira de su carro con clientes justo en ese momento...
Caminamos junto al perímetro del santuario de Itsukushima. Tejados sinuosos y chulos. Y luz intensa la que baña cuando asoma el sol.
Ciervos siesteando entre monumentos budistas.
Un ciervo muy relajado toma el sol mientras le fotografiamos a través del hueco de una de las numerosas lámparas de piedra de esta zona.
Otro vistazo con más amplitudes sobre el santuario de Itsukushima mientras lo bordeamos.
El torii de Miyajima, esta vez rodeado por más agua que cuando llegamos. ¡Han subido las mareas!
... aunque las aguas aún no han inundado los cimientos del santuario. Los escarpados montes circundantes son una pasada.
Otros dos ciervos siesteantes.
Establecimiento comercial en el inicio de la Omotesando Shopping Arcade.
Caminando por la Omotesando Shopping Arcade.
No faltan los establecimientos de comida rápida para llevar con su base en los productos pesqueros. Miyajima, como buena isla, vive de la pesca. Pero también se ha especializado en las ostras y las almejas y las suyas tienen cierta fama por su sabrosura culinaria.
Estilos de vestuario entre las féminas niponas.
¿Un recuerdo? ¿un reclamo? No sabemos de qué van, pero son graciosos.
La Omotesando Shopping Arcade.
La pala de arroz más grande del mundo, O-shakushi, aquí en exposición. La pala es el símbolo de Miyajima y su representación en mecheros, llaveros y demás está más que extendida. Por lo visto esta clase de pala es un invento de Miyajima.
Omotesando Shopping Arcade, vista desde la calle que la une a Machiya Street.
El paseo costero de Miyajima.
Un ciervo, de relax. Al fondo, el torii.
Retrato de familia.
Lost in translation o, como diría Gandalf en las Minas de Moria, "no puedes pasar".
Un poquito, muy poquito, del inexistente tráfico de la isla de Miyajima. Bicis y coches minúsculos tipo kei car.
Un paso de peatones con aviso previo.
Nos trasladamos a nuestro alojamiento en Miyajima, donde vamos a pasar una noche. Vamos a experimentar de qué va eso de "alojamiento típico japonés". Alojarse en un ryokan, ciertamente, es toda una experiencia que nos transporta de alguna manera a otros tiempos. Y también nos ayuda a relativizar cualquier experiencia hotelera anterior. Nosotros nos quedamos en el Miyajima Seaside, algo alejado del centro urbano y la zona turística, en un bosque con vistas a la bahía de Hiroshima y una playa vacía. ¡Cojamos el ascensor!
¡Qué productos tan raros!
Nuestra habitación cien por cien estilo nipón. Austera, pero muy confortable.
Muebles bajos y suelo acolchonado para hacer la vida de rodillas o tumbado. Y por supuesto, descalzo.
Otro vistado de la habitacion, muy diáfana. Una de esas puertas, la de la izquierda, es el cuarto de baño (la ducha es tradicional, un onsen de esos de agua caliente). A la derecha, un armario que escolta los elementos necesarios para montar la cama.
Grandísimas vistas desde nuestra habitación.
Pues sí, señores, vestido a la manera del ryokan. Ropas estampadas amplias y muy confortables.
Una cena típica de ryokan. A los ojos no parece mucha, pero sacia. Eso sí, mucho muchísimo pescado hasta incluso para desayunar. Y eso se hace más duro si uno no es especial amante del sushi y estos inventos...
Ostras, qué ostras.
Un postre elaborado muy frutero.
Con este hotel trabaja una compañía que ofrece cruceros nocturnos por la bahía de Miyajima. Es otra forma de ver el torii...
Y ahí está... Pero perdimos perdón por la foto tan movida. Mala combinación la de un pequeño oleaje y una cámara maleja...
Volvemos a nuestra habitación. Así es la lámpara.
Pajaritas de papel que simbolizan grullas, los motivos de un cuadro que decora nuestra habitación.
Da gusto levantarse con unas vistas como estas... aunque el "jet lag" te mantenga destrozado. Y que no nos sorprenda encontrarmos ciervos debajo de nuestro balcón...
Desayuno típico de ryokan...
El Seaside Hotel de Miyajima y alrededores.
La bahía de Hiroshima.
Uno de los inquilinos de ryokan observa el horizonte después de desayunar...
Una pequeña playa junto al Seaside Hotel. Posiblemente crezca algo más por acción de las mareas. El agua, fría de narices. También estamos en febrero y posiblemente influya...
En la terminal de pasajeros de Miyajima, a punto de volver a coger el ferry para seguir con nuestro periplo japonés.
¡Uno que llega...!
Atracando... "marítimamente" hablando, claro.
Dejamos atrás el torii y el santuario de Itsukushima. Qué preciosidad de lugar.
Bienvenidos a la tierra firme de Miyajima Guchi...
Después del barco caminamos desde la terminal de viajeros de Miyajima-Guchi (o Miyajimaguchi) apenas unos cientos de metros para llegar a una estación de ferrocarril, donde tomaremos el tren de la San´yo Main Line (operado por la JR West) que nos lleve a la estación central de Hiroshima. Sacamos los billetes aquí. El trayecto abarca ocho paradas y, aproximadamente, media hora. La megafonía no emplea el inglés, como sí pasa en los trenes bala, por lo que hay que estar atentos a los carteles (alguno sí emplean grafías occidentales para los nombers). Evidentemente también se puede hacer el camino inverso y llegar desde Hiroshima a Miyajima-Guchi para llegar a la isla: aquí van unos consejos (en inglés) a seguir; un enlace muy interesante.
Acaba de llegar un tren a la estación y muchos viajeros pasan los tornos. Las indiciones son frecuentes y la puntualidad alta. En un rato emprenderemos nuestra marcha.
En el anden de Miyajima-Guchi, esperando el ferrocarrol en dirección a Hiroshima.
Consejos varios en el interior del vagón en el que viajamos hacia Hiroshima. Entre otros: ojo con empujar para entrar en hora punta y qué bien le vendría el dejar de fumar, oíga. En Japón los consejos nunca están de más, aunque resulten tan "indescifrables" para los occidentales.
Llegamos a la estación central de Hiroshima para cambiar de medio de locomoción sobre raíles. Del ferrocarril más convencional a la altísima velocidad. El billete para el shinkansen, el tren bala japonés. Hay varios tipos de tren aunque tengan estética similiar y vayan muy rápido. Lo ideal, como se ha mencionado en otros lares, es acceder a las ventajas de la tarjeta Japan Rail Pass. Este medio permite viajar cómodamente por Japón y plantearse con total comodidad recorrer los más de 800 kilómetros entre Tokyo e Hiroshima en apenas unos ratitos.
Cada línea, cada recorrido, hasta cada clase, sigue un color y una numeración, dos pistas adicionales para no confundirnos en la búsqueda de nuestro asiento. La puntualidad es bestialmente asombrosa. Y el orden, también. Estas indicaciones tienen su especial utilidad en hora punta.
Esperando la llegada del tren.
El béisbol es un auténtico deporte nacional en Japón. El fútbol, el soccer de los estadounidenses, tiene su importancia como nos recordaban los dibujos animados de Oliver Atom, Mark Lenders y Benjamin Price... pero es mucha menor. Aquí el que corta el bacalao es el béisbol.
Nuestro tren shinkansen llega a la estación y en breve pondremos rumbo a Kurashiki, donde gozaremos con un cuadro del Greco en su museo y su pintoresco y turístico centro urbano conocido como Bikan Area.